Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

2 abr 2017

Problemas del cálculo económico.......................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
ME LLAMÓ la atención la extrañeza con la que esta mujer, en Pekín, observaba un billete de curso legal. 
Recorté la foto y la clavé en el corcho, de manera que cada vez que levantaba la vista del ordenador tropezaba con ella. 
 Días más tarde, coloqué al lado de la foto un billete de 10 euros al que cada mañana, como en un ejercicio de meditación, contemplaba atentamente durante 10 minutos, igual que el que vigila la yerba con la fantasía de verla crecer.
 El billete no crecía; al contrario, se devaluaba internamente, pues cada vez se podía comprar con él menos cantidad de fruta.
 Mi aprecio también disminuía al ritmo de su autoestima.
 La idea era que un día yo acabara sintiendo frente a mi dinero la misma perplejidad que la señora frente al suyo.
 Tal vez de este modo su cabeza y la mía se comunicaran telepáticamente.

Un miércoles, tras el té del mediodía, el billete se desfamiliarizó de golpe.
 Durante unos segundos, no fue más que un simple rectángulo de papel pintado
. Desplacé entonces mis ojos desde él hasta la fotografía y sentí una comunión de orden místico con la mujer. Éramos la misma cosa y estábamos descubriendo a la vez lo absurdo del consenso mundial establecido en torno al dinero que, según los expertos, no tiene otro respaldo que el de la confianza. 
La experiencia, como todos los arrebatos de este tipo, duró poco. Ignoro qué podría adquirir la china con su billete.
 El mío daba para dos botellas de aceite de oliva virgen extra y dos barras de pan en el Dia del barrio. 
El cálculo económico, en fin, interrumpió la fraternidad entre su cerebro y el mío.A woman checks a Chinese 100 Yuan banknote as she sells tickets for a job fair in Beijing

De cielos y ombligos.................Rosa Montero

Llevamos milenios intentando construir sociedades que permitan la diferencia. Ahora una manada de energúmenos corre hacia las cavernas.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
ABSURDO MUNDO, el nuestro
. Resulta llamativo, por ejemplo, que los nuevos políticos de la extrema derecha tengan esa tendencia a sufrir problemas capilares y obsesiones pilosas.
 Le dan a sus cabellos una importancia desmedida, como si fueran un símbolo de su virilidad, y acaban luciendo unos pelucones de payaso.
 Véase el cardado estropajoso de Trump, el nido de golondrinas que el holandés Wilders lleva en la cabeza o los pelánganos de bruja de Boris Johnson, líder del Brexit
 Todos, dicho sea de paso, bien teñidos de rubio, lo cual resultaría chistoso si no fuera porque temo intuir en ello siniestros ecos del supremacismo ario.
 Sea como sea, los tres tienen un aspecto estrafalario y ridículo. Pero me temo que Hitler también lo tenía y luego pasó lo que pasó.
Otra cosa chocante es el abuso de los eufemismos.
 ¿Por qué llamamos a estos políticos los nuevos populistas, en vez de nuevos fascistas? O, por lo menos, ultraderechistas. 
De la misma manera, no comprendo a qué viene acuñar ese tonto palabro de la posverdad, cuando en realidad queremos referirnos a las mentiras cochinas de toda la vida.
 Mentir, manipular, engañar, estafar, eso es lo que hacen estos líderes.
 No hace falta inventar términos: es una actividad inmunda con una vieja tradición en la historia de la humanidad.
 La mentira como crimen social y político.
 Total, que aquí estamos, en fin, en un mundo cada día más desgarrado entre el progreso y la reacción, entre el futuro y la involución. 
Medio planeta quiere regresar a la horda, protegerse detrás de banderas cada vez más pequeñas, enorgullecerse de una tonta y falsa homogeneidad, aunque para ello tengan que teñirse de rubio. En el libro Sólo para gigantes, de Gabi Martínez, leí este proverbio beduino:
 “Yo contra mi hermano. Yo y mi hermano contra nuestro primo. Yo, mi hermano y nuestro primo contra los vecinos.
 Todos nosotros contra el forastero”, y me espeluznó la lucidez con la que retrata ese impulso suicida, tan primitivo y profundamente humano, de la atomización tribal, del odio al otro. 
 Llevamos milenios intentando construir sociedades cada vez más complejas que permitan la convivencia en la diferencia, pero ahora una manada de energúmenos está corriendo en tropel hacia las cavernas.
 Siempre sostuve que debería obligarse a la gente a viajar; que la educación pública tendría que incluir al menos un año forzoso de estancia en el extranjero, porque ver otros mundos nos hace menos intolerantes y menos incultos.
 Hoy sigo pensando lo mismo, pero con matices.
 Porque Trump ha debido de viajar mucho, pero no le ha servido de nada. Y he visto reportajes de jubilados británicos que llevan 15 años viviendo en nuestras costas y no sólo no hablan español, sino que muchos han votado al Brexit y están empeñados en echar a los polacos de Reino Unido.
 O sea, que hay personas que viajan como si fueran maletas, envueltos en el impenetrable capullo de su mentecatez
. En cambio, Kant, por ejemplo, no salió nunca de su ciudad natal, Königsberg, hoy la rusa Kaliningrado, y le cupo el universo en la cabeza. 
Y lo digo en sentido literal, porque, además de su ingente obra filosófica, Kant dedujo acertadamente que el sistema solar se formó de una nube de gas o que la Vía Láctea era un gran disco de estrellas.
 Lo importante, pues, es abrir los ojos e intentar atisbar y comprender el mundo más allá de nuestra pequeñez.
 Lo importante es ponerse en pie, alzar la cabeza y reaccionar.
 El pasado diciembre, en Austria, nos salvamos por muy poco de la extrema derecha cuando el candidato ecologista, Van der Bellen, ganó al ultra Hofer. 
Hace un par de semanas, en Holanda, hemos escapado por más margen de caer en manos de esa cosa cabelluda y feroz llamada Wilders. 
Esta progresión en el rechazo de los nuevos brutos me ha levantado el ánimo: se diría que la sociedad se está rearmando frente a los retrógrados. 
Crece el racismo en el mundo, desde luego; medra la xenofobia, el miedo al diferente.
 Pero también parece que empieza a cuajar cierta movilización en defensa de los derechos democráticos duramente obtenidos a lo largo de los siglos.
 Que cunda. Vivamos mirando al firmamento y no contándonos los pelos del ombligo, maldita sea.

A calles tétricas, festín pagano..........................Javier Marías.....

El resquicio para salvarse de las películas “piadosas” de la Semana Santa de antaño eran “las de romanos”, hoy también refugio pagano.
Javier Marías
ES EXTRAÑO cómo perviven algunas costumbres de la infancia, mientras que otras se olvidan para siempre. 
Para parte de mi generación, de la anterior y de la siguiente, la horrorosa Semana Santa tiene un lado divertido y festivo cuyo origen, sin embargo, se remonta a uno de los rasgos más siniestros de aquélla. 
Hoy cuesta creerlo, pero durante todo el católico-franquismo, la Iglesia logró arrancarle al régimen no pocas imposiciones para el conjunto de la ciudadanía.
 De niño y adolescente odiaba esa época con todas mis fuerzas: no era sólo que las calles –exactamente igual que ahora– se vieran tomadas impune y abusivamente por tétricas procesiones de encapuchados, enlutadas señoras ceñudas, penitentes descalzos que se azotaban los lomos y ominosas trompetas y tambores, como si los zombies más atroces se apoderaran del espacio público, o quizá el Ku-Klux-Klan con libertad plena para sus aquelarres crematorios.
Era que durante ocho interminables jornadas –o eran diez, desde el llamado Viernes de Dolores hasta el Domingo de Resurrección que ponía fin a la pesadilla–, la radio y la televisión tenían prohibidas las canciones “alegres”, es decir, casi todas las canciones; los cines se veían obligados a interrumpir sus programaciones normales y a proyectar películas “piadosas”, por lo general sórdidas y soporíferas;
 en los hogares católicos (y el de mis padres lo era, sin la menor exageración, por suerte), a los niños se nos reprendía si cantábamos o silbábamos –en aquellos tiempos se cantaba y silbaba mucho, y por eso los españoles sabían entonar y no hacer gallos, a diferencia de hoy: la educación musical abandonada como la de la Filosofía y la Literatura–. 
“No debéis mostrar alegría”, nos regañaban las abuelas, “porque estos son días de luto y de gran lamento”. 
No entendíamos que se lamentara por decreto una imprecisa leyenda con veinte siglos de retraso.
 ¿Teníamos que estar tristes por eso críos de nueve o diez años, tendentes al contento? 
Ni un cine desobedecía: supongo que los multaban o cerraban si alguno se atrevía a exhibir un western, o una bélica o de risa, no digamos una comedia como Con faldas y a lo loco, que la Iglesia consideraba obscena. 
Los niños temíamos aquella eternidad de capirotes malignos, de efigies feas y tenebrosas, aquella celebración malsana (¿cuántas procesiones diarias?, ¿cuántas sigue habiendo en 2017?) de remotas truculencias. 
No nos engañemos: aquellas Semanas Santas se parecían enormemente a los territorios hoy controlados por el Daesh o por los talibanes, en los que todo está vedado: la alegría, la música, el tabaco, el alcohol, la risa, el fútbol, el baile, la cara afeitada, un centímetro de piel descubierta, todo. 
Al menos aquí no se latigaba ni degollaba al infractor.
 Pero el espíritu era similar.


Sin embargo, había un resquicio.
 Entre las películas “piadosas” se aceptaban las bíblicas y las que sucedían en tiempos de Cristo, con mayor o menor presencia de lo religioso.
 Lo cual significaba, en la práctica, que se proyectaban masivamente “las de romanos”, como entonces se las conocía (el término peplum se popularizó más tarde). 
Y como algunas de las de aquella época eran excelentes, y principalmente de aventuras, los niños nos refugiábamos en ellas y así huíamos de Molokai, Marcelino pan y vino y Fray Escoba, que nos resultaban tostoníferas. 
Nos acostumbramos a ver cada año, en estas fechas, Ben-Hur y Quo Vadis, Barrabás y Los diez mandamientos, Rey de Reyes y La túnica sagrada, Espartaco y La caída del Imperio Romano, de las que tanto copió Gladiator hace ya decenio y medio.
Pues bien, conozco a bastantes personas, entre ellas la por mí más querida, que, cuando llega la Semana Santa todavía insoportable en las calles, se las prometen muy felices ante la perspectiva de ponerse en DVD –otra vez– todas esas películas.
 O de pillarlas en televisión, pues no son pocos los canales que se apuntan a esa costumbre o nostalgia y vuelven a programarlas. 
Es como si las fechas nos dieran licencia para atracarnos de películas “de romanos”, algo que no solemos permitirnos en otoño, invierno o verano.
 La vieja imposición de la infancia –mejor dicho, el viejo resquicio por el que respirábamos– se convierte en patente de corso para abandonarnos sin mala conciencia a un festín de bajas pasiones e inauditas crueldades de la antigüedad más vistosa.
 Ahora tocan las carreras de cuadrigas, los combates de gladiadores y los envenenamientos en palacio, toca ver al malvado Frank Thring interpretando a Herodes, al despiadado Ustinov a Nerón y al histriónico Christopher Plummer a Cómodo.
 A Jack Palance con sus escalofriantes risotadas silenciosas y a Stephen Boyd o Messala con sus turbios odios y amores.
 Las apariciones del Cristo o de San Juan Bautista o la Magdalena son aburridos paréntesis que pagamos con gusto.
 Hemos heredado eso: licencia para sumergirnos en el incomparable mundo romano ficticio. 
Lo pagano en su apogeo.

1 abr 2017

Así responde Russell Crowe tras las críticas a su peso

El oscarizado actor está habituado a subir y bajar kilos por exigencias del guion

 

 
Russell Crowe, el pasado mes de diciembre.
Russell Crowe, en un fotograma de la película 'Dos buenos tipos'.
Russell Crowe, en un fotograma de la película 'Dos buenos tipos'.