Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

2 ene 2017

Mentira de la fiebre............................... Juan Cruz

José Ángel Sánchez Asiaín: la buena sombra de la vida de un banquero.

José Ángel Sánchez Asiáin, en una entrevista en 1987.

En el capítulo Mentira de la fiebre, de la impresionante novela de Fernando Aramburu Patria (Editorial Tusquets), se produce un diálogo que causa ese escalofrío retrospectivo que ocurre sobre algo que ya pasó (y de alguna manera sigue pasando) pero que acude de pronto a la memoria del presente.
 Como si fuera la pesada carga de la vida, siempre recordando las amenazas sufridas.
La hermana de un asesino de ETA, central en la novela, se niega a glorificar a un terrorista y simula que tiene fiebre.
 Frente a la algarabía de los que sí van a la plaza del pueblo a celebrar (a celebrar) el funeral, ella se queda en casa con "la mentira de la fiebre", porque no se quiere solidarizar con aquel "caudillo de verdugos". 
Ese "caudillo de verdugos" era Txomin Iturbe.
La chica se quedaba en cama, con "la mentira de la fiebre". "Y con la espalda recostada contra la almohada" imita las órdenes del verdugo que pasaba a lo gloria: "Matad a fulano, matad a mengano".
Menganos y fulanos hubo cerca de mil, todos muertos; en la orla que les pusieron encima los etarras no eran imprescindibles muchas razones; y a veces era mejor que no hubiera razones.
 Un apellido que no sonara a euskera, un trabajo en Rentería, un tipo que oliera a franquista, que no fuera "de los nuestros". 
Y, finalmente, el asesinato y, casi siempre, el silencio.
 De eso va la novela, también, del silencio. 
Y produce tanto escalofrío como la pesadilla mientras ésta duró.
 Se acabó la violencia, pero no se ha acabado la sintaxis de la violencia. 
Si lloras por ese, se lee en Patria, me voy a dormir al otro cuarto. Los buenos, los malos. 
Los nuestros, los enemigos.
 Esa era la sintaxis; esa sintaxis no ha muerto.
 Y los que la mantienen viva saben qué daño hacen las palabras. Son señales; antes servían de diana, ahora marcan como una diana. Cuidado, donde hay una definición aviesa se marca una amenaza. Un insulto retrospectivo.
 Ahora que ha muerto un buen hombre, un hombre excelente, José Ángel Sánchez Asiaín, del que ha escrito tan excelente perfil Miguel Ángel Noceda en este periódico, vi en la red de redes, Twitter, algunas alusiones aviesas a este buen bilbaíno, apasionado de las artes y de la vida, al que una de esas tachaduras que abundan en tal red denominaba "banquero franquista". 
Vaya por Dios. Pío Baroja, Di Stefano, Ernest Hemingway, Unamuno Lola Flores, Recalde, Aranguren, Ridruejo, tantos vascos, y tantos catalanes, y andaluces, y canarios, y madrileños del Madrid heroico, que vivieron y trabajaron bajo Franco y en aquel ambiente sociológico y político asfixiante y envolvente, que se ramificó hasta el tuétano en sociedades donde ahora parece que ese tiempo sucedió como un polvo de estrellas..., toda esa época condenada al mismo basurero de la historia. Incluido, claro, el noble banquero que nos dejó ahora.
 Todos franquistas; total, como no hay memoria mejor meter en la desmemoria a todo dios.
 Da igual, ese es el nivel que iguala el lenguaje de la red.
A la Transición se la quisieron cargar los franquistas y estos antifranquistas del insulto retrospectivo.
 Por franquista. El franquismo como orla que permitía, en los años de plomo, que un verdugo oculto en su capucha dijera la frase que imitaba Arantxa, el personaje de Patria: "Matad a fulano, matad a mengano".
 Para que aprenda, para que aprendan otros.
Ese terror pasó a la historia, pero no abandona la mente de la historia.
 Y si no se recuerda que lo que escribe Aramburu tiene más actualidad que pasado estaremos condenados a que nos señalen con el dedo por leer a Pío Baroja, por ejemplo, aquel renegado.
Como si la Patria en la que viven fuera la patria de ellos, mientras que la otra patria es el infierno donde habitaron Franco y otros ángeles malos a los que ese dictador dominó con su látigo hasta convertirlos en perversos lacayos.
 Si Franco los oye les hace un monumento.


 

Carrie & Debbie.................................... Ana García-Siñeriz

 
Debbie Reynolds, con su hija Carrie Fisher, en una imagen de los años cincuenta. Getty Images
 
Querida Carrie, te has ido demasiado pronto, en serio
. No solo porque 60 años no sea edad.
 Que le pregunten a los que pasan de los 100; nunca es buen momento cuando se trata de irse al otro barrio.
 Te has ido antes de tiempo porque en el juego de Hollywood no hay como tener la última frase.
 Y tú, la princesa Leia malgré tout, la lista de la familia, la niña de la realeza de Hollywood, merecías la parte del león. 
Pero nadie contó con Debbie.
 Ella era una estrella de las de antes, de las de verdad. Y ha hecho su salida como tal. 
Las relaciones madre-hija suelen dar para mucho, y la vuestra lo dio: varios libros, un monólogo y una película. Como pusiste en la boca de Shirley MacLaine, tu madre en la ficción de Postales desde el filo, ser hija de Joan Crawford o de Lana Turner hubiera sido mucho peor. 



Pero tú te despertabas en casa con mamá y al rato se convertía en Debbie Reynolds, solo con atravesar un inmenso vestidor atestado de vestidos de fiesta y estolas de piel.
 “Su armario era como un túnel de lavado para celebrities”. Así —siempre genial— lo clavaste en una entrevista en un programa de televisión.
Pero tú también fuiste una estrella.
 Y si te hiciste un hueco fue gracias a tu ingenio, por eso es una lástima que no hayas podido ver la despedida de mamá.
 Qué final para una guionista: muere mientras prepara el funeral de su hija.
 Hubiera sido un cierre para Postales (II) espectacular.
Ojalá hayáis podido comentarlo en el cielo de las estrellas, donde estéis, juntas por fin, las dos. 

El doloroso adiós de Johan Cruyff,,,,,,,,,,,, Ramon Besa

Por más atención que se le ponga al partido, la visión resulta nostálgica, o si se quiere romántica, como si el juego se hubiera parado desde se marchó.

Johan Cruyff, como jugador del Barcelona en 1973. Cordon Press
No es fácil acostumbrarse a la ausencia de Johan Cruyff.
Ayuda saber por Romario que el fútbol se mira con los ojos de Cruyff.
 Ocurre que por más atención que se le ponga al partido, la visión resulta nostálgica, o si se quiere romántica, como si el juego se hubiera parado por más que los futbolistas no paren de correr, también en el Camp Nou.
También reconforta que se publiquen tantos libros sobre su vida, alguno muy revelador, como El meu Barça en blanc i negre (Editorial Base) de Xavier Valls.
 El fotoperiodista cuenta en una entrevista concedida a Marta Cabré en L'Esportiu en qué consistía el sentido de la austeridad de Cruyff. “Una vez me pidió 40 ampliaciones de una foto y yo se las entregué con una factura. 
 Tomó las fotos y me dejó con la factura en la mano.
 Unos días después me llamó para decirme: ‘si quieres mañana voy a ir a la pista de hielo del Palau con la familia’. 
Hice muchas fotos y las vendí a las revistas por mucho más dinero del que figuraba en la factura de las ampliaciones”.
Y es un consuelo saber que se sucederán las efemérides que evocan la gigantesca obra de Cruyff.
 Hace muy poco se recordó su gol a Miguelito Reina en el Camp Nou y en mayo de 2017 se celebrará el 25 aniversario de Wembley y la conquista de la Copa de Europa por parte del Barça.
 Las gestas del dream team y de la naranja mecánica fueron tan célebres que jamás se olvidarán en el Barça, en el Ajax y tampoco en Holanda. 
Acaso Messi ayudará a revivirlas, como ya sucedió con el penalti indirecto que tiró contra el Celta, una recreación del que lanzaron Cruyff y Jesper Olsen en 1982. 

Al fin y al cabo, todo está impregnado de Cruyff, y quien más, quien menos le ha imitado jugando, hablando y entrenando, aplicando una lógica aplastante, la del espacio y el tiempo, resumida en un rondo: el fútbol es cuestión de velocidad y precisión, de un segundo y un centímetro, de técnica y talento.
 Así lo defendió como jugador y como entrenador, con una exigencia y determinación tan mayúsculas que espantaba a los propios futbolistas, hoy ya convertidos en técnicos por el mundo, por la Liga y por la Premier.
 A Eusebio le sale el nombre de Cruyff cuando le preguntan por la Real y no hay un cruyffista más radical que Guardiola, ahora entrenador del Manchester City y antes del Bayern de Beckenbauer.
Guardiola necesitaba visitar de vez en cuando a Cruyff en El Montanyà. 
Alrededor de una partida de golf y de una mesa en L'Estanyol, el excelente restaurante de la familia Font, de Joan y Robert, conversaban sobre la evolución del fútbol, la vida y el Barça.
 Y la charla fluía amena porque Cruyff se había convertido en un oráculo, un ideólogo universal frente al tacticismo reduccionista, un venerable abuelo, cariñoso y próximo, divertido, capaz hasta de reírse de los enemigos a los que combatió sin piedad ni tregua, incluso con el punto de arrogancia que exigía la mejor competitividad, cuando era el amo del Camp Nou.
Tanto Guardiola como cuantos iban a su encuentro ya sabían qué les diría Cruyff porque tenían su misma mirada y entendían el juego de igual manera, en Ámsterdam y en Barcelona.
 Y, sin embargo, todos necesitaban verle y escucharle, participar cada año del mismo ritual, para certificar que estaban en lo cierto. Cruyff, al fin y al cabo, hizo posible lo que parecía imposible en el Barça y en el Camp Nou después de conseguir que Holanda ganara el Mundial 74 pese a perder la final con Alemania.
No parece casual que Cruyff muriera el mismo año que Muhammad Ali.
 Ambos han sido únicos, revolucionarios, universales y carismáticos; imposible no añorarles por más que su obra sea tan ingente que cada día haya un motivo para recordarles. 
Una cosa es mirar el fútbol con los ojos de Cruyff y otra vivirlo sin él, sin su cabeza ni su corazón, sin su compañía, sin el asentimiento de Johan. 

 

El difícil arte de pronunciar el vals........................... Pablo L. Rodríguez....

Gustavo Dudamel dirige un desigual Concierto de Año Nuevo a la Filarmónica de Viena, tan vistoso como siempre aunque más serio de lo habitual.

Gustavo Dudamel, dirigiendo a la Filarmónica de Viena en el Concierto de Año Nuevo. AP

En Viena el vals no solo se baila. Su ritmo forma parte hasta de los quehaceres cotidianos de la ciudad
. Lo ha mostrado con claridad Robert Neumüller en el documental emitido este año en el descanso del Concierto de Año Nuevo. Pero la Filarmónica de Viena tiene su propio enunciado.
 Ellos lo hacen de una forma característicamente asimétrica.
 Nada del habitual “un-dos-tres”, sino más bien “un-dooos-tres”, anticipando el segundo pulso y retrasando el tercero.
 Un director que sepa exprimir musicalmente este detalle autóctono tiene asegurado el éxito al frente del Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena.
Ser o no vienés es lo de menos. 
En el pasado lo asimilaron directores de fuera como Karajan o Kleiber, mientras que corría por las venas de Krauss y Boskovsky. Incluso el año pasado el letón Mariss Jansons dio una magnífica lección de cómo se “pronuncia” el vals.
El venezolano Gustavo Dudamel (Barquisimeto, 1981) dudó sobre la pronunciación correcta del nombre de la orquesta vienesa en alemán durante la tradicional felicitación del año previa al vals El bello Danubio azul.
 Fue algo anecdótico, pero también sintomático. En la primera parte costó mucho reconocer la pasión y energía habitual en sus interpretaciones. 
La condición de director más joven que se ha subido al podio de este popular y mediático concierto parece que le hizo mella.
 A pesar de dirigir de memoria y con su habitual elegancia de movimientos, se mostró algo desubicado en la primera parte. Quedó claro en el bello vals Los patinadores, de Waldteufel, y fue todavía más evidente en La llamada infernal de Mefisto, de Johann Strauss hijo, tan poco tenebroso como superficial en sus manos.
 Por fortuna, las polcas caminaron algo más desahogadas, aunque sin toda la chispa necesaria.
Todo cambió en la segunda parte con la obertura de La dama de picas, de Franz von Suppé.
 Dudamel despertó su encanto personal.
 Y fluyeron detalles exquisitos en la dinámica y el fraseo.
 Empezó a respirar con la orquesta vienesa. 
Siguieron varias piezas que no habían sido nunca interpretadas en el Concierto de Año Nuevo, aunque Dudamel se mantuvo mucho más proclive hacia las polcas, como Pepita y Cuadrilla Rotunde, de Johann Strauss hijo, o en La chica de Nasswald, de su hermano Josef, que fue pura música de cámara donde se lucieron los concertinos de la orquesta vienesa, Rainer Honeck y Albena Danailova.
 Entre los valses destacó en Los extravagantes, de Johann hijo, donde la realización de Michael Beyer mostró planos de los famosos caballos de raza lipizzana que forman parte de la Escuela Española de Equitación.
Precisamente la segunda parte ganó en interés con las escenas de ballet, la participación del coro y la inclusión de alguna de las tradicionales bromas.
 Muy vistosa la escena durante el vals ¡Vamos adentro! de la opereta El tesorero, de Karl Michael Ziehrer, en la Hermesvilla como homenaje a la emperatriz Sissi, pero todavía más natural y divertida la realizada en directo en el Musikverein durante la polca ¡A bailar!, de Johann Strauss hijo, con seis jóvenes bailarines de la academia de Ballet de la Ópera Estatal vienesa perseguidos por un acomodador.
 Excelente la intervención del coro de la Sociedad de Amigos de la Música de Viena en el homenaje al 175º aniversario de la orquesta con el Coro de la luna de la ópera Las alegres comadres de Windsor, de su fundador, Otto Nicolai. 
Por su parte, las bromas casi brillaron por su ausencia en esta edición. 
Una de las pocas se produjo en La chica de Nasswald cuando al final Dudamel tocó un silbato para emular el canto de los pájaros.
Para terminar, la Filarmónica de Viena se adueñó de las propinas. El vals El bello Danubio azul lo tocaron como suelen por tradición. Y Dudamel se concentró en el público durante la popular Marcha Radetzky, que pocas veces se ha escuchado con un palmeo tan matizado.
 En 2018 será Riccardo Muti quien se suba al podio del Concierto de Año Nuevo.
 Será su quinta vez, tras 14 años de ausencia.