Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

30 oct 2016

No está para películas................................................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
HE AQUÍ un outsider. Parece que va o viene de jugar al golf, pero está a punto de asistir a un juicio en el que él es uno de los inculpados. No se pierdan la cantidad de pulseritas que luce en la muñeca, cada una con su color y, suponemos, con su significado oscuro.
 Tal vez al mostrarlas de este modo a la cámara diga algo que nosotros, ignorantes de estas expresiones adolescentes, no sabemos leer.
 Atentos también a la monería de llevarse la patilla de las gafas a la boca, un gesto típico, aprendido, y a la bolsa al hombro, con aire casual, como si rodara un anuncio de automóviles, quizá de polos deportivos.
 Todo él es un lugar común, un ripio, un cliché no sabemos muy bien de qué o quién, ni a qué o quién pretende parecerse, pero aun sin conocer el original nos atrevemos a aventurar que imita unas formas que le cautivan. Álvaro Pérez Alonso, El Bigotes, era el lugarteniente de Francisco Correa, Don Vito, y amiguito del alma de Paco Camps.
 Todavía nos ruborizamos al evocar las conversaciones telefónicas en las que actuaba de seductor con un estilo que increíblemente funcionaba.
 Llegó a lo más alto: a la boda de la hija de Aznar. Se despeñó luego y ahora, apremiado por la necesidad de adquirir una identidad nueva, cae, pobre, en los excesos infantiles que pueden apreciar. Dice Paulo Coelho que cuando deseas algo con pasión, el universo entero conspira para que lo consigas.
 Lo que El Bigotes quiere, sin haber leído a Marsé, ni siquiera a Coelho, es ser un Pijoaparte.
Necesitaría, desde luego, un guion, pero al guionista le piden 125 años y no está para películas.
DVD810. juicio Gurtel alvaro garcia. 4/19/2016

Masas ceñudas.................................................................Javier Marías

Trump presume de triunfador, pero su secreto reside en comportarse como un fracasado resentido e insatisfecho.

COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIAS
DENTRO DE  nueve días sabremos si el nuevo Presidente de los Estados Unidos es o no Donald Trump.
Hace ya mucho, el pasado enero, le dediqué aquí un ar­­tículo titulado “El éxito de la antipatía”, en el que terminaba diciendo que, pasara lo que pasara con sus intenciones de ser candidato, ya era muy grave y sintomático que hubiera llegado hasta donde había llegado.
 Ahora la situación es aún peor: aunque el 8 de noviembre acabe barrido por Hillary Clinton, todos habremos corrido el peligro real de que ese individuo pudiera convertirse en el más poderoso del mundo.
Da escalofríos imaginar que hubiera sido más hábil, más astuto, más hipócrita y serpenteante; que hubiera puesto cara y voz de “buenecito” de vez en cuando, como hace aquí Pablo Iglesias cuando decide mentir más para ganarse a un electorado amplio; que se hubiera ahorrado numerosas meteduras de pata y ataques frontales a todo bicho viviente, que hubiera procurado ser simpático y mostrar sentido del humor; que hubiera hilado algún discurso sobre lo que se propone hacer (lo más argumentativo ha sido esto: “Seguro que no haré lo que haría Clinton”).
 Si no se ha aplicado a nada de esto y aun así tiene posibilidades de ganar, a cuántos no habría engañado con un poco de disimulo.
 Lo bueno y lo malo es eso, que no ha fingido apenas, y acabo de explicar por qué es bueno.
 Sin embargo es malo porque significa que cuantos lo voten lo harán a sabiendas, con plena conciencia de quién es y cómo es. 
Y aunque al final sean “sólo” un 37% (según los sondeos más optimistas), es incomprensible y alarmante que semejante cantidad de estadounidenses desee ser gobernada por un tipo descerebrado, estafador, mentiroso a tiempo completo, racista, despectivo, machista, soez y de una antipatía mortal.  

Es el Berlusconi del continente americano, con la salvedad notable de que éste era simpático o se lo hacía; de que, por odioso que lo encontrase uno, comprendía que hubiera gente a la que le cayera bien. 
En el caso de Trump esa comprensión no cabe, algo tanto más llamativo cuanto que los Estados Unidos es el país que inventó la simpatía como instrumento político.
Al agradable Obama le quedan cuatro días, lo echarán de menos hasta quienes abominaron de él
Últimamente tengo la impresión de que eso, la simpatía, se ha acabado o está en la nevera, poco menos que mal vista. 
¿Hay algún líder “grato”, más allá de sus capacidades? No lo son Rajoy ni Hollande ni la nuremburguesa Theresa May (me refiero a las Leyes de Núremberg de 1935); Putin es un chulángano, Maduro un alcornoque cursi y dictatorial, Marine Le Pen y Sarkozy son bordes, un ogro el húngaro Orbán, y no hablemos de ese mastuerzo elegido en las Filipinas, Duterte, que en pocos meses ha hecho asesinar a tres mil personas sin que el mundo haya pestañeado.
 Al agradable Obama le quedan cuatro días, lo echarán de menos hasta quienes abominaron de él.
 Pero no es sólo en la política, es general. 
Hay una fuerte corriente cejijunta universal. Quienes gozan de más éxito y seguidores suelen ser los tipos broncos y hoscos, los que echan pestes, insultan a troche y moche y jamás razonan. 
Se sigue venerando a Maradona, que hace siglos que no le da al balón, por lo lenguaraz y camorrista que es, mientras que no hay futbolista educado, amable y modesto contra el que no se monte una campaña feroz: Raúl en su día, luego Xavi y Casillas, y a Messi ya lo culpan en la Argentina hasta de las derrotas de su selección en las que él no ha saltado al campo.
 De Piqué ni hablemos, no se le perdona que sea bienhumorado y desenfadado, como a Sergio Ramos. 
En realidad no se libra casi nadie que destaque en algo. 
Se ha acentuado la necesidad de destronar a quienes han subido demasiado alto, sólo que hay una enorme e hiperactiva porción del planeta que considera cualquier triunfo un exceso, por pequeño que sea.
 Esa necesidad siempre ha existido, y mucha gente aguardaba impaciente a que los ídolos se dieran el batacazo. 
La diferencia es que ahora esa porción enorme está agrupada y cree que no hay que esperar, que el batacazo lo puede provocar ella con el poderoso instrumento puesto a su disposición, las redes sociales.
 Hay muchas personas que no aguantan la lluvia de improperios que les cae desde allí; que se deprimen, se asustan, les entra el pánico.
Que se achantan, en suma, hasta querer desaparecer. Si se piensa dos veces, no tiene sentido amilanarse ante la vociferación canallesca e inmotivada. Sobre todo porque nadie está obligado a escucharla, a consultar su iPhone ni su ordenador.
Trump presume precisamente de triunfador, pero el secreto de su éxito reside en comportarse como lo contrario, como un fracasado resentido e insatisfecho, como la rencorosa turba que pulula por las redes, ufana de amargarles la vida a los afortunados y machacársela a los “inferiores”:
 inmigrantes, pobres, mexicanos, musulmanes, mujeres, discapacitados, prisioneros y muertos en combate “que se dejaron capturar o matar”.
 Era cuestión de tiempo que la masa de los odiadores intentara encumbrar a uno de los suyos: al matón, al chulo, al despotricador, al faltón y al sobón.
 Esperemos que no lo consiga, dentro de nueve días.

Dentro de pocos años........................................Rosa Montero

La conciencia animalista no significa que toreros y aficionados sean psicópatas. Es una cuestión de desarrollo empático y cívico.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
Y DIJO DIOS: hagamos al hombre a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y mande en los peces del mar y en las aves de los cielos y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra”.
 Leo este párrafo del Génesis y me maravilla su pueril bravuconería. A ese hombre que se cree un calco de Dios y que se siente autorizado a reinar sobre todo bicho viviente (incluida la mujer) le quedan por pasar muchas amarguras. 
Poco a poco la realidad irá imponiendo su ley y bajándole la cresta a trompicones.
Primero aprenderá que el firmamento no sólo no gira en torno a él, sino que la Tierra es un ínfimo grumo de materia que la ciencia ha ido desplazando a un lugar cada vez más insignificante del universo.
 Luego tendrá que tragar la amarga noticia de que Dios no le creó de golpe y porrazo a imagen de él, sino que venimos de un larguísimo hilo evolutivo que se remonta más allá de la Australopithecus Lucy.
 Que, además, hemos tenido hermanos de especie, los neandertales y, para colmo, ni siquiera hemos sido maravillosamente superiores a esos homínidos, como nos empeñamos en creer durante años, sino muy semejantes.
 Tanto que nos hemos cruzado con ellos y los europeos llevamos el 2% de sus genes. Y, por si esto no bastara para deprimir profundamente a ese humano pomposo, luego llegará la secuenciación del genoma y se demostrará que compartimos el 60% de nuestros genes con la mosca del vinagre.
 Madre mía. Tantísima presunción para llegar a esto. 

Y aquí estamos, intentando asumir nuestra continuidad con el resto de los seres vivos.
 Este es el siglo del animalismo, es decir, de la aceptación de nuestro lugar en el mundo, de nuestra responsabilidad con los otros animales.
 Digo esto al rebufo del escándalo creado por los comentarios brutales contra el niño enfermo que quiere ser torero.
 En primer lugar, esas posturas extremas son muy minoritarias dentro del mundo del activismo animalista; pero además, y sobre todo, es que la defensa de los animales no es una causa exclusiva de un puñado de activistas, sino que es un movimiento social amplísimo, un cambio de nuestro modelo cultural, de nuestra manera de ver el mundo.
 Como he intentado apuntar antes, forma parte de la evolución de la sociedad, del desarrollo de la civilidad y de los avances del conocimiento.
Por eso es absurdo intentar reducir un tema tan esencial a un rifirrafe partidista. 
La conciencia animalista no está relacionada con una ideología concreta, sino con un desarrollo empático y cívico.
 Con un aprendizaje personal. Soy hija de torero, y mi padre me enseñó, precisamente, el amor por los animales: así de contradictorios y de complejos somos los humanos. 
Sé bien que ser torero no es sinónimo de ser un asesino. De la misma manera que ser aficionado a las corridas no implica ser un psicópata.
Pero es verdad que tanto toreros como aficionados pertenecen a un mundo ya obsoleto con un nivel de admisión de la violencia que me descompone.
 Es todo una cuestión de evolución, de desarrollo interior, de conocimiento.
 De comprender con el corazón y con la cabeza que compartimos el 60% de los genes con la maldita mosca del vinagre, y que los demás animales sienten dolor y angustia y deses­peración, como nosotros.
 Hasta 1928, los caballos de los picadores no tenían peto. Los toros evisceraban a dos o tres caballos cada tarde; en el patio les metían los intestinos a puñados, los cosían y los volvían a sacar.
 Los pobres jamelgos caminaban pisándose las tripas, escribió Valle-Inclán.
 Primo de Rivera decretó la obligatoriedad del peto, y Ortega y Gasset sacó un artículo furibundo quejándose de la medida y diciendo que se había acabado la autenticidad de la fiesta.
 ¡Y era nuestro máximo pensador! Sin embargo, si hoy sucediera algo así en una plaza, todos los espectadores vomitarían de horror. A eso es a lo que me refiero: han evolucionado, se han hecho más civilizados. 
Dentro de pocos años, a todos nos parecerá igual de espantoso el toreo de hoy. 

Y eso supondrá un gran avance no sólo para los animales, sino, sobre todo, para nosotros.

29 oct 2016

Por qué no debes reírte de un hombre que llora.............................................................Jaime Rubio Hancock

Pedro Sánchez se ha mostrado vulnerable y ha demostrado que le importaba lo que estaba diciendo.


Pedro Sánchez, durante su comparecencia
Pedro Sánchez, durante su comparecencia.
Pedro Sánchez se ha emocionado mientras comparecía para explicar su renuncia como diputado, hasta el punto de que se le ha visto en dificultades para contener las lágrimas.
 Aunque este gesto ha generado empatía, también han sido unos cuantos los que se han reído de la imagen, tanto en redes sociales como fuera de ellas.
Sin embargo, burlarse es un error.
 Llorar está bien, incluso en público y aunque seas un hombre.
 Sánchez no ha dado ningún espectáculo: se ha mostrado humano y ha demostrado que lo que estaba haciendo era importante para él.
El noble arte del llanto masculino
Obviamente, no es el único hombre que no ha podido reprimir el llanto en público. 
 Durante los Juegos Olímpicos vimos lágrimas de alegría, pero también de tristeza, como las del tenista Novak Djokovic tras ser eliminado.
E históricamente no siempre ha estado tan mal visto que un hombre llorara: en la revista Aeon se preguntaban el año pasado qué ha ocurrido con el noble arte del llanto masculino, recogiendo ejemplos de hombres tanto históricos como ficticios que derramaban lágrimas sin sentir vergüenza, sobre todo durante la Antigüedad y en la Edad Media.
Entre ellos se incluye a Aquiles tras la muerte de Patroclo, a 20.000 caballeros después de que Roland muriera, a los samuráis de El cantar de Heike, a Lancelot al verse separado de Ginebra, a San Jerónimo, a San Ignacio de Loyola y al propio Jesucristo, es decir, el hijo de Dios, ahí es nada.
La autora del artículo, Marina Benjamin, explica que no está claro el porqué de este cambio cultural que nos ha llevado a rechazar las lágrimas masculinas, sobre todo en público, pero podría haber influido la mayor urbanización y la menor conexión con la gente que nos rodea y con la que trabajamos.
Es decir, estamos cada vez más aislados y el llanto ajeno, en lugar de despertar nuestra empatía, nos resulta incómodo.
 De ahí, quizás, las burlas y también que las lágrimas (no solo las de los hombres) hayan dejado de ser una expresión de sensibilidad para pasar a verse como una muestra de debilidad.
La catarsis
Cuando somos bebés todos lloramos por igual, tanto niños como niñas. 
Este llanto es una señal social que en un primer momento indica indefensión y desamparo, como explica el psicólogo Ad Vingerhoets. 
 Los humanos somos los únicos que seguimos llorando de adultos para expresar una emoción, rasgo que los hombres solemos reprimir: según un estudio (de 1982, eso sí), las mujeres lloran de media 5,3 veces al mes y los hombres, solo 1,3 veces.
Cuando somos adultos, el llanto sigue expresando de algún modo esta indefensión. 
La psicóloga Amaya Terrón cuenta a Verne que llorar “libera energía, es catártico.
 Nos ayuda a no sentir la presión de esa emoción que tenemos dentro”.
Incluso cuando lloramos de alegría, explica Vingerhoets en una entrevista publicada en la web de TED, es porque nos sentimos sobrepasados por las emociones y, de nuevo, indefensos. “No sabes cómo expresarte, así que lloras”.
Además de esta catarsis puramente psicológica, hay estudios (aún pocos, recuerda AsapScience) que apuntan que las lágrimas provocadas por la emoción contienen niveles superiores de hormonas asociadas al estrés, por lo que llorar podría ayudar a expulsar estas sustancias del cuerpo.
Empatía y compasión
Pero las lágrimas son, sobre todo, una señal social que ayuda a despertar “la empatía ajena”.
 Si no lloramos, explica Terrón, es más difícil que los demás sepan que lo estamos pasando mal.
De hecho y como recogía el Telegraph, cualquiera de nosotros puede verse afectado por una dolencia psicológica, “pero los hombres tienen menos tendencia a buscar ayuda que las mujeres”, precisamente porque cualquier muestra de (aparente) debilidad se critica y ridiculiza.
En este sentido, el llanto es una señal social que comunica nuestra indefensión y que promueve la compasión y la empatía.
 Es una forma de pedir ayuda que, según el neurocientífico Michael Trimble, autor de Why Humans Like To Cry, surgió antes incluso que el lenguaje.
“No deberíamos tener miedo de nuestras emociones -explica Trimble en una entrevista publicada en Scientific American-, especialmente las relacionadas con la compasión, ya que nuestra capacidad de sentir empatía y en consecuencia de llorar es la base de una cultura y una moral que son exclusivamente humanas”.
De hecho y como apunta el doctor Nick Knight en un artículo publicado en el Independent, las lágrimas muestran “no solo conexiones profundas con nuestro mundo -pasado, presente y futuro-, sino que también permiten celebrar este hecho de forma visible.
 Además, está demostrado científicamente que nos hacen sentir mejor”.
En definitiva, dejad que Sánchez llore, aunque no os sea simpático. Algún día vosotros necesitaréis llorar y tendréis que escoger entre reprimir las lágrimas o enfrentaros a las carcajadas ajenas.