Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

29 nov 2015

La segunda vida de Lucia Berlin...................................................... Andrea Aguilar

Creció entre Texas y Chile, estudió con Ramón J Sender, y una década después de su muerte se ha convertido en la nueva sensación literaria.

La escritora estadounidense Lucia Berlin / Jeff Berlin

Su vida transcurrió entre Alaska, Texas, Santiago de Chile, Nuevo México, California, Nueva York, DF y Colorado.
 Se apellidaba Berlin. De nombre, Lucia. Hablaba bien español. Publicó 77 cuentos, recogidos en media docena de libros.
De los últimos se vendieron menos de mil ejemplares.
Lydia Davis, la cuentista estadounidense, escribe que siempre ha tenido fe en que los mejores escritores, más tarde o más temprano, subirán a lo más alto, como la espuma, y serán exactamente tan reconocidos como debieran.
 A ella —tildada durante años de "escritora de escritores"— le ha pasado y, ahora, parece que al fin llegó la hora de Lucia Berlin, aunque haya transcurrido más de una década desde su muerte en 2004 a los 68 años.
La belleza de la escritora, la oscuridad que ha rodeado su obra y su atribulada biografía contribuyen a alimentar su leyenda
Unas semanas después de haber entrado en la mesa de novedades de las librerías estadounidenses, a mediados del pasado agosto, la colección de cuentos Manual for Cleaning Women se colocó en la lista de libros más vendidos.
El volumen ha sido saludado con entusiasmo (y cierto remordimiento) por la crítica y cabe aventurar que será uno de los elegidos como los mejores del año.
 Los derechos ya han sido vendidos a media docena de países, y el libro saldrá en marzo en España (publicado por Alfaguara)
. Se especula sobre la edición de un volumen con su correspondencia.
Así que medio siglo después de que su autora empezara a publicar sus cuentos, allá por los sesenta en la revista The Noble Savage del escritor Saul Bellow, Berlin se descubre como la gran cuentista norteamericana, una suerte de Raymond Carver femenina, cuyo afilado e inesperado humor logra desdramatizar y hacer digerible la más cruda de las situaciones.
 En sus relatos hay enfermeras, profesoras, señoras de las limpieza que ofrecen interesantes consejos ("coge todo lo que tu señora te dé y di gracias.
 Lo puedes dejar en el autobús, entre los asientos"), también hay muchas botellas de bourbon, borracheras, adicciones, viajes a México, una abuela que pide que sus nietos se alejen como si fueran perros de presa.
 Las historias suceden en centros de desintoxicación, hospitales, casas familiares.
 La voz de Berlin, socarrona y tierna, se escucha de fondo: "No me importa contar a la gente cosas horribles si puedo convertirlo en algo gracioso", dice la narradora de uno de sus relatos.
 En otra de sus historias, mientras una hermana, al comprender la dura vida que llevó su despiadada madre, solloza pobrecita, la otra concluye: "Yo... no tengo piedad".
Lydia Davis y un grupo de devotos lectores como el poeta August Kleinzahler o el escritor Stephen Emerson han sido los grandes valedores de la cuentista rescatada por la editorial Farrar, Straus & Giroux.
 El apoyo de este sello ha ayudado a su recién estrenada popularidad, pero no resulta una explicación suficiente para entender el actual tirón de Berlin.
Manual for Cleaning Women ha sido saludado con entusiasmo (y cierto remordimiento) por la crítica 
Claro que la belleza de la escritora, la oscuridad que ha rodeado su obra y su atribulada biografía (tres maridos, cuatro hijos, repetidos episodios de alcoholismo) contribuyen a alimentar su magnetismo y leyenda.
 Pero por encima de esto se impone su prosa, con un toque mestizo —con palabras intercaladas en español y el exótico punto de vista de una niña bien siempre dentro y fuera de lugar—, humorística sin caer en el desalmado sarcasmo, y con una calidez sureña que emana del disfrute mismo de narrar.
El éxito de Berlin quizá pueda enmarcarse dentro de la misma tendencia que ha impulsado el rescate y reconocimiento en el mundo anglosajón de la brasileña Clarice Lispector (también bella y exótica, original en su escritura y con una historia de quemaduras y reclusión).
Otro caso reciente de feliz rescate sería el de la pintora colombiana Emma Reyes, cuya colección de cartas Memoria por correspondencia —en las que relata su paupérrima infancia— se convirtieron en un fenómeno editorial en Colombia en 2012 (publicadas este año por Asteroide en España, saldrán en inglés en Penguin Classics).
 Todas fueron mujeres con historias que no acababan de encajar en su momento.
 Berlin habla en uno de sus relatos de "la suspensión del tiempo", de la "multiplicidad de la escala temporal por la gradación de la luz y la oscuridad, del frío y de lo caliente".
 Quizá esto serviría como una explicación poética de la moda que ahora la rodea.
¿Pero qué fibra particular toca hoy Lucia Berlin? "Aunque la gente habla, como si fuera algo nuevo, de la autoficción, la narración de la vida propia, sacada casi sin cambios de la realidad, seleccionada y contada juiciosamente y con arte, es algo que Lucia Berlin ha estado haciendo desde el principio", escribe en la introducción del volumen de cuentos Lydia Davis.
Y menuda biografía la de Berlin.
Crió a sus cuatro hijos sola, batalló contra el alcoholismo, padeció una dolorosa esclerosis desde niña, tuvo infinidad de empleos
Hija de un ingeniero de minas, nació en 1936 en Alaska y se trasladó con su familia por distintos yacimientos en Idaho, Kentucky y Montana, hasta que su padre marchó a la guerra en 1941 y ella, con su madre y hermana, fue a parar a casa de sus abuelos maternos en El Paso, Texas.
 Al final de la guerra la familia se instaló en Chile, donde Lucia creció como una niña bien.
 En la Universidad de Nuevo México, a mediados de los cincuenta, fue alumna del escritor Ramón J. Sender.
 A los 19 años se casó con un escultor. Cuando nació su segundo hijo, él ya se había marchado.
 A los 22 ya estaba casada de nuevo con un músico de jazz, Race Newton.
 Lucia le dejó por uno de sus amigos, el también músico Buddy Berlin, con quien marchó a México y que resultó estar enganchado —"en aquel momento yo no sabía qué significaba. Para mí heroína tenía una connotación agradable... Jane Eyre, Becky Sharp, Tess", escribe en uno de los relatos—. Buddy fue el padre de los otros dos niños de Berlin, y en 1968 se divorciaron.
Crió a sus cuatro hijos sola, batalló contra el alcoholismo, padeció una dolorosa esclerosis desde niña, tuvo infinidad de empleos temporales.
 A principios de los noventa vivió en México con su hermana enferma y en 1994 finalmente empezó a dar clases en la Universidad de Colorado.
 Un cáncer de pulmón forzó su retiro, vivió un tiempo en una caravana y falleció en Los Ángeles, instalada en el garage de la casa de uno de sus hijos.
Una vez Lucia escribió a un amigo sobre la cercanía que sentía por la obra de Carver:
 "Nuestros estilos vienen de nuestros orígenes (similares de alguna manera).
 No muestres tus sentimientos. No llores. No dejes que nadie te conozca... el control exquisito, bla, bla, bla".

 

Vendida la casa de Lauren Bacall por 21 millones........................................................ Sandro Pozzi

La leyenda de Hollywood compró este apartamento en el edificio Dakota por 50.000 dólares en 1961.

El edificio Dakota, en Nueva York. / getty

El edificio Dakota se convirtió con el paso de los años en una especie de lugar de peregrinaje para los fans de los Beatles que quieren ver donde murió asesinado John Lennon.
 Ahí vivía con su esposa Yoko Ono.
Y ahí tuvo también su residencia Lauren Bacall.
 La leyenda de Hollywood compró en 1961, junto a su segundo marido, un apartamento de tres habitaciones por una cantidad que no llegaba a los 50.000 dólares.
La propiedad la acaba de comprar por 20 millones de euros un conocido gestor de fondos californiano.
La pareja se divorció ocho años después de aquella adquisición.
 La residencia, situada en la cuarta planta y con una superficie de 370 metros cuadrados, salió al mercado al poco de fallecer la actriz en agosto del año pasado.
 El Dakota, que ocupa la esquina de la calle 72 con la avenida Central Park West, es uno de los edificios más exclusivos de Manhattan.
 El apartamento conserva gran parte de la decoración original de 1884, cuando fue construido, lo que da aún más valor aunque el precio final se aleja de los 26 millones que se pidieron.
En esa residencia es donde crecieron sus tres hijos e hizo de anfitriona durante medio siglo a invitados de altura como Ted Kennedy o Anjelica Houston.
 Pero para ser vecino del Dakota hay que tener mucho más que una gran belleza y una voz particular. El edificio acogió entre otras celebridades a Lillian Gish, Leonard Bernstein, Judy Garland, Rudolf Nureyev y Joe Namalth, al tiempo que dio el portazo a Madonna y otras estrellas que ansiaban por vivir ahí.
El nuevo inquilino es Ronald Beck, gestor del fondo Oaktree Capital.
La que fuera exmujer de Humphrey Bogart, con el que tuvo dos hijos, fue galardonada con dos Tony Awards a la mejor actriz y recibió en 2009 un Oscar honorífico en reconocimiento a sus seis décadas de carrera artísticas.
 Pero de la vida de Bacall queda poco en ese apartamento.
 La mayoría de sus artículos personales fueron subastados mientras la residencia estaba en venta.
 La herencia estipulaba que su patrimonio se repartiría entre los hijos, el último con Jason Robards.

 

Laberintos y trampas y arcanos........................................................................Javier Marías

Antiguamente, si uno iba a un hotel bueno, esperaba estar mejor que en su casa y gozar de ventajas y comodidades de las que normalmente carecemos.

 

La vida de hotel ya no es lo que era, con alguna excepción rara. Hablé de ello hace unos años, coincidiendo con una racha de viajes que había tenido. Antiguamente, si uno iba a un hotel bueno, esperaba estar mejor que en su casa y gozar de ventajas y comodidades de las que normalmente carecemos.
 Pero ya casi nunca es así
. Para los fumadores se han convertido en lugares peligrosos y restrictivos. La mayoría, en muchos países, han decidido ser espacios “libres de humo”, y ni siquiera ofrecen unos pocos cuartos –los peores– para que una considerable parte de la población mundial consuma su tabaco sin trabas. (Nadie impide que se pinche uno heroína o que viole a un niño, pero sí que se eche un pitillo.)

 En una reciente estancia en Colonia, se me dijo que en el hotel asignado podría fumar “en el balcón”. Menos mal que, como suelo, contesté que ni hablar y pedí que me trasladaran a otro, porque cuando llegué a la ciudad hacía un frío invernal y diluviaba, y en el balcón permisivo habría pillado una pulmonía.
 En el segundo establecimiento pude fumar, pero me encontré –como también empieza a ser costumbre– con que no había bañera, sino tan sólo una extraña ducha, compuesta de una baldosa a ras de suelo y limitada por unas rendijas por las que supuse que se iría el agua según fuera cayendo
. Es decir, ni siquiera cabía la posibilidad de “llenar” un poco aquello y darme un simulacro de baño, lo único que me hace revivir por las mañanas
. Busqué en todo caso los grifos, pero no había, ni ninguna palanca que pudiera hacer sus funciones. Largo rato, como un imbécil, miré aquella “alcachofa” colgada que no había manera de poner en marcha
. Hasta que por fin, muy oculto y enigmático, vi un panel metálico con unas chapas también metálicas y unos dibujitos incomprensibles.
 Tal vez el uso generalizado de “emoticonos” ha convencido a los hoteleros de que nadie necesita letras ni iniciales: antes, en los honrados grifos, solía haber una C para caliente y una F para frío, o lo que tocara en cada lengua; claro que cada vez es más infrecuente la existencia de dos grifos.
Bien, apreté un botón y salió agua hirviente.
Apreté otro y salió helada.
 Apreté un tercero y no era templada. Había dos o tres más, pero preferí no averiguar, porque tal vez la baldosa se habría hundido bajo mis pies, quién sabe, como si fuera una trampilla
. Ducha escocesa, a eso me obligó la brutal alternancia, aunque estuviera en Alemania.
Uno se pregunta por qué roba gente a la que los billetes le salen por las orejas. Algunos muy ricos lo son por eso
Fechas antes, en Berlín, también el baño me jugó malas pasadas.
 Había un pitorro (llamémoslo así) que parecía poder regular la modalidad de ducha o de baño, pero no funcionaba, y estaba fijo en la primera.
 Llamé a intendencia por si era torpeza mía (nunca descartable), pero cuando vino el técnico comprobó con perplejidad que tampoco él sabía activar aquel pitorro.
 Acumular un poco de agua con la “alcachofa”, descolgada para no empapar, no es tarea fácil, pero no me quedó sino recurrir a ello.
 Una semana después estaba en Turín, y en Italia no han sucumbido enteramente a las “modernidades” incómodas o arcanas, todo parecía comprensible y en su sitio.
 Pero allí, como en España, hay otra plaga: cuando aún aturdido me dispuse a llenar la bañera, descubrí que no había tapón. Busqué por doquier, no fuera a salir como un resorte al apretar un azulejo, algo “contemporáneo” o “egipcio”, pero nada.
 Llamé pues a intendencia y el mecánico apareció con un cajón lleno de tapones de diferentes tamaños, en la esperanza de que alguno encajara
. Pero el desaparecido era metálico y con pitorro (ya ven qué palabra más socorrida), y los que él traía eran de goma.
Unos demasiado grandes y otros pequeños, y sólo uno valía a medias. “Va a perder agua”, dictaminó, “pero mejor perder algo que perderla toda.
 Luego, con más tiempo, buscaré uno adecuado”. Y al mostrar yo mi extrañeza por la desaparición de esa pieza, el hombre añadió: “La gente lo roba todo”. “¿Un tapón metálico con pitorro?”, dije yo. “Es casi imposible que encaje en ninguna casa”
. “Da lo mismo”, respondió. “No es tanto la utilidad como el gusto de hurtar algo.
Hasta roban el papel higiénico, y las perchas, no digamos los calzadores y las bolsas de lona para la ropa sucia; albornoces y toallas no queda ni uno”.
 La verdad es que era un hotel agradabilísimo y nada barato, y eso me hizo acordarme de lo que me contaba una amiga que trabajó varios años en el Ritz de Madrid, donde los huéspedes se gastaban fortunas pero luego arramblaban hasta con las bombillas y las alfombras.
 Uno se pregunta por qué roba gente a la que los billetes le salen por las orejas, y sólo llega a la vieja conclusión archisabida de que algunos muy ricos lo son por eso: porque rapiñan todo lo que pueden a la vez que hacen sus gastos.
Y el que venga detrás, que arree. (¿Por qué Rato necesitaba más dinero del que ya tenía, según parece? ¿Por qué meterse en problemas? Y quien dice Rato dice Pujol u otros mil nombres.)
 En suma, cuando hoy va uno a un hotel, no importa lo bueno que sea, ya no sabe qué carencias y expolios y jeroglíficos lo esperan, a diferencia de lo que sucedía en el pasado.
 Entre los diseñadores “originales” y los ladrones masivos o globales, los han convertido en laberintos y trampas abominables.
 Conviene llevar de todo en la maleta, hasta un surtido de tapones variados.
elpaissemanal@elpais.es

Monos aulladores de pequeños testículos..................................... Rosa Montero

¿Hasta qué punto somos un producto de nuestra herencia y hasta qué punto del acondicionamiento cultural?.

Hoy decidí hablar de algo intemporal y más ligero, algo que no estuviera relacionado con los muchos agobios que nos están lloviendo encima en los últimos meses
. De modo que me puse a revisar el huertecito de recortes que todos los articulistas cultivamos para casos así, y encontré una noticia de hace unos meses: en su momento me provocó la sonrisa y hoy ha vuelto a hacerlo
. Así que he agarrado el asunto por las hojas y he arrancado esta zanahoria de mi huerto mental.
Salió en El Mundo y se titula así: ‘Mucho ruido y pocas nueces: cuanto más ruge el mono, menos esperma produce’.
 Y viene una foto del mono aullador (pues a esa especie se refiere la nota) aullando de perfil, peludo, orgulloso, muy entregado a la causa, serio y cejijunto
. A decir verdad, ese mono aullador me recuerda a alguien… A más de un político altivo y gritón. Para remachar, el pie de foto dice: “Cuanto más aúllan los monos aulladores, más pequeños son sus testículos”
. En fin, no quiero señalar porque está muy feo, y además ya he dicho que deseaba alejarme del remolino mareante de la actualidad.
 Así que hoy vamos a dejar a los políticos en paz, aullando tan tranquilos en sus escaños (aunque no lo olviden: cuanto más chillones, más chiquitos).
Ya sé que no resulta serio hacer una extrapolación directa de las características de nuestros primos hermanos los primates a las de los humanos, pero ¡nos parecemos tanto!
 Y suena tan sensato ese descubrimiento.
 Digamos que el saber popular también intuye que el viejo ricachón cuyo aullido consiste en conducir un cochazo deportivo rojo, por ejemplo, luego será probablemente una acelga en la cama.
El peso del entorno es aplastante y masivo. La cultura te impone sus estereotipos desde el primer día
Pero lo que me interesa hoy de esta historia es asomarme una vez más al misterio de la atracción y del género sexual; qué es lo que nos hace ser hombres y ser mujeres
. Claro, nuestros cuerpos son distintos, eso es una obviedad; pero eso, y la sopa química de hormonas en la que chapoteamos, ¿condiciona de verdad nuestros comportamientos? ¿Hasta qué punto somos un producto de nuestra herencia y hasta qué punto del acondicionamiento cultural?
 Por ejemplo: ¿de verdad las hembras son siempre atraídas por los más machos, por los más testosterónicos y adecuados para la procreación?
 Pues se diría que no.
En el caso de los monos aulladores, esos tenores de la selva engañan a las hembras con sus gritos y se hacen con un pequeño harén, aunque su semen es de lo más regulín.
 También hay algún experimento equiparable con humanos; por ejemplo, en la Universidad de Western Australia descubrieron que la voz grave en los hombres atrae a las mujeres como un indicativo de masculinidad, pero que, curiosamente, los hombres con voz grave tienen una menor producción de esperma.
Cáspita, exclamarán al leer esto todos los caballeros de bella voz de bronce, esa voz que tanto les ha servido para ligar
. En fin, que no se preocupen demasiado: en realidad no sólo no tenemos ni idea de en qué consiste algo tan importante como la identidad sexual y el atractivo, sino que además nos movemos a ciegas entre un revuelo de investigaciones y estudios científicos, muchas veces contradictorios y cuya fiabilidad tampoco podemos contrastar.
Hace años, comiendo al aire libre en un puerto escandivano, vi a una pareja de niños muy pequeños, de un año o poco más, que acababan de echar a andar.
 La nena se acercó con sus pasitos tambaleantes a una gaviota; llevaba entre los dedos una patata frita con la clara intención de darle de comer.
El niño, por su parte, había cogido un pequeño palo y se dirigió al pájaro con pies vacilantes pero dispuesto a atizarle un buen garrotazo.
Esa pequeña escena primordial me dejó impresionada: ella, asumiendo su papel de cuidadora y alimentadora; él, personificando al cazador.
¿Acaso es verdad que no podemos escapar de nuestra escritura genética?
Yo creo que no.
 En los años setenta, la psicóloga Phyllis Katz hizo un experimento bastante famoso, el de Baby X. Puso en una habitación una muñeca, un pequeño balón de fútbol y un juguete asexuado
. Luego metió a un bebé de tres meses vestido con un mono amarillo e hizo entrar en la habitacion a una serie de adultos de uno en uno.
 A la mitad les dijo que el bebé era una niña; la inmensa mayoría le dieron la muñeca para jugar; a la otra mitad, que era un niño; y de nuevo casi todos le ofrecieron la pelota de fútbol
. El peso del entorno es aplastante, insidioso, masivo. La cultura te está imponiendo sus estereotipos desde el primer día.
 Yo creo que somos un poco de todo; tenemos tendencias genéticas y moldes culturales; y unas y otros pueden ser cambiados, como lo demuestran cada día nuestras propias vidas
. Monos cansados de aullar: sabed que, si queréis, podéis callaros.
Hembras engañadas por sus gritos: si os aburre el harén, salid de ahí y aullad un poco.
@BrunaHusky
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