Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

2 feb 2015

La cuchillada de Joan Miró................................................................. Manuel Vicent

Con este episodio en torno a uno de los maestros de la pintura moderna, el escritor y periodista Manuel Vicent inicia una personal serie de retratos y perfiles sobre grandes personajes de la cultura mundial de ayer y de hoy.

El falso 'Personnage Oiseau', de Miró.

En la bohemia literaria y artística de los años cincuenta del siglo pasado, tres golfos de renombre, el periodista César González-Ruano, el novelista Camilo José Cela y el pintor Manuel Viola, vivían en la misma finca de la calle Ríos Rosas 54, de Madrid.
Viola pertenecía al grupo El Paso y solía aparecer simpático y agitanado por la barra del café Gijón con su novia Sandra, que se hacía pasar por hija de Negrín.
 Allí, con un vino en la mano y la voz desgañitada, este pintor proclamaba que en realidad él vivía solo de copiar al Greco.
 Le bastaba con agrandar las pinceladas y los colores de un pequeño fragmento de la manga de cualquier personaje de El entierro del Conde de Orgaz y la obra se convertía en el mejor ejemplo de impresionismo abstracto.
No se sabe de cuál de estos tres impostores partió la idea de falsificar obras de artistas famosos.
 De hecho, Viola tenía una excelente mano y la frivolidad suficiente para entrar en este juego insensato; por su parte, Cela y Ruano poseían la labia y el cinismo necesarios para colocar estos cuadros falsos a cualquier ricachón desprevenido
. No consta el número de falsificaciones de Viola que lograron meter en el mercado
. Se sabe que al final de esta peripecia Cela conservó un óleo falso de Joan Miró y después de los años, cuando el escritor se instaló en Mallorca, lo colgó en una de las paredes de su casa de la Bonanova.
Joan Miró, uno de los pintores más excelsos y quizá el más complicado del siglo XX, ha tenido que soportar que espectadores fatuos e incapaces de contemplar la pintura sin prejuicios le tomaran por un impostor.
 Sin duda, habrán sido innumerables las veces que ante un cuadro de Miró el correspondiente patán habrá exclamado:
 “Esto lo pinta mejor mi hijo”.
 Este juicio banal entre la risa y el escarnio se debe a que la simplicidad primaria de las formas de Miró, sus imágenes ingenuas y sus colores poéticos se confunden con la espontaneidad infantil si no se sabe distinguir entre las formas y su representación.
Los dones de la infancia son el color puro y la magia.
 Un círculo rojo, negro o amarillo, la luna, un pájaro, las estrellas, el sexo femenino, la difusión de las constelaciones con un equilibrio algebraico, las asociaciones surrealistas e ilógicas que se establecen entre la poesía y el ritmo casi musical de las formas, ese conjunto de signos que germinan espontáneamente al ser creados, es el lenguaje de Joan Miró reconocible en cualquier parte del mundo.

La aparente simplicidad de su lenguaje creador es muy difícil de falsificar, pero no de robar
La institución financiera de La Caixa, tan alejada del espíritu ingenuo e infantil, se ha servido de un logotipo de Miró para expresar una idea de felicidad a la hora de depositar confiadamente el dinero en sus arcas.
Su círculo rojo ha pasado a ser la representación del sol de España asimilado al turismo.
 Los diseñadores han usurpado la estética de Miró, sus formas y colores, para ponerla a través de toda clase de anuncios y carteles a disposición de bancos, empresas multinacionales, marcas deportivas, agencias de viajes, compañías de petróleo, gasolineras, hospitales y ferias.
 La pintura de Miró ha atravesado todas las tragedias del siglo XX como un globo de colores y aún sigue fluctuando sobre un cúmulo de negocios limpios o sucios, contaminantes o ecológicos.
Parte trasera del falso 'Personnage Oiseau', de Miró, en la que el pintor escribió después una dedicatoria a Camilo José Cela.
En medio de aquella tropa enloquecida de surrealistas que surgió en París en la época de entreguerras, cada uno pugnaba por lanzar la proclama más detonante.
 Asociado a ese movimiento, durante una manifestación contra Dios, la patria y el patrón, Joan Miró se limitó a gritar: “¡Abajo el Mediterráneo!”.
 Era todo lo que se le ocurrió para expresar la congénita rebeldía, pero su pintura se ha alimentado de esas noches estrelladas del sur cuando el sexo femenino aparece colgado como una lágrima de un cuerno de la luna, y sus esculturas han partido de los troncos de los algarrobos, de las rocas y los cantos azules rodados entre la fantasía y el humor.
Frente a ese mar de Mallorca, en la partida de Son Abrines, tuvo su estudio Miró en los últimos años de su vida.
 Valiéndose de la amistad y del prestigio social, un día Camilo José Cela prepotente le llevó al taller el cuadro pintado por Viola para ver si pillaba al anciano dubitativo o desmemoriado y lo certificaba. Una golfería más.
 Joan Miró reclinó el cuadro contra el respaldo de una silla y lo contempló de cerca durante un silencio largo, que a Cela le hizo concebir esperanza.
 Mientras el escritor ya se relamía como un gato ante un veredicto favorable, Miró, sin decir palabra, se acercó a un tablero lleno de cachivaches del oficio y anduvo rebuscando el instrumento que necesitaba para emitir el certificado.
Volvió hacia el cuadro, se sacó la espátula del bolsillo y rasgó el lienzo de arriba abajo de un solo y rabioso navajazo.
 El cinismo de Cela acudió de nuevo en su ayuda. “Joder, al menos la cuchillada es auténtica”, exclamó.
Muchos cocodrilos han entrado a saco en el mundo de Miró y se han apropiado de sus símbolos de la felicidad y de la alegría de vivir.
 Se trata de imaginar la cantidad de navajazos que habría que dar a todos esos falsos mirós que cubren con sus formas ingenuas y colores poéticos toda la miseria de la vida y la basura de la ciudad, como una ráfaga de aire incontaminado.

 

1 feb 2015

Cinco verdades sobre la “mala suerte” de sufrir cáncer.................................................. Nuño Domínguez

Un estudio desata la polémica achacando al azar buena parte del riesgo de tumores

La mortalidad del cáncer está aumentando por el envejecimiento de la población.


¿Sufrir cáncer es una cuestión de mala suerte?
 La respuesta corta es que sí.
 La larga es también sí, aunque puede ser mejor llamarlo azar y es importante entender que cualquier persona puede forzar su buena suerte.
El pasado 1 de enero se publicó el que será uno de los estudios más polémicos del año por mantener que dos tercios del riesgo de cáncer entre tejidos se explica por la “mala suerte”.
 Originó una fuerte polémica y se culpó a los medios de haber explicado mal los resultados del trabajo.
 Más aún, el estudio podía mandar al público un mensaje equivocado: ¿tiene sentido dejar de fumar o llevar una vida sana si al final todo depende de la suerte?
 Hasta la ONU salió al paso desmintiendo las conclusiones del trabajo y cuestionando sus métodos. Pero, ¿había algo de cierto, juega la suerte un papel en la aparición de un tumor?

Suerte o azar

En 2004, el año antes de su muerte, el fisiólogo británico Richard Doll escribió: “Que un sujeto expuesto [a agentes cancerígenos] desarrolle o no cáncer es en gran parte una cuestión de suerte”, tal y como recordaba David Spiegelhalter.
 De todos los expertos en el tema, Doll era uno de los menos sospechosos de menospreciar las causas medioambientales del cáncer, pues fue uno de los primeros que descubrió y alertó de que el tabaco provoca cáncer de pulmón. 
Con su descubrimiento probablemente salvó millones de vidas y sus estudios sentaron las bases de la epidemiología moderna.
Al igual que Doll, los autores del nuevo estudio tampoco son unos aventureros. Uno de los dos firmantes es Bert Vogelstein, un gigante de la investigación en cáncer y descubridor del papel de los genes supresores tumorales que, al mutar, contribuyen a desatar la dolencia.
 En su trabajo, la mala suerte va ligada al número de divisiones celulares que hay en los huesos, la piel y otros tejidos del cuerpo, un proceso esencial para la salud, pero que conlleva cierto riesgo de que se produzcan erratas en la copia del ADN.
 Cuantas más divisiones hay, mayor es la posibilidad de que se acumulen errores que provocan cáncer. Que suceda una mutación dañina es una cuestión de azar.
Nuestro estudio enfatiza que es probable que haya más tumores en el futuro achacables a que el envejecimiento aumenta el número de divisiones celulares”

Casos y riesgo

Los resultados del estudio se desprenden del análisis estadístico del número de divisiones celulares en 31 tejidos durante una vida media calculada en base a datos demográficos de EEUU
. En cualquier caso, esto no quiere decir que dos tercios de todos los casos de cáncer se deban a la mala suerte.

Representatividad

Dos semanas después de la publicación del estudio, el brazo especializado en cáncer de la ONU lo criticó duramente en un comunicado
 El trabajo “contradice muchas evidencias epidemiológicas” y tiene importantes limitaciones y sesgos, dijo el IARC, poco dado a salir al paso de estudios concretos.
Una de sus críticas era que se habían estudiado tipos de tumores muy poco comunes, como el osteosarcoma o el meduloblastoma, pero no los de mama o próstata, dos de los más frecuentes en todo el mundo. 
 Añadía que, aunque el riesgo asociado al azar es bien conocido, en los cánceres más comunes es el factor medioambiental el que juega un mayor papel . 
“Concluir que la mala suerte es la mayor causa de cáncer sería engañoso y podría frenar los esfuerzos que se están haciendo para identificar las causas de la enfermedad y prevenirla”, según Christopher Wild, director del IARC.
“Otra forma de verlo”, han dicho esta semana Josep Germà, Esteve Fernández y Xavier Bosch, del Instituto Catalán de Oncología, “es concluir que todavía existe un gran número de tumores en los que las causas aún no han sido completamente aclaradas”.
 “Quién hubiera dicho hace 20 años que todos los cánceres de cuello de útero y el 20% de los de orofaringe tenían un virus inductor? ¿Por qué alguno de los tumores asociados a la "mala suerte" según estos autores cambian de incidencia en poblaciones que emigran de continente?”, cuestionaban.

El coche del cáncer

Vogelstein y el bioestadístico Christian Tomasetti, coautor del estudio, ambos de la Universidad Johns Hopkins, intentaron aclarar los resultados de su estudio con una analogía. “Padecer cáncer puede compararse a sufrir un accidente de tráfico”, dijeron.
 El estado del coche sería comparable a los defectos genéticos hereditarios.
 El estado de la carretera serían los factores ambientales y la longitud del trayecto, el factor “mala suerte” debido a la división celular.
 Cuanto más largo sea el trayecto, más posibilidades hay de tener un accidente y, a lo largo de toda una vida de trayectos, el factor mala suerte juega un papel cada vez mayor, concretamente dos tercios de todo el riesgo.
 Como cualquier otra estadística, su valor es inútil para explicar un accidente concreto, en el que el peso de los tres factores serán diferentes.
 Las estimaciones de ambos autores tampoco se pueden generalizar a todos los accidentes conocidos, pues para hacerlo, habría que tener datos médicos, genéticos y de estilo de vida de todos los habitantes del planeta. 
Lo único que hacía el trabajo es estimar cuantitativamente un riesgo bien conocido y aceptado entre los científicos, aunque no siempre divulgado quizás por cierto paternalismo.
“Sabemos que la idea de que uno de los mayores causantes del cáncer es un factor incontrolable para cualquier persona puede ser inquietante”, reconocieron los autores. 
Pero también decían haber recibido el apoyo de muchas familias que les confesaban su alivio al haber entendido que no tuvieron la culpa de la muerte de un ser querido y que no había nada que pudieran haber hecho para evitarlo. “Nuestro estudio enfatiza que es probable que haya más tumores en el futuro simplemente achacables a que el envejecimiento aumenta el número de divisiones celulares”, añadían.

Datos

Los datos muestran que ambas partes tienen parte de razón.
 Por un lado, en torno a un 40% de todos los tumores son prevenibles. Hay casos extremos en los que uno puede fácilmente forzar su buena suerte, por ejemplo, dejando de fumar, ya que el 90% de los cánceres de pulmón se debe al tabaco
. Por otro, tal y como apuntaban los autores del polémico estudio, la mortalidad por cáncer en todo el mundo sigue en aumento y habrá crecido un 45% en 2030, debido en buena medida al envejecimiento de la población, según reconoce la propia ONU.
Volviendo a la metáfora, cada vez más gente va a hacer trayectos más largos, por lo que habrá más accidentes.
Ahora que la teoría de que el cáncer comienza cuando se acumulan unas cuantas mutaciones de riesgo es la generalmente aceptada, es “sorprendente” que menos del 20% de las personas que viven expuestas a un carcinógeno acaben desarrollando cáncer, reflexionaba Richard Doll en 2004
. La explicación, decía, estaba en esa “suerte”.
 Mala, si todas esas mutaciones o erratas en el ADN suceden en la misma célula, y buena, si no es así. Ya entonces intuía que este mensaje sería polémico:
 “Personalmente creo que esto tiene sentido, pero aparentemente, para mucha gente, no”.

 

Bob Dylan canta a Frank Sinatra... ¡Y funciona!................................................... Diego A. Manrique

El cantautor recupera en su nuevo disco 10 canciones poco conocidas del gran mito.

El cantautor estadounidense Bob Dylan.

Lleva más de 50 años de vida pública pero Bob Dylan sigue proporcionándonos sorpresas, sobresaltos tanto horribles como deliciosos.
 En la primera categoría, estarían algunas de sus incursiones en la publicidad y artefactos como su disco navideño (Christmas in the heart, 2009).
 En la segunda, coloquemos Shadows in the night,el álbum que llega a las tiendas la próxima semana: diez piezas, mayormente desconocidas, del cancionero de Frank Sinatra, recreadas con un sonido crepuscular, sin las grandes orquestaciones originales.
Por cierto, Dylan demuestra nuevamente que, por muy famoso que uno sea, resulta factible funcionar por debajo del radar de los medios: nadie se enteró del “proyecto Sinatra” hasta que colgó una canción en la Red.
 Recuerden que exhibió unas fantasiosas puertas de hierro forjado en una galería londinense, a finales de 2013.
 Era inevitable preguntarse ¿de dónde saca el tiempo alguien que también escribe y pinta, aparte de dar unos cien conciertos al año?
Aún más: ¿nadie sabía que se dedicaba a soldar y manipular desechos metálicos?
Al menos, semejante hobby tiene explicación biográfica: Dylan nació cerca de una zona rica en mineral de hierro, el yacimiento Mesabi.
 Pero lo de cantar standards nos parecía más problemático:
 Bob tendía a homenajear a autores profundamente rurales, como Jimmie Rodgers, Hank Williams o Woody Guthrie
. Incluso, alardeaba de haber hundido Tin Pan Alley, la factoría de canciones que dominó el mercado musical durante la primera mitad del siglo XX.
De su arrasada garganta, extrae una voz frágil y añorante.
 La voz de un hombre de 73 años que puede evocar las oportunidades (amorosas) perdidas, la resignación del vividor cansado
Tin Pan Alley era un tipo de música y también un lugar: la zona de la Calle 28 neoyorquina, entre Broadway y la Sexta Avenida, donde se instalaron las editoriales musicales y, en muchos casos, los compositores y letristas contratados por ellas
. El nombre —el Callejón de la Sartén— escondía una referencia humorística al ruido de docenas de pianos trabajando a pleno rendimiento.
Y sí, se puede afirmar que Dylan acabó con aquel imperio, con la pequeña ayuda de Lennon y McCartney
. Su ejemplo empujó a los músicos de rock a componer, a desarrollar canciones melódicamente más simples y desprovistas del sentimentalismo de Tin Pan Alley.
 Comenzaba la era del artista autosuficiente. Cierto que había ejemplos previos, de Chuck Berry a Buddy Holly, pero ahora se pedía correspondencia entre lo que se cantaba y lo que se pensaba o vivía: la famosa “autenticidad”.
De los artistas que basaron su carrera en la cadena de producción de Tin Pan Alley, quedan en activo Tony Bennett y pocos más
. Cabe imaginar su asombro ante la selección de Dylan en Shadows in the night: ninguno de los temas forma parte de los grandes éxitos de Frankie; nada de Cole Porter o George Gershwin
. Lo más identificable con Sinatra es I’m a fool to want you, que lleva su firma como coautor y que fue considerada una petición de reconciliación con Ava Gardner.
 Sí es cierto que Frank estrenó Stay with me en 1963, pero contiene un desacostumbrado mensaje religioso, derivado de aparecer en El cardenal, la película de Otto Preminger.

La caída de Tin Pan Alley

En realidad, la decadencia de Tin Pan Alley es anterior a la llegada de Dylan.
 Comenzó en los cincuenta, cuando las radios estadounidenses empezaron a dar cabida al rhythm and blues, hasta entonces confinado a los guetos afroamericanos
. No respondía a un plan para acabar con la segregación: generalmente, los locutores aceptaban los sobornos (la llamada payola) de discográficas especializadas en el mercado negro
. Con el crecimiento del poder adquisitivo de los jóvenes, estos optaron por una música propia —aunque bautizada como rock and roll, no muy diferente de lo que antes se denominaba “música racial”— y rechazaron las sofisticadas canciones que enamoraban a sus padres.
Pero la irrupción de Bob Dylan subió el listón
. Lo contó Gerry Goffin, uno de los grandes artesanos del Brill Building, la versión juvenil de Tin Pan Alley.
 En 1965, acudió a un concierto de Dylan y se quedó aplanado: “Yo me esforzaba en hacer buenas canciones pero fue ver a Dylan y pensar que mi mujer y yo ni siquiera jugábamos en la misma liga”. Su mujer, Carole King, sí supo adaptarse a la nueva sensibilidad, pero casi todos aquellos compositores quedaron relegados a la categoría de mercenarios de la industria, nombres sin cara ni credibilidad.
Que conste que lanzar un disco de standards es hoy una jugada plenamente aceptada en la industria pop. Fueron pioneros Harry Nilsson, Ringo Starr o Carly Simon.
 Más recientemente, lo han explotado con éxito figuras como Rod Stewart, Robbie Williams y Linda Ronstadt, que hasta sacó del retiro a Nelson Riddle, legendario arreglador de Sinatra.
Típicamente, Dylan ha buscado en los rincones obscuros de lo que ahora llaman el Gran Cancionero Estadounidense.
Con una excepción: la mil veces grabada Autumm leaves, la adaptación al inglés de Les feuilles mortes, una canción francesa que Yves Montand descubrió en 1945.
Pero lo que seguramente habrá chocado a Tony Bennett son las vestimentas instrumentales, más cercanas al country que al jazz.
Aunque Dylan haya acudido al estudio de la torre de Capitol, en Los Ángeles, donde grabó Sinatra, no ha querido aprovechar las posibilidades acústicas del lugar, con técnicos expertos en grabar big bands.
  Dylan no ha buscado una gran producción: tocan esencialmente sus músicos de directo (y el baterista, George C. Receli, no llega a usar su instrumento completo).
Tres de las diez canciones llevan leves pinceladas de metales, pero nada de la trompetería frecuente en este repertorio: dos trombones y una trompeta o trompa
. Esencialmente, la música trenza finos pespuntes de guitarra con lamentos de la pedal steel guitar; apenas hay pulso rítmico, con el contrabajo a veces tocado con arco.
Y sin embargo, ese toque minimalista, esa ambientación espectral, le encaja perfectamente a Dylan, que aquí simplemente canta (no maneja guitarras ni teclados).
 De su arrasada garganta, extrae una voz frágil y añorante.
 La voz de un hombre de 73 años que puede evocar las oportunidades (amorosas) perdidas, la resignación del vividor cansado.
 De forma mágica, uno podría ignorar los créditos y creer que sí, que son composiciones de Dylan, nocturnos ejercicios de estilo de un creador enciclopédico.

 

Una lealtad emocionante............................................................................. Juan Cruz

Encarnaba, en tiempos muy difíciles, la figura de editor como pocos en el mundo de la lengua.

 

En la imagen Lara (i), con los escritores y miembros del jurado del premio Planeta, Rosa Regás, Juan Marsé y Pere Gimferrer (d). / © Tejederas (EL PAÍS)

Era un editor, punto.
 Un editor es alguien que se distingue por saber a qué hora puede despertar a un autor, y a qué hora, además, ha de apagar un incendio
. El incendio, en el mundo editorial, que es un mundo de caballeros, y en su caso de muy caballeros, siempre se atenúa con la buena educación de la diplomacia.
 Y él encarnaba, en tiempos muy difíciles, esa figura como pocos en el mundo de la lengua española.
Había heredado de su padre (y de su hermano Fernando, muerto tan tempranamente) la obligación de prolongar un imperio que entonces era casi exclusivamente hecho de libros; se pensó que él era quien pasaba por allí, pero se arremangó, se rodeó de un equipo que eran sus ojos (y a veces su corazón) y se preparó para una lid extraordinaria: hacer que Planeta se pareciera a su nombre (un planeta de negocios, audiovisuales, editoriales) que hubiera dejado estupefacto a su propio padre, tan ambicioso que quería con él a todos los autores…, con tal de que no los tuvieran otros.

Combinó, en el ejercicio de este oficio de locos que es el oficio de editar, la mano izquierda con la mano en el corazón. En sus memorias, Beatriz de Moura (la fundadora de Tusquets) cuenta cómo José Manuel (“el amigo invisible”) ayudó a Toni López Lamadrid y a ella misma a sacar a flote, en secreto, una editorial que sin su ayuda, la ayuda de Lara, se la hubieran comido peces extraños.
Nunca se supo de esa alianza secreta, y amistosa, de corazón, de Toni y de José Manuel, ni éste pidió por ella nada, hasta que Beatriz consideró marcado el momento de sellar el acuerdo que ahora hace depender a Tusquets del orbe de Planeta.
 Como cuenta ella esa lealtad emocionante es metáfora de otras lealtades y de otras emociones.
 Era capaz de viajar, en secreto, para abrazar a quienes él creía agraviados por alguna mala gestión, o por alguna mala digestión.
Con esa sabiduría que tuvo su mano izquierda, prolongó (en los célebres conciliábulos previos al premio Planeta) el sentido del humor de don José Manuel Lara Hernández, para burlar la solemnidad y hacer que los periodistas mordiéramos su anzuelo divertido dándonos informaciones que nos desviaran de la almendra de lo que queríamos saber.
Escuchar hablar de él, a sus compañeros, a sus competidores, era escuchar hablar de un caballero, cuya enfermedad fatal no disminuyó nunca su capacidad de abrazar y de despedirse como Dios manda.
 Ayer algunos de sus amigos y de sus amigas me lo dijeron: “Me llamó para despedirse y no dijo nada de que se estuviera despidiendo”; era una manera de ser, que no era resignada sino profundamente amistosa, y él cultivaba, entre las virtudes de la amistad, la enorme sabiduría de la discreción sobre el dolor propio.
 Era otra manera de ser leal.