Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

29 dic 2014

El rescate de un diseñador palaciego........................................................... Anatxu Zabalbeascoa

Louis Vuitton recupera visionarias creaciones del interiorista francés Pierre Paulin.

El diseñador francés Pierre Paulin. / Micheline Pelletier

Parece un proyecto de futuro, pero es un rescate del pasado.
 Su autor, el diseñador francés Pierre Paulin (1927-2009), vivió una vida paradójica: la de los diseñadores de ayer que esperan otra vida en el mañana.
 Autor de cotizadas sillas en la historia del diseño del siglo XX –Christie’s vendió este año dos de sus butacas Ribbon, que habían pertenecido al arquitecto David Collins, por cerca de 38.000 euros— y diseñador oficial de estancias del Palacio del Elíseo para presidentes como Georges Pompidou en 1971 y François Mitterrand en 1983, Paulin fue un visionario del interior doméstico.
Aunque buena parte de sus asientos —las butacas Mushroom, Tongue u Orange Slice— remiten al desenfado de los iconos pop, algunas de sus propuestas para amueblar viviendas nómadas destinadas a rehacer la vida cotidiana no lograron ver la luz.
Entre esos diseños visionarios, la serie Playing with Shapes –que Paulin ideó para la empresa norteamericana Herman Miller— nunca se produjo
. Como sus muebles, los módulos acolchados, mullidos y tapizados proponían construir y destruir la casa según las necesidades de los usuarios, es decir, adelantaban una vida itinerante y cambiante en el interior de una misma vivienda.
 La propuesta era tan rompedora que, tal vez por ello, la empresa norteamericana Herman Miller –que sí se había lanzado a producir los rompedores diseños de George Nelson y de Charles y Ray Eames— se asustó. Corría el año 1972. Paulin acababa de firmar los apartamentos para Georges Pompidou en el Elíseo.
Y el proyecto para revolucionar el espacio doméstico quedó en propuesta
. Hasta este otoño.
Diseños de Pierre Paulin.
En la pasada edición de la feria Design Miami, la empresa Louis Vuitton recuperó este diseño como parte de su labor de rescate de obras maestras del diseño francés que no llegaron a nacer.
 Si el año pasado Vuitton hizo construir la legendaria Casa en la Playa que Charlotte Perriand proyectó pero no logró levantar, este año el rescatado ha sido el sistema Playing with Shapes de Paulin.
 El diseño de módulos para la creación de espacios interiores languidecía en los archivos del Centro Pompidou de París.
 Vuitton ha querido reconocer su innovación, la capacidad visionaria de Paulin a la hora de utilizar formas, materiales y propuestas domésticas
. ¿La razón? Se trata de un atributo que ellos mismos, como empresa, buscan defender con sus productos, explican.
 Rescatar las ideas visionarias que tal vez llegaron demasiado pronto puede tener un uso de oportunidad comercial o de legado teórico.
 Aunque pueda llegar a suponer una nueva vida para el producto (que comercializaría la empresa Paulin, Paulin, Paulin –gestionada por Maia, la mujer del diseñador, y su hijo Benjamin—), recuperar las grandes invenciones que se quedaron en idea supone una apuesta doble por la memoria y por la imaginación, las características que tienden un puente entre las grandes ideas del pasado y los mejores proyectos del futuro.

 

Juez estrella a su pesar........................................................................... Manuel Altozano

El instructor del caso Gürtel, es un magistrado tímido, discreto y minucioso

Su trayectoria está marcada por un fuerte compromiso social.

 

El juez Pablo Ruz. / Sciammarella

Se ha dicho de él que es muy de izquierdas; y muy de derechas
. Que es muy osado; y un timorato.
Que es el azote del Partido Popular; y que ayuda al Gobierno de Mariano Rajoy. Que es muy independiente; y muy obediente.
 Que es indeciso; y demasiado decidido
. En lo único en lo que todo el mundo parece estar de acuerdo es en que Pablo Ruz (Madrid, 1975) es minucioso y trabajador.
 A partir de ahí, según el caso que haya investigado en cada momento —Faisán, Gürtel, Bárcenas, Pujol, Neymar...— cada uno se ha hecho una imagen distinta del juez que sustituyó a Baltasar Garzón al frente del juzgado central número 5 de la Audiencia Nacional.
 El mismo que dejará casi con total seguridad dentro de tres meses.
 Y en circunstancias polémicas. Como su antecesor.
Ha sido uno de los personajes públicos de los que más se ha hablado en este año que se acaba.
 Pero, pese a la trascendencia de sus casos, este magistrado de 39 años tímido hasta el rubor y de carácter reservado, no es el tipo de persona que busca protagonismo.
A diferencia de Garzón y de otros compañeros de ese tribunal, su personalidad no encaja en el prototipo de juez estrella.
 Lo es por las noticias que genera, pero a su pesar. Ruz se considera a sí mismo un funcionario que trata simplemente de sacar adelante su trabajo.
 Con discreción. Aún extrema las cautelas al hablar con los periodistas, con los que ahora, también a su pesar, ha de tener trato casi diario.
Fue uno de los fundadores del grupo ‘Otro derecho penal es posible’
Llegar a la Audiencia Nacional no es fácil de digerir.
 El tribunal, que aparece día sí día también en los medios, es una oportunidad, pero expone a los jueces a las críticas como ningún otro.
 Tras un breve paso en 2008 para sustituir a Juan del Olmo (instructor del 11-M) Ruz aterrizó allí en junio de 2010, tan solo nueve años después de acceder a la carrera judicial.
 Venía de un juzgado de pueblo, Collado-Villalba (Madrid).
 No podía imaginar entonces, cuando aún el terrorismo copaba la agenda de la Audiencia, que iba a tener en sus manos tantos y tan importantes casos de corrupción
. Tampoco que se quedaría cinco años.
Algún colega del tribunal dice de él que es una “anomalía” porque no es el titular de la plaza en un juzgado de extraordinaria importancia.
La mayoría, sin embargo, reconoce su dedicación.
No deja un papel sin leer y no toma decisiones sin haber reflexionado largo y tendido —para algunos, en exceso—.
De carácter reservado, no busca el protagonismo en los medios
Ruz, procedente de una familia de clase media, fue un buen estudiante. Estudió en un colegio religioso y cursó Derecho en la prestigiosa ICADE.
 En esa época compatibilizaba sus estudios con un fuerte compromiso social encauzado en comunidades cristianas de base.
 En ese entorno dedicó parte de sus ratos libres a la música, pero también a proyectos educativos con niños procedentes de colectivos desfavorecidos
. Ese compromiso lo ligó al profesor de Derecho Penal de la Universidad Pontificia de Comillas Julián Ríos, conocido por su empeño para lograr la reinserción de los presos y por su trabajo con inmigrantes.
Ríos y Ruz se conocieron cuando el juez estudiaba quinto de carrera.
“En esa época estaba trabajando en un proyecto sobre la inhumana situación de los presos encarcelados en módulos de aislamiento que se titulaba Mirando el abismo”, recuerda Ríos. “Y Pablo me ayudó”.
 Junto a él fundó la plataforma Otro Derecho Penal es Posible, crítica con lo que llaman “populismo punitivo”: el endurecimiento de las penas por puro electoralismo ante crímenes de gran alarma social.
Trata de quitar importancia a
su próxima marcha
de la Audiencia
De entre todas las salidas de una licenciatura en Derecho, Ruz eligió ser juez como una prolongación de sus inquietudes sociales
. En una reciente conferencia en Santander ante estudiantes de Derecho, citando a la juez estadounidense Shirley Hufstedler, definió lo que, a su juicio, debe esperarse de los jueces:
 “Que defiendan nuestra libertad, que reduzcan las tensiones raciales, que condenen la guerra y la contaminación, que nos protejan de los abusos de los poderes públicos, que compensen las diferencias entre los individuos, que resuciten la economía...”.
 En definitiva, que participen activamente en la transformación de la sociedad.
Ruz tardó solo dos años y medio en sacar la oposición.
 Lo hizo en 2001. Su preparador fue Jaime Moreno, el número dos de la Fiscalía durante el mandato del recién dimitido Eduardo Torres-Dulce
. Nada más abandonar la escuela judicial, en 2003, su primer destino fue Navalcarnero (Madrid).
 De allí saltó al juzgado de Instrucción 1 de Bilbao
. En esos años se incorporó como coordinador al proyecto de mediación penal puesto en marcha por Félix Pantoja, entonces vocal del Poder Judicial a propuesta de Izquierda Unida.
 El plan trataba de humanizar la justicia penal dando la oportunidad a las víctimas de entrar en contacto con los autores de los delitos para que negociaran el castigo más apropiado.
 Para reparar el daño causado y facilitar la reinserción del delincuente sin recurrir a la prisión.
“Es un juez de procedencia cristiana, pero claramente progresista; muy sensibilizado con los pobres, con los presos...”, asegura uno de los magistrados de la Sala de lo Penal que lo conoce más de cerca.
Mientras estudiaba colaboraba con comunidades cristianas de base
En abril de 2008, Ruz pisa por primera vez la primera división de la judicatura: la Audiencia Nacional.
 Lo consigue por casualidad. Su esposa y sus dos hijos (ahora son cuatro) residían en Madrid y él aprovechaba cada concurso para pedir cualquier plaza en esa ciudad y reunirse con su familia. Su llegada al juzgado de Del Olmo se debió solo a la renuncia del juez inicialmente propuesto. Tras una breve salida en la que fue a dar en un juzgado de Collado-Villalba (Madrid), Ruz volvió a la Audiencia en junio de 2010.
 Lo hizo para encargarse del juzgado con las causas más calientes, el central 5. Una de ellas, el caso Gürtel, había hecho caer a Garzón. Afrontó el reto de sustituirlo y heredó sus casos más delicados, como la trama de corrupción del PP y el chivatazo del Faisán.
Durante esas investigaciones, sus detractores lo han dibujado como un juez sin iniciativa. Alguien demasiado inseguro que no da un paso adelante sin el apoyo del fiscal, lo que provoca retrasos en la instrucción
. En su entorno no niegan que trate de hacer equipo frente a las decisiones más trascendentes, pero aseguran que es por prudencia, no por inseguridad.
 Sin embargo, varias de sus actuaciones más sonadas las ha adoptado solo. Frente a todos. Como el registro de la sede del PP ante su negativa de facilitarle la documentación sobre los papeles de Bárcenas.
  O la decisión de llamar a declarar como imputado a Ángel Acebes, exsecretario general del PP, y, como testigos, no solo a la actual número dos, María Dolores de Cospedal, como pedía el fiscal, sino también a sus antecesores Francisco Álvarez Cascos y Javier Arenas.
Durante los días de la pugna con su compañero Javier Gómez Bermúdez por hacerse con el caso Bárcenas, desde la izquierda que ahora pide su continuidad se le tildó de “juez preferido del PP”. “Un juez de prestado” sin plaza en propiedad cuya “precariedad laboral” dependía de un Poder Judicial escorado hacia ese partido, le haría vulnerable a las presiones del Gobierno, se dijo entonces. Ruz, que es muy consciente de su provisionalidad, asegura que siempre ha sentido garantizada su independencia por la Sala de Gobierno de la Audiencia Nacional y la comisión permanente del Poder Judicial. Pero ese apoyo se esfumó el 9 de diciembre, cuando esa misma comisión sacó su plaza a concurso, lo que provocará su salida en marzo a pesar de que podía permanecer en el puesto hasta junio.
Lo hizo solo dos semanas después de que provocara la dimisión de la ministra Ana Mato, al considerarla beneficiaria de los delitos presuntamente cometidos por su marido, el exalcalde de Pozuelo Jesús Sepúlveda, en el caso Gürtel.
Ruz, sin embargo, no abandona una prudencia a prueba de bombas y niega cualquier tipo de relación entre ambos hechos.
 Aunque sus próximos aseguran que estos últimos días los ha vivido con evidente ansiedad, el juez quita importancia a su marcha de la Audiencia Nacional y dice con elegancia que el día del adiós, tarde o temprano, tenía que llegar.

Hawking sobre dos piernas.................................................... Javier Sampedro

Jane Hawking, primera esposa del científico, aporta en unas memorias un retrato intenso y vívido de aquellos años de formación intelectual y emocional del físico.

El científico Stephen Hawking y la escritora Jane Hawking el día de su boda, en 1965.

Poca gente quedará sobre el planeta Tierra que no esté familiarizada con la imagen de Stephen Hawking, cosmólogo, físico teórico, escritor de éxito, polemista agudo y personaje de Los Simpsons, postrado por la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) en su silla de ruedas de alta tecnología y comunicándose con el mundo mediante un sintetizador de voz que va cambiando de software pero mantiene –por expreso deseo del usuario— su inconfundible y algo inquietante timbre robótico
. La figura resulta tan familiar, de hecho, que resulta fácil olvidar que el físico fue hasta los veintipocos años una persona sana que se movía sobre dos piernas, soñaba con un futuro brillante y se enamoraba como cualquier joven, o al menos como cualquier joven educado en Oxford
. Su primera mujer, Jane Hawking, nos aporta ahora un retrato intenso y vívido de aquellos años de formación intelectual y emocional.
 Y también de todo lo que vino después.
Hacia el infinito; mi vida con Stephen Hawking (Lumen, que llegará a librerías el 2 de enero) no es exactamente una biografía del físico, ni tampoco una autobiografía de su autora
. Consciente de que la celebridad de su ex marido no cesará en décadas ni en siglos por venir, la escritora y conferenciante Jane Hawking ha decidido contar ella misma su relación con él antes de que "dentro de cincuenta o cien años alguien se inventara nuestras vidas".
 Esta es la narración de la mujer que mejor conoció a Stephen Hawking durante su juventud, y la que decidió casarse con él pese a su trágica enfermedad
. También es por tanto la historia de un dilema moral: uno de los más graves a los que se puede enfrentar un ser humano a lo largo de su vida.
Hawking pertenecía a una de esas familias británicas que parecen sacadas de una película de Frank Capra, excéntricas, intelectuales y despreocupadas de su imagen entre los más o menos horrorizados vecinos.
 El padre, el médico Frank Hawking, no solo era el único apicultor de Saint Albans, una ciudad de 60.000 habitantes, 30 kilómetros al norte de Londres, sino también el único que tenía un par de esquís.
“En invierno”, narra Jane, “pasaba esquiando por delante de nuestra casa camino del campo de golf”. Los Hawking eran conocidos en Saint Albans por costumbres como la de sentarse a comer en la mesa leyendo un libro cada uno, y la abuela vivía en la habitación de la buhardilla, que tenía una entrada independiente desde la calle, y solo bajaba con ocasión de algún acontecimiento familiar o para dar un concierto de piano, instrumento del que era virtuosa.
Jane Hawking fue por primera vez a casa de los Hawking en 1962, invitada al 21 cumpleaños de Stephen, y tuvo ocasión de conocer allí a sus amigos de Oxford, que se consideraban a sí mismos “los aventureros intelectuales de su generación”, en palabras de la autora, “consagrados en cuerpo y alma al rechazo crítico de todo lugar común, a la burla de los comentarios manidos o tópicos, a la afirmación de su propia independencia de criterio y a la exploración de los confines de la mente”. Jane, una muchacha de firmes convicciones cristianas y opiniones convencionales, se sintió siempre algo abrumada por todo ese despliegue de cohetería, pero desde el principio vio en Stephen algo más que eso, una naturaleza empática e independiente de la que, casi sin darse cuenta, cayó enamorada en pocos meses.
Eddie Redmayne (Stephen Hawking) y Felicity Jones (Jane) en un imagen de 'La teoría del todo'. / ©Focus Features/Courtesy Everett Collection (©Focus Features/Courtesy Everett Collection / Cordon Press)
La noticia llegó un sábado de febrero de 1963 de boca de su amiga Diana:
“Oye, ¿os habéis enterado de lo de Stephen?”. El joven talento llevaba dos semanas en el hospital de Saint Bartholomew, porque había estado tropezando continuamente y no se podía ni abrochar los cordones de los zapatos.
Los médicos le habían diagnosticado la esclerosis y le habían dado dos años de vida. Jane se quedó perpleja. “Aún éramos lo bastante jóvenes para ser inmortales”, escribe. Diana le contó que Stephen estaba muy deprimido, y que había visto morir al chico de la cama de al lado en el pabellón del hospital.
 Stephen se había negado a aceptar una habitación individual, fiel a sus principios socialistas.
 Genio y figura.
Pero el libro de Jane Hawking no tiene el tono de una tragedia, como tampoco lo ha tenido la ya larga vida de Stephen
. Quienes conocen de cerca al físico se quedan indefectiblemente perplejos por un detalle: lo muy poco que le importa su discapacidad. Hawking no solo ha dejado perplejos a sus médicos por sus décadas de supervivencia a la ELA –un caso insólito para la medicina—, sino que demuestra cada día que puede llevar una vida tan normal como pueda llevar un físico teórico.
 Su productividad científica le sitúa en la élite de la disciplina, disfruta como cualquiera de una buena cena con los amigos, y jamás ha renunciado a su agudo sentido del humor.
La esclerosis se presentaba en aquellos primeros años con crisis alternadas con episodios de relativa normalidad, y poco después de su deprimente ingreso en el hospital de Saint Bartholomew, Jane tuvo ocasión de comprobar el estrepitoso estilo de conducción de su novio.
 Stephen la llevó a Cambridge en el gigantesco Ford Zephyr de su padre –un coche que había vadeado ríos en Cachemira durante la estancia india de la familia— en lo que acabó constituyendo una de las experiencias más espeluznantes a las que se había enfrentado la joven.
 “Parecía utilizar el volante para alzarse y ver por encima del salpicadero”, cuenta Jane.
 “Yo apenas me atrevía a mirar a la carretera, pero Stephen parecía mirarlo todo salvo la carretera”. Qué años aquellos.
Hay mucho más en este libro, una mirada extraordinaria a la vida de una figura aún más extraordinaria: el físico más popular de nuestro tiempo enfrentado al amor y al destino, los dos agujeros negros a los que acabamos sucumbiendo todos los miembros de esta especie paradójica.

Un pronóstico falso

A Stephen Hawking le dieron dos años de vida después de diagnosticar su enfermedad hace 53 años. Y contra todo pronóstico, el científico sigue vivo y activo
. El próximo 16 de enero se estrenará en España La teoría del todo, una película basada en la novela Hacia el infinito, escrita por su primera mujer, Jane Wilde Hawking, y dirigida por el realizador James Marsh.
El actor Eddie Redmayne interpreta al teórico y divulgador científico que cambió la historia de la ciencia y la tecnología moderna para siempre.
 La película se centra en la relación que mantuvo el físico británico con Jane Wilde (Felicity Jones), con quien contrajo matrimonio en 1965 después de que le diagnosticaran la enfermedad y de la que se separó en 1990.

 

28 dic 2014

Tres mitos sobre la felicidad........................................................... Francesc Miralles

Cada uno debe encontrar su propia receta. 

Pero dejar de esperar que ocurran ciertas cosas es un primer paso para alcanzarla.

 

Anna Parini

Desde que las primeras tribus se reunieron alrededor del fuego, la felicidad ha sido un tema de conversación interminable, ya que sus concepciones y enfoques son casi infinitos.
La realización personal implica algo distinto para cada individuo, dependiendo de su cultura, necesidades y situación.
 Aun así, con el paso del tiempo han ido emergiendo ciertos mitos sobre la felicidad, antiguos y modernos, de validez supuestamente universal.
En este artículo se examinan tres de los más extendidos para entender un poco mejor la aspiración humana más esencial.
La teoría de que la felicidad es una herencia que se recibe a través de los genes tiene tantos partidarios como detractores.
 Aceptarlo equivale a asumir que si la lotería genética no nos ha favorecido, estamos condenados a la negatividad y el pesimismo, mientras que otras personas fluirán con alegría y naturalidad en el río de la vida.
La felicidad se lleva en los genes: “Yo soy el amo y capitán de mi destino” Nelson Mandela
¿Qué hay de cierto en esta creencia? Para tratar de averiguarlo, David Lykken, profesor de Psicología de la Universidad de Minnesota, llevó a cabo en la década de 1990 una ambiciosa investigación.
 Los sujetos del estudio fueron 4.000 parejas de gemelos, tanto idénticos como mellizos, que habían sido educados de igual modo y con las mismas oportunidades.
Tras cotejar las entrevistas de unos y otros, los investigadores concluyeron que aproximadamente el 50% de la felicidad es heredada genéticamente y el otro 50% es aprendida.
Si se representa el nivel de satisfacción como un queso, una mitad sería una tendencia natural del carácter de cada uno
. Ya en los bebés se observan temperamentos dulces y otros que son más irascibles e insatisfechos. La mitad restante dependerá del modo en el que cada cual decida vivir las cosas.
Por tanto, la felicidad personal ni funciona con piloto automático ni tampoco se decide por completo según este estudio, sino que sería la suma de la naturaleza y de las decisiones vitales.
Que la felicidad se lleva en los genes sería, por tanto, una verdad a medias.
Del mismo modo que un tímido patológico puede subir a un escenario y desplegar el espectáculo más atrevido, también la persona melancólica tiene la libertad de abandonar ese estado de ánimo y darse una fiesta.
La alcanzaré cuando…
“La felicidad está en la antesala de la felicidad” Eduard Punset
A diario, la publicidad bombardea con mensajes para convencer acerca de que determinados bienes procurarán la felicidad.
 Así, en los anuncios se ve a un conductor que fluye serenamente con su deportivo, o bien a una familia exultante al estrenar nueva casa.
En un plano más personal, a menudo se supedita la felicidad a encontrar pareja o a conseguir un trabajo mejor.
 Sin embargo, poner condiciones a nuestro bienestar equivale a postergarlo una y otra vez mientras el tiempo va pasando.
En su libro Los mitos de la felicidad, Sonja Lyubomirsky, profesora de Psicología de la Universidad de California, afirma que en “la idea de ‘seré feliz cuando…’, la falsa promesa no estriba en que lograr esos sucesos no nos vaya a hacer más felices; casi seguro que sí.
 El problema es que esos logros, aun cuando en principio sean totalmente gratificantes, no harán tan inmensamente felices, ni durante tanto tiempo, como se cree.
 Por consiguiente, cuando alcanzar tales objetivos no nos haga tan felices como esperábamos, pensaremos que nos pasa algo o que debemos ser los únicos que nos sentimos así”.

Para conectarnos

Anna Parini

Una película


‘La sal de la tierra’Wim Wenders & Juliano Ribeiro Salgado
En compañía del hijo de Sebastião Salgado, el director alemán hace un recorrido por la vida y obra del fotógrafo que mejor ha retratado la felicidad e infelicidad de los seres humanos durante los últimos 50 años. Una lección magistral sobre la aventura de existir.

Un disco

‘Clychau Dibon’
Catrin Finch & Seckou Keita
La arpista más reconocida de Gales y el maestro senegalés de kora Seckou Keita unen sus talentos para este disco instrumental que es un inesperado monumento sonoro.
Piezas sutiles e inspiradoras en las que viejas melodías del país de Gales se fusionan con la música mandinga.
Una vez se pasa la novedad, el sentimiento de insatisfacción vuelve a hacer acto de presencia y se necesitará otro deseo hacia el que proyectarse.
 En resumen: se consume más tiempo persiguiendo otras cosas que disfrutando de las que ya se tienen.
La misma autora señala que otro mito igual de extendido y perjudicial es la creencia “no seré feliz si…”. Es decir, supeditar nuestro bienestar interior a que no sucedan acontecimientos negativos. “Cuando sufrimos un cambio de fortuna adverso, nuestra reacción suele ser sobredimensionada”, afirma Lyubomirsky.
“Entonces nos parece que no podremos volver a ser felices, y que la vida que conocemos se ha acabado ya”.
La realización personal no se puede someter a condiciones, ya que la vida es cambiante y siempre vamos a bascular entre experiencias positivas y negativas.
 Aceptar con naturalidad los altibajos de la existencia es lo que nos puede procurar un bienestar duradero e incondicional.