Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

2 sept 2013

Las escaleras son una ilusión de la mente

Uly Martín

He aquí un fotograma de una película de cine negro.
El personaje baja las escaleras de espaldas, para aparentar que las sube.
 Por si su actitud no fuera del todo convincente, se vuelve con perspicacia al objetivo y adelanta un poco la mano que permanece a la vista para subrayar el efecto.
 Fíjate bien, parece decir, estoy subiendo, a ver qué publicáis luego.
 Nos recuerda al criminal de novela policiaca que baja colocando los pies sobre las huellas que dejó al subir a fin de que la poli se vuelva luego loca.
–Hay huellas de subida, pero no de bajada.
–Registrad la azotea.
Y mientras una brigada entera se engolfa en el tejado y sus alrededores, el asesino reforma las pensiones que juró no tocar, sube los impuestos que juró disminuir, viola la constitución a la que prometió no tocar, se carga las energías alternativas, introduce la religión como materia obligatoria, prohíbe el aborto, salva a los bancos con el dinero del IVA, y pone por testigos a sus muertos de que ni conoció a ese Bárcenas que le pasaba presuntamente sobres de dinero negro.
–¿Pero usted sube o baja?
–¿Yo subo o bajo qué?
–Las escaleras, claro.
–Pero si aquí no hay escaleras.
Y es que a lo mejor ni siquiera las hay, a lo mejor las escaleras las pone nuestro cerebro, como cuando vemos medio gato asomar por detrás de un árbol y damos por supuesto que se trata de un gato entero.
 Así también resulta imposible ver a Rajoy y no dar por hecho que se encuentra en unas escaleras, subiéndolas o bajándolas, eso no se sabe, aunque seguro que para engañar a alguien.

Una cicatriz en una rodilla................Rosa Montero

Michael Poliza

A principios de este verano estuve en una cena en la que dos amigos empezaron a disputar entre sí, jocosa y alegre­mente, cuál de ellos era más biónico debido a sus diversos implantes.
 Y, así, echaron mano de sus smartphones y se pusieron a comparar las radiografías de sus cuerpos. Imágenes espectrales de tornillos y placas de titanio en caderas, brazos, mandíbulas y vértebras empezaron a pasear mesa arriba y mesa abajo para la diversión de los comensales.
 Fue un momento alucinante, porque, en efecto, estaban más llenos de mecanismos metálicos por dentro que un reloj suizo; pero lo más impresionante fue la naturalidad con la que todos asistimos a esa escena de ciencia ficción, y lo asumido que tenemos el hecho de llevar con nosotros, en nuestros terminales electrónicos, todo el archivo, la memoria, la huella completa de nuestras vidas.
 ¿Se imagina alguien yendo a cenar con amigos hace tan sólo cinco años y apareciendo con todas su radiografías bajo el brazo, por ejemplo? Ahora somos como caracoles y vamos con nuestra existencia a cuestas.
 La realidad cambia cada día a velocidad vertiginosa, y es tal la capacidad de adaptación del ser humano que apenas nos damos cuenta.
Con todo, la anécdota me recordó, en ver­­sión cibernética, un momento genial de una película de 1990, Las montañas de la Luna, un estupendo film de aventuras sobre los míticos exploradores británicos Richard Burton y John Speke, que, a mediados del siglo XIX, emprendieron la búsqueda de las fuentes del Nilo a través de una exótica y desconocida África.
 Al principio de la película, Burton y Speke se encuentran en Londres, ya no recuerdo si en mitad de la calle o en un club privado, y, para demostrarse el uno al otro lo avezados exploradores que son, empiezan a enseñarse las cicatrices de sus antiguos viajes, y cada vez la zona que señalan es más íntima: esto fue el zarpazo de un león, dice uno abriéndose la camisa y mostrando las costillas; esto, la herida de la lanza de un masái, dice el otro, bajándose los pantalones y luciendo una nalga agujereada....
“El cuerpo se va llenando de rastros de tu vida,  de muescas de la peripecia de existir”
Y es que ambas escenas, más allá de las evidentes diferencias tecnológicas, comparten un sustrato idéntico y esencial, algo básico desde la aparición de los humanos: el hecho de que la vida rompe, la vida mancha, la vida marca.
 En realidad, si me paro a pensarlo, las cicatrices son lo más parecido al smartphone en su faceta de archivo de datos…
 Es información de tu pasado que queda grabada en tu cuerpo de manera visible e indeleble.
Siempre me han gustado las cicatrices.
Los personajes de mis novelas muestran una inquietante propensión a perder dedos y a sufrir tajos que les señalan todo el cuerpo
. No sé de dónde viene esa tendencia mía, porque la ficción nace del inconsciente, de un territorio oscuro que está más allá de lo que uno cree saber.
Pero, en cualquier caso, también me gustan, o no me desagradan, las cicatrices reales.
 El cuerpo se va llenando de rastros de tu vida, de costurones o agujeros o costuritas, de muescas de la peripecia de existir. Acabo de hacer un rápido recuento y, si no me equivoco, luzco nueve cicatrices, algunas muy evidentes. Todas ellas tienen una historia detrás, y aunque la mayoría sean historias banales, son hitos orgánicos que van jalonando mi tiempo. Es imposible pasar por la vida sin romperte un poco; y creo que la rotura física, la que, tras curarse, deja cierta memoria sobre la piel, es siempre más manejable que la psíquica.
 Las cicatrices, en fin, demuestran que hemos vivido. No olvidemos que nuestra primera huella propia tras nacer es la cicatriz de nuestro ombligo (naturalmente, no he contado este nudo de carne entre mis nueve señales).
Es verdad que hay cicatrices y cicatrices. Que hay destrozos físicos que te deforman de tal modo que resultan insuperablemente traumáticos
. No me refiero a esto, por supuesto; cuando los daños alcanzan tal nivel, son mutilaciones, no cicatrices. Pero de todas formas me gustaría decir que gracias a una de mis cicatrices he aprendido una de las enseñanzas más importantes de mi vida.
 La llevo desde hace cuarenta años, fue de resultas de un accidente y es la más visible y espectacular que tengo: un agujero enorme en una rodilla. Pues bien, con mis veinte años me puse todas las minifaldas del mundo, aunque me faltara media rodilla. Y, ¿saben qué? Nadie se dio cuenta de la cicatriz, o sólo la advertían tras meses de frecuentarme
. Y esto era así porque a mí no me importaba, porque yo no la señalaba con mi angustia o mi complejo, porque yo la hice mía.
 O sea: no hay como quererse y aceptarse para que los demás te acepten y te quieran.

El íntimo enlace del hijo del Aga Khan


Rahim Khan y Kendra Spears, ahora princesa Salwa, en el día de su boda. / Getty Images

El 31 de agosto no solo fue el gran día de Tatiana Santo Domingo y Andrea Casiraghi.
 A unos cuantos kilómetros de Mónaco, en Ginebra, se celebrara otra boda, mucho más discreta aún que la del hijo de Carolina. Se trata del enlace que convirtió a la supermodelo estadounidense Kendra Spears en princesa, al contraer matrimonio con el príncipe Rahim, hijo del Aga Khan.
No hubo cobertura, aunque se sabe que se trató de una ceremonia bajo el rito musulmán, a la que solo asistieron parientes y amigos muy cercanos de la pareja. La celebración llevó a cabo en el castillo de Bellevire, a la orilla del lago Ginebra. Tras la boda, Spears se convierte en la princesa Salwa.
Parece un cuento de hadas
. Y, de hecho, algo tiene de ello. Kendra Spears nació en 1988 en Seattle y tenía pensado dedicarse a la carrera de sociología, pero solo le dio tiempo a graduarse del bachillerato de Artes de la universidad de Portland, ya que tras un casting se topó con el mundo de la moda, que la llevó a protagonizar desfiles del más alto nivel, como los de Prada, Chanel, Versace, Dolce & Gabbana, Armani y Gucci
. En el ambiente se la conoce como la próxima Cyndi Crawford, pero todo eso quedó atrás cuando, hace cuatro meses, anunció su enlace con el guapo heredero de 42 años.
Rahim Khan, segundo hijo del íntimo amigo del rey Juan Carlos, Karim Aga Khan, nació en 1971 y estudió en la Universidad de Brown. Actualmente, trabaja en el AKDN, donde se ocupa de los microcréditos y del fondo para el desarrollo económico
. Su padre es la cabeza de una dinastía que desciende directamente de Mahoma y es el líder de un reino sin país que componen más de 15 millones de musulmanes ismaelitas, corriente del islam chií, que se reparte en más de 25 países.
El Aga Khan y el Rey se conocieron en la década de los setenta en el exclusivo colegio internacional de Le Rosey, donde fueron compañeros.
 Desde esa época, mantienen una especial amistad, muy estrecha.
 De hecho, el Aga Khan es una persona muy cercana al círculo del príncipe Felipe y las infantas Elena y Cristina. Esta última, que acaba de llegar a vivir a Suiza, trabajará para una de sus fundaciones y se esperaba que asistiera a la boda del pasado sábado como primer acto oficial en esas tierras.
Hasta ahora, su asistencia no ha sido confirmada.
No es la primera vez que una modelo entra en la dinastía.
 La propia madre del novio, la princesa Salimah Aga Khan, trabajaba como modelo y era conocida con el nombre de Sarah Croker-Poole antes de su matrimonio con el Aga Khan. Además, el hermano pequeño de Rahim, el príncipe Hussain, se casó en 2006 con la modelo estadounidense Kristin White
. El gusto por la belleza de una dinastía como esta siempre ha llamado la atención.

Como cualquier hijo de vecino"Banderas....... "La ropa me la compra Melanie"

Aunque ahora apuesta por las prendas sencillas y sobrias, el actor recuerda cómo vestía en el inicio de su carrera, cuando se dejaba llevar por el estilo excéntrico y colorista de los años 80.

Antonio Banderas 
Regresa a la pantalla con la película de animación Justin y la espada del valor, que se estrena en España el próximo 20 de septiembre. En ella pone voz a Sir Antoine, del que dice que viste «un poco pasado». Confiesa que es su mujer quien le compra la ropa, que siente respeto por la industria de la moda… y que no le importa hablar de prendas interiores.
Entenderá que empiece preguntándole por la capa de El Zorro.

Creo que es la prenda con la que más a gusto me he sentido en el cine. El primer día me vi disfrazado, pero luego fui haciéndola mía y me encontré muy cómodo.
¿La conserva?

Claro. Varias. Y las espadas. He cedido algunas para subastas benéficas.
¿Le gusta ir de compras?

Es que casi todo me lo compra Melanie. Ella tiene buen gusto y me conoce bien. Yo sólo compro prendas sencillas, camisetas, pantalones anchos...
¿Algún capricho relacionado con la ropa?

Unas botas que me hace a medida un artesano mexicano. Me encantan. Son comodísimas y ni siquiera son muy caras.
¿Cuándo fue la primera vez que sintió que se estaba vistiendo como una estrella?

Sin duda, cuando fui al Festival de San Sebastián con La ley del deseo. Llevaba una chaqueta negra de piel que era una pasada. La guardé durante años, hasta que me la robaron.
Recuerde la primera ocasión en que se vistió para ir a los Oscar.

Eso tiene una historia. Iba a presentar un premio con Sharon Stone y llevaba un esmoquin. Pero cometí el error de estrenar zapatos. Me equivoqué con el número y me apretaban muchísimo.
¿Y qué pasó?

Me dijeron que me los quitara, pero habría sido incapaz de volver a ponérmelos. Salí y entregué el premio, aunque sólo pensaba en mis pies. Cuando ves las imágenes, se me nota encogido por el dolor.
Lo más espectacular que ha lucido en la alfombra roja…

Un esmoquin muy loco que me hizo Armani para el estreno de Evita en Londres, con levita larga hasta los pies. Aquella noche me pasó otra cosa…
Pues cuente...

Vinieron mis padres de Málaga y pillé a mi madre en la sala de invitados dándole instrucciones de algo a John Major. Él escuchaba, muy serio, y le decía que sí.
¿Cuándo se sintió ridículo vistiendo?

Yo me he puesto de todo. Pero ahora me da vergüenza ver fotos mías de los 80 con zapatos rojos, pantalones blancos y camisa transparente. ¡Y yo pensaba que iba estupendo!
Bueno, era el momento.

Ya, pero es que yo me dejaba llevar por la moda parchís. ¡Si hasta me ponía calentadores de colorines y andaba por ahí con ellos a 40 grados, tan feliz! Tengo 53 años y me da miedo ver mis fotos a lo Tony Manero, con el pantalón de campana y la melena rizada. O con un peto. Terrible.
Nunca se pone…

Sandalias. No me gustan.
¿Hasta qué punto le interesa la moda?

La verdad es que ahora aprecio todo lo que hay detrás de ese negocio. He aprendido a ver los desfiles como arte. A mi hija Stella del Carmen le encanta el diseño y me ha enseñado muchas cosas.
Se siente bien vistiendo... ¿qué?

Pantalones cómodos y camiseta. Y para ir formal, trajes negros. Me gusta mucho Armani o Dolce & Gabbana, y sus diseños me quedan bien. Oye, me decepciona que no me preguntes por mis calzoncillos.
No quería ser indiscreta, pero si quiere hablarme de ellos, adelante.

La verdad, ¡siempre son negros!