Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

27 abr 2013

El hijo de la cautiva.................Por Antonio Muñoz Molina

La dramática historia de Cynthia Parker está en el origen de la película 'Centauros del desierto'

Su hijo mayor se convirtió en el último caudillo guerrero de los comanches.

En 1836, cuando tenía nueve años, Cynthia Ann Parker fue arrancada cruelmente por primera vez del mundo al que pertenecía.
 Estaba jugando una mañana en el rancho que su familia había construido y fortificado en una zona del oeste de Texas, en el límite de las grandes praderas donde ningún colono blanco se había aventurado, habitadas por indios cazadores y guerreros y por manadas oceánicas de bisontes.
 Una banda de jinetes comanches se acercó a la entrada del rancho pidiendo comida y agua.
 A los pocos minutos había empezado la primera de las dos grandes matanzas a las que Cynthia Ann Parker asistió en su vida.
 Los hombres de la familia cayeron traspasados por lanzas y flechas.
 Todavía vivos los comanches les arrancaron las cabelleras y les cortaron los genitales antes de matarlos
. A la abuela la clavaron con lanzas al suelo y la violaron repetidamente
. A un bebé que no paraba de llorar se lo quitaron a la madre de los brazos y lo degollaron
. Cynthia Ann Parker fue atada a la grupa de un caballo y arrastrada hasta que se hizo de noche
. Vio cómo una tía suya de 17 años, también cautiva, era torturada y violada en medio de una gran danza de celebración en torno a una hoguera.
 Los comanches mataban a los bebés, pero adoptaban a los niños algo mayores.
 Al poco tiempo Cynthia Ann Parker había olvidado la lengua inglesa y hablaba y vestía como una niña comanche.
A partir de entonces empezó una leyenda
. Mercaderes que trataban con los indios decían haber visto a una comanche rubia con los ojos azules que se apartaba asustada de ellos cuando le hablaban en inglés.
 Uno de los supervivientes de la familia, su tío James Parker, decidió buscarla y rescatarla y pasó más de diez años recorriendo los territorios inmensos en los que las patrullas militares se extraviaban queriendo encontrar el rastro de las bandas de comanches, los guerreros fulminantes y crueles que preferían atacar en la claridad de las noches de luna y que desde hacía casi dos siglos dominaban la facultad temible de pelear a caballo, aterrorizando por igual a las otras tribus indias y a las patrullas españolas que se atrevían a subir hacia el norte desde México
. Diez o quince años después del rapto, algún viajero blanco se encontró con la que ya no recordaba llamarse Cynthia Ann Parker, ahora esposa de un jefe y madre de tres hijos.
 Su piel era ya tan cobriza como la de las indias y tenía el pelo oscurecido con grasa de bisonte.
 Ahora se llamaba Nautdah: la que ha sido dada, o aceptada, o acogida.
Mercaderes que trataban con los indios decían haber visto a una comanche rubia con los ojos azules
En 1860 su mundo se vio trastornado por segunda vez.
 Para entonces los comanches se batían lentamente en retroceso, sus territorios invadidos por centenares de miles de colonos, las manadas de bisontes gravemente diezmadas
. El cólera y la viruela eran matarifes todavía más eficaces que los nuevos fusiles de repetición contra los que ya no podían nada los arcos y las flechas.
 Un día, antes del amanecer, los soldados atacaron un campamento comanche.
 Para entonces el hábito de arrancar las cabelleras y sacar las entrañas a los vivos igual que a los muertos se había extendido a todas las partes combatientes.
 Cynthia Ann Parker se vio en medio de una batalla en la que murió su esposo y en la que perdió de vista a sus dos hijos mayores.
 A la pequeña, Flor de la Pradera, todavía le daba el pecho
. Entre las humaredas, los gritos, los relinchos de los caballos, los ladridos de los perros, la carnicería general, uno de los soldados redujo con dificultad a una india que huía con un bebé en los brazos y descubrió que tenía los ojos azules.
En una fotografía que le tomaron poco después no parece una mujer blanca: tiene la cara oscura, como quemada, el pelo liso y mal cortado, una expresión de recelo o de pánico, y le da el pecho abiertamente a su hija.
 La historia de la cautiva rescatada al cabo de veinticuatro años se publicó en todos los periódicos.
 La llevaron a un cuartel y las mujeres de los oficiales se encargaron de ponerle ropas de blanca, y al principio se dejaron engañar por su apariencia de docilidad
. Pero en cuanto se descuidaron Cynthia Ann Parker estaba intentando huir con su hija y se arrancaba el vestido de algodón para ponerse de nuevo su ropa de comanche
. La apresaron de nuevo, pero era inútil
. Permanecía inmóvil, con su hija en brazos, con la mirada perdida.
 La niña contrajo unas fiebres y murió al cabo de algún tiempo.
 Cynthia Ann Parker no volvió nunca con los comanches ni se reintegró a la comunidad de los blancos.
Vivió como un fantasma, doblemente extranjera.
La historia de la cautiva rescatada al cabo de veinticuatro años se publicó en todos los periódicos
Su historia, convertida en leyenda, es el origen de la película más hermosa de John Ford, The Searchers (Centauros del desierto).
 Pero la realidad es mucho más complicada y más áspera que la ficción, aunque también más sorprendente. Lo he sabido leyendo un libro del historiador americano S. C. Gwynne, Empire of the Summer Moon, que cuenta lo que está más allá de esos finales rotundos que nos gustan tanto en el cine y en las novelas
. En las historias de la realidad no hay puntos finales.
 Mientras Cynthia Ann Parker se confinaba a sí misma en un silencio sin fisuras, su hijo mayor, que tenía 12 años cuando ella fue rescatada, o raptada por segunda vez, crecía hasta convertirse en el último caudillo guerrero de los comanches, Quanah Parker.
 En el final apocalíptico de una nación que había dominado a caballo durante dos siglos los territorios centrales de un continente tan ancho como un océano, Quanah Parker fue el último héroe, el más temerario y el más cruel, el que seguía resistiendo cuando la matanza metódica de treinta millones de bisontes, llevada a cabo en muy pocos años, dejó desiertas las grandes praderas, de modo que los comanches ya no tenían ni comida ni estiércol seco para encender hogueras ni pieles para hacer tiendas o prendas de ropa, ni tendones con los que tejer cuerdas de arcos.
Una historia así exige un crescendo trágico, un acorde definitivo a la altura de su despliegue épico.
 Pero resulta que, en un cierto momento, cuando comprendió que todo estaba perdido, y que continuar la guerra era condenar a su pueblo al exterminio, Quanah Parker se rindió honrosamente a sus antiguos enemigos, se instaló en una reserva y empezó una vida sedentaria y razonablemente próspera de ciudadano americano
. Sin perder su apostura imponente el guerrero primitivo derivó en activista cívico, dedicado a los negocios y a la defensa de los derechos de los suyos
. Se acostumbró a los sombreros flexibles y a los trajes a medida, pero no renunció nunca a su larga melena lisa de guerrero, ni tampoco al hábito comanche de la poligamia.
 Intentó averiguar el paradero de su madre, pero solo pudo visitar tristemente su tumba.
 A lo que nunca se rebajó fue a participar, como otros antiguos jefes, en el circo humillante de Buffalo Bill. Fue amigo del presidente Theodore Roosevelt, y su imagen atónita en movimiento se conserva en una película de 1908.
El imperio de la luna de agosto. Auge y caída de los comanches. S. C. Gwynne. Turner. Madrid, 2011.
www.antoniomuñozmolina.es

 

26 abr 2013

¿Para qué sirve un libro?


KatrinCanary1343_002

“Mi error fue abrir un día un libro”, decía Jack London en El lobo de mar. A veces –suele coincidir con el día del libro- pienso que el mío también.
 A veces pienso que no. ¿Para qué sirve un libro?
 Esa pregunta suele provocar respuestas pedagógicas, poéticas o metafísicas. Hay también una respuesta, digamos, periodística. Un libro sirve para enterarte de cosas.
 Para enterarte, por ejemplo, de que no es que le hayas perdido la pista a alguien, es que se ha muerto. A mí me pasó leyendo un libro de John Berger, uno de mis escritores favoritos.
El libro se titula My beautiful y Jaime Priede lo tradujo al castellano para la editorial Bartleby en 2005 (Esa belleza). No es el mejor libro de Berger –autor de obras maestras como Modos de ver o Una vez en Europa-, pero a la altura de la página 32 se convirtió para mí en un libro inolvidable. Esa página empieza así: “En la fila india descubro a Katrin. Aquí tengo una foto suya. La pinché en la pared sobre mi mesa de trabajo cuando se murió”. Cuando se murió.
 Una línea más abajo decía quién: la actriz Katrin Cartlidge.
Katrin3Más Berger: “A menudo discutíamos su papel en una película o en una obra de teatro. Cada vez que interpretaba un personaje tenía la impresión de verla encarnar una de sus numerosas vidas anteriores.
 Cientos de vidas muy distintas entre sí, lo que supone entrar en contacto con otras tantas heridas. Cuando me enviaba un SMS, firmaba con el nombre de Wing. Era una especie de juego entre nosotros.
Casi dos meses después de su inesperada muerte, tuve la impresión, mientras la retrataba mentalmente, de que se alejaba (no estoy seguro de si era gradualmente o de un brinco… sospecho que esto último)”.
 Aquella “inesperada muerte” había sucedido el 7 de septiembre de 2002, tres años atrás. Neumonía. 41 años. Busqué una necrológica. Todavía la tengo dentro del libro (escribí una reseña que hablaba de levantar la vista de la lectura). No sé por qué cuento esto. Tal vez para explicar para qué sirve un libro. Katrin Cartlidge: la recordaba perfectamente en las películas de Mike Leigh, también en Rompiendo las olas o en Before the rain. La recordaba, por ejemplo, en Naked (Indefenso, 1993), en Career girls (Dos chicas de hoy, 1997) usando un libro de Jane Austen, creo, como si fuera el I Ching, es decir, para leer en él su inmediato futuro: básicamente, si ligaría aquella noche o no.
 Y la recordaba buscando  apartamento en Londres, mirando por la ventana en Canary Wharf. Al ver la torre de oficinas de César Pelli se lamentaba irónica
: “Pobres, no tenían dinero para pagarse un arquitecto”.
KatrinGiacometti4e9fb5b89cf4af30e0eba74a26a9fd45ec064542Me costó creer que había muerto. Berger dice que Cartlidge se parece a la escultura en la que Giacometti retrató a su mujer, Annette. En Esa belleza hay una foto de la actriz que le da la espalda, página con página, a una de la escultura. El papel se transparenta un poco: Berger tiene razón.
“La obra de los muertos cambia cuando mueren y al final nadie recuerda como era en vida de estos”. Es, otra vez, Berger.
 Esta vez en su libro Mirar. Eso me pasa a mí con las películas de Katrin Cartlidge. ¿Por qué? Tal vez porque me enteré de su muerte por un libro.

“El arte debe ser compartido”

Leonard Lauder, en CaixaForum Madrid. / DANI DUCH

Leonard Lauder (Nueva York, 1933), magnate de los cosméticos, gran mecenas y dedicado coleccionista de arte, se mueve como un rey de la comedia de los de antes.
Llega a la sala de Caixaforum donde se ha citado con la prensa, que le espera ansiosa por conocer los detalles de la histórica donación al Metropolitan de su asombrosa colección de 78 pinturas y esculturas cubistas, valorada en más de 839 millones de euros, saluda a la concurrencia, pide permiso para quitarse la chaqueta de raya diplomática y piropea a las mujeres para, acto seguido, disculparse.
“Tendrán que perdonarme, pero me he ganado siempre la vida gracias a su belleza”.
Es tan sabido que Leonard ha amasado una enorme fortuna cifrada en más de 6.000 millones “gracias a los lápices de labios” que bautizó su madre,
 Estée, como que le ha sobrado el tiempo, desde su primera experiencia “a los 10 años” como “loco de los museos”, de erigirse en uno de los hombres más poderosos del mundo del arte, un circo donde no es el único Lauder en atraer los focos:
 Ronald, su hermano, fue el famoso comprador de un klimt que en 2006 se convirtió en el cuadro más caro de la historia (pagó 106,8 millones de euros).
“Sobre aquella operación he de decir que en realidad no fue tanto dinero, pues formó parte de un intercambio con la casa Christie’s con motivo de una subasta de obras de la familia”, explicó ayer Leonard Lauder poco antes de dictar una divertida e ilustrativa conferencia introducida por Leopoldo Rodés y titulada Conservar, no poseer en el marco de un programa sobre grandes coleccionistas organizado por la Fundación Arte y Mecenazgo que impulsa “la Caixa”.
Mucho han cambiado las cosas desde esa compra. No digamos ya, desde los primeros tiempos del Whitney de Nueva York (museo en cuyo patronato ingresó en 1977 y del que ejerce como presidente emérito). En aquellos años, como rememoró ayer, era posible comprar un warhol “por 450 dólares” que “hoy está asegurado en 35 millones”. “Los cataríes y los ciudadanos de Abu Dabi [la familia real de Catar pulverizó recientemente todas marcas al adquirir un cézanne por 191 millones] son capaces de pagar cualquier suma por una obra en estos días. Por eso es tan importante convencer a los ciudadanos que son propietarios de joyas artísticas que estas deben acabar en los museos de sus comunidades y no en manos privadas”, explicó. “Los museos no son importantes por su arquitectura, o por sus exposiciones, sino por la fuerza de sus colecciones. El arte se ha convertido en algo tan absurdamente caro, que las instituciones ya no se lo pueden permitir. El único modo que tienen hoy día de aumentar sus colecciones es a través de donaciones de amantes del arte con posibles”.
La palmaria puesta en práctica de esta teoría llegó, en su caso, hace un par de semanas, cuando hizo pública su donación “al Met”, como se refirió al enciclopédico museo neoyorquino, antes de disculparse de nuevo: “Espero que perdonen la familiaridad”. Fue para él el simbólico final de tres décadas de construir una colección de cubismo única en el mundo y que incluye picassos, légers, gris o braques. “Pensé mucho en cuál era la institución más adecuada para recibir el regalo
. Tenía que ser una en la que este conjunto de obras supusiese algo excepcional.
 Dado que el Met se detiene a principios del siglo XX, para ellos podía resultar una inmejorable puerta de entrada en la convulsa centuria.
 Para mí, debía ser una aportación tan única que no quedase duda de que las piezas iban a ser valoradas en su justa medida”. ¿Y hubo algún otro condicionante para esa donación?
 “Las obras no pueden sufrir manipulaciones en su superficie; la tridimensionalidad es un elemento fundamental en el cubismo. Fueron entregadas en perfecto estado de restauración y acompañadas de un mamotreto en el que se justificaba la trazabilidad, la proveniencia de todas ellas, para evitar reclamaciones sobre su restitución.
 Era el resultado de tres años de trabajos de expertos pagados por mí”.
Tras su encuentro con la prensa, llegó el momento de la conferencia ante una audiencia que se antojó un verdadero quién es quién del arte local: galeristas, marchantes, conservadores y directores de museos y ferias… todos unidos por el afán de lograr que el coleccionismo sea valorado por fin en su justa medida en España por la ley, sí, pero también por la sociedad.
“Para ello, hay que poner facilidades fiscales a los mecenas dispuestos a donar sus colecciones, por supuesto, pero no solo eso: es necesario que dar resulte seductor.
 Y que los que donen lo consideren una experiencia placentera.
 A veces, solo basta con un poco de imaginación”, dijo Lauder.
Y después, compartió sus vibrantes anécdotas sobre el Whitney, al que siempre ha estado extraordinariamente unido, consejos para el futuro de los museos (“el arte debe ser compartido”) y la creación contemporánea (“no existe un gusto único y verdadero en este campo”), así como incursiones en su filosofía de vida (“proteger y conservar el arte para poder compartirlo con los que me rodean”) y alguna que otra justificación a sus decisiones:
 “Me preguntan por qué no dejé el tesoro cubista a mis hijos
. Primero, porque no se lo pueden permitir; solo en impuestos una cesión así les habría arruinado. Y segundo, por el amor de dios, son mis hijos.
 ¿Quién en su sano juicio daría a sus hijos mil millones de dólares? ¡Arruinaría sus vidas!”.

Amanda Knox: “Nunca pensé que sería sospechosa”


Amanda Knox junto a Diane Sawyer durante la entrevista que se emitirá el próximo día 30. / Ida Mae r
Tras ser condenada por asesinato en un país extranjero, la joven de Seattle Amanda Knox está de vuelta en casa y preparada para hablar de sus cuatro años en prisión en Italia.
 Su nuevo libro, Esperando ser escuchada (Waiting to be heard), publicado por la editorial HarperCollins y por el que la han pagado un adelanto de cuatro millones de dólares, saldrá a la venta el 30 de abril, aunque en una entrevista concedida a la revista People ha revelado algunos detalles de la novela, incluyendo que contempló el suicidio cuando estuvo en prisión.
“Hasta ahora no había querido contribuir al debate público sobre lo que me pasó.
 Ahora, que soy libre por fin, es el momento para responder todas las preguntas.
 Este libro trata de contestarlas”, explica Knox.
Knox llegó a Perugia, capital de la península de Umbría, en 2007 para estudiar.
 Allí compartía casa con otras tres mujeres
. El 1 de noviembre una de ellas, Meredith Kercher, de 21 años, fue asesinada en el domicilio.
 Cinco días después, Knox y su novio, Raffaele Sollecito, fueron arrestados.
 “Recuerdo que aquella noche habíamos estado fumando marihuana y estuvimos viendo la película Amélie. Cuando Meredith fue asesinada y me detuvieron fue muy chocante.
 Me quedé paralizada.
 Todo se derrumbó
. Nunca pensé que sería sospechosa”, relata Knox a la popular revista.
En 2009, ambos fueron condenados por homicidio y agresión sexual.
 La justicia italiana consideró entonces que Knox y su pareja habían simulado un robo para encubrir que ellos eran los asesinos de Kercher. Ambos apelaron y, finalmente, en octubre de 2011, una corte de apelaciones los declaró inocentes.
“Sentí mucha angustia en la cárcel y fue muy duro que los demás creyeran que era una zorra insensible
. He pasado por muchos momentos de angustia que no se han visto, a pesar de que mi privacidad ha sido totalmente invadida”, continúa la joven. “Los medios de comunicación fueron muy duros conmigo, primero cuando criticaron que no mostraba emociones y luego, por tener demasiadas”, continúa.
Además, la joven explica que durante sus cuatro años en prisión sufrió “acoso sexual” y una fuerte depresión que la llevó a considerar poner fin a su vida: “Pensaba en cortarme las venas en la ducha, ya que las mamparas se empañarían y los guardias no se darían cuenta. Moriría desangrada. Pero un sacerdote de la prisión, Don Saulo, me salvó la vida con sus charlas sobre política y religión
. Incluso, me dejaba tocar la guitarra”. En la entrevista, Knox habla por primera vez de los padres de Meredith: “Nunca me he acercado a ellos por razones legales.ç
 Pero a mi parecer, creo que es su padre el que realmente piensa que soy la asesina de su hija y es muy doloroso. Espero que ambos lean el libro”.
El pasado mes de marzo, el Tribunal Supremo italiano volvió a poner el caso del revés al anular la sentencia absolutoria y ordenar que se repita el proceso.
 La joven, que volvió a Estados Unidos hace un año, y en la actualidad estudia en la Universidad de Washington, confesó estar muy decepcionada con esta decisión, y que siente “todavía la impotencia, la desesperación y el miedo”.
The New York Times, que ha tenido acceso al libro antes de su publicación asegura que en él se retrata a una chica “impetuosa, ingenua, un poco peculiar y que le gustaba el fútbol y los Beatles y que, de repente, se vio atrapada en una pesadilla”.
 El día de la publicación será entrevistada por la leyenda televisiva estadounidense Diane Sawyer, en la cadena ABC.