“Mi error fue abrir un día un libro”, decía Jack London en El lobo de mar. A veces –suele coincidir con el día del libro- pienso que el mío también.
A veces pienso que no. ¿Para qué sirve un libro?
Esa pregunta suele provocar respuestas pedagógicas, poéticas o metafísicas. Hay también una respuesta, digamos, periodística. Un libro sirve para enterarte de cosas.
Para enterarte, por ejemplo, de que no es que le hayas perdido la pista a alguien, es que se ha muerto. A mí me pasó leyendo un libro de John Berger, uno de mis escritores favoritos.
El libro se
titula My beautiful y Jaime Priede lo
tradujo al castellano para la editorial Bartleby en 2005 (Esa belleza). No es el mejor libro de Berger –autor de obras maestras
como Modos de ver o Una vez en Europa-, pero a la altura de
la página 32 se convirtió para mí en un libro inolvidable. Esa página empieza
así: “En la fila india descubro a Katrin. Aquí tengo una foto suya. La pinché
en la pared sobre mi mesa de trabajo cuando se murió”. Cuando se murió.
Una línea más abajo decía quién: la actriz Katrin Cartlidge.
Más Berger: “A menudo discutíamos su papel en una película o en una obra de teatro. Cada vez que interpretaba un personaje tenía la impresión de verla encarnar una de sus numerosas vidas anteriores.
Cientos de vidas muy distintas entre sí, lo que supone entrar en contacto con otras tantas heridas. Cuando me enviaba un SMS, firmaba con el nombre de Wing. Era una especie de juego entre nosotros.
Casi dos meses después de su inesperada muerte, tuve la impresión, mientras la retrataba mentalmente, de que se alejaba (no estoy seguro de si era gradualmente o de un brinco… sospecho que esto último)”.
Aquella “inesperada muerte” había sucedido el 7 de septiembre de 2002, tres años atrás. Neumonía. 41 años. Busqué una necrológica. Todavía la tengo dentro del libro (escribí una reseña que hablaba de levantar la vista de la lectura). No sé por qué cuento esto. Tal vez para explicar para qué sirve un libro. Katrin Cartlidge: la recordaba perfectamente en las películas de Mike Leigh, también en Rompiendo las olas o en Before the rain. La recordaba, por ejemplo, en Naked (Indefenso, 1993), en Career girls (Dos chicas de hoy, 1997) usando un libro de Jane Austen, creo, como si fuera el I Ching, es decir, para leer en él su inmediato futuro: básicamente, si ligaría aquella noche o no.
Y la recordaba buscando apartamento en Londres, mirando por la ventana en Canary Wharf. Al ver la torre de oficinas de César Pelli se lamentaba irónica
: “Pobres, no tenían dinero para pagarse un arquitecto”.
Me costó creer que había muerto. Berger dice que Cartlidge se parece a la escultura en la que Giacometti retrató a su mujer, Annette. En Esa belleza hay una foto de la actriz que le da la espalda, página con página, a una de la escultura. El papel se transparenta un poco: Berger tiene razón.
“La obra de los muertos cambia cuando mueren y al final nadie recuerda como era en vida de estos”. Es, otra vez, Berger.
Esta vez en su libro Mirar. Eso me pasa a mí con las películas de Katrin Cartlidge. ¿Por qué? Tal vez porque me enteré de su muerte por un libro.
Una línea más abajo decía quién: la actriz Katrin Cartlidge.
Más Berger: “A menudo discutíamos su papel en una película o en una obra de teatro. Cada vez que interpretaba un personaje tenía la impresión de verla encarnar una de sus numerosas vidas anteriores.
Cientos de vidas muy distintas entre sí, lo que supone entrar en contacto con otras tantas heridas. Cuando me enviaba un SMS, firmaba con el nombre de Wing. Era una especie de juego entre nosotros.
Casi dos meses después de su inesperada muerte, tuve la impresión, mientras la retrataba mentalmente, de que se alejaba (no estoy seguro de si era gradualmente o de un brinco… sospecho que esto último)”.
Aquella “inesperada muerte” había sucedido el 7 de septiembre de 2002, tres años atrás. Neumonía. 41 años. Busqué una necrológica. Todavía la tengo dentro del libro (escribí una reseña que hablaba de levantar la vista de la lectura). No sé por qué cuento esto. Tal vez para explicar para qué sirve un libro. Katrin Cartlidge: la recordaba perfectamente en las películas de Mike Leigh, también en Rompiendo las olas o en Before the rain. La recordaba, por ejemplo, en Naked (Indefenso, 1993), en Career girls (Dos chicas de hoy, 1997) usando un libro de Jane Austen, creo, como si fuera el I Ching, es decir, para leer en él su inmediato futuro: básicamente, si ligaría aquella noche o no.
Y la recordaba buscando apartamento en Londres, mirando por la ventana en Canary Wharf. Al ver la torre de oficinas de César Pelli se lamentaba irónica
: “Pobres, no tenían dinero para pagarse un arquitecto”.
Me costó creer que había muerto. Berger dice que Cartlidge se parece a la escultura en la que Giacometti retrató a su mujer, Annette. En Esa belleza hay una foto de la actriz que le da la espalda, página con página, a una de la escultura. El papel se transparenta un poco: Berger tiene razón.
“La obra de los muertos cambia cuando mueren y al final nadie recuerda como era en vida de estos”. Es, otra vez, Berger.
Esta vez en su libro Mirar. Eso me pasa a mí con las películas de Katrin Cartlidge. ¿Por qué? Tal vez porque me enteré de su muerte por un libro.
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