Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

28 feb 2013

Agüita con los militares Catalanes

“La patria vale más que la democracia”

 

Un general en la reserva justifica una intervención militar para evitar la secesión

“Si los mecanismos de de

fensa de la Constitución no funcionan, entonces...”

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El general de división Juan Antonio Chicharro, en la despedida en San Fernando (Cádiz) de una expedición a Bosnia-Herzegovina, en 2009. / R. RÍOS (EFE)

El título del debate, Fuerzas Armadas y ordenamiento constitucional, no permitía prever el cariz que acabaría tomando el acto, pero el general de división en la reserva Juan Antonio Chicharro se metió al público en el bolsillo cuando proclamó:
 “La patria es anterior y más importante que la democracia. El patriotismo es un sentimiento y la Constitución no es más que una ley”.
Un centenar de personas abarrotaba el pasado 6 de febrero el salón de la Gran Peña, un club de rancio aroma frecuentado por militares retirados en la Gran Vía madrileña.
Entre los ponentes figuraban, además del general, el presidente de la Sala de lo Militar del Supremo, Ángel Calderón, el rector de la Universidad Rey Juan Carlos, Pedro González-Trevijano, y el magistrado y director de la Revista Jurídica Militar, José Antonio Fernández Rodera, como moderador.
El acto se desarrolló dentro de los cánones académicos hasta que tomó la palabra Chicharro, comandante general de la Infantería de Marina (un cuerpo con más de 4.000 militares) hasta diciembre de 2010
. Desde el principio dejó claro que la suya no era una intervención improvisada.
Chicharro sigue sujeto al código disciplinario y tiene destino en Defensa
Según varios asistentes, se excusó alegando que en circunstancias normales habría declinado la invitación, pero que la actual “ofensiva separatista-secesionista” le obligaba a hablar.
 Como único militar entre los oradores, aseguró que en los ejércitos “hay un sentimiento generalizado de preocupación, temor, incertidumbre y confusión”, lamentó su ostracismo y criticó la destitución del general José Mena, en enero de 2006, por criticar el Estatuto catalán.
Aunque reprochó a los nacionalistas que busquen una interpretación tergiversada de la Carta Magna, se aventuró a ofrecer la suya.
 “El artículo 8.1 no implica la autonomía de las Fuerzas Armadas”, dijo, en alusión al mandato que encomienda a los ejércitos la misión de “defender la integridad territorial y el ordenamiento constitucional”. En línea con la jurisprudencia, recordó que la defensa de la Carta Magna corresponde al Tribunal Constitucional y al Gobierno, al que el artículo 97 de la Constitución atribuye la dirección “de la Administración civil y militar”.
Hasta ahí, la parte ortodoxa de su discurso. Recurriendo siempre al condicional y sugiriendo las respuestas en forma de preguntas, desarrolló luego una teoría justificativa del golpe de Estado
. El problema se produciría, dijo, “si los responsables de la defensa de la Constitución no se comportaran como su función requiere”.
 Y ello le llevó a preguntarse “cuál es el rango normativo del título preliminar de la Constitución”.
No lo dijo, pero lo dio a entender: el artículo 8.1 forma parte del núcleo duro de la Carta Magna, lo que no sucede con el artículo 97, el que determina la subordinación de las Fuerzas Armadas al Gobierno, por lo que su fuerza imperativa sería menor.
El general se adentró por la peligrosa senda de las hipótesis al invitar a imaginarse qué sucedería si el PP perdiera la mayoría absoluta en las próximas elecciones y los nacionalistas le exigieran, a cambio de su apoyo, la reforma del artículo 2 de la Constitución, que consagra la unidad indisoluble de la Nación española. “¿Qué hacen entonces las Fuerzas Armadas?”, se preguntó. No dio ninguna respuesta. O tal vez sí, porque agregó enigmáticamente:
 “Una cosa es la normativa y otra la praxis”.
“Si los mecanismos de defensa del orden constitucional no funcionan, por acción u omisión, entonces...”, concluyó. La única autoridad que pareció resistir su revisión constitucional fue la del Rey; convertido, como en el 23-F, en mando efectivo de las Fuerzas Armadas.
Si Chicharro quería ser ambiguo, el público no lo interpretó así. Su intervención fue recibida con una gran ovación, salpicada por gritos de “¡Bravo! ¡Bravo!”.
Ya en el coloquio, la mayoría de preguntas fueron incluso más lejos que el general. Quien cortó en seco la deriva fue el catedrático González-Trevijano.
 “La alternativa a la Constitución es un suicidio colectivo”, advirtió.
El general Chicharro está en la reserva, pero no retirado
. Sigue sujeto al código disciplinario castrense, que castiga al militar que “exprese públicamente opiniones que supongan infracción del deber de neutralidad en relación con las diversas opciones políticas o sindicales”
. Además, está destinado en la asamblea permanente de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, un selecto órgano asesor del ministro de Defensa en materia de recompensas que evalúa la “conducta intachable” de los militares.

 

27 feb 2013

Las Mejores Vestidas?y Peinadas?








La potencia del átomo.......Vicente Verdú

Le bastó a Stéphane Hessel un puñado de folios para activar a los rebeldes y para sumar a su descontento a millones de personas. Ni el 'Manifiesto Comunista' de 1848 aspiraba a tal impacto.

Puues justo yo pensaba que si había un libro que conmocionara all mundo entero este sería :Indignados!!!!

 

Stephane Hessel, en París en enero de 2011. / BORIS HORVAT (AFP)

Stéphane Hessel ha muerto apenas cinco años después de que, a sus 90 años, se hiciera famoso en el mundo entero. Su proeza fue un libro de 32 páginas que llama a la rebelión contra los poderes políticos y económicos establecidos. Impulsa a resistirse contra la injusticia, la superexplotación, el neoliberalismo salvaje, la falsa democracia y la corrupción rampante.
 Clama en fin contra todo el mundo institucional que odiamos los ciudadanos comunes de Oriente u Occidente, donde se revela la gran estafa de un sistema que aún aspira a "refundarse"
El éxito de este panfleto hesseliano del que se han vendido casi 5 millones de ejemplares en unos 100 países del mundo expresa la cristalización de un malestar de prácticamente toda la Humanidad de clases medias y obreros frente a unas estructuras cada vez más crueles y expoliadoras.
Le bastó a Stéphane Hessel un puñado de folios para aumentar la intensidad emocional de los potenciales rebeldes y para sumar a su descontento la conciencia de otros millones de personas que no había escuchado todavía el fuerte grito de un ¡basta ya!, procedente de un viejo sabio cuya autoridad se había forjado no sólo bajo las torturas de la Gestapo y la reclusión en dos campos de concentración nazi sino en su participación en la elaboración de la Declaración de los Derechos Humanos en 1948, poco después de la Segunda Guerra Mundial.
Ni El Manifiesto Comunista de 1848 podía aspirar por las circunstancias históricas y el incipiente desarrollo de los medios de comunicación a un impacto tan grande, a pesar de su majestuosa importancia. El Manifiesto se parece al panfleto de Hessel, ¡Indignaos!, en su potencia y en su breve extensión, un texto o átomo, un tomito de 23 páginas que explota como una bomba
. La gran diferencia es, sin duda, que tanto Marx como Engels, sus autores, no habían cumplido aún 30 años, 60 menos que Hessel y que, no por casualidad, mientras las palabras de este se proponen la destrucción de lo existente sin una clara alternativa futura, El Manifiesto, más romántico, expone un programa para el porvenir tras haber aniquilado la maldición capitalista.
"Un fantasma recorre Europa......"

Fassbinder se la juega en la taquilla

De izquierda a derecha, Lino Ferreira, José Luis Alcobendas y Daniel Moreno, en 'El café'. / cristóbal manuel

En el escenario de El café hay siete personajes y ocho tragaperras, baile maldito entre pobres diablos y las máquinas que devoran sus desesperadas vidas y bolsillos.
El dinero, cómo no, planea sobre esta obra que Rainer Werner Fassbinder adaptó en 1969 a partir de la comedia de Carlo Goldoni y que el brillante y autodestructivo autor de Las amargas lágrimas de Petra von Kant estreno a los 24 años, en plena efervescencia de su precoz talento.
Más de 40 años después, la purria de El café agita nuevamente un confortable patio de butacas, esta vez el del Teatro de La Abadía de Madrid, donde se estrena bajo la dirección del británico Dan Jemmett y en circunstancias excepcionales: ante los recortes, amenazado el montaje, los actores que interpretan El café decidieron el pasado mes de noviembre seguir adelante renunciando a su salario variable (solo cobran un mínimo) y dependiendo de la taquilla.
Una iniciativa de urgencia, insólita en un teatro público, que, según un comunicado del elenco, les arroja “a la realidad del mercado”. “Arriesgamos nuestro sueldo y apostamos por proyectos como este, esperando a un público que nos escuche”, dice el grupo en un comunicado que añade: “Un modelo de producción que deseamos que no se extienda”.
Fassbinder, en 1980. / Sygma/Corbis Etienne George
Es decir, el salario de José Luis Alcobendas, Jesús Barranco, Miguel Cubero, Lino Ferreira, Daniel Moreno, Lidia Otón, María Pastor y Lucía Quintana depende de un público dispuesto a conocer una obra incómoda y agria sobre una sociedad obsesionada por el dinero y las apariencias, codiciosa y corrupta, fea y desesperada. Un público dispuesto a recibir golpes en lugar de caricias, dispuesto a que no se lo pongan fácil.
 Un público que, según el director de La Abadía, José Luis Gómez, es cada vez más endeble como consecuencia de la carcoma que está dejando vacío el tejido cultural de un país en fatal descomposición.
Según explicaron ayer, en junio de 2012 los actores de El café firmaron el contrato con La Abadía para subir a escena la obra.
“A finales de noviembre, la fundación Teatro de La Abadía recibía la notificación de la cancelación de la subvención acordada que, sumada a los sucesivos recortes a las instituciones que forman su patronato, imposibilitaba la producción de este espectáculo. El 14 de diciembre nos comunicaron que se cancelaba el proyecto. Es entonces cuando los actores planteamos al teatro una propuesta de viabilidad que consiste en arriesgar nuestro sueldo”.
Nada de esto es motivo de alegría, coincidían ayer José Luis Gómez y el director del Círculo de Bellas Artes, Juan Barja, institución que en paralelo al montaje celebrará un ciclo dedicado al cine de Fassbinder. “En realidad, lo que plantea esta obra es una nueva oportunidad para cabrearse y no una nueva manera de subvencionar a artistas vagos”, señala el actor Daniel Moreno. “Frente al bombardeo del ‘no hay dinero’, del ‘no se puede hacer esto ni lo otro’, nosotros dijimos ‘sí, sí se puede’. Hay otras maneras. Dejar en el cajón este proyecto hubiera sido contribuir a ese gran fracaso, a esa indefensión a la que nos inducen día tras día”.
Daniel Moreno:"Ante el bombardeo del 'no hay dinero', dijimos sí, se puede"
Dan Jemmett, que bajó sus honorarios, habla de un intenso “trabajo de investigación” junto a sus actores para lograr una relectura precisa del texto del alemán. El café, que jamás se había puesto en escena en castellano, traducida ahora por Miguel Sáenz, nos devuelve el nervio de Fassbinder, ese hombre tosco y suicida, romántico que recelaba de cualquier sentimiento, que creía en un cine de “semen, sudor y lágrimas” y que en los años sesenta forjó en un sótano de Múnich las bases de su feroz Antiteatro.
No hay humor, dice Jemmett, en este café lleno de adictos al juego y a la cafeína, “oportunistas, embusteros, adúlteros, mafiosos y criados adinerados”. “La obra de Goldoni es graciosa, divertida, pero Fassbinder básicamente se dedicada a aniquilar todo eso. Más bien hace un retrato de algo muy parecido al infierno. Quizá hay restos de humor pero lo que Fassbinder quería era destruir la risa fácil del teatro burgués”.
Una obra ácida, nada complaciente con su público, pero más que nunca necesitada de él. “No creo en la calidad literaria de esta obra, que no funciona, si no en lo que fluye bajo su texto, un trabajo que requiere actores radicales y apasionados”, explica Jemmett.
“Creo que esta obra es hoy mucho más pertinente de lo que fue hace 40 años en Alemania, y representarla aquí, pese a las disficultades, es valiente y esencial.
 Aunque en los años sesenta Fassbinder deconstruyó la obra de Goldoni lo cierto es que aquel café, su ética, todavía significaba algo para él. Sin embargo, hoy ya no queda absolutamente nada de eso”
. Jemmett apunta entonces a un recorte de prensa reciente como simple ejemplo de toda esta desolación: “Hace unos días leí en un periódico inglés que un café había puesto el anuncio de tres puestos de trabajo de camarero a siete libras la hora.
 Se presentaron 1900 personas”. No hace falta más: miles de vidas alienadas por una desesperación que ya no distinguen entre café o casino, entre vida o tragaperras.