Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

30 ene 2013

Concha García Campoy vuelve al hospital

La presentadora tenía previsto regresar ya a la televisión antes de sufrir esta recaída en su leucemia.

Concha García Campoy ha hecho público a todos sus seguidores de la red social Twitter que se encuentra en el hospital para reforzar los tratamientos para hacer frente a la leucemia
. A través de su cuenta @conchagcampoy ha querido compartir los siguientes tweets: "Hola! Quiero que sepáis por mí que estoy de nuevo en el hospital.
 Hay que reforzar los tratamientos. Sigo muy positiva. Esta es la definitiva".
 "Retraso mis proyectos pero siguen en pie. Mediaset, como siempre, apoyando a tope
. Con vuestro ánimo estoy segura de que pronto nos vemos!!!".
En declaraciones a Hola.com confesaba que le ha costado mucho tomar esta decisión, por encontrarse bien últimamente, pero que con ella “evita problemas futuros”.
 Muchos amigos de la periodista han querido mostrarle todo su apoyo en estos duros momentos por los que está pasando, como la actriz Carolina Cerezuela, Sandra Ibarra o Juan Ramón Lucas.
García Campoy fue hospitalizada por primera vez en el Hospital de la Zarzuela -el mismo donde se encuentra hoy-, en las Navidades de 2011, al tiempo que abandonaba la edición matinal de informativos Telecinco, cadena para la que había fichado en enero de ese mismo año
. Tras el anuncio de su enfermedad vía Twitter, el 10 de enero de 2012, fue sometida a un trasplante de médula.
La periodista tenía previsto reincorporarse a su trabajo en Mediaset España este mismo mes de enero con un proyecto informativo y, aunque sigue en pie, ha tenido que retrasarlo
. En diciembre ejerció de conductora de la entrega de los Premios Talento, galardones que concede la Academia de la Televisión, institución de la que García Campoy es su portavoz.

 

Jim Thompson se abre las venas en 'Aquí y ahora' Por: Juan Carlos Galindo | 30 de enero de 2013


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Aquí y ahora no es una novela al uso.
 Tampoco es una novela negra a pesar de que la escribiese Jim Thompson (1906-1977) y de que en español la haya publicado este mes RBA en su sello Serie Negra (Hay una edición de Bruguera en 1981). Aquí y ahora por momentos no parece ni siquiera una novela.
 Es una brutal expresión autobiográfica, desesperante a veces, desesperada siempre.
 Un libro esencial para entender las claves de la obra del autor de The Killer inside me.


La obra cuenta la vida y miserias, sobre todo las miserias, de James Dillon, 35 años, trabajador casi por casualidad de la industria aeronáutica en la California de los años 40, escritor bloqueado que ya pasó por su mejor momento y que piensa que no podrá vivir de lo que escribe, padre y marido inseguro, hombre sin fe ni esperanza, alcohólico con los pulmones destrozados. 
Un hombre con rasgos autobiográficos que remiten a la vida de Jim Thompson, que pasó por miserias similares y que plasma en este libro la dureza de una vida sin horizonte.

Con una prosa poderosa a veces (traducción de Antonio Padilla), otras simplemente descriptiva y en ocasiones desesperante por su aparente inanidad, Aquí y ahora conmueve e inquieta. Dillon intenta progresar en un trabajo mísero, al que le cuesta llegar cada día; intenta no discutir con su madre, que se empeña en compararle con Jack London, y con su hermana Frankie, que viven con él, su mujer y sus hijos hacinados en un cuchitril; intenta no maltratar a su esposa Roberta; intenta que esa ciclotímica familia no descarrile para siempre; intenta pagar las deudas; intenta criar a su prole entre discusiones, hambre, cansancio y alcohol.
 Lo intenta y el choque continuo con la frustrante realidad deja un poso muy amargo.
 Se frustra pero no se rinde.


“Fascinado, enfermo de vergüenza, contemplé la conclusión del espectáculo, pensando las dotes de observación y estudio que estaban en su trasfondo; en lo terrible que resulta criar a los hijos entre la pobreza y el odio; en cómo algo que que tendría que ser dulce y hermoso, para Jo (una de las hijas) no era sino una farsa indecente”

Respiren.  El creador de 1.280 almas, obra que, por cierto, escribió en lo que algunos se sientan a pensar en las primeras líneas, tiene reservados en esta obra muchos momentos así. Thompson, llevado por una fuerza creadora sin igual, alcanzó una fama que al protagonista de la novela niega, quizás porque describe una parte de su vida anterior al éxito de The Killer inside me (1952), obra que le dio dinero, fama y la posibilidad de ir a Hollywood a hacer caja.
De esta etapa gloriosa surge una colaboración con Stanley Kubrick quien, gran admirador de Thompson, le encarga la adaptación de los guiones de The Killing (En España traducida como Atraco Perfecto, 1956) y Senderos de Gloria (1957).
Su cumbre en el cine la alcanza junto a otro genio despreciado, Sam Peckinpah, que adaptó en 1972 La huída . Protagonizada por Steve McQueen, la película sabe transmitir la fuerza y la desesperaza de las obras de Thompson y es una de las mejores películas del director de La balada de Cable Hogue.
 El proyecto fue, además, un éxito en taquilla.
No me resisto a dejar un vídeo.

¿Qué haces con ese libro aquí? Por: Iván Thays | 30 de enero de 2013 Del Blog Vano Oficio


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Foto: Rupert Ganzer
- ¿Qué haces con ese libro aquí?
No era la primera vez que oía esa pregunta, pero sí la primera que me percaté de una conducta compulsiva: simplemente no podía dejar de leer.
 Tampoco podía dejar de llevar un libro a donde quiera que fuese
. Era la boda de una prima mía, yo aún era un adolescente universitario y como el libro que estaba leyendo en ese momento no entraba en el bolsillo de mi saco, lo llevaba en la mano.
 Lo traía conmigo para leerlo en el taxi o microbús que me llevó hasta la iglesia. Pero no descartaba abrirlo en algún momento de la ceremonia o de la fiesta y avanzar una o dos páginas.
El francés Charles Danzig dice en su libro ¿Por qué leer?: "Más de un parquímetro de París se ha conmovido al oír que le pedía educadamente perdón después de haberme chocado con él, leyendo algún libro"
. En Lima no hay parquímetros, pero sí me he disculpado con algunos postes.
El origen fue la biblioteca de mi padre
. Mi padre no fue un gran lector, era ingeniero y economista y prefería ver televisión o películas en vhs, pero sí fue un coleccionista.
 No podía evitar coleccionar todo aquello que estuviese numerado y lo vendiesen en supermercados o kioskos.
 Antes de que yo naciera, logró hacerse de una colección de libros de Ariel, una editorial ecuatoriana, que se dividía en dos: libros serios para adultos y libros clásicos condensados para jóvenes, con ilustraciones.
 Esas colecciones de Ariel me convirtieron en un lector compulsivo: leía, en estricto orden, las resumidas aventuras del Capitán Nemo, Robinson Crusoe o el Quijote y disfrutaba de los dibujos. Tenía 8 años.
Una noche, descubrí que mi abuela, que vivía con nosotros, todas las noches sacaba uno de los libros y al dia siguiente lo dejaba en su sitio. Sentí envidia de que pudiese leer en una noche lo que yo demoraba semanas
. Me dediqué entonces a competir con ella silenciosamente, como libraba todas mis batallas en esos años
. Al principio, por más que insistía en quedarme largas horas por la noche despierto, no podía alcanzar la velocidad lectora de mi abuela.
Nunca le mencioné a ella, ni a nadie, esa competencia, pero sí celebré cuando conseguí leer un libro al día: una biografía de Napoleón que tenía exactamente cien páginas.
 Hace unos años comenté esta anécdota por primera vez en público
. Mi madre se rió y me dijo que mi abuela, fallecida hace años, solo leía las ilustraciones y pasaba las páginas
. Es probable, pero de todos modos le debo a ella mi oficio y los momentos más extraordinarios de mi vida.
Por cierto, la página 100 de cualquier libro se ha convertido en un mito. Cuando llego a ella, por más páginas que tenga el libro, me detengo un rato a descansar y siento que he conquistado un Everest; lo demás es coser y cantar.
Cuando entré a la secundaria empecé a leer las colecciones de la editorial colombiana Oveja Negra, que incluía Obras Maestras del siglo XX (con la seriedad de sus tapas marrones que imitaban el cuero) y Grandes Bestsellers en las que podía aparecer cualquier libro que hubiese sido llevado al cine, por lo tanto una semana tocaba Graham Green, Herman Melville o Lampedusa y la otra Margaret Mitchel o León Uris. No discriminaba.
 De esas colecciones, el único libro que confieso que no pude pasar de la página 100 (y siento aún hoy algo de culpa) es la investigación Todos los hombres del presidente, enfangado en detalles de la política norteamericana tan específicos y una lista de funcionarios del gobierno de Nixon que me hizo sufrir más que la genealogía de los Buendía. 
Después de leer un extraordinario post en el blog The Million de Michael Bourne, titulado "My New Year’s Resolution: Read Fewer Books", me pregunté cuánto habían cambiado mis hábitos de lector en estas décadas.
 La respuesta fue dura
. A diferencia de mis años universitarios, ahora puedo comprar más libros pero tengo menos tiempo para leerlos.
 Calculo que entre los 20 y 30 años leía un promedio de tres libros a la semana
. Esa medida bajó muchísimo, como le sucedió a Bourne, cuando tuve un hijo y un empleo a tiempo completo (además de mi afición a ver series de TV).
Actualmente, algo más de un libro por semana es mi promedio y también creo, como dice el artículo, que una meta de sesenta libros al año es realista.
Con esa convicción, empecé 2013 en una casa de playa y pude leer tres libros en cuatro días.
 Me sentí feliz, radiante, rejuvenecido
. Fue una ilusión, pues en la ciudad mi ritmo ha vuelto a ser el de los últimos años pero confío que llegaré a los sesenta libros, incluso proponiéndome algunas lecturas largas (la biografía de John Cheever me espera en el próximo feriado largo, y quisiera releer este año los dos tomos de la biografía de Nabokov)
. Desde luego, sé que la velocidad no implica una mejor lectura, y probablemente alguien pueda argumentar sólidamente que leer un solo libro durante todo el año puede ser una experiencia más enriquecedora que mi meta de sesenta libros en un año.
 Da igual.
 Existen muchas maneras de leer y muchos tipos de lectores.
 Yo soy de los que leen en el ascensor y se golpean con los postes. Repasando mi vida, veo que han sido realmente pocas las ocasiones en las que he salido de mi casa sin un libro en la mano.
Y la sola posibilidad de encontrarme atrapado en un sitio sin nada que leer me crea una angustia anticipada.
¿Por qué llevé un libro a un matrimonio? Pues porque soy un lector compulsivo, porque siento que cuando no leo estoy perdiendo el tiempo, porque desde niño los libros son parte importantísima de mi vida, porque aprovecho cualquier ocasión que estoy a solas para leer y sobre todo porque, como dice Dantzig, "Leer es mucho más interesante que entretenerse".

Pioneras de la aventura literaria, Excepcionales Mujeres.

Libro de Teresa de Ávila. / BNE

Teresa de Ávila también tenía fe en la franqueza
. En el arranque del libro Camino de perfección, que escribió para sus monjas, las carmelitas a las que había descalzado y embridado por la senda de la austeridad (a Angela Merkel le gustaría: una mujer del sur con espíritu del norte), confiesa su profundo cansancio:
“Pocas cosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración”.
La religiosa tenía la cabeza colonizada por un ruido tormentoso desde hacía tres meses y sentía “flaqueza”. Aquella confesión dirigida a sus monjas puede leerla cualquiera que acuda a la exposición El despertar de la escritura femenina en lengua castellana, que la Biblioteca Nacional (BNE) dedica a las aventureras de la pluma en siglos poco propicios para las incursiones literarias si no nacías hombre y que estará abierta hasta el 21 de abril.
Las cosas han cambiado
. Aunque no demasiado rápido
. La propia institución que acoge a las autoras fue un prolongado coto vedado a las mujeres
. “La Biblioteca tiene una tradición muy machista. Felipe V solo dejaba entrar a varones y hasta 1837 no se abrió a las visitas femeninas y limitada a los sábados”, contó ayer a modo de contricción histórica la directora de la BNE, Glòria Pérez-Salmerón.
 Para remachar la exclusión femenina aportó un último dato: hasta 1990 (casi tres siglos después de su fundación) no hubo una directora, Alicia Girón, y no por falta de candidatas (hay tantas bibliotecarias que le dicen “la cuerpa” de archivos y bibliotecas).
Algún remordimiento se disipará con la muestra
. Unos 40 libros, pertenecientes a la propia institución y seleccionados por la comisaria, la poetisa Clara Janés, demuestran que las adversidades no son infranqueables
. Ir a la contra siempre fue posible. Cristobalina Fernández de Alarcón despertaba a menudo las iras de Quevedo y Góngora, cuyas soberbias estaban a la altura de sus talentos, porque se imponía en todos los certámenes poéticos a los que concurría
. A Lope le encantaba. A Lope le gustaban las mujeres.
 En sentido concreto, y en sentido general.
 En un discurso en Madrid mostró su alegría “de ver que una mujer pudiese tanto / que haya dado en la iglesia militante / descalza una carrera de gigante”, en referencia a Teresa de Jesús
. En sus obras, recuerda Janés, homenajea a numerosas autoras coetáneas.
Su propia hija tiene un protagonismo destacado en la exposición: Sor Marcela de San Félix tomó los hábitos en el convento de las trinitarias, a un paso de la casa familiar
. “Se cuenta que Lope iba a visitarla cada día”, explica la comisaria.
 La monja fue de las pocas autoras que eligió el teatro como vehículo de expresión (tenía a su favor la genética y el ambiente) y representaba sus obras (de tema religioso) intramuros.
La poesía fue el género predilecto de la mayoría, pero tocaron a casi todas las puertas.
 El ensayo, la novela y la ciencia. De María de Zayas y Sotomayor se sabe poco aunque escribió mucho. Sus Novelas amorosas y ejemplares, que fueron editadas y traducidas en 14 ocasiones entre los siglos XVII y XVIII, se conocen como “el Decameron español”
. En una ocasión afirmó: “Las almas ni son hombres ni mujeres”.
Se insinuó que era varón, pero Clara Janés rechaza esa hipótesis: “Se escondía muy bien, probablemente porque era una mujer noble y se sentía en peligro si se conocía su identidad”.
Fue una feminista cuando aún no había feminismo sino osadas que iban contra la norma.
 La más insigne fue Sor Juana Inés de la Cruz, mexicana que nació en el XVII y pensaba como en el XX. Seguramente superdotada: aprendió a leer y escribir con tres años siguiendo a escondidas las lecciones de su hermana mayor y se zampó todos los libros de la biblioteca de su abuelo.
Fantaseó con ir a la universidad disfrazada de hombre hasta que su familia puso tierra entre ella y su sueño y la introdujo en la corte de la virreina, la marquesa de Mancera
. Tenía talento, inteligencia, belleza y alergia al matrimonio
. Le recomendaron el único camino alternativo: entrar en un convento. Las Jerónimas le dieron libertad: conservó sus instrumentos científicos, sus libros, sus ropas y sus criadas
. Reivindicó para las mujeres el derecho a la educación.
 Avivó tanto el debate intelectual que tras la escritura de la Carta Atenagórica fue perseguida y castigada por los responsables eclesiásticos, que la sometieron a juicio y le obligaron a renunciar a todo lo que había sido (“soy la peor de todas”, diría). La Inquisición hizo de las suyas con todas ellas, empezando por Teresa de Jesús y siguiendo por sus discípulas, Ana de Jesús y Ana de San Bartolomé, que se refugiaron en Bélgica.
Incluso para alguien como Clara Janés, que lleva años explorando en la historia de las escritoras, la BNE escondía sorpresas como la sevillana Sor María de la Antigua, que dejó más de 1.300 cuadernos escritos. Es la única religiosa que aparece dibujada junto a la disciplina —el instrumento de cáñamo usado para azotarse— en la colección de ilustraciones que se incluye en la exposición.
Entre las seglares, Janés destaca la historia de Olivia Sabuco, la descubridora del líquido raquídeo a la que su propio padre trató de robar el logro (finalmente lo lograron unos británicos).
¿Solo escribían las religiosas?, le preguntaron a Clara Janés durante la presentación
. No, dijo, pero los conventos fueron los únicos refugios que encontraron aquellas mentes inquietas nacidas en un ambiente opresor y los lugares que a la postre preservarían el material de sus escritoras.