Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

29 oct 2012

Babilonia


Un momento de la representación de 'Babylon' en la Bayerische Staatsoper de Múnich. / WILFRIED HÖSL
No pudo Hans Werner Henze terminar la Muerte de Isolda que estaba componiendo para el próximo Festival de Pascua de Salzburgo.
 Falleció el sábado mientras uno de sus alumnos, Jörg Widmann, ponía patas arriba la ópera de nuestros días en la inauguración de la temporada de la Bayerische Staatsoper de Múnich con Babylon, un título lírico para el que contó con la colaboración como libretista del filósofo Peter Sloterdijk —un par de docenas de sus libros están traducidos al español—, el maestro musical Kent Nagano y el grupo teatral La Fura dels Baus, con Carlus Padrissa al frente. Ocurría en el mismo escenario, el Teatro Nacional, donde en enero de 1997 Henze estrenó Venus und Adonis, siendo aclamado nada más sentarse en su localidad antes de que su música sonase. ¡Cómo no emocionarse ante la coincidencia, reforzada además por la asistencia al estreno el sábado de Wolfgang Rihm, otro maestro de Widmann! Para Rihm, La Fura iba a poner en escena en el Real La conquista de México que, por razones que se me escapan, no va a ser así. Mortier también estaba en Múnich el sábado.
La expectación ante el estreno era inmensa y numerosos aficionados, desafiando la nevada, portaban carteles de Suche Karte (Busco una entrada) esperando una oportunidad de ser testigos directos. La concentración en la abarrotada sala fue ejemplar y no se escuchó ni un suspiro en la hora y tres cuartos que duró la primera parte del espectáculo.
Nadie abandonó su localidad en la pausa. Y, al final, el público reconoció el esfuerzo con ovaciones unánimes al compositor, equipo musical y equipo escénico, y solamente hubo alguna protesta aislada contra el libretista, por razones presumiblemente extraoperísticas.
 Lo admirable, por encima de la anécdota, es la actitud de un público —y de unas instituciones culturales— apoyando a sus creadores. Los nietos de Wagner —llámense Henze, Rihm, Widmann, Stochausen o Lachenmann— son respetados y admirados en su país. Así les va.
El espectáculo es colosal y, digámoslo así, más espectacular que intimista. Widmann tiene solo 39 años y había destacado con solvencia en el campo sinfónico y en el de cámara. Tiene intuición y sentido de la comunicación.
 Conjuga bien la tradición con la modernidad. Su compenetración con Padrissa ha sido modélica. Widmann inventa una música lírica para nuestro tiempo, Padrissa crea una estética visionaria y tecnológica que se funde a las mil maravillas con los sonidos propuestos. Aciertan al plantear la obra en siete cuadros —jugando con el simbolismo del siete—, a lo que añaden un prólogo, un epílogo y un intermedio, para dejar claras las consecuencias de una civilización siempre en construcción, siempre en destrucción. Hay una historia de amor que late en la obra entre un judío y una sacerdotisa babilónica, con dos concepciones diferentes del deseo. Escenas como la bajada a los infiernos de la protagonista son absolutamente magistrales en su fantasía escenográfica y en la utilización de un concepto melódico que recuerda al que Widmann había utilizado en sus Siete estribillos para un tilo seco, especialmente el quinto, de un neorromanticismo sobrecogedor.
 En otras escenas Widmann saca a flote su apabullante brillantez al estilo de su Misa sin palabras, que estrenara Thielemann, y siempre juega en la ópera en su conjunto con una estructura contrastada, como en su serie de cuartetos. Las referencias a la tradición, cuando uno menos se lo espera, son evidentes tanto en el terreno culto como en el más popular.
Es obvio que Padrissa se encuentra a sus anchas en Alemania, como demostró en su alucinante puesta en escena de Sonntag, de Stockhausen, en Colonia, a la orillas del Rin. En Babylon muestra su desbordante fantasía y su continua capacidad de sorpresa, pero con contención. Ha madurado, y de qué manera. Los hallazgos fundamentales son lingüísticos.
 Demuestra que hay una manera de contar no explorada hasta ahora.
 No hay una concepción estética tradicional, pero sí una manera envolvente y creativa de contar cercana al hipnotismo por el ritmo convulsivo que transmite. No creo que jamás se haya ovacionado de forma más intensa a Padrissa y su equipo que el pasado sábado
. Más de un cuarto de hora duraron los saludos finales.
Musicalmente todo estuvo en su sitio: Nagano, la orquesta, el coro, los cantantes Prohaska, McFadden, Myllys, Schnaut.., los figurantes, el excepcional equipo de vídeo... La ópera del siglo XXI es posible. Widmann y Padrissa han firmado un acuerdo diabólico para mantenerla

Ahora ya, las imágenes, reales o inventadas,

¿qué importa?, nos habitan, nos cercan,
y van a nuestro lado a cualquier sitio.



No es fácil estar solo en lo remoto,
allí donde las hojas se sacuden
el polvo y la tristeza que acumulan.

Impele al corazón alguna intriga,
una presunta y dulce decadencia
que queremos tener a nuestro lado.

Recordamos la hierba tras la lluvia
y unos cuerpos tan jóvenes que ofenden
a nuestro lastimado corazón.

Porque al irles a hablar no nos conocen,
ni quieren saber nada de motivos
por los que un viejo en un sillón aguarda.

Yo podría contarles el futuro,
las no sé cuántas cuitas y flaquezas
que van a soportar hasta doblarse.

Pero ellos en la hierba revolcados
ignoran con razón las pesadillas
y los augurios de los viejos locos.

¿Cómo explicarle a él que soy su sombra?
¿Cómo explicarle a ella que aún la quiero?
 
De Jose Miguel Junco Ezquerra
 
(Como diría Horatio no puedes, hijo.)

Juan Cruz gana el Premio Nacional de Periodismo Cultural

Editor, novelista y una de las firmas esenciales del diario EL PAÍS, es autor de más de 20 libros

Con su tarea ha contribuido a cohesionar la cultura en castellano a los dos lados del Atlántico.

Juan Cruz en una imagen de 2008 / GORKA LEJARCEGI
“Hay quien me ha llamado agitador cultural y en realidad el que está agitado soy yo”. Juan Cruz ha recibido en Buenos Aires la noticia de la concesión del Premio Nacional de Periodismo Cultural. Redactor desde los 13 años, comenzó a publicar en el semanario tinerfeño Aire Libre.
 Desde entonces hay pocas tareas relacionadas con la creación y la comunicación que Juan Cruz (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1948) no se haya echado sobre las espaldas. Editor, novelista, locutor radiofónico, presentador de televisión y culé irredento, es difícil encontrar una personalidad del mundo de la cultura que no figure en la agenda de amistades de Cruz.
Para Cruz tanto pesa en este premio la palabra cultura como la palabra periodismo.
 Buena parte de sus inquietudes se han volcado en reflexionar sobre la tarea de informar, como en su ensayo Periodismo: ¿Vale la pena vivir para este oficio? (Debolsillo, 2010).  Cruz es taxativo al hablar sobre qué retos afronta la información en torno a la creación y el arte: "Al periodismo cultural le queda por delante lo que al periodismo a secas. Su principal reto es afianzar la escritura. Cuanto mejor sea la escritura, mejor será el periodismo".
Este año Cruz cumple 50 años en el ejercicio de la profesión
El jurado ha destacado de él su condición de "referente en el periodismo cultural en lengua española". "Encarna la curiosidad intelectual y la pasión por la cultura", añade el comunicado oficial.
De su tarea como novelista y ensayista dan fe más de 20 títulos (con Egos revueltos. La vida literaria: una memoria personal, ganó en 2009 el Premio Comillas; en 1988 ganó el Premio Azorín por El sueño de Oslo). Cruz ha combinado la creación literaria con su trabajo diario como periodista, amén de presentaciones, mesas redondas y esas otras labores entre bambalinas con las que, en las últimas décadas, ha contribuido a cohesionar la cultura en castellano en las dos orillas del Atlántico.
 “Para quien dice que nunca duermo, pues la noticia me ha pillado durmiendo”, bromea con su fama trabajador. Ha sido el propio ministro de Educación, Cultura y Deporte, Juan Ignacio Wert, quien se lo ha comunicado.
“Este reconocimiento tiene para mí un alcance sentimental y biográfico muy especial”, y lo tiene porque este año Cruz cumple 50 años en el ejercicio de la profesión; un oficio que considera esencial:
“Los periodistas culturales ponen a dialogar a la sociedad con los creadores. Es fundamental mantener en la sociedad el gusto por la creación, de lo contrario queda abocada al aburrimiento".
Cruz, miembro fundador de EL PAÍS (hoy es adjunto a la dirección del diario) echa la vista atrás y recuerda cuando Ángel Sánchez Harguindey lo trajo en 1977 desde Londres para desempeñar el puesto de Subjefe de Cultura. “Desde su creación EL PAÍS se planteó tener una sección de Cultura, a la que siempre le ha dado una enorme importancia”, afirma. Pero los contenidos culturales del diario a menudo se han escapado del corsé de una sección: “La sección de Opinión siempre fue receptáculo de los intelectuales del momento. Los primeros colaboradores fueron María Zambrano y Rafael Alberti. La de Deportes fue la primera sección en acoger grandes firmas para contar partidos.
 La generación de Javier Marías, Manuel Rivas y Julio Llamazares se hizo en buena medida escribiendo en EL PAÍS…
 Hay algo que desde el origen vincula el periódico con el mundo de la Cultura”, apunta Cruz..
Licenciado por la Universidad de la Laguna en Periodismo e Historia, además ha sido director de comunicación del Grupo Santillana. En televisión ha colaborado en La Mirada Crítica, de Telecinco, también interviene habitualmente en el Canal 24h de TVE. En radio ha colaborado en diferentes espacios: es colaborador de La Ventana, de la Cadena Ser
. En esta misma antena ha dirigido programas de reflexión y debate, el último ¿Cómo explicamos esto?.