Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

28 oct 2012

30 años de emoticonos

Al ascensor de la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh (Pensilvania, EE UU) no le pasaba nada, pero los profesores se cuidaron mucho de no usarlo aquella tarde del 16 de septiembre de 1982. Howard Gayle, profesor y dueño de un extraño sentido del humor, había entrado en el foro electrónico de la Universidad –un espacio primitivamente cibernético donde el personal debatía sobre temas que iban desde los aparcamientos o Star Trek hasta el aborto– para anunciar que “tras un accidente del departamento de Física, el ascensor se ha contaminado de mercurio. Existe un pequeño riesgo de incendio. La descontaminación terminará a las ocho de la mañana del viernes”. A la plantilla, la cosa debió de parecerle plausible y, cuatro horas después, hubo que aclarar que era una broma. Los profesores se dispusieron entonces a imaginar la forma de evitar que esto se repitiera. Hacer que una payasada no se pareciera, por escrito, tanto a un mensaje serio.
Uno sugirió que en el futuro se marcasen los chistes con el símbolo (*); otro, el más resultón (%). Cuando resolvieron que (*) sería para los chistes buenos y (%) para los malos, un tercero apostilló que (&) tendría más efecto “porque parece un gordo feliz convulsionándose de la risa”. El 19 de septiembre, un investigador de informática llamado Scott Fahlman escribió: “Propongo :-) para las bromas. Léanlo de lado”.

En el diccionario, entre el punto y la coma

ubén Ruano no daba crédito. Este ingeniero de telecomunicaciones zaragozano solo conocía de oídas al director de la empresa para la que trabaja. Este abril ascendió y recibió un correo a la hora de la salida: “Necesito un informe para mañana a primera hora. No te vayas sin tenerlo hecho. :)”. “¿Qué se supone que quería decirme?”, se pregunta hoy. “¿Que trabajara más horas o que fuera su amigo?”. Con la edad, los emoticonos llegan cada vez a rincones más serios. “Se ven en correos entre empresarios adultos, hasta entre altos cargos del Ejército estadounidense”, expone Will Schwabble, coautor de Send, una guía sobre cómo redactar e-mails según el contexto. “En los últimos años, el emoticono ha madurado y solo le queda un último umbral: la integración total en el léxico académico”. Esa es la asignatura pendiente. Dejar de ser un añadido con la dignidad de un corazoncito sobre una i, como desde siempre ha sido visto, y ser aceptado oficialmente como un signo de puntuación más. “Creo que pasará más pronto que tarde”, predice Bill Lancaster, profesor de comunicación de la Northeastern University de Boston. “El emoticono es el colmo de esta era de mensajes truncados, descuidados e iletrados. Pero como la intelectualidad está muriendo, y con ella la palabra escrita de forma analógica, que por ahora está a salvo del emoticono porque requiere pensar, es probable que este sea aceptado en el diccionario Oxford’s entre el punto y la coma”. Dicho de otra forma, :(.
El problema de Carnegie Mellon no era nada nuevo. El escritor Ambrose Pierce ya había expuesto en 1887 la necesidad de inventar un signo tipográfico que representara un tono de voz o una expresión facial. En 1969, Vladímir Nabokov explicó a The New York Times que deseaba un icono (“un paréntesis supino”) que actuara de sonrisa textual. Pero en aquellas épocas escribir era algo formal y elaborado y no se necesitaba matizar lo que se puede explicar con palabras. Fahlman, en cambio, se había pronunciado en los albores de la comunicación digital, donde las prisas y la cotidianidad harían de una sonrisita un matiz trascendental. “El texto online es un nuevo género literario”, sentencia Szu Yu Chen, profesora de lingüística aplicada en la Universidad Chung Yuang de Taiwán y experta en comunicación digital. “Ya que se pierde la coherencia y la proximidad del encuentro físico, los internautas necesitan signos de puntuación que denoten la emoción en los mensajes escritos”.
Días después del comentario de Fahlman, la Universidad usaba :-) a diario
. Al poco, la de Stanford. Después se propagó por foros de varias instituciones. Era noviembre de 1982 y el emoticono, llamado a ser una de las linguas francas más universales, acababa de nacer.
“Aparte de coreano, aquí se habla emoticon. Los jóvenes me los ponen en los exámenes, y los mayores, en los correos. No es para nada como Estados Unidos”. Alan Talbott, estadounidense y estudioso de la cultura asiática, dejó su Nueva Orleans natal el año pasado para enseñar inglés en Corea del Sur. Con lo que no contaba era con darse de bruces contra la complejidad que el universo emoticono ha adquirido en los últimos 30 años.
Al :-) siguió el @= para mensajes sobre la bomba nuclear en los ochenta y el 7:>] para Ronald Reagan. Llegó Internet y, con él, los chats, los mensajes apresurados y una serie imparable de efímeros catálogos de emoticonos. :-) perdió la nariz y se quedó en :) Los chats de IRC de los noventa se inventaron la famosa cara de mono enfadado, (:@ El Messen­­ger redujo una carcajada a XD
. Los móviles los han convertidos en imágenes prediseñadas, más aptas para teclados diminutos. Compensan esta limitación con una especificidad casi aterradora. En la última actualización del sistema operativo del iPhone se incluyó un teclado con más de 400 iconos. La aplicación de mensajería WhatsApp ofrece desde una cara para el desprecio hasta una mujer vestida de flamenca.
Los expertos admiten que tanto desarrollo escapa a su documentación.
 Pero lo aducen a dos factores: cada país y cultura crean sus propios iconos y, con la universalidad de Internet, terminan compartiéndolo. Pocas regiones encarnan tan bien este mestizaje como Asia, productora oficial de rarezas cibernéticas: “En Corea se usa mucho OTL, que representa a un hombre de rodillas, humillado. En Japón van más allá, con ORZ. Eso no lo encuentras en Europa”, explica Talbott. “Aquí los emoticonos se dibujan horizontalmente. En lugar de :), está {*_*} quizá porque en Asia dan más importancia a los ojos que a la boca”.

Mirando hacia tras con Ira


—Qué pasa?
—Ya te enterarás.
Rifle en mano, Juan Carlos Alfaro se encontró por las calles de El Salobral al menos con dos vecinos a los que saludó.
 Uno iba a pie y otro volvía en bicicleta desde la huerta.
 Tenía 39 años y acababa de asesinar a una niña de 13 a la que decía amar
. En su huida, no disparó a todo al que halló en su camino. Solo a dos personas más: el marido de la abuela de la niña, que resultó herido, y a otro vecino del pueblo, que falleció en el acto.
 Las razones para este último crimen se las llevó a la tumba, pero su obsesión enfermiza por la chiquilla venía de lejos
. Fue, según parece, una masacre planeada. Quería acabar con todos los que se oponían a lo que él consideraba amor.
 Era el principio del fin de una historia que comenzó hace años, en unas casas de campo situadas enfrente del pueblo, camino a los cerros cercanos a El Salobral.
Fuente: elaboración propia. / HEBER LONGÁS / EL PAÍS
Cándida Aparicio y Antonio Alfaro tienen allí unas casetas
. A su hijo Juan Carlos le gustaba pasar largas temporadas en su terreno.
Se sentía bien al aire libre. Paseaba, salía con los perros, hacía ejercicio…
En una de las casas montó un gimnasio con bicis, sacos de boxeo, pesas, tabla de artes marciales y todo tipo de aparatos.
 Pero, sobre todo, hacía prácticas de tiro casi a diario.
Tenía muchas dianas, armas, y una gran puntería. También le gustaba la caza. Dicen en el pueblo que si veía una perdiz, no importa cual fuera la distancia, la abatía seguro.
Era amigo de Agustín Delicado, otro vecino de El Salobral.
 Eran más o menos de la misma edad. Juan Carlos, el Fraguel, tenía 39 años; Agustín, el Pepsicolo, 40.
 Uno era mecánico; el otro, camionero.
 Los dos estaban en paro. Juan Carlos iba cada tarde a las tres y media, después de comer, a tomar café al Port Dry, el bar de uno de los hermanos de Agustín.
En el cerro, era vecino de otro de ellos, al que saludaba cada mañana mientras hacía sus prácticas de tiro
. Las dos familias se conocían de toda la vida y ellos parecían llevarse bien.
Sea como sea, tenemos que pasar página. Para la familia de la niña será más difícil, dice un hermano de Agustín
Agustín fue la segunda víctima mortal de Juan Carlos el sábado 20 de octubre.
Falleció abatido a tiros en la puerta de su casa. Juan Carlos había lanzado una ráfaga de al menos 15 disparos en dirección a su portal en el momento en el que Agustín salía a fumarse un cigarro.
Antes, había disparado con una pistola a Almudena, la niña de 13 años con la que estaba obsesionado.
 Las dos víctimas murieron en el acto
. Después de matar a la chiquilla, llamó a Emergencias y confesó el crimen.
 En su huida hacia los maizales, se encontró también con el abuelastro de Almudena, que iba en coche, muy nervioso porque ya había visto el cuerpo sin vida de su nieta.
 Le disparó e hirió en el hombro. Después, y tras llamar a un par de personas —uno de ellos pasó directamente el teléfono a los agentes de la Guardia Civil—, se escondió en el campo durante un día y medio.
Juan Carlos Alfaro, en su perfil de Facebook. / MANU (EFE)
“Oímos como una traca muy fuerte”, recuerda Pilar de la trágica tarde. “Pensé que eran petardos. Mi marido salió a mirar. ‘¡Que han matado a la Almudena!’, ‘¡Pilar, que han matado a la Almudena!’, me dijo al volver. Para nosotros era como una nieta.
Esa misma mañana había venido a saludarme y a darme un beso. Era muy cariñosa”.
A pocos metros de allí, en el Port Dry, Pepe, el hermano de Agustín, celebraba el cumpleaños de uno de sus hijos en el bar. Había siete u ocho chavales; entre ellos, la hija de Agustín, de 11 años, y alguna amiga de Almudena. Oyeron también la descarga.
“Cuando salí, vi fuego al fondo de la calle”, relata Pepe. “Me pareció que era en el portal de mis padres. Salí corriendo y me encontré con mi hermano en el suelo. Muerto. Él vivía allí con mis padres y mi hermana.
A su hija, que entre semana está con su madre en Albacete, no se lo dijimos hasta el día siguiente”.
“Yo me quedé en el bar con los críos”, dice su mujer. “La Guardia Civil entró y dijo que se cerrara todo. Apagamos las luces y nos escondimos”.
El miedo y el desconcierto se apoderaron durante horas de El Salobral. La historia de Juan Carlos y Almudena empezó a correr como la pólvora. Todos pensaban que los siguientes podrían ser la madre y la abuela de la niña.
Otro chico, Mariano, a quien Juan Carlos había preguntado esos días en tono amenazante que por qué Almudena se había subido a su coche, se escondió aterrorizado en la panadería.
 No salió hasta dos días después. Pensaba que podía ser el próximo en la venganza asesina de Juan Carlos.
Agustín Delicado, una de las víctimas, había recriminado a Juan Carlos su obsesión con la niña también asesinada
El lunes, seis horas después de que la Guardia Civil lo encontrara en la caseta de campo de sus padres, esa que tanto le gustaba, Juan Carlos se pegó un tiro.
 Salió de la casa, caminó en línea recta con una pistola en la sien, y disparó. Eran poco más de las tres de la tarde
. A la misma hora en la que el sacerdote Pascual Guerrero estaba oficiando un funeral de cuerpo presente para despedir a Almudena, Juan Carlos se suicidaba en el lugar en el que había empezado su obsesiva y extraña relación con una niña 26 años menor que él.
Almudena tenía un padre biológico que nunca se hizo cargo de ella. Su madre, Adela, mantuvo durante casi ocho años una relación con otro chico del pueblo, José Andrés, que acogió y quiso a la pequeña como si fuera su hija. La familia de José Andrés tenía una casa en el cerro, al lado de los terrenos de los Alfaro, e iban allí muy a menudo.
 A Almudena le encantaban los perros y la naturaleza. Pasear. Allí estaba tranquila. Y allí empezó a tratar a su vecino Juan Carlos.
El helicóptero médico que trasladó a Alfaro de la parcela donde se quitó la vida. / CRISTÓBAL MANUEL
La madre de Almudena, Adela, se separó de José Andrés.
 Pero la niña siguió viendo a quien ya consideraba su padre, y a sus abuelos, Pilar y Andrés. Continuó yendo al cerro y viendo a Juan Carlos.
Al principio empezaron a compartir aficiones. A escuchar música, rock y heavy metal, a hablar, a dar paseos. Almudena, una niña cariñosa pero solitaria, tenía 11 años cuando empezó a pasar más tiempo con él. Fraguel, 37
. Quienes los trataban dicen que en ese momento no había relación amorosa entre ellos; que esta comenzó muy poco a poco y que empezaron su especie de “noviazgo” hace poco menos de un año. Nadie tiene muy claro hasta dónde llegó, física y sexualmente, ese vínculo.
La relación entre ambos se fue estrechando hasta convertirse en algo que nadie entendía.
 Ya no se veían solo en el cerro, sino también en el pueblo.
 Ella iba a su casa a escuchar música y paseaba a veces con él por El Salobral, aunque nunca cogidos de la mano ni agarrados, según coinciden varios vecinos. De hecho, muchos en el pueblo desconocían que hubiera nada entre el Fraguel y la niña y no se enteraron hasta la noche del doble crimen.
“¿Cómo podía pretender tener una novia de 13 años?”, se preguntan ahora en El Salobral.
 Él se enfrentó a quienes, como Agustín Delicado el verano pasado y otros conocidos, le recriminaron alguna vez lo que ellos entendían como una obsesión inaceptable. Agustín le dijo que fueran juntos a conocer a mujeres hechas y derechas. Juan Carlos en enfadó. Decía que esperaría a que Almudena fuera mayor; que la amaba. Algunos atribuyen el crimen de Agustín a estas críticas.
 Otros, a que Juan Carlos pensaba que un sobrino de él, José, estaba tonteando con la niña. Hay distintas teorías, pero todos reconocen que son conjeturas.
 El móvil de este asesinato es aún muy confuso.
La familia de Almudena creyó desde el principio que su relación con Juan Carlos era patológica, enferma, desigual. Una historia que no debía ser. Una aberración. La abuela de la niña, Francisca, había tenido, además, una mala experiencia con su primer marido y padre de sus hijos, al que conoció también siendo adolescente.
 La niña vivía ahora con ella y con su marido.
 La madre, Adela, residía en El Pasico, una aldea mínima entre El Salobral y Aguas Nuevas, junto a su nueva pareja. Ni la madre ni la abuela pensaban permitir, de ninguna manera, que la relación continuara. La familia de Juan Carlos pensaba también que no era lo mejor para su hijo, pero no se opusieron con la misma intensidad. Lo consideraban inevitable.
 Decían que los dos “querían estar juntos” y que él estaba “loco por ella”.
Juan Carlos, un chico muy inteligente, según los vecinos, se encerraba en casa algunas temporadas, pero salía. Hace un par de años se fue a Canadá para buscar trabajo como mecánico, aunque acabó volviendo. Sus dos hermanos —solo su hermana vive fuera de El Salobral, con su pareja— apenas pisan la calle. Al mayor, Antonio, hay quien no lo había visto salir de casa desde hace más de 20 de años. “Desde que sus compañeros de quinta se fueron a hacer la mili”, dice un vecino. “Juan Carlos tenía sus cosas, era un chico muy nervioso, pero estaba más integrado en el pueblo, aunque iba con una pandilla bastante conflictiva”.
Estaba totalmente volcado en el tiro y la caza.
Tenía tres licencias de armas: la E para armas de tiro deportivo y escopetas de caza; la D para armas largas de caza mayor; y la F, para armas cortas y largas con uso deportivo. Esta última le permitía tener una pistola como la que compró en una armería de Albacete el jueves anterior a cometer los asesinatos.
Todo era legal. En total, según la Guardia Civil, tenía tres o cuatro armas. Los vecinos aseguran que además compraba en subastas otras antiguas e inutilizadas, de coleccionista, y que algunas lograba arreglarlas.
El conflicto entre Juan Carlos y la familia de Almudena comenzó a crecer durante los últimos nueve meses hasta desembocar en amenazas y denuncias mutuas.
 El entorno de Juan Carlos consideraba que se estaban pasando y que no tenían derecho a presionarlo tanto si la relación era “consentida”.
 El de la madre y la abuela no entendía que no se dieran cuenta de la gravedad de la situación, y de que estaban ante un abuso de un adulto de casi 40 años sobre una niña de 13.
La niña decía que también lo quería. Su madre y su abuela pensaban que le había sorbido el seso.
Le quitaron el móvil, casi no la dejaban salir de casa ni usar Internet.
 Ella escribía sobre su amor en su muro de Facebook y le mandaba cartas a través de sus amigas. Él la iba a buscar al instituto. Se la llevaba en moto al campo, al cerro…
La madre asegura que lo denunció muchas veces. El capitán de la Guardia Civil Juan Manuel Burgos dice que solo les consta una, de la que dieron cuenta al juzgado y a la Fiscalía de Menores —nunca se adoptó medida alguna—, y que en otra ocasión intervinieron de oficio por una pelea entre Juan Carlos y la familia de Almudena.
 Había otra denuncia ante la Policía Nacional.
Almudena había terminado recientemente la relación, según algunas de sus compañeras de instituto, que presenciaron insultos y amenazas por parte de él.
 Los padres de Juan Carlos aseguran que fue él quien cortó la historia, pero a la vez admiten que no podía soportar siquiera que otro hombre la llevara en coche a algún sitio
. Adela, José Andrés, Francisca, su marido… todos los parientes de la niña habían dicho a Juan Carlos, por las buenas y por las malas, que se alejara de la chiquilla, y él pensaba que era culpa de ellos que ya no pudieran verse. Temía, además, ser denunciado por abusos sexuales o violación por ella o por su familia.
Una amiga de la madre de Almudena dice que últimamente tenían mucho miedo por lo que estaba pasando: pensaban que podía matarlos a ellos o a la niña.
Juan Carlos compró el jueves una nueva pistola, y, sobre las siete de la tarde del sábado, mató A Almudena. Acabó con la cortísima vida de la que decía que era el amor de su vida. O estaba con él o no estaría con nadie. Un crimen machista. La víctima número 38 de este año según el recuento del Gobierno. La más joven.
En El Salobral los vecinos recuerdan accidentes, suicidios, riñas…, pero ningún trauma tan profundo como el de ese fin de semana. El doble crimen los ha sobrepasado
. “A partir de ahora vamos a ser como Puerto Hurraco ¿no?”, dice un vecino mientras toma una cerveza. “Ya nadie nos va a conocer por las patatas, sino por los asesinatos”.
Es un pueblo agrícola dedicado fundamentalmente a la plantación de este tubérculo y de cereal (maíz, trigo, cebada, alfalfa…). Un sitio muy pequeño.
 Tanto, que no es ni pueblo. Es una pedanía de Albacete con unos 1.400 habitantes.
 Tiene un colegio, un estanco, una iglesia, tres restaurantes, un hostal, tres supermercados, una gasolinera… servicios básicos para una población diminuta. Todos se conocen. Y muchos son familia cercana o lejana.
“No hay que remover la mierda”, se escucha estos días. Los vecinos piden tranquilidad para seguir viviendo. Muchos piensan que el hecho de que el homicida se quitara la vida facilita las cosas.
 Si Juan Carlos hubiera sido detenido, si hubiera ido a la cárcel, si los familiares hubieran ido a verle… todo habría sido más complicado dentro del pueblo.
 Pero, ahora, las tres familias han sufrido una tragedia. Una madre y una abuela han perdido a su niña, Almudena; una hija de 11 años ha perdido a su padre, Agustín; y un padre y una madre tendrán que vivir con la carga de saber que su hijo acabó con la vida de dos personas antes de suicidarse.
“Para ellos no debe ser fácil tampoco”, dicen Pepe y Desiderio, los dos hermanos de Agustín.
Un primo de Pepe le ha pedido perdón. Era también primo de Juan Carlos
. “Me dijo que lo sentía mucho, que no entendía cómo un primo suyo había cometido un crimen así”, relata Pepe. “Nos dimos un abrazo. Qué vamos a hacer. Mañana hablaré con otro de mis primos, que sé que está igual y que ni se atreve a venir. Hay que cerrar estas heridas”.
 La madre de Juan Carlos, Cándida, es sobrina de un tío de los Delicado.
 “Somos familia”, dice Pepe. “Confió en que lo superemos, aunque entiendo que para la familia de la niña será mucho más difícil”.
La madre de la chiquilla, Adela, estaba el jueves en su casa de El Pasico.
 Su pareja pide a la periodista, por favor, que se marche.
 “Está muy mal. No está en condiciones”. Habló el día del funeral y ahora trata de encajar lo sucedido. Su exnovio, José Andrés, pone cervezas, con la cara desencajada, en el merendero en el que trabaja. “¿Cómo estás?”, le pregunta el sacerdote. “Peor que mal”, responde. En la calle La Luz, donde murió Almudena, los chiquillos dejan flores y velas. Han hecho un altar. “Nunca te olvidaremos”, le escriben. Han colocado una foto de Almudena sonriendo sobre un caballo.
 Dice el alcalde, Ángel, que estos días hay niños aún asustados que no pueden dormir solos.

Desde Rusia con Amor.

Rusia y su remolcador espacial nuclear

Hace tres años Rusia sorprendió a propios y extraños al anunciar el desarrollo de una nave espacial alimentada por un reactor nuclear de un megavatio. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? Veamos. El gobierno ruso se ha comprometido desembolsar 17 mil millones de rublos en el proyecto desde 2010 hasta 2018, año en el que el prototipo debería estar listo. De esta cifra, 7245 millones se destinarán a la corporación estatal de energía atómica ROSATOM para la creación del reactor propiamente dicho, mientras que 3955 millones irán al Centro Keldish para la construcción del sistema de generación de electricidad y los motores. Por último, la empresa RKK Energía, constructora de las naves Soyuz, se encargará del diseño de la nave con 5800 millones de rublos.

27 oct 2012

BONSAI PROUST Y UNAS MACETAS CON PLANTAS:

Bonsái
Lo que más me gusta de la segunda película del chileno Cristián Jiménez (1982), ‘Bonsái’ (2011), es el concepto del cual surge su estructura, que a la vez permite un juego entre realidad y ficción: Julio recibe la oferta de transcribir la novela de un autor consagrado, que finalmente se echa atrás. Fingiendo que ha obtenido el empleo, escribe él mismo la obra a partir de un mínimo punto de partida que le dio el escritor. Esto le obliga a recordar un amor de juventud, que en la película se va intercalando con los sucesos actuales, en los que corre el riesgo de cometer el mismo error que entonces.

La cinta se vertebra a través de la literatura, argumento por el que se conocen los enamorados y a partir del cual (o de las mentiras sobre este) construyen su romance juvenil. ‘En busca del tiempo perdido’ no es un título elegido al azar pues, aparte de la chanza que supone que ambos mientan al afirmar que han leído a Proust, lo que hace el personaje de Julio durante todos los capítulos de su madurez consiste en buscar ese tiempo que ni los espectadores ni él sabemos cómo perdió. Otras obras cumbre de la literatura se van sucediendo en las menciones y, lo que es más interesante, un análisis sobre la pasión lectora juvenil y sobre la pose de intelectualidad.
La otra metáfora, la de la vida y lustre de una planta, ya sea un trébol o un bonsái, no pierde la efectividad por ser clara en su descifrado. Si bien se ha utilizado ya para hablar de las relaciones de pareja, no solo en el cuento ‘Tantalia’, de Macedonio Fernández, que se parafrasea, sino en música (‘Dos gardenias’), aquí más que encontrarla manida, la podemos percibir evidente, no en el sentido de obvia, sino de insustituible.
'Bonsái'

Pasiones desapasionadas

La dirección de Jiménez de sus actores – Diego Noguera, Natalia Galgani, Trinidad González y Gabriela Arancibia– busca la contención naturalista hasta tal punto que, paradójicamente, casi sobrepasa el realismo y llega a percibirse irreal por su falta de exaltación o apasionamiento. Hugo Medina, tal vez interpretándose a sí mismo más que un papel, es el único que escapa esta definición.
No estamos hablando de personajes flojos de carácter, sino de una elección de índole casi estética, ya que con el mismo poco ímpetu está marcado el humor. ‘Bonsái’ introduce reflexiones simpáticas y hasta bromas visuales de fácil consecución. La interpretación de sus actores, no obstante, reduce el tono humorístico de forma intencionada, como para dejar caer el chiste, pero sin hacer ver que está buscando la risa.
Esa falsa modestia se ejerce asimismo en la elección de los escenarios y la composición de los encuadres, que es más intencionada de lo que quiere aparentar. Sin embargo, ni esto ni la elección de la escritura como eje narrativo ni su carácter metaficcional y paródico la convierten en una película tan pretenciosa como se podría temer.
'Bonsái'

Impulso creador

Como añoranza del amor, ‘Bonsái’ me dice poco, por la mencionada falta de entusiasmo de los protagonistas –el personaje de Blanca, la más lúcida de todos, habla de esos hombres que se dan cuenta cuando es demasiado tarde–. Sin embargo, como reflexión sobre la necesidad de crear, de expresarse… en definitiva, de lo que supone escribir, sí la encuentro valiosa. Considero así que cualquiera que alguna vez haya tratado de poner una palabra tras otra para transmitir sus vivencias literariamente, encontrará en ‘Bonsái’ una complicidad. El ejercicio de escribir la novela de otro y que finalmente sea tan tuya, tan personal, me parece brillante y muy sugerente.
Basada en la novela homónima de Alejandro Zambra (2006), ‘Bonsái’, que ha obtenido el premio Fipresci 2011 a la Mejor Película del Festival de cine de La Habana, se define a sí misma como una historia de amor, libros y plantas. Va creciendo y aumentando en intensidad según avanza, más que gracias a sus personajes, muy posiblemente a pesar de ellos. El quehacer diario y las costumbres cotidianas, carentes a simple vista de importancia, suponen una suma de experiencias que llevan a un final no por advertido de antemano menos emotivo. El conjunto funciona mejor que las partes y la profundidad de ciertas de sus observaciones compensa la insustancialidad de las acciones, así como el regusto a déjà vu –cine francés, cine indie estadounidense– en todos los temas tocados y en la forma de aproximarse a ellos.
Bueno yo me dormí, es la 2ª película de mi vida en la que me duermo.