Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

28 feb 2012

Cine de siempre, sentimiento, vida y humor: ‘The artist’

 

En una gala de los Oscar voluntaria o irremediablemente plana, sin que apareciera por ningún lado la agradecible irreverencia, la excentricidad inteligente, alguien que contara o hiciera algo que se saliera del rutinario guion, incluido ese desganado Billy Crystal que tantas veces antes fue ingenioso y modélico (era inevitable acordarse del muy gracioso y corrosivo monólogo de Santiago Segura en los últimos Goya) solo resultó insólito que los ganadores de los Oscars más codiciados no fueran angloparlantes sino gente de cine inequívocamente francesa, con ligeros problemas para expresarse fluidamente en inglés.
 Y eso no había ocurrido nunca en la coronación de la reina
. Por mucha labor de promoción que haya desplegado el inteligente olfato de los hermanos Weinstein para convencer a Hollywood de que The artist era la más guapa del baile, las señas de identidad de estas son europeas.
Pero Hollywood ha aparcado sus prejuicios nacionalistas para reconocer que el arriesgado productor Thomas Langmann, el imaginativo, tragicómico y magistral director Michel Hazanavicius, ese actor abarrotado de simpatía, vitalismo, gracia y capacidad para sufrir llamado Jean Dujardin, esa actriz tan divertida y pícara, sexy y llena de ritmo que responde al nombre de Bérénice Bejo, incluso el impagable perrillo Uggie, son una de las mejores cosas que le han ocurrido este año al gran cine de cualquier parte.
 A excepción de cuatro fatigosos modernos, esos que acusan a The artist de “buenismo” (qué grima me provoca la terminología de los modernos) y creen haber descubierto la penicilina con su lúcida definición, esta película muda y en blanco y negro, divertida y trágica, tierna y sombría, original y compleja, puede regalar hora y media de gozo al espectador inocente y al sofisticado, al que añora los argumentos y los mecanismos de las historias clásicas del cine de siempre (incluida la salvación del acorralado en el último momento gracias al amor) y al que no ha perdido la capacidad de admirar los experimentos llenos de vida, humor y sentimiento.
Lo único que lamento de estos premios tan justos es que hayan sido a costa de triunfar sobre el lirismo de primera clase, el perdurable estremecimiento que causa la inimitable visión de las más profundas sensaciones de infancia, la desolación que provoca la orfandad y la pérdida, la hipnótica creación del universo, el encuentro onírico o sobrenatural con los seres amados que se fueron, que cuenta de forma genial El árbol de la vida. Y puedes admitir que esta obra de arte que se ha inventado un poeta mayor llamado Terrence Malick le resulte hermética, incomprensible, aburrida o espesa a muchos espectadores que solo pretendían disfrutar con el encanto del Brad Pitt más convencional y se encuentran con un poema que podría llevar la firma de Rimbaud, Rilke, Elliot o Claudio Rodríguez.
 Pero aunque debido a sus características El árbol de la vida jamás pueda ser una película popular, se ha ganado para la eternidad un lugar de honor en la historia del cine, en ese grupo de joyas que mantendrán intacto su poder de conmoción y su magnetismo dentro de cien años en la agradecida sensibilidad de espectadores con un paladar especial.
Intuían o sabían los anfitriones que Woody Allen no iba a aparecer en su gala de pompa y circunstancias, que se quedaría tocando el clarinete en su casa o exigiendo a su prodigioso cerebro la invención de historias que solo pueden ocurrírsele a su imaginación.
A pesar de ello, han tenido la elegancia y la sensatez de premiar el excelente guion de Midnight in Paris, su convicción de que a las doce de la noche en una calle fija de París aparecerá un coche que te traslada a la época con la que siempre has soñado, en la que intuyes que hubieras sido feliz.
 También han reconocido el talento de Alexander Payne para trasladar a un Hawai insólito historias de vida y muerte, de engaños y perdón, de la problemática comunicación entre un padre traumatizado y sus hijas adolescentes en Los descendientes, una película en lo que lo que más me gusta no es su desarrollo, sino su tono.
Y solo la fobia o la ceguera mental podrían negar el impresionante trabajo de Meryl Streep haciéndonos creer que ella es por fuera y por dentro Margaret Thatcher, de adulta y de vieja. Igualmente, todos sabemos que el eximio y anciano actor Christopher Plummer merecía el Oscar desde hace mucho tiempo.
 Su homosexual en fase terminal de Beginners que intenta hacerse comprender por su hijo ha enamorado a todo el mundo.
 A mí, un poco menos. Hay otras interpretaciones de Plummer que prefiero.
 Y lamento, a pesar de sus hermosas imágenes, de su uso extraordinario del 3D, de su razonado amor al cine y su tributo a Méliès, sentirme muy perdido o desinteresado durante gran parte de La invención de Hugo. Con todo mi respeto, admiración y amor hacia el cine de Scorsese, prefiero que haya ganado la preciosa The artist.
 Esperando que su triunfo no vuelva loca a la industria y se imponga la moda surrealista de que todos pretendan rodar películas mudas en blanco y negro.

27 feb 2012

A pEDRO GARCÏA CABRERA; DE JOSE MIGUEL JUNCO

A PEDRO GARCÍA CABRERA

                                                        Solo no estoy. Están conmigo siempre
                                                         horizontes y manos de esperanza.
                                                                          Pedro García Cabrera


La noche frunce el ceño, se demora,
sabe que usted la tiene acorralada
y pronto va a parir versos y agujas.

Para que no se apague usted le pone
una bufanda azul y calcetines
justo donde sus pies se están helando.

La noche en su cabeza cristaliza
en lunas que se visten de azucena
para que usted las lleve a sus dominios.

Usted le pone música al silencio
y clama por el aire que no tiene
y busca una mordaza hecha pedazos.

Entre los muros de la casa gimen
las migajas del pan recién nacido
por el ocaso de los sentimientos.

Las islas en la mesa de la alcoba
conocen el lugar donde sus dedos
podrán dormir sintiéndose de espuma.

Mientras usted se eleva y con la sangre
busca naranjas donde no hay naranjas
y allí deja las manos extendidas.

Después el verbo adquiere una cadencia
de esas que nacen con sabor a muelle
y bailan sin parar un son de todos.

Aquí queda su voz inquebrantable
saliendo como el humo fugitivo
hacia esos mundos donde anida un sueño.

Solo no está, ni ajeno al mar de nubes:
están con usted siempre
horizontes y manos de esperanza.

Desfile sobre alfombra Roja







10 comidas inolvidables de la historia del cine

Como complemento a las recetas de Oscar que publicamos ayer en El País Semanal, me apetecía hacer una selección de comidas inolvidables de la historia del cine.
Ya sé que no son las únicas (hay miles), pero sí  las que se me han quedado grabadas en la memoria como símbolos de las propias películas. Hay platos apetitosos, misteriosos, sexys o directamente repugnantes. ¡Espero que dejéis vuestras escenas favoritas en los comentarios!
10. El vaso de leche de 'Sospecha'
En la película de Hitchcock, Joan Fontaine encarna a una rica heredera que se huele que su marido, un vividor interpretado por Cary Grant, quiere matarla para quedarse con su fortuna. El momento cumbre de su paranoia tiene como protagonista un vaso de leche presuntamente envenenado que el galán le sube a la habitación, y que el director iluminó por dentro para dar más mal rollo todavía.


9. La sorpresita de 'Quién mató a Baby Jane'
A esta película no le hicieron falta monstruos, ni fantasmas ni asesinos en serie para dar mucho, mucho miedo. Con la sola presencia de Bette Davis ya era suficiente. La escena del plato sorpresa que le sirve a Joan Crawford, su hermana en la película, la tengo grabada a fuego en la memoria desde que la vi de pequeño, y creo que de ella se deriva mi fobia hacia cierto animalito...


8. Hamburguesa de 'Pulp Fiction'
El clásico de Quentin Tarantino cuenta con dos escenas memorables de hamburguesas: en una, los dos mafiosos asesinos interpretados por John Travolta y Samuel L. Johnson mantienen una charla trivial sobre la forma de llamar a las hamburguesas de McDonalds en Francia ("Royaaaaal with cheese"). En la otra, el segundo habla sobre las Big Kahunas con unos chavales que deben dinero a su jefe. Me quedo con esta última por su insoportable tensión y por la frase "¡hamburguesa!, la piedra angular de todo desayuno nutritivo!".


7. Gazpacho de 'Mujeres al borde de un ataque de nervios'
El gazpacho más famoso de la historia del cine salió de la cabeza de Pedro Almodóvar cuando escribió el guión de su comedia más redonda. Todos sus ingredientes eran normales... salvo unos pocos somníferos añadidos por Carmen Maura. La sopa obraba efectos milagrosos en Rossy de Palma, a la que tras el sueño se le quitaba de la cara "la típica dureza esa de las vírgenes".


6. 'Wafer-thin' de menta de 'El sentido de la vida'
Con permiso de Divine y la caca de perro en Pink Flamingos, la monumental aparición del señor Creosota en la película de los Monty Python reina entre las escenas de comida más asquerosas de la historia del cine. Aparte de los vómitos, lo que más me gusta es la perversión del maître, interpretado por John Cleese, al administrar al gordo su lámina de menta mortal.


5. Huevos de 'La leyenda del indomable'
¿Puede un ser humano comerse 50 huevos cocidos en una hora? En el cine, sí. Lo hizo Paul Newman en en esta escena, cuya visión anima a convertirse al veganismo. Atención a la postura final en la que se queda el actor, sospechosamente cercana a la de Jesucristo en la cruz.
 

4. Tarta de 'American pie'
Bochornoso, denigrante y desorinante: así es el momentazo que nos brinda Jason Biggs al ser pillado por su padre zumbándose una tarta de manzana. Si esto no es una cumbre del cine para adolescentes de los noventa, que venga Dios y lo vea.


3. Codornices en pétalos de rosa de 'Como agua para chocolate'
La comida no sólo sirve para alimentarse. Ni para dar gusto al paladar. También vale para mantener relaciones sexuales a través de ella. Al menos eso sucede en la película de Alfonso Arau, en la que la protagonista prepara unas codornices en pétalos de rosa que ponen cachonda a toda la mesa.

2. Zapato de 'La quimera del oro'
Charles Chaplin, un vagabundo buscador de oro, comparte una magra cena de Acción de Gracias con su compañero de cabaña consistente en una bota hervida. Pocas veces el cine ha representado el hambre de una manera tan efectiva y tan cómica.


1. Ratatouille de 'Ratatouille'
Para el New York Times y para Ferran Adrià, Ratatouille es la mejor película sobre comida de la historia. No puedo estar más de acuerdo con ellos. De sus incontables escenas memorables, me quedo con el momento en el que el crítico Anton Ego prueba el plato en cuestión y le produce el mayor de los placeres gastronómicos que existen: el viaje a la infancia.