Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

29 jul 2009

Ernesto Ché Guevara


Una fracción de segundo. Tal vez menos tiempo que el que requiere la lectura de las primeras cuatro palabras de este texto, basta para modificar el sentido de una vida. Y para crear la leyenda.
Una mirada retraída durante un acto público convierte a Ernesto Che Guevara (1928-1967) en emblema de causas de lo más bizarras. Un gesto de ausencia que la cámara de Alberto Díaz Gutiérrez (Korda) intercepta mientras el personaje permanece atrapado en la ensoñación. Una fugacidad impresa en blanco y negro destinada a una apoteosis sin antecedentes. Pero el mito, tan admirado como defenestrado, era un hombre que sonreía y escuchaba con atención a sus interlocutores, según la británica Nicola Seyd, que hace 49 años fotografió a Guevara en un centro educativo cubano.
Sus negativos, relegados al olvido en una caja que ella recuperó recientemente por casualidad, constituyen una rareza: dos de los escasísimos retratos en color que se conservan del guerrillero argentino vivo.
A diferencia del clásico enfoque romántico e idealista, Seyd tiene la convicción de que sus imágenes muestran "la impresionante faceta humana" del Che Guevara.



Las imágenes estuvieron años en un cajón con otros recuerdos del viaje

Apenas se conserva testimonio visual en color del guerrillero argentino

La cooperante refleja con autenticidad el clima que había en el país

Desde 1960, las fotografías del Che han generado réditos más y más copiosos
Nadie quería perderse la euforia posrevolucionaria de la Cuba de 1960.
Cinco meses después de que Korda capturase su célebre Guerrillero heroico ("El primer plano más reproducido de todos los tiempos", según el Centro Internacional de Fotografía de Nueva York), Seyd aterrizó en La Habana para trabajar como voluntaria de la ONG londinense Cuba Solidarity Campaign. La cooperante tenía, entonces, 24 años: "No era una fotógrafa profesional, pero en aquel tiempo no había cámaras automáticas.
No quedaba más opción que conocer la técnica, enfocar y medir la luz a mano", explica Seyd por teléfono desde Londres. Esos rudimentos y limitaciones eran, sin embargo, suficientes para una muchacha que se conformaba con documentar un viaje iniciático a la isla. Allí, sin embargo, le esperaban desafíos fotográficos mucho más excitantes.

Del veloz e inesperado encuentro con Guevara, en la escuela Camilo Cienfuegos, Seyd recuerda a un Che rodeado de ciudadanos que reclamaban su atención.

En medio de esa multitud, el ex comandante se las arregla para no desilusionar a ningún tertuliano.
El disparo de Seyd congela la tensión de ese diálogo empático. Y la relajación de un paseo por la calle: el presidente del Banco Nacional de Cuba hace y recibe bromas, sin quitarse el habano de la boca.
Seyd rebusca en su memoria y de ella extrae la descripción de un entorno festivo que vibra con el carisma cadencioso de Guevara. Ella, sin embargo, no sabía a ciencia cierta quién era ese personaje vestido de militar. Desde luego, tampoco podía prever su posterior sacralización. La cooperante disparaba por acto reflejo, porque las escenas eran frescas y reflejaban con autenticidad el clima que había en el país.

Las fotografías inéditas de Seyd, que revelan una perspectiva desenfadada del temperamental médico argentino, sobrevivieron a un largo olvido confinadas en una caja de cartón con otros recuerdos de ese viaje a Cuba. Inmensa fue la sorpresa para la ex voluntaria británica, una señora de 73 años todavía ligada a Cuba Solidarity Campaign, cuando, este año, al abrir el recipiente, aparecieron los originales. El tiempo había pasado, qué duda cabía, aunque sin alterar la escala cromática ni deteriorar el material.

Rob Miller, director de la ONG, defiende el valor del hallazgo: "Nunca antes había visto un Guevara en color. Sabemos que existen imágenes posteriores a 1960, como las tomadas en Rusia, pero no hay certeza sobre quiénes son sus autores o de si se conservan los negativos".
Miller explica que nunca antes había pensado en un Che que no fuese en blanco y negro: "¿Por qué no hay más imágenes de él en colores? Es una discusión pendiente. Quizá ahora la gente comience a desempolvar sus archivos y aparezcan más fotografías. El color, sin duda, produce una sensación distinta: lo fotografiado parece más real".

A la rara y minúscula colección de retratos policromáticos de Guevara hay que añadir el que tomó el reportero francés Roger Pic, en 1963, apuntan el fotógrafo cubano Liborio Noval y Nelson Ramírez de Arellano, especialista principal de la Fototeca de La Habana.
Más allá de ese trabajo, el cadáver de Ernesto Guevara, ejecutado en Bolivia, en 1967, quedó inmortalizado en colores. También circulan archivos de origen y autenticidad dudosos, muchos de ellos pintados y teñidos a partir de un original en blanco y negro.

José Manuel Fors, colega de Noval, entiende que el color permite hacer una evaluación diferente de los rasgos físicos del revolucionario: "Aunque le reste profundidad y sombra, aparecen los tonos propios de la persona y de la época. En este caso, pueden ayudar a aclarar equívocos: mucha gente cree que el Che era moreno, pero no, su piel era más clara que la nuestra. No podía negar que venía de Argentina".

Pese a que los carretes en color aparecieron en el mercado entre 1935 y 1938, la fotografía profesional permaneció aferrada al blanco y negro cuatro o cinco décadas más. En Cuba fue y sigue siendo la ley, según el reportero Enrique de la Uz. "Imitábamos a nuestros paradigmas, Robert Frank y Eugene Smith. ¡Ni se nos ocurría disparar en color! Además, el proceso de revelado era engorroso. Tampoco nos quedaba demasiado remedio: la prensa publicaba nuestro trabajo en blanco y negro", afirma De la Uz.

El ayudante de Korda, José Alberto Figueroa, coincide: "Las frecuentes aberraciones cromáticas desanimaban a reporteros que debían perseguir los colores de la realidad. Los resultados no podían compararse a la magia del blanco y negro". Las condiciones del oficio empeoraron a partir del bloqueo comercial estadounidense, en 1961, cuando los fotógrafos cubanos se vieron obligados a reciclar los metros de película que sobraban de los rollos para largometrajes.

Los profesionales extranjeros disponían de otros recursos. El español Enrique Meneses, cuyo objetivo registró los avatares de la guerrilla en Sierra Maestra, asegura que él sí hizo fotografías en color, casi todas por encargo de Paris Match. "Pero, entonces, Guevara era un comandante más, un asmático que se movía poco. Mi enfoque estaba dirigido a Fidel Castro".

Ese segundo plano iba a desvanecerse pronto: en agosto de 1960, una ilustración del rostro del Che aparece en la portada de Time acompañado del titular "El cerebro de Castro".
Desde entonces, las fotos del guerrillero han generado réditos cada vez más copiosos, advierte la cubana Cristina Vives, comisaria de Conocido / Desconocido, la última exposición de la obra de Korda.
Vives anticipa que las fotografías en color son, de por sí, novedosas, pero que, para tener un sitio en la iconografía de Guevara debe quedar demostrado su valor artístico y su unicidad. Sólo tras ese análisis, las imágenes multicromáticas de Seyd podrán unirse a la mesa de fracciones de segundos inmortales del Che que encabeza la obturación de Korda.

28 jul 2009

PATENTE DE CORSO

PATENTE DE CORSO
El museo desaparecido


ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 26 de Julio de 2009



Paso a menudo junto al antiguo museo del Ejército, cerca de la Real Academia Española, y cada vez siento la misma desolación al ver sus puertas cerradas
. Uno de los más espectaculares museos de historia de España que conocí ya no existe. Kaputt. Me lo robaron. Le debo el favor definitivo al ex presidente Aznar, al ex ministro Trillo y al Pepé, entonces en el gobierno.
Pasándose por el arrogante forro todas las protestas y argumentos razonables, esos individuos echaron el cierre al recinto para trasladar su contenido al Alcázar de Toledo.
Les hacía más ilusión tenerlo allí todo junto, supongo. Alcázar, militares, ejército. Las hordas rojas. Etcétera. Dando, de paso, nuevos argumentos a los imbéciles que sostienen que en España la memoria es de derechas, y que la historia militar se la inventó el franquismo. Hay que joderse.

En fin. Con lo del museo me alegro por los toledanos, que así lo tienen a mano. Mejor para el turismo local. Pero a mucha otra gente nos queda lejos, y Madrid ya no tiene museo del Ejército.
Ésa es la fetén. En cuanto a lo que haya ocurrido con los riquísimos fondos que el viejo lugar contenía, lo comentaré con ustedes cuando inauguren el nuevo. Y lo vea despacio. Aunque, como devoto del museo antiguo –ese concepto romántico y abigarrado, donde cabía todo–, barrunto que la puesta al día, moderna, luminosa y tal, se cobrará daños colaterales.
Mucha misión humanitaria y poca guerra, ya me entienden. Paz por un tubo. Como si tres mil años de historia, con los españoles dándole cebollazos a los de afuera, o dándoselos entre sí, pudieran borrarse con buenas intenciones.

Y no sólo eso. Me cuentan que los textos que acompañarán a las piezas, cuando hacen alusión a España como esfuerzo común de una nación –imaginen si ahí debería haber unos cuantos–, están siendo mirados con lupa, a fin de no ofender sensibilidades ni doctrinas pacíficas al uso.
Toda referencia a hechos que contradigan la diversidad plurinacional y plurimorfa de este pluriputiferio nuestro se camufla o adoba de modo conveniente. O se intenta. Como la Guerra de Sucesión y Felipe V, por ejemplo, por algunos de cuyos aspectos pasaremos de puntillas. O la actuación de los voluntarios catalanes y vascos que combatieron bajo las órdenes del general Prim en la guerra de Marruecos. Delicadísimo asunto ese, por cierto. Guerra colonial donde las haya, muy políticamente incorrecta. Y con moros, además. Por no hablar del desembarco de Alhucemas, cuando la dictadura de Primo de Rivera. Y de la Legión y Melilla, comandantes incluidos –tengo curiosidad por ver cómo se resuelve eso–. Y de la Guerra Civil, con toda una España republicana buena y solidaria frente a unos pocos nacionales malos y peinados con gomina. Etcétera.

Pero la cosa no queda sólo en Toledo. O no va a quedar. Ahí está el caso escandaloso del Museo Naval de San Fernando, Cádiz, cuyas nuevas instalaciones han costado tres millones de euros; y que, cuando todo estaba listo para trasladar el museo viejo al lugar adecuado, digno de la antigua isla de San Carlos y de su historia, el ministerio de Defensa lo ha puesto patas arriba, instalando en el nuevo recinto, como si no hubiera otras instalaciones militares cerca, a la infantería de Marina, y dejando la colección en donde estaba. Pero aún puede ser peor.
Tal es el caso de ciertas ideas, o tentaciones, sobre una renovación del Museo Naval de Madrid, afortunadamente aplazadas. Y digo afortunadamente porque una cosa es reformar y actualizar, y otra aprovechar el barullo para descafeinar el asunto, adecuándolo a la doctrina de turno.
Me aterra pensar en lo que ese magnífico museo podría convertirse, una vez pasado por la criba de lo políticamente correcto. Por el titular de telediario y la foto en primera página.
Hay quien opina, en Defensa, que el Museo Naval tiene demasiado contenido bélico y conviene rebajarle un poco el nivel, dando más relieve a las exploraciones y a los avances científicos que tanto debieron a los marinos ilustrados y cartógrafos españoles.
En eso estoy de acuerdo, pues sólo los nombres de Jorge Juan y Antonio de Ulloa o la expedición de Malaspina merecerían espacios monográficos.
Pero también es cierto que la historia naval española está llena de hechos de armas –el mar era un continuo batallar– y eso no hay pacifismos mal entendidos ni buen rollito que lo borren. Conociendo el ganado, temo que una actualización de ese bellísimo museo terminaría alterando conceptos históricos fundamentales para adecuarlos al canon oficial de esta España
Que Nunca Existió, en la que tanto golfo y tanto imbécil medran a sus anchas. Dense una vuelta por el desaparecido museo militar de Montjuic –futuro museo de la Paz– o por el naval de las Atarazanas de Barcelona, moderno y muy bien concebido en lo formal. Lean despacio los textos en este último, comprueben lo que hay y lo que falta. Verán a qué me refiero.

3 eran 3 escritores que no eran hijos de Eva.

3 eran 3 los escritores de Novelas , 3 eran 3 y cada uno diferente.
3 eran 3 "Contadores de historias", 3 eran 3 pero ninguno se asemeja.
Yo los he leído, los he disfrutado o los he lamentado porque me han aburrido.
Tengo que mencionar 1º a Vargas Llosa, siempre sus primeras novelas fueron aquellas que junto a las De García Márquez, Cortazar, y algunos más me abrieron los ojos y la mente, Vargas Llosa con su Casa Verde o Conversaciones en La Catedral me hicieron aprender mucho y buscar tiempo donde no lo tenía para sumergerme en su lectura, luego teníamos los Domingos una especie de tertulia donde intercambiabamos nuestras opiniones sobre Libros, Cine, Teatro.Canciones
Entonces estudiabamos una Carrera en la Universidad de La Laguna, además cada uno hacía sus aportaciones de lo que nos pudiera gustar como oir a Raimond ....Al Vent..... por ejemplo y teníamos tb nuestros compromisos con el movimiento Universitario.

Es decir no parabamos y nuestras inquietudes no tenían límites, entonces estaba la Guerra del Vietnam y nos comprometiamos con la Paz,,,,,,"La Respuesta está en el viento." Bob Dyland, Joan Baez.
No sé como dabamos a basto pero mis recuerdos son felices.
Siguiendo a Vargas Llosa debo decir que poco a poco me fui desencantando de él. sé que decidí no leerlo después de una Novela que no me interesó nada. Luego hace unos años me reconciliçe leyendo la Muerte del Chivo.
Lo de Arturo fue hace menos tiempo , le sigo como novelista y me gusta mucho. creo que él se cree que es el Capitán Alatriste, un hombre de Honor cuando ya el honor no existe.
Fue escritor tardío pero no ha parado dsde que le encontraron, creo Juan que tu fuiste ártifice de su cambio, al publicar Alfaguara sus novelas.
Ahora va de Chulo, de provocador, de decir lo que se le pasa por la mente, no es nada humilde es recio, tajante y provocador con las palabras y actitud.
Como me gusta mucho todavía no puedo decir nada contra sus novelas, Quizás no me gustó el Maestro de Esgrima. mejor ni la recuerdo. Pero me enamoró su Capitán Aatriste, su historia como la Reina del Sur y bueno, todas.
De Javier Marías, más tardio para mi, no me gusta nada, cuando casi era obligado leerlo para estar en linea me resultaba lo que siempre digo, baboso en sus palabras, frases y temas. No pierdo más tiempo con él salvo para decir que no he entendido la admiración de Arturo con él.
Son opuestos, luego no se quitan público. reconozco que le volví a leer para entender la admiración de mi querido Arturo, pero es intragable así que será una bonita amistad entre ellos y que Arturo al entrar en la RAE se me ha vuelto algo fantasmilla.
Sus errores los oculto pero no quiere decir que no los vea.
Y ahora esa foto,,,,pues no, no me gusta, no sé que pinta Arturo en ella. La verdad que allá ellos.....yo quiero volver a leerlo, hace ya mucho que no publicas Arturito, que por mucho cine y mucho dinero quiero leer algo tuyo ,aparte del soldado de ojos azules, bello título pero me lo leí en una hora, asi que espabila porque el público no somos muy fieles,,,no lo sabías?? Si sale alguien que me guste no te seré ya tan incondicional......Sorry,,,pero tu lo sabes ,España y yo somo así señores.

REPORTAJE: MAESTROS EN SANTILLANA DEL MAR


REPORTAJE: MAESTROS EN SANTILLANA DEL MAR
Pérez-Reverte: El lector de batallas



JUAN CRUZ | El País |


Pérez-Reverte participó en el ciclo Lecciones y maestros, en Santillana del Mar, con Mario Vargas Llosa y Javier Marías (Pablo Hojas/El País)

Vestido de negro, con camisa blanca, abierta, subió de un salto al estrado, le devolvió a su presentador, el crítico José María Pozuelo Yvancos, su móvil y un bolígrafo que éste se había dejado sobre la mesa, y se lanzó a dar mandobles; no dejó títere con cabeza Arturo Pérez-Reverte. Contra esto y aquello, parecía el Capitán Alatriste, aunque alguna vez tuvo ráfagas de El pintor de batallas, su creación más melancólica y, si esto se puede decir, más tierna, más interior, más reposada.

Fue la última sesión del ciclo Lecciones y maestros. Pérez-Reverte fue precedido en la serie por Mario Vargas Llosa (que habló de sí mismo como un contador de historias), y por Javier Marías (que al fin y al cabo se calificó de la misma manera).
Y Arturo hizo lo propio, "soy un contador de historias", cuando le tocó referirse a la pasión que va con él desde que nació para la lectura. Y nació pronto, a los seis años, junto a una biblioteca enorme, la de su familia; fue una suerte y un desafió; se leyó todos los libros, y lo hizo con denuedo, entrando en ellos como si le fuera la vida en la lectura.
Hace unos años le pidió su amigo Julio Ollero, editor, que le escribiera una lista con sus cien libros preferidos, "y resultó que casi todos los leí antes de cumplir los veinte años".

Esos libros, en los que están desde Robert L. Stevenson hasta Mika Waltari o Agatha Christie, y en fechas más recientes John Le Carré y hasta Ken Follett, hicieron de Pérez-Reverte un lector, y sobre todo un lector de batallas, "un best seller europeo", como dijo el periodista Sergi Vila Sanjuán.
Los especialistas que hablaron de su obra, después de su discurso, ahondaron en esa experiencia del autor de El maestro de esgrima, como hizo el presentador, Pozuelo Yvancos.
Ese bagaje de lector le quitó a Pérez-Reverte la timidez del autor, que en la época en la que él nació a la escritura (y fue, dijo, un escritor tardío) estaba casi obligado a escribir más como Julio Cortázar o como Juan Benet que a escribir batallas como las que había leído.

El discurso de Pérez-Reverte fue una reivindicación de ese origen de su vocación, que tiene su emblema.
Cuando aún no había publicado ningún libro, es decir, antes de que se publicaran El húsar o El maestro de esgrima, se encontró que iban apilándose en su biblioteca (la suya ya, atrás quedaba la de la familia) las revistas o los suplementos literarios, que llegaban a la altura física de los Balzac, Dumas o Conrad que tenía entre los libros que leía y releía.
Y encima de esos libros, junto a la resma de periódicos o revistas, había clavada una frase que le marcaba un modo de ser: "Dios bendiga las lejanas islas donde nunca llegan las órdenes de captura...".

Afrontó el periodismo (que ahora le parece un mal sueño) y se adentró para siempre en la literatura huyendo de las órdenes de captura, sobre todo literarias? Su discurso, que en algún momento recordó algunos de esos instantes de refriega que le dan sentido a las últimas páginas de La Reina del Sur, constituyó una defensa de esa actitud y de aquellas herencias literarias.
Pozuelo Yvancos había dicho que El pintor de batallas era un punto y aparte en su dedicación novelística; aunque es una historia como las que Pérez-Reverte reivindica, supone también una inflexión: entra ese Arturo reflexivo, que atiende el eco de los héroes cansados que constituyen, en el fondo, la materia narrativa de su obra completa.

Pero ese Pérez-Reverte, que existe, y que aflora, como dijo su editor italiano Marco Tropea, en la conversación y en la mirada, no fue el que surgió hoy por la mañana en estas jornadas de Santillana; fue más bien el autor de El capitán Alatriste o el de ese otro libro, La Reina del Sur, e incluso el autor de La piel del tambor o de Territorio comanche; él escribe, dijo, sabiendo que el lector está ahí, y quiere una historia, no está para atender los lloriqueos de los escritores que se hacen pajas mentales con los problemas de su ombligo?
Él no quiere ser "ni un referente moral ni un partero moral", él es un contador de historias que no tiene nada que ver con el pesado -así lo dijo- que le echa la culpa al mercado de que no exista gusto literario...

La crítica no se libró de su invectiva; demasiado deudora de las modas y de los modos, ha preferido dedicarse al lado solemne de la literatura y se ha centrado en decir cómo se deben escribir los libros que ellos no escriben antes que atender a lo que realmente se escribe.
Ante eso, ante los críticos y ante los pesados, él afronta la vida literaria como un trabajador (y como un lector), trabajando entre ocho y diez horas diarias, y teniendo en cuenta un único método de escritor: escribir una novela, contó, es contar una historia, partiendo de la A para llegar a la C, que es el desenlace, pasando por la B, que es el nudo? "Hasta la fecha no he encontrado método mejor". El método hay que seguirlo poniendo bien los puntos y las comas, escribiendo y no quejándose luego "de que el mundo no me comprenda".

Más deudor de Quevedo que de Ferlosio o Cortázar, Pérez-Reverte escribe "porque soy lector"; no entiende que haya escritores que se quejan de su sacrifico, "pues no escribas, tío"; él lo hace para divertirse, "divertirse es imprescindible, no lloriquear"; para seguir creyendo en las historias, sigue atendiendo más a las novelas del siglo XIX y principios del XX que lo que luego mandaron las modas; eso fue conformado "el territorio en el que se fue asentando el novelista que yo no tenía ni idea de que un día iba a aparecer...".
Él iba a contar las historias del héroe, del combate, del tesoro?, lejos siempre de "esos pajilleros de la vacuidad inane".

Después de esa diatriba, Arturo recogió sus artes de matar lo que no le gusta, se sentó entre Vargas Llosa y Marías y atendió el coloquio que dirigió Rosa Junquera. Muchos de los especialistas en su obra le arrancaron la risa y la sonrisa, e incluso intervino a veces; hablaron de sus artículos, de sus libros, se refirieron con mucha minuciosidad a ese libro, El pintor de batallas, como para fijar un Pérez-Reverte más secreto (como Negra espalda del tiempo en el caso de Marías): su editor italiano dijo que en ese libro se habían juntado "la gran literatura europea y el testimonio de este tiempo; e incluso se mostró (lo mostró Óscar López, uno de sus más frecuentes entrevistadores) un decálogo para periodistas que quieran entrevistar a Pérez-Reverte y pretendan tener éxito en el empeño... Annie Morvan, su editora francesa, dijo que ahora en Francia el paradigma español ya no es Carmen sino Alatriste?, y hablando de sus artículos José Luis Martín Nogales dijo que Pérez-Reverte "es el Larra de nuestro tiempo..."

Pérez-Reverte había dicho, en su discurso, "me importa un rábano el futuro de la novela". No es un teórico, eso dijo también; pero sus libros, dijo su amigo Pepe Perona, son una suma de libros, un punto de partida para leerle a él y para no dejar de leer esa larga bibliografía que le contempla desde que cumplió seis años.