Jean-Paul Pelissier ReutersSI AHORA MISMO te sancionan por no llevar en la guantera del coche el
chaleco amarillo, es posible que dentro de poco te multen por llevarlo. La prenda fosforescente ha devenido bandera. Véanla en los balcones de
estas viviendas de Marsella convertida en el símbolo de un nacionalismo
sin nación. Mucha gente, hasta ayer, prefería una patria sin pan a un
pan sin patria. Quizá ese ondear de chalecos constituya el anuncio de
una nueva época en la que los explotados se jueguen la vida por la
conquista de bienes y servicios reales, después de tantos siglos
empeñados en matarse los unos a los otros por ideales sin sustancia. Macron, que llegó a la presidencia de su país con la vena del cuello
inflamada de una grandeur vacía, intentó convencer a los
contribuyentes de que se podía vivir de ser francés. La inflamación no
coló porque el precio del diésel, como el del pan, importa, sobre todo
cuando la especulación te ha desplazado a la periferia convirtiendo el
coche en un objeto de primera necesidad. Como una cosa lleva a la otra y como cada cual es víctima de sus
verdades, la subida del combustible se convirtió en la base de una
cadena deductiva que condujo a les enfants de la patrie
a transformar un humildísimo atavío en una contraseña por la que los
paganos de la crisis se empiezan a reconocer en el resto de Europa. La
visión de ese trapo no emociona tanto como escuchar La Marsellesa,
pero el éxtasis nacionalista no quita el hambre y de lo que se trata
ahora es de comer tres veces al día. Larga vida a este emblema de la
prosa después de tantos siglos de melindres poéticos.
El anarquista Melchor Rodríguez, el llamado Ángel Rojo de Madrid, salvó
la vida de 11.000 personas durante las sacas de presos en la Guerra
Civil.
EL NUEVO AÑO se nos viene encima cargado de amenazas. La crispación y
el sectarismo engordan en el mundo y, aunque estoy segura de que en lo
personal mantenemos la optimista ambición de ser felices (somos bichos
tenaces), me parece que en lo colectivo contemplamos 2019 con ojos
suspicaces y un barrunto de susto, como quien ve llegar a un toro en
campo abierto. A saber qué soponcios nos puede deparar el año próximo.
Contra ese pesimismo, y contra la creciente aspereza de los
intransigentes, voy a contar hoy una historia ejemplar. Fue un hombre
célebre en su época y en 2016 hicieron un documental sobre él y pusieron
su nombre a una calle, pero aun así sigue siendo mucho menos conocido
de lo que se merece. Hablo del anarquista Melchor Rodríguez, el llamado Ángel Rojo de Madrid,
aunque nació en Sevilla en 1893. Huérfano de padre desde muy niño, sólo
estudió hasta los 13 años y vivió una infancia paupérrima. En 1921 se trasladó a Madrid, en donde trabajó como chapista. Su
militancia en la CNT le hizo conocer las cárceles y la indefensión
esencial del prisionero. El 10 de noviembre de 1936, en los agitados
primeros meses de la Guerra Civil, fue nombrado delegado de prisiones de
Madrid, e inmediatamente intentó detener las terribles sacas de presos
de las cárceles, es decir, los traslados de reclusos que luego eran
asesinados en Paracuellos del Jarama y otras zonas cercanas. Sólo duró
en su empeño cuatro días, porque los más feroces consiguieron forzarle a
dimitir, pero las protestas del cuerpo diplomático y de otros sectores
republicanos lograron que recuperara el cargo el 4 de diciembre. A
partir de ahí se enfrentó, a veces con grave peligro de su vida, a los
partidarios de las ejecuciones, entre quienes estaba, sí, Santiago
Carrillo, que estuvo más implicado en las matanzas de lo que nunca quiso
admitir, según un historiador tan prestigioso como Paul Preston. Melchor terminó siendo, muy brevemente, el último alcalde republicano de
Madrid.
Ahora imagínate a ese hombre que, completamente solo en medio de la
furia y la violencia, lo arriesga todo para salvar la vida de sus
enemigos. Prohibió que saliera ningún preso de ninguna cárcel desde las
siete de la noche hasta las siete de la mañana, y cuando había que
trasladar de verdad a los reclusos, escoltaba él personalmente los
convoyes, lo que demuestra que no tenía a nadie en quien confiar.
Probablemente ni siquiera era entendido por sus compañeros anarquistas. Déjame contarte una de sus gestas: el 8 de diciembre de 1936, estando de
inspección en la cárcel de Alcalá de Henares, vio llegar a una turba
enfurecida. Los franquistas habían bombardeado la ciudad y matado a
media docena de personas, y una multitud de vecinos y milicianos armados
acordaron asaltar la prisión y linchar a los reclusos. Pues bien,
Melchor se plantó ante la puerta, pistola en mano, y aguantó los
insultos, las pedradas y las amenazas desde las cinco de la tarde hasta
las tres de la madrugada, momento en que consiguió que los atacantes
desistieran. Aquel día había 1.500 presos en Alcalá. Se considera que,
en total, Rodríguez salvó a 11.000 personas. “Por las ideas se puede morir, pero no matar”, solía decir. Fue un hombre de bien en los tiempos del mal. Tras la guerra, y pese a contar con miles de testimonios a su favor,
fue condenado a 20 años, de los que cumplió 4. Cuando salió en 1944,
algunos de aquellos enemigos a quienes había protegido le ofrecieron
buenos empleos, pero él rechazó su ayuda y vivió muy modestamente
vendiendo seguros. Además, y esto es lo más conmovedor, perseveró en su
militancia anarquista, lo que le hizo volver a pasar repetidas veces por
la cárcel (en una ocasión, durante año y medio). Ojalá se conociera
mucho más la hermosa historia del Ángel Rojo: en estos momentos de
griterío mezquino, su ejemplo nos demuestra que podemos ser mejores de
lo que somos. Pero, claro, Melchor no es un santo cómodo ni para la
derecha ni para la izquierda tradicional, liderada desde el
antifranquismo por los comunistas (la represión desmanteló a los
anarquistas). Un pensamiento independiente y ético, en fin, es un lugar
desapacible y ventoso. Murió en 1972; espero que el recuerdo de las muchas personas a las que salvó calentara lo suficiente su corazón aterido.
La idea de que las mujeres han de ser creídas en todo caso se ha
extendido lo bastante como para que muchos varones prefieran no correr
el mínimo riesgo.
TOMAMOS INICIATIVAS con gran alegría y con prisas, olvidando que
nadie es capaz de prever lo que provocarán a la larga o a la media. No
pocas veces medidas “menores” y frívolas, o autocomplacientes, han
desembocado en guerras al cabo de no mucho tiempo. Los impulsores de las
medidas nunca se lo habrían imaginado, y desde luego se declararán
inocentes de la catástrofe, negarán haber tenido parte en ella. Y sin
embargo habrán sido sus principales artífices.
Sin llegar, espero, a estas tragedias, el alabado movimiento MeToo y
sus imitaciones planetarias están cosechando algunos efectos
contraproducentes, al cabo de tan sólo un año de prisas y gran alegría. Había una base justa en la denuncia de prácticas aprovechadas,
chantajistas y abusivas por parte de numerosos varones, no sólo en
Hollywood sino en todos los ámbitos. Ponerles freno era obligado. Las cosas, sin embargo, se han exagerado tanto que empiezan a
producirse, por su culpa, situaciones nefastas para las propias mujeres a
las que se pretendía defender y proteger. El feminismo clásico (el de
las llamadas “tres primeras olas”) buscaba sobre todo la equiparación de
la mujer con el hombre en todos los aspectos de la vida. Que aquélla
gozara de las mismas oportunidades, que percibiera igual salario, que no
fuera mirada por encima del hombro ni con paternalismo, que no se
considerara un agravio estar a sus órdenes. Que el sexo de las personas,
en suma, fuera algo indiferente, y que no supusieran “noticia” los
logros o los cargos alcanzados por una mujer; que se vieran tan
naturales como los de los varones .
Leo que según informes de Bloomberg, de la Fawcett Society y del PEW
Research Center, dedicado a estudiar problemas, actitudes y tendencias
en los Estados Unidos y en el mundo, se ha establecido en Wall Street
una regla tácita que consiste en “evitar a las mujeres a toda costa”. Lo
cual se traduce en posturas tan disparatadas como no ir a almorzar (a
cenar aún menos) con compañeras; no sentarse a su lado en el avión en un viaje de trabajo; si se ha de
pernoctar, procurar alojarse en un piso del hotel distinto; evitar
reuniones a solas con una colega. Y, lo más grave y pernicioso,
pensárselo dos o tres veces antes de contratar a una mujer, y evaluar
los riesgos implícitos en decisión semejante. El motivo es el temor a
poder ser denunciados por ellas; a ser considerados culpables tan sólo
por eso, o como mínimo “manchados”, bajo sospecha permanente, o
despedidos por las buenas. La idea de que las mujeres no mienten, y han
de ser creídas en todo caso (como hace poco sostuvo entre nosotros la
autoritaria y simplona Vicepresidenta Calvo), se ha extendido lo
bastante como para que muchos varones prefieran no correr el más mínimo
riesgo. La absurda solución: no tratar con mujeres en absoluto, por si
acaso. Ni contratarlas. Ni convertirse en “mentores” suyos cuando son
principiantes en un territorio tan difícil y competitivo como Wall
Street. En las Universidades ocurre otro tanto: si hace ya treinta años
un profesor reunido con una alumna dejaba siempre abierta la puerta del
despacho, ahora hace lo mismo si quien lo visita es una colega. Los hay
que rechazan dirigirles tesis a estudiantes femeninas, por si las
moscas. En los Estados Unidos ya hay colleges que imitan al
islamismo: está prohibido todo contacto físico, incluido estrecharse la
mano. Como en Arabia Saudita y en el Daesh siniestro, sólo que allí, que
yo sepa, ese contacto está sólo vedado entre personas de distinto sexo,
no entre todo bicho viviente. Parece una reacción exagerada, pero hasta cierto punto comprensible
si, como señaló la americana Roiphe en un artículo de hace meses, se
denuncia como agresión o acoso pedirle el teléfono a una mujer, sentarse
un poco cerca de ella durante un trayecto en taxi, invitarla a
almorzar, o apoyar un dedo o dos en su cintura mientras se les hace una
foto a ambos. No es del todo raro que, ante tales naderías elevadas a la
condición de “hostigamiento sexual” o “conducta impropia” o “machista”,
haya individuos decididos a abstenerse de todo trato con el sexo
opuesto, ya que uno nunca sabe si está en compañía de alguien razonable,
o quisquilloso y con susceptibilidad extrema. El resultado de esta tendencia varonil, como señalaban los mencionados
informes, es probablemente el más indeseado por las verdaderas
feministas, y llevaría aparejado un nuevo tipo de discriminación sexual. Se dejaría de trabajar con mujeres, de asesorarlas y aun de
contratarlas no por juzgarlas inferiores ni menos capacitadas, sino
potencialmente problemáticas y dañinas para las propias carrera y
empleo. Si continuara y se extendiera esta percepción, acabaríamos
teniendo dos esferas paralelas que nunca se cruzarían, y, como he dicho
antes, el islamismo nos habría contagiado y habría triunfado sin
necesidad de más atentados: tan sólo imbuyéndonos la malsana creencia de
que los hombres y las mujeres deben estar separados y, sobre todo,
jamás rozarse. Ni siquiera codo con codo al atravesar una calle ni al ir
sentados en un tren durante largas horas. Algo habrá en ciertos hombres que le proporciona esa reflexión tan Misogena. Porque usted lo es de toda la vida.Y puedo asegurar que yo voy a comer o a cenar con compañeros que fuimos a estudiar en la Universidad y nunca he pensado que quieran otra cosa que recordar aquellos tiempos de la Facultad. Sinembargo he visto a un médico de toda la vida ponerse desnudo delante de mi....Así que cuidadin conque la compañía de mujeres es algo que les lleva a los hombres a tener miedo de nuestra .cercanía
El batería de Pink Floyd, nuevo comandante de la Orden del Imperio Británico.
Twiggy, a su llegada a la abadía de Westminster el pasado mes de septiembre.Hannah MckayREUTERS
El Gobierno británico ha dado a conocer este sábado
a las personalidades elegidas para integrar la lista de honores de Año
Nuevo de la Reina que entregará Isabel II de Inglaterra, en la que
destacan la modelo Twiggy y el miembro de los Monty Python Michael
Palin. Se ha otorgado título de Oficial de la Orden del Imperio Británico (OBE) a
varias figuras del deporte, como al jugador de cricket Alastair Cook,
que se retiró del cricket este 2018 con 34 años; al ganador del Tour de
Francia Geraint Thomas, que acumula tres campeonatos mundiales y dos
medallas de oro olímpicas; al director técnico de la selección de fútbol
de Inglaterra, Gareth Southgate y a su capitán Harry Kane, ambos
por su papel en el Mundial de Rusia 2018, en el que quedaron cuartos,
su mejor papel desde la victoria de 1966. El batería de Pink Floyd, Nick Mason, ha recibido el título de comandante (CBE), mientras que la modelo Lesley Lawson (Twiggy),
famosa en los años sesenta, ha obtenido el título de comendadora. En el
ámbito del entretenimiento, el actor del grupo cómico Monty Python
Michael Palin se ha convertido en sir al serle reconocido el título de caballero, el único miembro de los autores de La vida de Brian y de Un pez Llamado Wanda en ser condecorado por la reina. Palin ya había recibido el título de CBE en 2000 por su trabajo para la televisión como escritor y presentador de documentales.
La violinista escocesa Nicola Benedetti y la actriz Sophie Okonedo, también han logrado sendos CBE. Por
su servicio a la corona, 43 trabajadores de los cuerpos de emergencia
han sido reconocidos por su labor en los ataques terroristas en Londres y
Manchester durante 2017. La lista incluye el OBE para el doctor Malik
Ramadhan, jefe del servicio de urgencias en el hospital Royal London en
el barrio de Whitechapel, quien dio atención médica toda la noche a 12
víctimas del ataque del Puente de Londres. El Paso del Tiempo:
Es la primera top model
de la historia y su imagen representa a toda la década de los 60.
Después, muchos han imitado su estilo, aunque nadie ha podido superar a
esta modelo que se caracterizó por su físico delgado y por su escasa
estatura.
Los honores de Año Nuevo se
instauraron en el reinado de la reina Victoria en el siglo XIX y apuntan
a reconocer no solo a figuras conocidas, sino también a personas
anónimas que han contribuido a la vida nacional a menudo
desinteresadamente durante muchos años. La lista de honores se publica dos veces al año, uno en el cumpleaños de la Reina en junio y otra, al final de cada año. Quizá muy poca gente sepa quién es Leslie Hornby. Sin embargo, por el nombre de Twiggy sí que se la reconoce, ya que se trata de la primera top model de la historia.
Esta inglesa, nacida el 19 de septiembre de 1949, consiguió, siendo
adolescente, ser la modelo más conocida en todo el mundo durante la
década de los 60 la prensa inglesa la calificó como "el rostro de 1966" ,
quizá por su singular look, que aún hoy sigue inspirando a los
grandes creadores de moda. Llevar el pelo rubio platino, muy corto y
engominado, con raya a un lado, fue una de sus características más
rompedoras, una imagen que consiguió gracias a los consejos del
estilista [Vidal Sassoon]. En cuanto a su estilo vistiendo, siempre se
recordará a esta pequeña modelo -que mide aproximadamente 1,67 metros de
altura- con vestidos cortos, minifaldas de [Mary Quant], gafas grandes,
pestañas postizas, ojos muy maquillados y medias a la altura de las
rodillas, a rayas y de llamativos colores.