Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

10 jun 2020

‘El año del Mono’, adelanto del nuevo libro de memorias de Patti Smith

'Babelia' adelanta un fragmento del texto, que llega este jueves a las librerías españolas.

 
Patti Smith.
Patti Smith.

Epílogo de un epílogo

Se lo suplico a todos. Templen el miedo con la razón, el pánico con la paciencia y la incertidumbre con la educación. (Abdu Sharkawy)
Hace ya tiempo que terminó el año del Mono, y hemos entrado en una nueva década, que de momento se ha desarrollado con retos crecientes y una náusea sistémica, aunque no necesariamente inducida por la enfermedad o el movimiento. Se trata más bien de una náusea psíquica, que nos vemos obligados a paliar por cualquier medio que tengamos a nuestro alcance. Aunque el nuevo año albergaba mensajes de esperanza, su progresión ha hecho que nuestras preocupaciones personales y globales queden eclipsadas por una profunda falta de juicio.
Recibimos 2020 mientras nuestro centro moral constitucional es rediseñado de una forma cada vez más inmoral, gobernado por quienes afirman que se amparan en los valores cristianos pero dejan de lado la esencia del cristianismo: amarse los unos a los otros. Vuelven la cabeza ante el sufrimiento mientras siguen por propia voluntad a alguien que carece de una respuesta auténtica ante la menguante condición humana. 
Confiaba en que nuestra nueva década nos proporcionara un escenario más tolerante, imaginaba la apertura de unos paneles ceremoniales, como los laterales de los grandes trípticos de los altares abiertos en las fiestas de guardar, que revelarían 2020 como el año de la visión perfecta. 
Tal vez esas expectativas fuesen ingenuas, pero aseguro que las sentía de todo corazón, igual que siento la angustia de la injusticia, un borrón oscuro que no se irá jamás.
¿Dónde está la luminosidad? ¿Dónde está la justicia prudente?, nos preguntamos, labrando nuestra tierra con un arado mental, sobrecargados con la tarea de mantenernos en equilibrio en estos tiempos tan desequilibrados.

Un panel para el año de la Rata

Hay un dicho en los cánones de la astrología lunar según el cual el Mono necesita de la Rata. 
No estoy segura de en qué medida, aunque hay quien dice que las ratas son capaces de alegrar a los monos cuando se sienten deprimidos, porque cuando están juntos, el ambiente se llena de risas. 
Por supuesto, no solo nos referimos a las especies animales en sí, sino a ciertas cualidades inherentes de las personas nacidas en el año de su augurio. 
En cualquier caso, en este preciso momento estamos entrando en el año lunar de la Rata de Metal, que se celebrará por todo lo alto en nuestras grandes ciudades, sobre todo en las que cuentan con magníficos chinatowns, con impresionantes despliegues de fuegos artificiales, bailes de leones sagrados, confeti y serpentinas multicolores cayendo del cielo.
 Festejos que culminarán con un desfile el 10 de febrero, coincidiendo con la luna llena, con carrozas y dragones y símbolos del nombre del año que empieza.
 En un abstracto gesto de generosidad, me zambullo en una caja de discos viejos y desentierro Hot Rats, de Frank Zappa.
 La chica de la portada, que asoma de una piscina vacía, es miss Christine, una frágil belleza victoriana del grupo Girls Together Outrageously, también conocido como The GTO’s.

Hot Rats salió a finales de 1969. En aquella época yo vivía con Robert Mapplethorpe en el Chelsea Hotel y solíamos hablar con ella en el vestíbulo. Era un ser etéreo, con una melena incluso más indomable que la mía y la piel como el melocotón.
 En algún momento a principios de 1970, miss Christine me pidió que me uniera a su revolucionaria banda de rock, y aunque aquella no era mi verdadera vocación, me sentí halagada. 
Cuando le di la mano para sellar el trato, tuve la impresión de que estaba ante una delicada ave de presa.
 De eso hace más de medio siglo, algo de lo que cuesta hacerse a la idea, porque todavía puedo visualizarla con sus grandes ojos y la voz suave, con la cabeza ladeada, la hija guapa de un pirata que no llegó a cumplir los veintitrés.
 Saludo con la cabeza a la joven protegida de Zappa, saco el vinilo de la funda de plástico y lo examino con sumo cuidado, para descubrir que está cubierto de diminutas rayadas, como huellas de patas de una colonia de ratas dando vueltas
‘El año del Mono’, adelanto del nuevo libro de memorias de Patti Smith
Un tocadiscos gira de forma natural a través del tiempo. Dejo la carátula del disco encima del escritorio, ocultando momentáneamente una lámina pequeña de una ilustración de Tenniel en la que aparece Alicia conversando con el Dodo. Apoyado junto a la lámina hay un regalo de cumpleaños de un amigo muy querido, una rata de cristal erguida bañada en oro a la que he llamado Ratty. Presidirá mi habitación como un talismán lunar.
 Así es como funciona; nos dirigimos a la Rata de Metal que se yergue con un optimismo sin límites, pues cada año nuevo comienza con su criatura lunar asignada, con su particular armadura y su personalidad característica, así como con la creencia integral de que las cosas no tardarán en mejorar.

Panel de la festividad

“Las cosas no tardarán en mejorar”. Eso fue lo que escribí hace unos días en previsión de las celebraciones que iban a tener lugar en todo el mundo; el ambiente ya estaba cargado con la expectación de lo nuevo.
 La Rata de Metal es el primer signo del ciclo de doce animales en la astrología china, sin duda alguna un momento para la renovación y el optimismo. Pero, por desgracia, un giro inesperado, la amenaza repentina de una pandemia global ha enmarcado la entrada de la Rata de Metal, y ha minado los ánimos, hasta el punto de aguarle la fiesta al desfile. 
 Con China a punto de confinarse por completo, me pregunté cómo se celebraría el Año Nuevo chino en nuestras propias calles y fui con Lenny Kaye a Chinatown, con la esperanza de atisbar los restos de la celebración de bienvenida al año, con su tradicional cúmulo de basura resplandeciente y tal vez unas cuantas ratas coloridas en palos engalanados con serpentinas rojas y doradas, por no hablar de la sensación general de júbilo. 
Esas eran nuestras infantiles expectativas, esperábamos ver calles abarrotadas, dudábamos de si encontraríamos aparcamiento, pero, por sorprendente que parezca, abundaban las plazas libres  
Nos sentamos en el Silk Route Café y compartimos una tetera de té de arroz integral, antes de dar un paseo en busca de indicios de la acción. Aunque aún era media tarde, las calles estaban tan desiertas que resultaban fantasmales, apenas se veían algunos peatones. Los restaurantes, salvo por nuestro querido Wo Hop, estaban vacíos, y cada vez sentíamos más urgencia por hallar algún atisbo de la primera ronda de festejos. Supongo que habíamos llegado demasiado tarde para una fiesta y demasiado pronto para otra.
Al final de Mott Street hay unos desgreñados restos de espumillón multicolor y pequeños montículos de confeti.
 ¿Dónde están las vaporosas estelas de los dragones dorados que ondean entre deseos que, cuando la luz capta en un ángulo concreto, sin duda se cumplen? 
En China, las cosas se han torcido para los juerguistas que se habían preparado para la mayor fiesta del año. En una rápida operación, Pekín ha cancelado las celebraciones a gran escala, incluso los templos se vacían conforme el letal coronavirus se extiende con insidia. 
Así ha quedado el heraldo de la pobre Rata de Metal, atrapada en la cuarentena junto con varios millones de personas más.
 Un virus que amplía la histeria mientras la enfermedad se embarca desde Wuhan hasta los puertos vecinos y provoca prohibiciones de desplazamiento y el cierre de fronteras.
 Justo donde habíamos aparcado vi una mascarilla protectora arrugada. En un esfuerzo por evitar el contagio, muchos se ponen esas mascarillas desechables. 
 Algunos se ponen una encima de otra. “He dibujado una rata en la mía —dice un ciudadano desafiante—. Y aunque nos veamos privados de nuestra unión lunar, lo celebraré por mi cuenta con bengalas por la noche”.
Pues a pesar de los decretos que prohíben las festividades, la gente encuentra maneras de exteriorizar sus jubilosas tradiciones. Patalean con un fervor propio de Brueghel y se aferran a la certeza de que el mundo no dejará de girar, y de que el año nuevo lunar siempre estará ahí mientras exista la luna; reinará, se esfumará, regresará.
El año del Mono. Patti Smith. Traducción de Ana Mata Buil. Lumen, 2020. 224 páginas. 18,90 euros.
 

 

11 may 2020

La peste, de Camus

La covid-19 ha avivado el interés por La peste, de Camus. En este texto anterior, inédito en castellano, el escritor daba recomendaciones a los médicos para enfrentarse a aquella pandemia.
Los buenos escritores ignoran si la peste es contagiosa.
 Pero suponen que sí. Y por eso, señores, opinan que ustedes deberían mandar abrir las ventanas del cuarto en el que visiten a un enfermo. 
Solo hay que recordar que la peste bien puede encontrarse en las calles e infectarlos de todos modos, estén o no las ventanas abiertas.
Los mismos escritores también les aconsejan que utilicen una máscara con gafas y se coloquen un paño mojado en vinagre bajo la nariz.
 Lleven una bolsita con todos los extractos recomendados en los libros: melisa, mejorana, menta, salvia, romero, azahar, albahaca, tomillo, serpol, lavanda, hoja de laurel, corteza de limonero y peladura de membrillo.
 Sería deseable que vistieran por completo de hule. Aun así, pueden hacerse ajustes. 
Pero no hay ajustes posibles en las indicaciones sobre las que están de acuerdo los buenos y los malos escritores.
 La primera es no tomarle el pulso a un enfermo sin antes mojarse los dedos en vinagre.
 Adivinarán el motivo. Pero acaso lo mejor sería abstenerse de hacerlo. 
Pues si el paciente tiene peste, no se le quitará con esa ceremonia. Y si ha salido indemne, no los habrá llamado. 
En tiempos de epidemia, cada cual se cuida el hígado solo, para evitar confusiones.
 La segunda indicación es nunca mirar al enfermo a la cara, a fin de no ponerse en la trayectoria de su aliento.
 Por eso mismo, si, aun dudando de la utilidad del procedimiento, han abierto la ventana, sería bueno que no se pusieran en la corriente de aire, que puede acarrear al mismo tiempo el estertor del apestado.


Tampoco visiten a los pacientes estando en ayunas.
 No lo resistirían. Sin embargo, no coman de más.
 Perderían el ánimo. Y si, a pesar de todas las precauciones, les cae en la boca una gota de veneno, pues para ello no hay remedio, a menos que no traguen saliva durante toda la visita.
 Esta es la indicación más difícil de seguir.
Una vez observado, mal que bien, todo lo anterior, no deben creerse a salvo. Pues existen otras medidas muy necesarias para la protección del cuerpo, aun cuando atañen más bien a la disposición del alma. 
“Ningún individuo”, dice un autor antiguo, “puede permitirse tocar nada contaminado en un país donde reine la peste”. 
Eso está bien dicho. Y no existe rincón que no debamos purificar en nosotros, incluso en lo más secreto de nuestro corazón, para poner de nuestra parte las pocas oportunidades que queden.
 Eso es especialmente cierto en el caso de los médicos como ustedes, que están más cerca, si cabe, de la enfermedad, y resultan por ello aún más sospechosos.
 Tienen que predicar con el ejemplo.

Fotografía de Albert Camus realizada por Cecil Beaton.
Fotografía de Albert Camus realizada por Cecil Beaton. Getty Images
Para empezar, nunca deben tener miedo.
 Se sabe de gente que llevó a cabo muy bien su oficio de soldado con miedo a los cañones.
 Pero lo cierto es que las balas matan por igual a valientes y medrosos. El azar incide en la guerra, pero muy poco en la peste. 
El miedo infecta la sangre y calienta los humores: lo dicen todos los libros. 
Así pues, predispone a quedar bajo la influencia de la enfermedad; y para que el cuerpo venza la infección, el alma tiene que ser fuerte. Por cierto, no hay peor miedo que el miedo al final postrero, pues el dolor es temporal.
 De ahí que ustedes, los médicos de la peste, deban plantar cara a la idea de la muerte y reconciliarse con ella, antes de entrar en el reino que la peste les prepara. 
Si salen vencedores en esto, lo serán en todo, y los verán sonreír en medio del terror.
 En conclusión, les hará falta una filosofía.

También tendrán que ser discretos en todo, lo que no quiere decir en absoluto ser castos, otra forma de exceso. 
Cultiven una alegría razonable a fin de que la pena no altere la fluidez de la sangre y la prepare para la descomposición. En este sentido, no hay nada como usar el vino en buena cantidad, para aligerar un poco el aire de pesadumbre que les llegue de la ciudad apestada.
Y asestaba sus terribles golpes a los hombres solo cuando estos se habían entregado al desorden y el desenfreno. 
La peste procede del exceso. Es en sí misma un exceso e ignora la contención. 
Ténganlo presente si quieren combatirla con clarividencia. No le den la razón a Tucídides, que habla de la peste en Atenas y dice que los médicos no eran de ninguna ayuda porque, en principio, abordaban el mal sin conocerlo.
 La epidemia adora los cuchitriles secretos. 
Acérquenle la luz de la inteligencia y la equidad. En la práctica, verán que es más fácil que no tragarse la saliva. Por último, tienen que ser capaces de controlarse.
 Y, por ejemplo, hacer que se respeten las normas que hayan elegido, como el bloqueo y la cuarentena. 
Un historiador de Provenza cuenta que, en el pasado, cuando un confinado lograba escapar, mandaban que le rompieran la cabeza. No desearán eso.  

Pero tampoco pasarán por alto el interés general. No harán excepciones a las normas durante todo el tiempo que estas sean útiles, ni siquiera cuando el corazón los apremie. 
Se les pide que olviden un poco quiénes son, sin olvidar jamás lo que se deben a ustedes mismos. Esa es la regla de un honor tranquilo.
‘Exhortación a los médicos de la peste’ de Albert Camus
Armados con estos remedios y virtudes, solo les restará hacer frente al cansancio y conservar la imaginación viva. 
No deben nunca, pero nunca, acostumbrarse a ver a los hombres morir como moscas, según ocurre en nuestras calles hoy, y según ha venido ocurriendo siempre, desde que la peste recibió su nombre en Atenas
No dejarán de conmoverse al ver las gargantas negras de las que habla Tucídides, que supuran un sudor sangriento y de las que la tos ronca arranca a duras penas escupitajos aislados, pequeños, salados y de color azafrán. 
No se moverán con familiaridad entre los cadáveres de los que se apartan incluso las aves de rapiña para huir de la infección.
 Y seguirán rebelándose contra la terrible confusión en la que perecen en soledad quienes niegan sus cuidados a los demás, mientras que mueren amontonados quienes se sacrifican; en la que el goce ya no recibe su aprobación natural, ni el mérito su orden; en la que se baila al borde de las tumbas; en la que el enamorado rechaza a la amada para no contagiarle su mal; en la que no carga con el peso del delito el delincuente, sino el animal expiatorio que se elige en pleno desconcierto de una hora de espanto. 

El alma sosegada es la más firme. Ustedes se mantendrán firmes ante esa extraña tiranía.
 No servirán a una religión tan vieja como los cultos más antiguos. Esa mató a Pericles, que no quería más gloria que la de no causar el luto de ningún ciudadano, y no ha cesado de diezmar a los hombres y exigir el sacrificio de los niños desde aquel ilustre asesinato hasta el día en que descendió sobre nuestra ciudad inocente. 
 Aunque esa religión procediera del cielo, deberíamos afirmar que el cielo es injusto. 
Si llegan ustedes a ese punto, no verán en ello motivo alguno de orgullo. Al contrario, deberán pensar con frecuencia en la propia ignorancia, para estar seguros de observar la mesura, única señora de las epidemias.
Ni que decir tiene, nada de esto es fácil. 
A pesar de las máscaras y las bolsitas, el vinagre y el hule; a pesar de la placidez del coraje y los firmes esfuerzos, llegará el día en que no soportarán la ciudad llena de moribundos, el gentío dando vueltas en las calles recalentadas y polvorientas, los gritos, la angustia sin futuro.
 Llegará el día en que querrán gritar de asco ante el miedo y el dolor de todos. 
Ese día, no podré hablarles de ningún remedio salvo la compasión, que es pariente de la ignorancia.



Sobre el texto

Publicado junto con otro texto en abril de 1947 en Les Cahiers de la Pléiade, con el título ‘Los archivos de La peste’,
 ‘Exhortación a los médicos de la peste’ probablemente fue escrito por Albert Camus en 1941, seis años antes de la aparición de La peste, de la que es uno de los textos preliminares.
 Aunque hoy en día la gran novela de Camus se lee y relee en todo el mundo, en numerosos idiomas, la colección Tracts, con la amable autorización de los herederos de Albert Camus, propone a los lectores descubrir este texto poco conocido, pero de candente actualidad, en que el escritor hace recomendaciones a los médicos para su lucha diaria contra la epidemia.
En términos generales, observen la mesura, primer enemigo de la peste y regla natural de la humanidad. 
Némesis no era, como les contaron en el colegio, la diosa de la venganza, sino de la mesura.

9 may 2020

‘Ghost’ y el escándalo Merlos

Hasta Whoopi Golberg ha hablado de ello al creer ver al fantasma Swayze cruzando el salón como reportera de ‘Socialité’


Alfonso Merlos y Marta López en un evento en Madrid en noviembre de 2019.
Alfonso Merlos y Marta López en un evento en Madrid en noviembre de 2019.Daniel Gonzalez / GTRES

 Pero tanto disgusto si esta mujer es carne de cañón si políticos futbolistas........esta claro que no juega a las casitas.

En La vida de los otros, la obra maestra de Florian Henckel von Donnersmarck, un oficial de la Stasi que tiene bajo vigilancia a una pareja de artistas, decide reventar la relación forzando al marido a comprobar una supuesta infidelidad de su amante. 
Lo hace, el oficial, con una frase: “Ha llegado el momento de las amargas verdades”, que muestra que el Estado no sólo dictamina quién es quién, chantajea sexualmente a sus divas y hace partícipe de su paranoia a los ciudadanos, sino que asalta el amor, despojándolo del secreto y exhibiendo sus costuras.

Alfonso Merlos interviene por videoconferencia en el canal ‘El Estado de Alarma’, en el momento en que una mujer, que resultó ser una reportera del programa 'Socialité', se cruza en ropa interior.
Alfonso Merlos interviene por videoconferencia en el canal ‘El Estado de Alarma’, en el momento en que una mujer, que resultó ser una reportera del programa 'Socialité', se cruza en ropa interior.
Porque, y aquí llega el objeto de la observación, el amor y el despecho espontáneos (si queda algo espontáneo en la telerrealidad, una wrestlemanía de sábanas) del primer fin de semana, rentabilizados en una audiencia millonaria, se ha dirigido rápidamente a los contratos.
 El momento de las dulces verdades.
 Para una, su vida privada da audiencia y cuesta dinero; para otro, su exposición en estos programas pone en peligro contratos que no desearía perder. 
Es, pasado el vendaval, la hora de mirar la caja; todo acaba en el mismo sitio. “El amor mueve el mundo”, dice un personaje de David Mamet; “el amor al dinero”, corrige otro. 


No he pensado ni una sola vez en La vida de los otros ante el culebrón Merlos, el tertuliano político que fue pillado, en una conexión en directo, con una pareja distinta a la suya cruzándose por detrás.
 Todo el drama resultante está siendo conmovedoramente desmenuzado por Mediaset en espectáculos tremebundos que remiten a algo tan español como la astracanada, territorio natural de la extrema derecha española, de donde proceden varios de los protagonistas del culebrón.
 Pueden disfrutarse esos programas incluso desde una perspectiva desacomplejada para quienes tienen que hacer abdominales ideológicos, izquierdistas en su caso, hasta en el entretenimiento: los personajes cuentan su vida para ganársela.

Porque, y aquí llega el objeto de la observación, el amor y el despecho espontáneos (si queda algo espontáneo en la telerrealidad, una wrestlemanía de sábanas) del primer fin de semana, rentabilizados en una audiencia millonaria, se ha dirigido rápidamente a los contratos.
 El momento de las dulces verdades. Para una, su vida privada da audiencia y cuesta dinero; para otro, su exposición en estos programas pone en peligro contratos que no desearía perder.
 Es, pasado el vendaval, la hora de mirar la caja; todo acaba en el mismo sitio.
 “El amor mueve el mundo”, dice un personaje de David Mamet; “el amor al dinero”, corrige otro.
 Medir sacrificios, rebuscar intimidades que puedan “funcionar”, verbo fulminante que ha corrido de los platós cuché a las redacciones de grandes medios. 
Esto funciona, esto no. ¿Tira o no tira?
Cuando a Umbral le pedían un artículo por un dinero que no le hacía justicia, prefería hacerlo gratis para no perder caché. 
No vales por lo que callas sino por lo que juraste callar. Esta burbuja Merlos, tan internacional que ha salido hablando de ella Whoopi Goldberg al verlo como remake de Ghost con el fantasma Swayze cruzando el salón como reportera de Socialité, es en realidad un escándalo de pueblo que ha puesto el foco en la zona de copas de los consultores de Madrid.
 Merecía un cómic de Frank Miller porque Deluxe era demasiado obvio. 
 O una visita al Savoy de Alvite, en cuyos baños encontró el maestro la pintada que resume el estado de bienestar:
–Te querré toda la vida.
–¿De cuánto dinero estamos hablando?

Margarita de Inglaterra y Antony Armstrong-Jones, 60 años de un matrimonio que nunca debió ser

La hermana de Isabel II se casó con el fotógrafo después de que la reina le prohibiera unirse al capitán Peter Townsend, que estaba divorciado.



Margarita y Lord Snowdon, antes de casarse, en un retrato en Windsor en 1960.
Margarita y Lord Snowdon, antes de casarse, en un retrato en Windsor en 1960.TopFoto / Cordon Press