Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

11 abr 2020

David Cantero desvela lo que le dijo un guardia civil que le reconoció al pararle

"Hoy me ha pasado algo que me ha enorgullecido", asegura el presentador de 'Informativos Telecinco'.

TELECINCO
David Cantero
David Cantero, presentador de Informativos Telecinco, ha develado en Instagram la conversación que mantuvo con un agente de la Guardia Civil que le paró cuando iba a trabajar.
Todo sucedió en uno de los controles dispuestos para controlar que los ciudadanos no se saltan la orden de confinamiento por el coronavirus
 “Hoy me ha pasado algo que me ha enorgullecido, que me ha animado a seguir haciendo nuestra tarea lo mejor posible cada día”, empieza contando el periodista.
Cantero relata que el agente le pidió la documentación y que, tras reconocerle, le dio las gracias de corazón por lo que hacen, “por contar lo que sucede e intentar concienciar a la gente para que se quede en casa”.
“He sido yo el más agradecido, por supuesto, y así se lo he hecho saber!
 Llovía a mares y ahí estaban, calados y cumpliendo con su deber, controlando para que un puñado de cretinos que se toman esto a guasa, no estropeen todo lo que con tanto sacrificio la mayoría estamos consiguiendo”, escribe el presentador.
Junto a su relato, Cantero ha colgado varias fotos de la redacción de Informativos Telecinco vacía y ha aprovechado para recalcar la importancia de que la población se quede en casa.
“No me cansaré de repetirlo: ese puñado de miserables que se saltan las normas y el confinamiento, unos cuantos miles, nos ponen a todos en peligro y tenemos que desenmascararlos y denunciarlos!”, finaliza el presentador, que en Instagram no cesa de cargar contra quienes se saltan la cuarentena.

 

Yoko Ono contra los cínicos................................. Peio H. Riaño.

Los museos han cerrado sus puertas, pero la contemplación del arte sigue abierta.

 Cada día, recordamos la historia de una obra que visitamos a distancia. Hoy: ‘Cut Piece’.

'Cut Piece' (1964), 'performance' de la japonesa Yoko Ono.
'Cut Piece' (1964), 'performance' de la japonesa Yoko Ono.

Un lienzo roto tirado en el suelo invitaba a que los visitantes lo pisaran y terminaran habiéndolo añicos. 
Era julio de 1961 y Yoko Ono exponía su obra en la neoyorquina AG Gallery, con 28 años. 
Pintura para pisar se basaba en la práctica que impusieron las autoridades religiosas japoneses durante el shogunato Tokugawa (1600-1868), como medio para identificar y erradicar a los cristianos. 
El cristianismo era ilegal en Japón a finales del XVI y principios del XVII porque se consideraba una amenaza extranjera a la soberanía japonesa.
 Los sospechosos de ser cristianos fueron obligados, durante más de dos siglos, a pisar imágenes de Cristo o de la Virgen María.
 Los que se negaban eran encarcelados y torturados o condenados a su ejecución.
“El estado natural de la vida y de la mente es el de complejidad. Llegados a este punto, lo que puede ofrecer el arte es una ausencia de complejidad, un vacío a través del cual uno es conducido hacia un estado de completa relajación de la mente.
 Después, se puede volver de nuevo a la complejidad de la vida”, escribió en 1966.
 “Para mí el único sonido que existe es el sonido de la mente. El único objetivo de mis obras es inducir en la gente la música de la mente”, añadía.
En 1964, en Kioto, monto por primera vez Cut Piece, que volvió a repetir otras cinco veces más por todo el mundo.
 En un momento en el que ni artistas ni público habían tomado conciencia del feminismo, Ono mostró su percepción política al respecto con esta performance: una joven, en el Japón de entonces, se dejaba desnudar por un hombre que le cortaba la ropa con unas tijeras, ante un público compuesto mayoritariamente por hombres. Ono escribe sobre la violencia latente a la que se expuso con la primera representación de Cut Piece
 “Una persona subió al escenario. 
Cogió las tijeras e hizo el ademán de apuñalarme.
 Alzó la mano, agarrando las tijeras, y pensé que iba a apuñalarme. Pero la mano permaneció ahí, en alto, totalmente inmóvil. 
Es un hito en la historia del arte de la performance, por su acción radical contra la desesperanza. 
Como dice la filósofa Marina Garcés, “el sentido de la revuelta no está en lo que se espera conseguir, sino en el daño que se quiere reparar”.

La artista nipona recogió el castigo histórico para tratar la violencia extrema en la idea de la destrucción de lo apropiado.
 Y de lo previsible.
 Ono es un fenómeno excepcional, que a lo largo de más de seis décadas ha creado una obra de riqueza desbordante con símbolos potentes, como Torre Imagina La Paz, de Reikiavik, una columna de luz que se enciende cada año.
 Es una artista inclasificable que ha escapado hasta de las disciplinas, desde la literatura, música, pintura, esculturas, instalaciones, el cine y las acciones.
 Eso es también lo que le atraía de Keith Haring:
 “Keith siempre se ha mantenido al margen del mundo del arte, porque su arte es el arte de la gente”. 
Ono mantuvo una estrecha relación con Haring, de quien le gustaba que fuera tan accesible, que tuviera un talento innato para la comunicación con las personas.

 

Luis Eduardo Aute, el hombre del que nadie habló mal

Su esposa durante 60 años y sus tres hijos nunca se separaron de su lado tras el infarto que en 2016 le apartó de todo.

Luis Eduardo Aute posa, en su faceta de pintor, en su estudio de Madrid en el año 2011. En vídeo, repaso a su carrera artística. GETTY IMAGES / VÍDEO: EPV

Jesús Ruiz Mantilla

Cuando el general Narváez, en su lecho de muerte, fue conminado por el cura que le dio confesión a perdonar a sus contrincantes, le respondió:
 “Muero sin enemigos, padre, los he fusilado a todos...”. Como contrapunto, Luis Eduardo Aute también podría presumir de haber dejado este mundo sin ellos. 
Pero en su caso porque cuidó esmeradamente a quienes le rodearon y fue querido y respetado por todos.
Nadie habló nunca mal de Aute. 
Tampoco se recuerdan ataques furibundos contra él en vida, ni batallas enconadas, pese a que mantuviera a lo largo de toda su vida una exigencia ética y estética de altura.
 Allá donde fue sembró generosidad, cercanía y cariño sin esperar nada a cambio. 
Por el mero y grandioso placer de entregarse. 
Entre sus rarezas queda la de ser esencial y orgánicamente bueno.
Caminaba por la vida con una mezcla de asombro y elegancia. Atado a un cigarro, predispuesto a compartir una copa de vino, un buen guiso y varias canciones, un puñado de poemas y, si se daba, una despedida con dibujo. 
Mucho tuvieron que ver sus padres en ello.
 Cuando nació en Manila en 1943 pasó allí una infancia feliz en la que no faltaron alicientes artísticos para conformar una sensibilidad exquisita. 
Apenas recordaba el eco de las bombas –pero sí el olor del fuego-que dos años después destrozaron una ciudad en manos de los japoneses para caer del lado del general MacArthur. 
Su padre, don Gumersindo, catalán de ascendencia andaluza, trabajó en la Compañía de Tabacos de Filipinas, aquella que pertenecía a la familia del poeta Jaime Gil de Biedma y donde este trabajó como abogado y administrador.
 Fue una gran influencia en los gustos de Aute, lo mismo que toda la generación del 50, especialmente José Manuel Caballero Bonald o Ángel González.
El ambiente tranquilo, expansivo y de amistad que mamó de niño lo trasladó después con él al Madrid sombrío y cerrado del franquismo. 
 Allí, un niño ya políglota –hablaba español, catalán, inglés y tagalo– tendría difícil adaptarse a su extraño provincianismo capitalino. 
Pero se las arregló para no perder su espíritu cosmopolita acrecentado más tarde durante una temporada en París y con el tiempo se lo inculcó a sus tres hijos: Pablo, Laura y Miguel.
 Los dos últimos fueron asistentes, colaboradores y lugartenientes de su padre en sus iniciativas y empresas artísticas.
 Los tuvo con Maritchu Rosado, la mujer que le acompañó durante casi 60 años, desde que se conocieron en 1962 hasta la muerte del artista este pasado sábado.
 Ninguno de ellos se separó de él desde que en 2016 sufriera un infarto que lo apartó de golpe de todo.
 Pero como quien siembra, recoge, algún alivio compartieron con los dos multitudinarios homenajes que diferentes artistas le hicieron en Madrid y Barcelona para aliviar la carga económica de una casa que dependía casi por entero de su actividad.
 En ellos se implicaron el escritor Natalio Grueso y Palmira Márquez y Miguel Munárriz, sus amigos y agentes, muy cercanos a él en la última década.
 No acudió, pero supo y fue consciente de la que le liaron compañeros de generación y herederos de todos los palos, desde el rock, el pop o la canción de autor a la copla y el flamenco.
 El homenaje musical está hecho.
 Quedaría también el que le debe el mundo del arte, la poesía o el cine.
 En las tres disciplinas, Aute destacó precisamente por no abanderar modas ni corrientes. 

Luis Eduardo Aute, retratado en su estudio.
Luis Eduardo Aute, retratado en su estudio.SOFÍA MORO
Apenas nada más que su propia singularidad y sus obsesiones: el amor como aleación que difiere muchas veces y otras tantas conjuga con el sexo.
 La mística, la política, Goya y Buñuel, los tambores de Calanda en copula con Lennon y McCartney, Hollywood con los hijos europeos de hermanos Lumiere, la utopía y el equivalente desengaño equilibrado en la defensa de valores...
Temas graves a los que siempre sabía aplicar también un hondo sentido del humor.
 Tuvo su racha de multitudes en los ochenta.
 Tocó en estadios atiborrados y en Las Ventas donde tantas veces se había sentado con almohadilla a seguir los pasos de otro de sus ídolos: Antoñete. 
 Conservaba en su casa un capote del maestro desplegado en la pared del salón, como quien comparte un triunfo de bagaje y filosofía de vivir.
 Entre sus rarezas mantuvo esa atracción fatal que han sostenido durante siglos la vanguardia y la tauromaquia: el camino de lo ignoto, la búsqueda de lo inexplicable.
 Tendió uno de los grandes puentes de la canción de autor con América.

 Si Serrat y Sabina dominan principalmente el cono sur, él reinaba en el Caribe, sobre todo como referencia de la nueva trova. 

Con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, más que la amistad, cultivó la hermandad que se coronó con el primero en aquella gira Mano a mano, de la que hoy es imposible encontrar copia de disco ni en las plataformas.

 Habrá, quizás, que regenerar el catálogo. 

Algo que hizo sin parar él en vida con versiones actualizadas de sus canciones: no tienen casi nada que ver las que en los setenta y ochenta perfiló junto a Luis Mendo y Suburbano y después, más allá del 2000, con Tony Carmona, principalmente. 

No sabríamos elegir cuál de ellas resulta mejor.Despiden siempre un punto, un aire, una personalidad arrebatadora.

 Fue cronista de su época y trovador de Madrid. Desde su casa de la Fuente del Berro muchas veces salían acordes de sus canciones, risas de sus reuniones –fue un cuartel general de la bohemia extraoficial en plena transición– y silencio cuando agarraba la brocha o el lápiz.

 Podía encerrarse tres años para pergeñar los más de 5.000 dibujos con los que compuso Un perro llamado dolor, película de culto, homenaje a Goya y Buñuel en varias dimensiones.

 O para retratar al viejo que miraba al niño robado de la memoria y la fotografía en un muelle de Manila con la misión de preguntarle desde el futuro sobre todo su pasado.

 Esa conexión que le obsesionaba: ser digno de la inocencia de aquel chiquillo... La respuesta no deja lugar a dudas.

 En bondad, en talento, en una vida plena y provechosa, superó todas las expectativas.

 Nunca se escuchó a nadie hablar mal de un tal Luis Eduardo Aute. 

Si pero Aute tuvo sus noches de vino y rosas. Además de ser un juglar un escritor y un pintor es decir fue artista polif´´acetico Supo jugar con y combinarlo todo a la perfeción

Cleptomanía y cirugías desastrosas

Cleptomanía y cirugías desastrosas: los dos encierros de Hedi Lamarr, la mujer más bella (e inteligente) del mundo.

'Mujeres recluidas'- capítulo 6: las de inventora genial y de actriz bellísima son solo dos de las caras de una mujer poliédrica obligada a recluirse dos veces: por su primer marido en su juventud y por un mundo que no supo comprender su singularidad en su madurez.

 

Cleptomanía y cirugías desastrosas: los dos encierros de Hedi Lamarr, la mujer más bella (e inteligente) del mundo
“Tenía tantas caras, tantas aristas, que ni yo podía entender quién era Hedy Lamarr”, lamenta en el documental de 2017 Bombshell su hijo Anthony Loder.
 ¿Era ese genio que reivindica su legión de admiradores? ¿Era la impostora que denuncian sus detractores? ¿Una víctima inocente del mítico ‘doctor Feelgood’ (famoso por drogar sin informar a sus célebres pacientes)? ¿Una madre abnegada?
 La respuesta a todas estas preguntas es una mezcla de sí y no: Hedwig Eva Maria Kiesler estaba a medio camino entre esa versión femenina de Nikola Tesla y «la mujer más bella del mundo» (como la bautizó la Metro-Goldwyn-Mayer), lo que a todos los efectos sigue significando que fue un ser humano excepcional, pero con ella, nada se puede dar por sentado.
Ella misma mentía a menudo en las entrevistas, y los editores a los que vendió sus memorias mezclaron invenciones absurdas con las confesiones de la actriz.
 “Soy una persona complejamente sencilla”, dijo en su última aparición televisiva en 1969, antes de adentrarse en la segunda de las dos largas reclusiones que experimentó en su vida.
Junto a su escultura, de Nina Saemundsson, en 1939.
Junto a su escultura, de Nina Saemundsson, en 1939. Foto: Getty Images

El primer encierro de Hedy Lamarr

Nació, privilegiada y judía, en una Viena imperial y culta, una burbuja que empezó a desinflarse en la Primera Guerra Mundial y que definitivamente explotó a causa del nazismo, movimiento que siempre detestó.
 Su padre, Emil Kiesler, quien continuamente la espoleaba a preguntarse cómo podría funcionar cualquier cosa (ella recordaría con cariño, por ejemplo, cuando le explicó cómo se transmitía la energía que hacía circular los tranvías por su amada ciudad), murió en 1935 a causa de un infarto que la actriz siempre achacó a su preocupación por el ascenso del nacional socialismo.
 ¿Realmente estaba relacionado el fallo coronario del banquero Kiesler con el antisemitismo (aún incipiente entonces) en Austria? En ésta, como en prácticamente cada circunstancia de la vida de la actriz, se mezclan los hechos verificados con leyendas, en las que se intuye que podría haber parte de verdad, siempre en porcentajes variables.
Hecho: se casó en la iglesia de san Carlos Borromeo de Viena en 1933 con el fabricante de armas Friedrich Mandl, de madre católica y padre judío.
 Para ello, la actriz tuvo que convertirse al catolicismo. Leyenda: algunos biógrafos dicen que el magnate untó con sobornos y oro a sus padres; otros sostienen que la bella genio se infiltró voluntariamente como espía; y muchos que, simplemente, en ese momento le sedujo esa vida de opulencia.
Hecho: poco antes de casarse había rodado la película checa Éxtasis, escandalosa porque la adolescente se baña desnuda en un lago y, más tarde, una serie de primeros planos de su rostro suponen el que se considera el primer orgasmo rodado en la historia cine comercial.
 Leyenda: la película habría pasado desapercibida de no ser por dos motivos concomitantes, el primero sería que Mussolini vio una copia, ardió de pasión por la joven y convirtió el título (que supuestamente habría condenado por el Papa) en la cinta más buscada de Europa 
(Hitler, en cambió, la prohibía por los orígenes judíos de la protagonista); el segundo motivo sería que el recién casado y millonario Mandl, loco de celos, intentó impedir la circulación de la película y para ello compraba cada copia.
 La picaresca hizo que estas copias se multiplicaran hasta que el empresario cejó en su empeño, comprendiendo la inevitabilidad de su propagación.
Hedy Lamarr en un fotograma de 'Éxtasis'.
Hedy Lamarr en un fotograma de ‘Éxtasis’. Foto: Getty Images
Hecho: el matrimonio, que duró hasta 1937, fue bastante parecido a un secuestro. 
El llamado Henry Ford de Austria tenía 14 años más que la actriz. Celoso y contradictorio, el empresario lucía orgulloso la belleza excepcional de su esposa en numerosos banquetes, pero la controlaba hasta el delirio por miedo a perderla.
 No era la única de sus paradojas: fue uno de los proveedores de armas de los ejércitos del Eje pese a su ascendencia judía, de hecho, parte de sus empresas le fueron expropiadas por las leyes nazis que permitían incautar las propiedades de hebreos.
Y aún así, durante toda su vida planeó sobre él la fama de colaboracionista con los nazis. [Según cuenta la biógrafa Ruth Barton en Hedy Lamarr: The Most Beautiful Woman in Film (The University Press of Kentucky), Mandl tenía motivos para estar celoso y uno de los amantes de la actriz habría sido un promintente nazi, lo que complica aún más la historia]. En cualquier caso, la joven Hedwig no solo no podía salir libremente, sino que sus criadas escuchaban sus llamadas. El castillo de Schwarzau, con 25 habitaciones de invitados y su coto de caza, fue una de sus cárceles de oro.
Leyenda: hay varias versiones sobre cómo fue posible su evasión (versiones facilitadas, de hecho, por la propia actriz, lo que complica más dilucidar la verdad), pero todas involucran a Laura, una criada con la que guardaba un gran parecido físico, motivo por el cual Hedwig la había seleccionado personalmente. 
Dependiendo de quién y cuándo se contara la historia, la actriz sedujo y mantuvo una relación lésbica con dicha criada para convencerla de ayudarla en su escapada.
 En otras versiones, la esposa cautiva puso somnífero en su té (a veces café) y cambió la taza con la de su sirvienta y, dejándola dormida en su propia cama, se vistió con la ropa de Laura y aprovechó para escapar.
Invenciones y Hollywood
Lo que es seguro es que, con las pocas joyas que había podido llevar consigo, Hedwig llegó a París y después a Londres.
 Allí, Louis B. Mayer estaba realizando entrevistas con actores, directores y guionistas judíos que huían de Europa. 
Como muchos empresarios, el productor no era exactamente un filántropo desinteresado, ya que les obligaba a firmar sus leoninos contratos (Bette Davis lo llamaría “sistema esclavista”) por salarios inferiores a los ya abusivos que recibía su plantilla estadounidense. Hedwig rechazó la primera oferta de Mayer (125 dólares por semana), pero se arrepintió enseguida y se las ingenió para embarcarse en el SS Normandie, el mismo transatlántico en el que regresaba el productor a América.
 Una vez a bordo, con aquellas joyas robadas de la casa de Mandl y bella como ella sola, se coló en primera clase durante una cena y ni Mayer, ni su esposa Margaret Shenberg, ni el también presente Douglas Fairbanks Jr. (ni seguramente ningún otro pasajero) pudieron obviarla. 
Hecho: la actriz bajó del Normandie rebautizada como Hedy Lamarr (Margaret lo sugirió porque le gustaba Barbara Lamarr), sin hablar apenas inglés y con un contrato de 500 dólares por semana. Leyenda: quién sabe cuánto de toda la historia que Mayer y Hedy se hartaron de contar.

La sombra de la polémica de Éxtasis era alargada y la carrera de Hedy, con 22 años, no conseguía despegar en Hollywood, así que concertó una entrevista con la mítica columnista Hedda Hopper para, entre lágrimas, contarle cómo había sido engañada y corrompida por el cine europeo, mucho menos puritano e íntegro que el estadounidense. 
¿La entrevista surgió efecto? Sí y no. Llegaron los papeles protagonistas y nació el mito, pero también la inevitable suspicacia ante cualquier afirmación que hiciera la actriz desde entonces hasta su muerte, suspicacia compartida por periodistas, historiadores y biógrafos. Todo podía ser verdad como podía no serlo. 
Aseguraba, por ejemplo, que le parecía que los aviones entonces no eran lo suficientemente rápidos por culpa de sus alas (en ese momento, rectangulares y perpendiculares a la cabina), así que estudió la forma de los peces y los pájaros más rápidos del mundo y, con lo observado, hizo un dibujo muy parecido a las alas actuales que regaló a su amigo Howard Hughes (“el peor amante que he tenido”), quien se lo agradeció con un entusiasmado: 
“Eres un genio”.


Con el fotógrafo Bob Cranston en 1940.
Con el fotógrafo Bob Cranston en 1940. Foto: Getty Images

Pero el invento que realmente la haría celebre (de hecho, por su cumpleaños, el 9 de noviembre, se celebra el Día Internaciona del Inventor) llegaría a principios de los 40, creado al alimón con su amigo, el vanguardista compositor George Antheil. 
Juntos trabajaron en su tiempo libre en varias ideas para ayudar a los Aliados. La más importante fue la del salto de frecuencia. Al principio de la Segunda Guerra Mundial, los submarinos alemanes atacaban sin cuartel a los barcos británicos, incluso cuando solo iban a bordo civiles.
 A Hedy le impactó especialmente un ataque en que murieron 83 niños, justo cuando ella preparaba el traslado de su madre a Estados Unidos.
La muy innovadora tecnología nazi esquivaba con mucha antelación los anticuados torpedos de los británicos, así que la actriz y el músico idearon una forma de redirigir a voluntad la trayectoria de los proyéctiles, haciendo que las instrucciones enviadas fueran imposibles de descubrir y/o sabotear por parte del bando enemigo. Lo llamaron Sistema de comunicación secreta, se basaba en el salto en las frecuencias en las que que se transmitían los mensajes que teledirigían los torpedos y fue patentado en 1942 con el nombre de ambos artistas. La Marina estadounidense desestimó entonces desarrollar la idea porque la urgencia de la guerra obligaba a centrarse en las armas ya existentes, y archivó la patente.
Hecho: mientras estaba casada con Mandl, en Austria, la actriz, autodidacta en ingeniería, tenía mucho interés en conocer los engranajes de Hirtenberger, la empresa armamentística de su marido.
 Leyenda: pudo conocer las nuevas tecnologías desarrolladas por los técnicos de Hirtenberger y, una vez en Estados Unidos, simplemente copiar lo que allí había visto, como aseguraba el ingeniero del MIT Robert Price.
 Sin embargo, en la mítica entrevista con Fleming Meeks (para Forbes en 1990, el reportaje que descubrió a Lamarr como inventora), la actriz asegura que nunca tuvo acceso a esos secretos: “Friedrich nunca me dejó entrar en la fábrica, mi presencia incomodaba a la gente, no sé por qué”, explicaba.
 El hecho de que el ejército alemán nunca implementara nada parecido parece darle la razón.
Casandra postmoderna
En cualquier caso, la idea del salto de frecuencia era de una genialidad excepcional. Fuera original o plagiada en Hirtenberger. Fuera obra de la ciencia infusa o del estudio (“yo no tenía que trabajar mis ideas, venían naturalmente”, explicó la actriz a Meeks).
 Fuera más mérito de Antheil (que ya había sincronizado varias pianolas a distancia) o de la actriz (fascinada por el mando a distancia de 1939 de la compañía Philco).
 La idea está en la base del WiFi, del bluetooth o del GPS por citar aplicaciones actuales. Pero ya en la crisis de los misiles con Cuba del 62 y a lo largo de toda la carrera espacial, Estados Unidos empleó dispositivos basados en ese descubrimiento.
 Sin embargo, la fecha de caducidad de las patentes y el hecho de que la actriz no fuera nacionalizada estadounidense hasta 1953 supusieron dos barreras burocráticas que impidieron que recibiera un centavo por la idea.
Como Tondelayo en 'White Cargo' (1942).
Como Tondelayo en ‘White Cargo’ (1942). Foto: Getty Images

Como Casandra en Troya, Lamarr sufrió a la vez la clarividencia y el descrédito. 
Vendiendo besos y haciendo bolos recaudó millones de dólares en Bonos de Guerra para el ejército americano. 
En Hollywood, papeles como los de Dalila y Tondelayo se grababan a fuego como epítome de la sensualidad y la belleza… Y nada más.
 Ingrid Bergman le ‘robó’ los personajes de Casablanca y Luz de gas, así que Lamarr, que quería demostrar que era una buena actriz, se dedicó a producir sus propias películas.
 Algunas nunca pudo venderlas, como La manzana de la discordia: era un drama histórico con varios relatos en el que interpretaba a varias mujeres, como Josefina Bonaparte o Helena de Troya, víctimas de su belleza.
Así se cimentó su fama de narcisista, fama a la que contribuyeron sus seis matrimonios fracasados y los dos hijos naturales de los que siempre se hizo cargo. Ser madre soltera entonces no era sinónimo de resiliencia, sino de egoísmo.
Como broche, Lamarr era paciente de Max Jacobson, el Dr. Feelgood al que Aretha Franklin dedicó en una canción en 1967. Elvis, Marilyn, los Kennedy o Rockefeller también habían experimentado las increíbles propiedades regeneradoras de las inyecciones del buen doctor.
 En teoría, era un cóctel exclusivo de vitaminas ideado por él. En realidad, eran metanfetaminas. 
¿Una mente superdotada como la de Lamarr no sospechaba que aquella fórmula “mágica” no podía estar compuesta solo de vitamina B? Su comportamiento se volvió errático incluso con sus hijos, a los que tan pronto obsequiaba como repudiaba.
 No se sabe si la abstinencia de metanfetaminas tuvo que ver, pero Lamarr hizo algo de lo que se arrepintió de por vida.
 En 1939 adoptó a un niño, James, al que rechazó por portarse mal un par de años después. 
Sus hijos naturales, Denise (nació en 1945) y Anthony (en 1947) veían a James en sus fotos de infancia pero no lo recordaban. 
Y no era el único fallo de raccord que descuadró a los pequeños. También barrió bajo la alfombra sus orígenes semitas.
 “No seas ridícula”, respondió a la pequeña Denise cuando le preguntó si eran verdad los rumores de que eran judíos. A la fama de narcisista se sumaba la de inestable.

 


'Mujeres recluidas'- capítulo 6: las de inventora genial y de actriz bellísima son solo dos de las caras de una mujer poliédrica obligada a recluirse dos veces: por su primer marido en su juventud y por un mundo que no supo comprender su singularidad en su madurez.

A medida que iba cumpliendo años ideaba argucias para no aparentarlos: explicaba a sus cirujanos plásticos cómo debían camuflar en pliegues naturales de la piel las cicatrices de los liftings que se practicaba en brazos, piernas y rostro.
 En unas de sus últimas apariciones públicas, en The Merv Griffin Show, tiene 55 años pero aparenta unos 40.
 El presentador le pregunta por su imagen y ella lanza la pelota a un joven Woody Allen, cómico colaborador en el ’talk show’. 
“No sé qué es la imagen, ¿cuál es tu imagen, Woody?”. Con mucho ingenio, Allen (siempre sensible a la belleza femenina) responde embobado “la misma que la tuya”.

El segundo encierro de Hedy Lamarr
Aparentar 15 años menos no era suficiente para algunos periódicos, que la describían textualmente como “vieja y fea”.
 Dos detenciones por robar en tiendas (una en 1966, pese a llevar 14.000 dólares encima, y otra en 1991) y el hecho de mandar a su doble de Hollywood a testificar y hacerse por ella en el juicio por divorcio en 1960 terminaron por convertir en un chiste a una mujer que quiso cambiar el rumbo de la guerra.
 Mel Brooks, Andy Warhol y Lucille Ball, entre otros, hicieron sketches sobre ella.
En 1969, época de los primeros retoques.
En 1969, época de los primeros retoques. Foto: Getty Images

Consciente de que sus memorias podrían redimirla, firmó con una editorial que la puso en contacto con Cy Rice y Leo Guild, los ghostwriters (lo que en España se llama “negro” literario) que las escribirían por ella. 
El resultado, Ecstasy and Me (Éxtasis y yo), publicado en 1966 en Estados Unidos (la versión española, de editorial Notorious, llegó en 2017), estaba lleno de escándalos inventados por los escritores que incluso habían metido confesiones de la actriz a su psicoanalista, el doctor Irving Taylor, que se saltó el secreto profesional.
 La mezcla de verdad y mentira era explosiva. 
Denunció a la editorial y perdió: había firmado un acuerdo para cobrar el dinero del adelanto. Según Beautiful: The Life of Hedy Lamarr (ST Martins) de Stephen Michael Shearer, ya había cobrado 80.000 dólares.

Gota a gota se colmó el vaso de la paciencia de Lamarr, que dejó de aparecer en público paulatinamente a principios de los 70. La prensa pasó a llamarla “patética ermitaña”.
 Se recluyó primero en el Hotel Blackstone de Nueva York, después en un piso en Manhattan; años después, en los 80, se instaló un pequeño apartamento en Florida del que se mudó en los últimos años a otro parecido. 
Según Shearer, a sus pocos invitados les hablaba en bucle de su pasado en Hollywood, sobre todo de los problemas de Gene Tierney, su rival profesional (mientras la Metro decía que Lamarr era la mujer más bella del mundo, la Twentieth Century Fox replicaba que Tierney era “incuestionablemente la mujer más bella de la historia del cine”) y sentimental (Tierney se casó con el magnate petrolero Howard Lee el mismo año en que éste se divorciaba de Hedy). 
No quería ver a su familia, como explican en el documental de Alexandra Dean Bombshell: la historia de Hedy Lamarr sus nietas: “se convirtió en una ermitaña. queríamos pasar tiempo con ella, pero nos mantuvo alejados”. 
Convencida de que sus familiares querían de ella lo mismo que el público, de vez en cuando les mandaba fotos de estudio firmadas, como si fueran sus fans.
 Su nieta Lodi Lodler solo la vio dos veces en persona.
 La degeneración macular la iba sumiendo en la ceguera, cuenta Shearer, pero por miedo a que la robaran era reacia a contratar ayuda.
 Nunca abandonó su autodisciplina. Comía una vez al día (normalmente steak tartar), no subió jamás de la talla 10 (40 en España), creía en las propiedades del descanso (por lo que dormía cuanto podía) y no encendía el teléfono hasta la media tarde.
 
Con el mítico paparazzo Ron Galella en 1974.
Con el mítico paparazzo Ron Galella en 1974. Foto: Getty Images

En los años de reclusión solitaria, había días en los que hablaba hasta seis horas por teléfono y siguió sometiéndose a operaciones estéticas, cada vez con peores resultados, como se advierte en un triste vídeo casero incluido en el documental.

 En él, una siniestramente retocada Lamarr coloca unas flores que están junto a una foto de estudio enmarcada en la que aparece con Clark Gable.

 Concedió varias entrevistas, siempre que no implicaran fotos o vídeos, como la de Robert Price (el ingeniero que aseguraba que Lamarr como inventora era una plagiadora, al que accedió a ver en persona) o la de Fleming Meeks (el periodista de Forbes que cimentó su leyenda y que aún conserva los casettes de sus conversaciones telefónicas).

 Arruinada, intentó reivindicar su patente pero solo obtuvo el reconocimiento de algunos científicos (nunca los beneficios económicos de su aplicación, valorados en 30.000 millones de dólares actuales) que la premiaron en 1997 con el Milstar Award, que recogió en su nombre su hijo. 

Tres años después, a los 86, murió sola mientras dormía.