"Hoy me ha pasado algo que me ha enorgullecido", asegura el presentador de 'Informativos Telecinco'.
David Cantero, presentador de Informativos Telecinco, ha develado en Instagram la conversación que mantuvo con un agente de la Guardia Civil que le paró cuando iba a trabajar. Todo sucedió en uno de los controles dispuestos para controlar que los ciudadanos no se saltan la orden de confinamiento por el coronavirus. “Hoy me ha pasado algo que me ha enorgullecido, que me ha animado a
seguir haciendo nuestra tarea lo mejor posible cada día”, empieza
contando el periodista. Cantero
relata que el agente le pidió la documentación y que, tras reconocerle,
le dio las gracias de corazón por lo que hacen, “por contar lo que
sucede e intentar concienciar a la gente para que se quede en casa”. “He sido yo el más agradecido, por supuesto, y así se lo he hecho
saber! Llovía a mares y ahí estaban, calados y cumpliendo con su deber,
controlando para que un puñado de cretinos que se toman esto a guasa, no
estropeen todo lo que con tanto sacrificio la mayoría estamos
consiguiendo”, escribe el presentador. Junto a su relato, Cantero
ha colgado varias fotos de la redacción de Informativos Telecinco vacía y
ha aprovechado para recalcar la importancia de que la población se
quede en casa. “No me cansaré de repetirlo: ese puñado de miserables que se saltan las
normas y el confinamiento, unos cuantos miles, nos ponen a todos en
peligro y tenemos que desenmascararlos y denunciarlos!”, finaliza el
presentador, que en Instagram no cesa de cargar contra quienes se saltan la cuarentena.
Los museos
han cerrado sus puertas, pero la contemplación del arte sigue abierta.
Cada día, recordamos la historia de una obra que visitamos a distancia.
Hoy: ‘Cut Piece’.
Un lienzo roto tirado en el suelo invitaba a que los visitantes lo pisaran y terminaran habiéndolo añicos. Era julio de 1961 y Yoko Ono exponía su obra en la neoyorquina AG Gallery, con 28 años. Pintura para pisar
se basaba en la práctica que impusieron las autoridades religiosas
japoneses durante el shogunato Tokugawa (1600-1868), como medio para
identificar y erradicar a los cristianos. El cristianismo era ilegal en
Japón a finales del XVI y principios del XVII porque se consideraba una
amenaza extranjera a la soberanía japonesa. Los sospechosos de ser
cristianos fueron obligados, durante más de dos siglos, a pisar imágenes
de Cristo o de la Virgen María. Los que se negaban eran encarcelados y
torturados o condenados a su ejecución. “El estado natural de la vida y de la mente es el de complejidad.
Llegados a este punto, lo que puede ofrecer el arte es una ausencia de
complejidad, un vacío a través del cual uno es conducido hacia un estado
de completa relajación de la mente. Después, se puede volver de nuevo a
la complejidad de la vida”, escribió en 1966. “Para mí el único sonido
que existe es el sonido de la mente. El único objetivo de mis obras es
inducir en la gente la música de la mente”, añadía. En 1964, en Kioto, monto por primera vez Cut Piece,
que volvió a repetir otras cinco veces más por todo el mundo. En un
momento en el que ni artistas ni público habían tomado conciencia del
feminismo, Ono mostró su percepción política al respecto con esta performance:
una joven, en el Japón de entonces, se dejaba desnudar por un hombre
que le cortaba la ropa con unas tijeras, ante un público compuesto
mayoritariamente por hombres. Ono escribe sobre la violencia latente a
la que se expuso con la primera representación de Cut Piece: “Una persona subió al escenario. Cogió las tijeras e hizo el ademán de
apuñalarme. Alzó la mano, agarrando las tijeras, y pensé que iba a
apuñalarme. Pero la mano permaneció ahí, en alto, totalmente inmóvil. Es
un hito en la historia del arte de la performance, por su acción radical contra la desesperanza. Como dice la filósofa Marina Garcés, “el sentido de la revuelta no está en lo que se espera conseguir, sino en el daño que se quiere reparar”.
La
artista nipona recogió el castigo histórico para tratar la violencia
extrema en la idea de la destrucción de lo apropiado. Y de lo
previsible. Ono
es un fenómeno excepcional, que a lo largo de más de seis décadas ha
creado una obra de riqueza desbordante con símbolos potentes, como Torre Imagina La Paz,
de Reikiavik, una columna de luz que se enciende cada año. Es una
artista inclasificable que ha escapado hasta de las disciplinas, desde
la literatura, música, pintura, esculturas, instalaciones, el cine y las
acciones. Eso es también lo que le atraía de Keith Haring: “Keith siempre se ha mantenido al margen del mundo del arte, porque su
arte es el arte de la gente”. Ono mantuvo una estrecha relación con
Haring, de quien le gustaba que fuera tan accesible, que tuviera un
talento innato para la comunicación con las personas.
Su esposa durante 60 años y sus tres hijos nunca se separaron de su lado tras el infarto que en 2016 le apartó de todo.
Luis Eduardo Aute posa, en su faceta de pintor, en su estudio de Madrid en el año 2011. En vídeo, repaso a su carrera artística. GETTY IMAGES / VÍDEO: EPV
Cuando el general Narváez, en su lecho de muerte, fue
conminado por el cura que le dio confesión a perdonar a sus
contrincantes, le respondió:
“Muero sin enemigos, padre, los he fusilado
a todos...”. Como contrapunto, Luis Eduardo Aute también podría
presumir de haber dejado este mundo sin ellos.
Pero en su caso porque
cuidó esmeradamente a quienes le rodearon y fue querido y respetado por
todos.
Nadie
habló nunca mal de Aute.
Tampoco se recuerdan ataques furibundos contra
él en vida, ni batallas enconadas, pese a que mantuviera a lo largo de
toda su vida una exigencia ética y estética de altura.
Allá donde fue
sembró generosidad, cercanía y cariño sin esperar nada a cambio.
Por el
mero y grandioso placer de entregarse.
Entre sus rarezas queda la de ser
esencial y orgánicamente bueno.
Cuando
nació en Manila en 1943 pasó allí una infancia feliz en la que no
faltaron alicientes artísticos para conformar una sensibilidad
exquisita.
Apenas recordaba el eco de las bombas –pero sí el olor del
fuego-que dos años después destrozaron una ciudad en manos de los
japoneses para caer del lado del general MacArthur.
Su padre, don
Gumersindo, catalán de ascendencia andaluza, trabajó en la Compañía de
Tabacos de Filipinas, aquella que pertenecía a la familia del poeta Jaime Gil de Biedma
y donde este trabajó como abogado y administrador.
Fue una gran
influencia en los gustos de Aute, lo mismo que toda la generación del
50, especialmente José Manuel Caballero Bonald o Ángel González.
El ambiente tranquilo, expansivo y de amistad que mamó de niño lo
trasladó después con él al Madrid sombrío y cerrado del franquismo.
Allí, un niño ya políglota –hablaba español, catalán, inglés y tagalo–
tendría difícil adaptarse a su extraño provincianismo capitalino.
Los dos últimos fueron
asistentes, colaboradores y lugartenientes de su padre en sus
iniciativas y empresas artísticas.
Los tuvo con Maritchu Rosado, la
mujer que le acompañó durante casi 60 años, desde que se conocieron en
1962 hasta la muerte del artista este pasado sábado.
Ninguno de ellos se separó de él desde que en 2016 sufriera un infarto
que lo apartó de golpe de todo.
En ellos se implicaron el escritor Natalio Grueso y Palmira
Márquez y Miguel Munárriz, sus amigos y agentes, muy cercanos a él en la
última década.
No acudió, pero supo y fue consciente de la que le
liaron compañeros de generación y herederos de todos los palos, desde el
rock, el pop o la canción de autor a la copla y el flamenco.
El
homenaje musical está hecho.
Quedaría también el que le debe el mundo
del arte, la poesía o el cine.
En las tres disciplinas, Aute destacó
precisamente por no abanderar modas ni corrientes.
La mística, la política, Goya y Buñuel, los tambores de Calanda
en copula con Lennon y McCartney, Hollywood con los hijos europeos de hermanos Lumiere,
la utopía y el equivalente desengaño equilibrado en la defensa de
valores...
Temas graves a los que siempre sabía aplicar también un hondo
sentido del humor.
Tuvo su racha de multitudes en los ochenta.
Tocó en
estadios atiborrados y en Las Ventas donde tantas veces se había sentado
con almohadilla a seguir los pasos de otro de sus ídolos: Antoñete.
Conservaba
en su casa un capote del maestro desplegado en la pared del salón, como
quien comparte un triunfo de bagaje y filosofía de vivir.
Entre sus
rarezas mantuvo esa atracción fatal que han sostenido durante siglos la
vanguardia y la tauromaquia: el camino de lo ignoto, la búsqueda de lo
inexplicable.
Tendió uno de los grandes puentes de la canción de autor
con América.
Con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, más que la amistad, cultivó la
hermandad que se coronó con el primero en aquella gira Mano a mano,
de la que hoy es imposible encontrar copia de disco ni en las
plataformas.
Habrá, quizás, que regenerar el catálogo.
Algo que hizo sin
parar él en vida con versiones actualizadas de sus canciones: no tienen
casi nada que ver las que en los setenta y ochenta perfiló junto a Luis
Mendo y Suburbano y después, más allá del 2000, con Tony Carmona,
principalmente.
No sabríamos elegir cuál de ellas resulta mejor.Despiden
siempre un punto, un aire, una personalidad arrebatadora.
Fue cronista
de su época y trovador de Madrid. Desde su casa de la Fuente del Berro
muchas veces salían acordes de sus canciones, risas de sus reuniones
–fue un cuartel general de la bohemia extraoficial en plena transición– y
silencio cuando agarraba la brocha o el lápiz.
O para retratar al viejo que miraba al niño robado de la memoria y la
fotografía en un muelle de Manila con la misión de preguntarle desde el
futuro sobre todo su pasado.
Esa conexión que le obsesionaba: ser digno
de la inocencia de aquel chiquillo... La respuesta no deja lugar a
dudas.
Nunca se escuchó a nadie hablar mal de un tal Luis Eduardo Aute.
Si pero Aute tuvo sus noches de vino y rosas. Además de ser un juglar un escritor y un pintor es decir fue artista polif´´acetico Supo jugar con y combinarlo todo a la perfeción
Cleptomanía y cirugías desastrosas: los dos encierros de Hedi Lamarr, la mujer más bella (e inteligente) del mundo.
'Mujeres recluidas'- capítulo 6: las de inventora
genial y de actriz bellísima son solo dos de las caras de una mujer
poliédrica obligada a recluirse dos veces: por su primer marido en su
juventud y por un mundo que no supo comprender su singularidad en su
madurez.
“Tenía tantas caras, tantas aristas, que ni yo podía entender quién era Hedy Lamarr”, lamenta en el documental de 2017 Bombshell su hijo Anthony Loder. ¿Era ese genio
que reivindica su legión de admiradores? ¿Era la impostora que
denuncian sus detractores? ¿Una víctima inocente del mítico ‘doctor
Feelgood’ (famoso por drogar sin informar a sus célebres pacientes)?
¿Una madre abnegada? La respuesta a todas estas preguntas es una mezcla
de sí y no: Hedwig Eva Maria Kiesler estaba a medio camino entre esa
versión femenina de Nikola Tesla y «la mujer más bella
del mundo» (como la bautizó la Metro-Goldwyn-Mayer), lo que a todos los
efectos sigue significando que fue un ser humano excepcional, pero con
ella, nada se puede dar por sentado. Ella misma mentía a menudo en las entrevistas, y los editores a los que
vendió sus memorias mezclaron invenciones absurdas con las confesiones
de la actriz. “Soy una persona complejamente sencilla”, dijo en su última aparición televisiva en 1969, antes de adentrarse en la segunda de las dos largas reclusiones que experimentó en su vida.
Junto a su escultura, de Nina Saemundsson, en 1939. Foto: Getty Images
El primer encierro de Hedy Lamarr
Nació, privilegiada y judía, en una Viena imperial y culta,
una burbuja que empezó a desinflarse en la Primera Guerra Mundial y que
definitivamente explotó a causa del nazismo, movimiento que siempre
detestó. Su padre, Emil Kiesler, quien continuamente la espoleaba a
preguntarse cómo podría funcionar cualquier cosa (ella recordaría con
cariño, por ejemplo, cuando le explicó cómo se transmitía la energía que
hacía circular los tranvías por su amada ciudad), murió en 1935 a causa
de un infarto que la actriz siempre achacó a su preocupación por el
ascenso del nacional socialismo. ¿Realmente estaba relacionado el fallo
coronario del banquero Kiesler con el antisemitismo (aún incipiente
entonces) en Austria? En ésta, como en prácticamente cada circunstancia
de la vida de la actriz, se mezclan los hechos verificados con leyendas,
en las que se intuye que podría haber parte de verdad, siempre en
porcentajes variables. Hecho: se casó en la iglesia de san Carlos Borromeo
de Viena en 1933 con el fabricante de armas Friedrich Mandl, de madre
católica y padre judío. Para ello, la actriz tuvo que convertirse al
catolicismo. Leyenda: algunos biógrafos dicen que el
magnate untó con sobornos y oro a sus padres; otros sostienen que la
bella genio se infiltró voluntariamente como espía; y muchos que,
simplemente, en ese momento le sedujo esa vida de opulencia. Hecho: poco antes de casarse había rodado la película checa Éxtasis,
escandalosa porque la adolescente se baña desnuda en un lago y, más
tarde, una serie de primeros planos de su rostro suponen el que se
considera el primer orgasmo rodado en la historia cine comercial. Leyenda:
la película habría pasado desapercibida de no ser por dos motivos
concomitantes, el primero sería que Mussolini vio una copia, ardió de
pasión por la joven y convirtió el título (que supuestamente habría
condenado por el Papa) en la cinta más buscada de Europa (Hitler, en
cambió, la prohibía por los orígenes judíos de la protagonista); el
segundo motivo sería que el recién casado y millonario Mandl, loco de
celos, intentó impedir la circulación de la película y para ello
compraba cada copia. La picaresca hizo que estas copias se multiplicaran
hasta que el empresario cejó en su empeño, comprendiendo la
inevitabilidad de su propagación.
Hedy Lamarr en un fotograma de ‘Éxtasis’. Foto: Getty Images
Hecho: el matrimonio, que duró hasta 1937, fue bastante parecido a un secuestro. El llamado Henry Ford de Austria
tenía 14 años más que la actriz. Celoso y contradictorio, el empresario
lucía orgulloso la belleza excepcional de su esposa en numerosos
banquetes, pero la controlaba hasta el delirio por miedo a perderla. No
era la única de sus paradojas: fue uno de los proveedores de armas de
los ejércitos del Eje pese a su ascendencia judía, de hecho, parte de
sus empresas le fueron expropiadas por las leyes nazis que permitían
incautar las propiedades de hebreos. Y aún así, durante toda su vida planeó sobre él la fama de
colaboracionista con los nazis. [Según cuenta la biógrafa Ruth Barton en
Hedy Lamarr: The Most Beautiful Woman in Film
(The University Press of Kentucky), Mandl tenía motivos para estar
celoso y uno de los amantes de la actriz habría sido un promintente
nazi, lo que complica aún más la historia]. En cualquier caso, la joven
Hedwig no solo no podía salir libremente, sino que sus criadas
escuchaban sus llamadas. El castillo de Schwarzau, con 25 habitaciones
de invitados y su coto de caza, fue una de sus cárceles de oro.
Leyenda: hay varias versiones sobre cómo fue posible
su evasión (versiones facilitadas, de hecho, por la propia actriz, lo
que complica más dilucidar la verdad), pero todas involucran a Laura,
una criada con la que guardaba un gran parecido físico, motivo por el
cual Hedwig la había seleccionado personalmente. Dependiendo de quién y
cuándo se contara la historia, la actriz sedujo y mantuvo una relación
lésbica con dicha criada para convencerla de ayudarla en su escapada. En
otras versiones, la esposa cautiva puso somnífero en su té (a veces
café) y cambió la taza con la de su sirvienta y, dejándola dormida en su
propia cama, se vistió con la ropa de Laura y aprovechó para escapar. Invenciones y Hollywood Lo que es seguro es que, con las pocas joyas que había podido llevar consigo, Hedwig llegó a París y después a Londres. Allí, Louis B. Mayer
estaba realizando entrevistas con actores, directores y guionistas
judíos que huían de Europa. Como muchos empresarios, el productor no era
exactamente un filántropo desinteresado, ya que les obligaba a firmar
sus leoninos contratos (Bette Davis
lo llamaría “sistema esclavista”) por salarios inferiores a los ya
abusivos que recibía su plantilla estadounidense. Hedwig rechazó la
primera oferta de Mayer (125 dólares por semana), pero se arrepintió
enseguida y se las ingenió para embarcarse en el SS Normandie,
el mismo transatlántico en el que regresaba el productor a América. Una
vez a bordo, con aquellas joyas robadas de la casa de Mandl y bella como
ella sola, se coló en primera clase durante una cena y ni Mayer, ni su
esposa Margaret Shenberg, ni el también presente Douglas Fairbanks Jr.
(ni seguramente ningún otro pasajero) pudieron obviarla. Hecho: la actriz bajó del Normandie
rebautizada como Hedy Lamarr (Margaret lo sugirió porque le gustaba
Barbara Lamarr), sin hablar apenas inglés y con un contrato de 500
dólares por semana. Leyenda: quién sabe cuánto de toda la historia que Mayer y Hedy se hartaron de contar.
La sombra de la polémica de Éxtasis era alargada y la carrera
de Hedy, con 22 años, no conseguía despegar en Hollywood, así que
concertó una entrevista con la mítica columnista Hedda Hopper
para, entre lágrimas, contarle cómo había sido engañada y corrompida
por el cine europeo, mucho menos puritano e íntegro que el
estadounidense. ¿La entrevista surgió efecto? Sí y no. Llegaron los
papeles protagonistas y nació el mito, pero también la inevitable
suspicacia ante cualquier afirmación que hiciera la actriz desde
entonces hasta su muerte, suspicacia compartida por periodistas,
historiadores y biógrafos. Todo podía ser verdad como podía no serlo. Aseguraba, por ejemplo, que le parecía que los aviones entonces no eran
lo suficientemente rápidos por culpa de sus alas (en ese momento,
rectangulares y perpendiculares a la cabina), así que estudió la forma
de los peces y los pájaros más rápidos del mundo y, con lo observado,
hizo un dibujo muy parecido a las alas actuales que regaló a su amigo Howard Hughes (“el peor amante que he tenido”), quien se lo agradeció con un entusiasmado: “Eres un genio”.
Con el fotógrafo Bob Cranston en 1940. Foto: Getty Images
Pero el invento que realmente la haría celebre (de hecho, por su
cumpleaños, el 9 de noviembre, se celebra el Día Internaciona del
Inventor) llegaría a principios de los 40, creado al alimón con su
amigo, el vanguardista compositor George Antheil. Juntos trabajaron en
su tiempo libre en varias ideas para ayudar a los Aliados. La más
importante fue la del salto de frecuencia. Al principio de la
Segunda Guerra Mundial, los submarinos alemanes atacaban sin cuartel a
los barcos británicos, incluso cuando solo iban a bordo civiles. A Hedy
le impactó especialmente un ataque en que murieron 83 niños, justo
cuando ella preparaba el traslado de su madre a Estados Unidos. La muy innovadora tecnología nazi esquivaba con mucha antelación los
anticuados torpedos de los británicos, así que la actriz y el músico
idearon una forma de redirigir a voluntad la trayectoria de los
proyéctiles, haciendo que las instrucciones enviadas fueran imposibles
de descubrir y/o sabotear por parte del bando enemigo. Lo llamaron Sistema de comunicación secreta,
se basaba en el salto en las frecuencias en las que que se transmitían
los mensajes que teledirigían los torpedos y fue patentado en 1942 con
el nombre de ambos artistas. La Marina estadounidense desestimó entonces
desarrollar la idea porque la urgencia de la guerra obligaba a
centrarse en las armas ya existentes, y archivó la patente.
Hecho: mientras estaba casada con Mandl, en Austria,
la actriz, autodidacta en ingeniería, tenía mucho interés en conocer
los engranajes de Hirtenberger, la empresa armamentística de su marido. Leyenda:
pudo conocer las nuevas tecnologías desarrolladas por los técnicos de
Hirtenberger y, una vez en Estados Unidos, simplemente copiar lo que
allí había visto, como aseguraba el ingeniero del MIT Robert Price. Sin
embargo, en la mítica entrevista con Fleming Meeks (para Forbes en 1990, el reportaje que descubrió a Lamarr como inventora),
la actriz asegura que nunca tuvo acceso a esos secretos: “Friedrich
nunca me dejó entrar en la fábrica, mi presencia incomodaba a la gente,
no sé por qué”, explicaba. El hecho de que el ejército alemán nunca
implementara nada parecido parece darle la razón. Casandra postmoderna En cualquier caso, la idea del salto de frecuencia era de una
genialidad excepcional. Fuera original o plagiada en Hirtenberger. Fuera
obra de la ciencia infusa o del estudio (“yo no tenía que trabajar mis ideas, venían naturalmente”,
explicó la actriz a Meeks). Fuera más mérito de Antheil (que ya había
sincronizado varias pianolas a distancia) o de la actriz (fascinada por
el mando a distancia de 1939 de la compañía Philco). La idea
está en la base del WiFi, del bluetooth o del GPS por citar aplicaciones
actuales. Pero ya en la crisis de los misiles con Cuba del 62 y a lo
largo de toda la carrera espacial, Estados Unidos empleó dispositivos
basados en ese descubrimiento. Sin embargo, la fecha de caducidad de las
patentes y el hecho de que la actriz no fuera nacionalizada
estadounidense hasta 1953 supusieron dos barreras burocráticas que
impidieron que recibiera un centavo por la idea.
Como Tondelayo en ‘White Cargo’ (1942). Foto: Getty Images
Como Casandra en Troya, Lamarr sufrió a la vez la clarividencia y el
descrédito. Vendiendo besos y haciendo bolos recaudó millones de dólares
en Bonos de Guerra para el ejército americano. En Hollywood, papeles
como los de Dalila y Tondelayo se grababan a fuego como epítome de la
sensualidad y la belleza… Y nada más. Ingrid Bergman le ‘robó’ los
personajes de Casablanca y Luz de gas, así que Lamarr,
que quería demostrar que era una buena actriz, se dedicó a producir sus
propias películas. Algunas nunca pudo venderlas, como La manzana de la discordia:
era un drama histórico con varios relatos en el que interpretaba a
varias mujeres, como Josefina Bonaparte o Helena de Troya, víctimas de
su belleza. Así se cimentó su fama de narcisista, fama a la que contribuyeron sus
seis matrimonios fracasados y los dos hijos naturales de los que
siempre se hizo cargo. Ser madre soltera entonces no era sinónimo de
resiliencia, sino de egoísmo.
Como broche, Lamarr era paciente de Max Jacobson, el Dr. Feelgood
al que Aretha Franklin dedicó en una canción en 1967. Elvis, Marilyn,
los Kennedy o Rockefeller también habían experimentado las increíbles
propiedades regeneradoras de las inyecciones del buen doctor. En teoría,
era un cóctel exclusivo de vitaminas ideado por él. En realidad, eran
metanfetaminas. ¿Una mente superdotada como la de Lamarr no sospechaba
que aquella fórmula “mágica” no podía estar compuesta solo de vitamina
B? Su comportamiento se volvió errático incluso con sus hijos, a los que
tan pronto obsequiaba como repudiaba. No se sabe si la abstinencia de
metanfetaminas tuvo que ver, pero Lamarr hizo algo de lo que se
arrepintió de por vida. En 1939 adoptó a un niño, James, al que rechazó
por portarse mal un par de años después. Sus hijos naturales, Denise
(nació en 1945) y Anthony (en 1947) veían a James en sus fotos de
infancia pero no lo recordaban. Y no era el único fallo de raccord
que descuadró a los pequeños. También barrió bajo la alfombra sus
orígenes semitas. “No seas ridícula”, respondió a la pequeña Denise
cuando le preguntó si eran verdad los rumores de que eran judíos. A la
fama de narcisista se sumaba la de inestable.
'Mujeres recluidas'-
capítulo 6: las de inventora genial y de actriz bellísima son solo dos
de las caras de una mujer poliédrica obligada a recluirse dos veces: por
su primer marido en su juventud y por un mundo que no supo comprender
su singularidad en su madurez.
A medida que iba cumpliendo años ideaba argucias para no
aparentarlos: explicaba a sus cirujanos plásticos cómo debían camuflar
en pliegues naturales de la piel las cicatrices de los liftings que se practicaba en brazos, piernas y rostro. En unas de sus últimas apariciones públicas, en The Merv Griffin Show,
tiene 55 años pero aparenta unos 40. El presentador le pregunta por su
imagen y ella lanza la pelota a un joven Woody Allen, cómico colaborador
en el ’talk show’. “No sé qué es la imagen, ¿cuál es tu imagen,
Woody?”. Con mucho ingenio, Allen (siempre sensible a la belleza
femenina) responde embobado “la misma que la tuya”.
El segundo encierro de Hedy Lamarr Aparentar 15 años menos no era suficiente para algunos periódicos,
que la describían textualmente como “vieja y fea”. Dos detenciones por
robar en tiendas (una en 1966, pese a llevar 14.000 dólares encima, y
otra en 1991) y el hecho de mandar a su doble de Hollywood a testificar y
hacerse por ella en el juicio por divorcio en 1960 terminaron por
convertir en un chiste a una mujer que quiso cambiar el rumbo de la
guerra. Mel Brooks, Andy Warhol y Lucille Ball, entre otros, hicieron sketches sobre ella.
En 1969, época de los primeros retoques. Foto: Getty Images
Consciente de que sus memorias podrían redimirla, firmó con una editorial que la puso en contacto con Cy Rice y Leo Guild, los ghostwriters (lo que en España se llama “negro” literario) que las escribirían por ella. El resultado, Ecstasy and Me (Éxtasis y yo),
publicado en 1966 en Estados Unidos (la versión española, de editorial
Notorious, llegó en 2017), estaba lleno de escándalos inventados por los
escritores que incluso habían metido confesiones de la actriz a su
psicoanalista, el doctor Irving Taylor, que se saltó el secreto
profesional. La mezcla de verdad y mentira era explosiva. Denunció a la
editorial y perdió: había firmado un acuerdo para cobrar el dinero del
adelanto. Según Beautiful: The Life of Hedy Lamarr (ST Martins) de Stephen Michael Shearer, ya había cobrado 80.000 dólares.
Gota a gota se colmó el vaso de la paciencia de Lamarr, que dejó de
aparecer en público paulatinamente a principios de los 70. La prensa
pasó a llamarla “patética ermitaña”. Se recluyó primero en el Hotel
Blackstone de Nueva York, después en un piso en Manhattan; años después,
en los 80, se instaló un pequeño apartamento en Florida del que se mudó
en los últimos años a otro parecido. Según Shearer, a sus pocos
invitados les hablaba en bucle de su pasado en Hollywood, sobre todo de
los problemas de Gene Tierney, su rival profesional (mientras la Metro
decía que Lamarr era la mujer más bella del mundo, la Twentieth Century
Fox replicaba que Tierney era “incuestionablemente la mujer más bella de
la historia del cine”) y sentimental (Tierney se casó con el magnate
petrolero Howard Lee el mismo año en que éste se divorciaba de Hedy). No
quería ver a su familia, como explican en el documental de Alexandra Dean Bombshell: la historia de Hedy Lamarr
sus nietas: “se convirtió en una ermitaña. queríamos pasar tiempo con
ella, pero nos mantuvo alejados”. Convencida de que sus familiares
querían de ella lo mismo que el público, de vez en cuando les mandaba
fotos de estudio firmadas, como si fueran sus fans. Su nieta Lodi Lodler
solo la vio dos veces en persona. La degeneración macular la iba
sumiendo en la ceguera, cuenta Shearer, pero por miedo a que la robaran
era reacia a contratar ayuda. Nunca abandonó su autodisciplina. Comía
una vez al día (normalmente steak tartar), no subió jamás de la
talla 10 (40 en España), creía en las propiedades del descanso (por lo
que dormía cuanto podía) y no encendía el teléfono hasta la media tarde.
Con el mítico paparazzo Ron Galella en 1974. Foto: Getty Images
En los años de reclusión solitaria, había días en los que hablaba hasta
seis horas por teléfono y siguió sometiéndose a operaciones estéticas,
cada vez con peores resultados, como se advierte en un triste vídeo
casero incluido en el documental.
En él, una siniestramente retocada
Lamarr coloca unas flores que están junto a una foto de estudio
enmarcada en la que aparece con Clark Gable.
Concedió varias
entrevistas, siempre que no implicaran fotos o vídeos, como la de Robert
Price (el ingeniero que aseguraba que Lamarr como inventora era una
plagiadora, al que accedió a ver en persona) o la de Fleming Meeks (el
periodista de Forbes que cimentó su leyenda y que aún conserva
los casettes de sus conversaciones telefónicas).
Arruinada, intentó
reivindicar su patente pero solo obtuvo el reconocimiento de algunos
científicos (nunca los beneficios económicos de su aplicación, valorados
en 30.000 millones de dólares actuales) que la premiaron en 1997 con el
Milstar Award, que recogió en su nombre su hijo.
Tres años después, a
los 86, murió sola mientras dormía.