Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

23 ene 2020

ESP AME BRA CAT ENG Newsletter Suscríbete Conéctate EL PAÍS Gente Moda Gastronomía ICON Smoda GENTE Las tragedias amorosas de los Niarchos

La boda del heredero de la saga, Stavros III, con Dasha Zhukova, intenta acabar con el infortunio de sus antepasados, entre los que hay divorcios, infidelidades y sobredosis.

Niarchos
Stavros Niarchos y su esposa Tina, en una gala en Mónaco en mayo de 1974. Getty Images
El pasado fin de semana, el magnate de origen griego Stavros Niarchos III rompió la norma de máxima discreción que se había impuesto en los últimos tiempos y se dejó fotografiar con su esposa, la exmodelo rusa Dasha Zhukova, el día de su boda. Apenas había fotos de su relación hasta ese día.
 La pareja se dio su segundo "sí, quiero" —el primero fue el pasado octubre en una ceremonia íntima en París— rodeados de nieve y lujo en Saint Moritz, ante más de 300 invitados entre los que había numerosas celebridades, actores, estilistas, supermodelos internacionales y algunos miembros de casas reales europeas como Beatriz de York y Carolina de Mónaco
 La fastuosa boda, que según apuntan algunos medios italianos costó en torno a seis millones de euros, se celebró en uno de los establecimientos más lujosos de la zona, propiedad de la familia Niarchos .
Philip, el padre, y Spyros, el tío del novio —que fue el padrino en la boda de Carolina de Mónaco y Ernesto de Hannover en 1999— son los mayores propietarios de terreno en Saint Moritz y muy populares en el lugar.
 La pareja eligió el hotel Kulm, también de su propiedad y cuyas habitaciones tienen un precio mínimo de 700 euros por noche, para celebrar el enlace por el valor emocional que tiene para ellos.
Este matrimonio cierra una etapa sentimental agitada del heredero de los acaudalados armadores griegos.
 Entre sus novias más conocidas han estado Paris Hilton, con quien salió a primeros de los 2000; actrices como Lindsay Lohan o Mary Kate Olsen o la modelo Jessica Hart, con quien salió durante siete años.
También disipa la sombra de la fatalidad familiar amorosa. 
Cuando se habla de bodas y amor en el clan Niarchos, resulta inevitable rememorar la historia de otro Stavros Niarchos, patriarca de la dinastía, el abuelo del que el joven Stavros III heredó su nombre además de una fortuna, y que tuvo una turbulenta vida sentimental, con tintes de tragedia griega. 
El hombre que convirtió a los Niarchos en multimillonarios y en unos de los grandes armadores del mundo se casó en cuatro ocasiones, dos de ellas con dos hermanas.


La fastuosa boda, que según apuntan algunos medios italianos costó en torno a seis millones de euros, se celebró en uno de los establecimientos más lujosos de la zona, propiedad de la familia Niarchos . Philip, el padre, y Spyros, el tío del novio —que fue el padrino en la boda de Carolina de Mónaco y Ernesto de Hannover en 1999— son los mayores propietarios de terreno en Saint Moritz y muy populares en el lugar. La pareja eligió el hotel Kulm, también de su propiedad y cuyas habitaciones tienen un precio mínimo de 700 euros por noche, para celebrar el enlace por el valor emocional que tiene para ellos.

Charlotte Santo Domingo, Dasha Zhukova y Stavros Niarchos en una gala en Nueva York en mayo de 2018.
Charlotte Santo Domingo, Dasha Zhukova y Stavros Niarchos en una gala en Nueva York en mayo de 2018. Getty Images for DKMS


La boda en 1946 de su archienemigo en los negocios, Aristoteles Onassis, con Athina Livanos, hija del tercer gran empresario naval de Grecia, marcó un punto de inflexión en su vida y desató una intrincada historia en la que los celos, el odio, la traición, las sobredosis, el dinero y los divorcios fueron algunos de los ingredientes.
En el festejo de aquel enlace, Niarchos conoció a las que más tarde se convertirían en su tercera y cuarta esposa. 
Una era Eugenia Livanos, hermana de la novia, y la otra era la propia novia. 
Su matrimonio con la primera, que tuvo lugar un año después, duró 18 años.
 En medio hubo una sonada separación. Stavros Niarchos se fue a México y comenzó una relación con Charlotte Ford, hija del magnate de los automóviles Henry Ford, y tuvo una hija con ella.

Poco menos de un par de años después, el idilio terminó y Stavros regresó con su exesposa Eugenia, con la que seguía casado, según las leyes griegas.

 La pareja acordó que ni Ford ni su hija aparecerían en el testamento de Niarchos y continuó su vida en común. Hasta que en 1970 se desató la tragedia.

Eugenia apareció muerta en la isla privada Spetsopoulas, propiedad de Niarchos, en mayo de ese año. La causa del fallecimiento fue una sobredosis de barbitúricos que levantó las sospechas de la policía, que inició una investigación. 
Poco después Stavros fue exonerado y el caso, calificado como muerte accidental, se consideró cerrado.
Un año después, Athina Livanos se divorció de Onassis y se casó con Stavros Niarchos, viudo de su hermana y padre de sus cuatro sobrinos.
 Un par de años más tarde, Alexander Onassis, el hijo de Athina y heredero de Aristóteles, murió en un accidente de aviación.
 Athina no logró superar la pérdida y se entregó a los barbitúricos. Falleció igual que su hermana: a causa de una sobredosis, en París, en 1974.
 Su hija Cristina Onassis demandó a su padrastro por la herencia de su madre, valorada en unos 250 millones de dólares.
 Niarchos le entregó todo lo que pidió, el dinero, las joyas y las colecciones de arte.
Niarchos murió en 1996 en Suiza, con una fortuna valorada en cinco mil millones de dólares. 
Dejó una parte de su patrimonio a un fondo que se dedica a obras de caridad en su nombre y el resto lo repartió entre sus cinco hijos y sus 15 nietos.


 

¿Es válido el psicoanálisis?

El psicoanálisis, mirado desde la ciencia y desde la literatura. ¿Nace de la investigación o de un pensador visionario? ¿Es como la vida misma?

Freud visto por Sciammarella. 
Freud visto por Sciammarella.

La escena del crimen

Por Juan José Millás

A ver, Freud. Precisamente acabo de terminar mi análisis con una psicoanalista ortodoxa, signifique lo que signifique ortodoxa (y psicoanalista). 
Se llama Marta, de nombre, como una de las hermanas de Lázaro, el resucitado, y Lázaro de apellido, como el mismísimo resucitado. Marta Lázaro, pues, 80 años, muchos de ellos a la escucha.
 Cuando me dejé caer en su diván (con aspecto de catafalco pobre), el muerto era yo.
 Llegué allí con la fantasía de que me dijera: “Levántate y anda”. La realidad crea espontáneamente este tipo de extrañas coincidencias.

Al principio preparaba las sesiones para amortizar su precio. Hoy le diré esto, le contaré esto otro. 
Mientras hacía los deberes, establecía asociaciones de primer nivel atravesadas por el pensamiento consciente. 
 Las llamo “asociaciones de primer nivel”, pero podría llamarlas coartadas, pues su objeto era demostrar que no había estado en la escena del crimen el día de autos. 
Es así como se escriben muchas novelas, a base de coartadas narrativas. 
Y no todas son rematadamente malas, aunque tampoco buenas. Digamos que se les ven las costuras. 
Una buena novela, como un buen análisis, no debería mostrar las costuras.

Freud visto por Sciammarella. 
Freud visto por Sciammarella.

La escena del crimen

Por Juan José Millás



Los calcetines que utilizan los peregrinos del Camino de Santiago son completamente lisos porque las costuras producen llagas en los pies y te arruinan el viaje iniciático.
 Las costuras narrativas arruinan el viaje iniciático del lector de novelas, pero también el del autor, al que una buena asociación, hecha en el momento oportuno, le derrumba todas las defensas. 
A veces pasa en la décima sesión del análisis, o en el décimo capítulo de la novela. 
Eso no quiere decir que el trabajo anterior haya sido completamente inútil, pero tienes que tener el coraje de volver al principio y desprenderte de todo el material inservible.
Casi todas las vidas, también las más coherentes, en este primer nivel asociativo (el de la coartada) están hechas de costuras, incluso de costurones.
 Observada con cierta distancia, la vida está hecha a base de coser (bien, mal, ese es otro asunto) retales de distintas naturalezas y colores, como esas colchas étnicas (qué rayos significará étnico) que tanta gracia nos hacen por su ingenuidad, a veces por su mal gusto, un mal gusto (o una ingenuidad) que no nos da vergüenza mostrar a nuestros invitados después de la cena, al regresar de Honduras o de Guatemala.
Esas colchas son un ejercicio de asociación libre, por eso nos conmueven hasta que empiezan a incomodarnos.
 ¿Qué habrá debajo de esos collages cuyas cicatrices, que al principio nos hacían tanta gracia, ahora nos fatigan? 
Hagamos una suposición: pobreza.
 Lo que hay, con frecuencia, no es ingenuidad ni mal gusto, sino pobreza. 
Quizá empiezan a molestarnos por eso.
 Me estoy haciendo un lío, pero de eso se trata. 
A base de liarse es como se alcanza el segundo nivel del análisis, o de la novela.
 También de la vida. En ese segundo nivel no hay costuras.
 Ahí es donde entiendes en toda su extensión la frase de Borges según la cual el azar es un modo de causalidad cuyas leyes ignoramos.

Y resulta que sí, que estuviste en la escena del crimen el día de autos, solo que a lo mejor no fuiste el asesino, sino el muerto.
 Se trata de una posibilidad que ni siquiera habías considerado en el primer nivel. 
Entonces caes en la cuenta de que al análisis (y a la novela) no hay que ir con los deberes hechos, sino con los deberes deshechos. Significa que te debes tumbar en el diván (o sentar frente al ordenador) y, en lugar de ir a lo importante (o a lo que lo parece), ir a lo banal, a lo periférico. 
Al suburbio. 
El significado siempre se encuentra en lo periférico. Es un modo de decir que la sala de máquinas de la vida (y de la novela) no se encuentra donde parece (eso es una forma de delirio), sino donde desaparece. 
Se llega al lugar de la desaparición a través del método freudiano de la asociación libre, de la que con el tiempo averiguas que es la menos libre de las asociaciones.
 Escribir una novela, en fin, se parece mucho a releer .
psicoanalíticamente una vida.
En cuanto a Marta Lázaro, sigue ahí, a la escucha. No nos volveremos a ver. Nunca. En eso quedamos. Y en eso estamos.

No es ciencia

Por Javier Sampedro

Sigmund Freud no era un hombre modesto.
 Pensaba que la posición de la humanidad en el mundo había recibido tres grandes destronamientos en la historia del conocimiento. 
El primero era el de Copérnico, que nos había expulsado del centro de la creación para dejar al Sol ese empleo geométrico; el segundo era el de Darwin, que nos había expulsado del paraíso en el que Dios nos había creado a su imagen y semejanza. 
Y el tercero era el suyo propio, el de Freud, que nos había deportado del centro de nuestra misma mente al revelar que, las más de las veces, esté ocupada por un ejército de demonios de los que ni siquiera somos conscientes.
 Copérnico, Darwin y Freud, así se resume la historia de la ciencia. Eso es autoestima, doctor.
¿Es el psicoanálisis una ciencia? Antes de responder, consideremos lo que dijo Freud de sí mismo en 1900: 
“Lo cierto es que no soy un hombre de ciencia en absoluto, solo soy un conquistador por temperamento, un aventurero”.
 Ya ven que, según ese criterio, el psicoanálisis no es una ciencia.
 Y según otros criterios tampoco lo es: ni se lo propone, ni cumple los requisitos mínimos, ni ha servido de gran cosa a la ciencia posterior. 
Es probable que haya tenido mucha más influencia en las artes, desde Dalí hasta Woody Allen, y con mención especial a Hitchcock y su Marnie la ladrona
 No en la ciencia. 
Pero esto es solo la mitad de la historia. 
Porque la ciencia bebe de muchas fuentes, y los pensadores visionarios han tenido su influencia, a veces crucial, en el gran marco de las cosas.
 Buenos ejemplos son el efecto detonante que tuvo la obra del reverendo y economista Robert Malthus en la concepción de la teoría de la selección natural por Darwin; la importancia clave de la lectura de los filósofos David Hume y Ernst Mach para empujar a Einstein a considerar la posibilidad de que el tiempo pudiera dilatarse;
 o el gatillo que supuso un libro filosófico de Erwin Schrödinger—¿Qué es la vida?— en los inicios de la biología molecular.
 En ese sentido, puede que Freud haya tenido más relevancia de lo que la mayoría de los neurocientíficos actuales parecen dispuestos a concederle. 

El que tal vez es su descubrimiento central, el del componente inconsciente de la mente, puede considerarse hoy confirmado por encima de toda duda razonable.
 Lo que experimentamos como mente consciente representa una minúscula parte de nuestra vida diaria.
 No lograríamos ni levantarnos de la cama —no hablemos ya de cruzar una calle u organizar nuestra vida— sin una actividad cerebral que es propiedad intelectual de un enjambre de procesadores neuronales. 
Estos analizan de forma permanente nuestras percepciones, pero también poseen un modelo interno del mundo en gran parte innato, y en la otra parte formado sin que tengamos la menor idea de lo que está ocurriendo ahí, dentro de nuestra cabeza.
Si usted se quiere someter al psicoanálisis le importará muy poco que no sea una ciencia.
 Y si usted cree que funciona, lo hará
El subconsciente, como concepto abstracto, es una predicción correcta de Freud.
 Pero el redescubrimiento moderno de ese fenómeno no le debe nada.
 Su materialización, o su revelación como un hecho empírico, ha ocurrido un siglo después que, y de forma independiente, las reflexiones, sin duda brillantes, pero también excesivas, de aquel psiquiatra.
No está claro que Freud haya hecho daño al desarrollo de las ciencias de la mente en el siglo XX.
 Más claro parece que ese daño lo haya hecho el rechazo a Freud, particularmente en las instituciones norteamericanas. 
El gran neurólogo Michael Gazzaniga se ha quejado de que la psicología había desaparecido de los departamentos universitarios. La gente —también los que financian la investigación— tendía a considerarla una palabra sucia, y es muy probable que los excesos de Freud a principios de siglo, con su indisimulada propensión a atribuir al sexo casi cualquier cosa, tuviera mucho que ver en aquella sociedad pacata y tragasantos.
No está claro que Freud haya hecho daño al desarrollo de las ciencias de la mente en el siglo XX.
 Más claro parece que ese daño lo haya hecho el rechazo a Freud, particularmente en las instituciones norteamericanas. 
El gran neurólogo Michael Gazzaniga se ha quejado de que la psicología había desaparecido de los departamentos universitarios. La gente —también los que financian la investigación— tendía a considerarla una palabra sucia, y es muy probable que los excesos de Freud a principios de siglo, con su indisimulada propensión a atribuir al sexo casi cualquier cosa, tuviera mucho que ver en aquella sociedad pacata y tragasantos.

En todo caso, si usted se quiere someter al psicoanálisis le importará muy poco que no sea una ciencia. Lo único que querrá saber es si funciona. 
Y, si usted cree que funciona, lo hará. Pero no olvide consultar también a un médico de verdad.



 

La metáfora del iceberg de Sigmund Freud


  • Esta masa de hielo flotante representa los niveles de consciencia según el psicoanálisis freudiano. Wikimedia Commons.

  • El concepto de inconsciente, el cual ha sido especialmente estudiado por la corriente psicoanalítica y psicodinámica.
     De hecho, el inconsciente es uno de los pilares bases que utilizó Sigmund Freud para elaborar sus conocidas teorías.
    El concepto de inconsciente, el cual ha sido especialmente estudiado por la corriente psicoanalítica y psicodinámica.
     De hecho, el inconsciente es uno de los pilares bases que utilizó Sigmund Freud para elaborar sus conocidas teorías.
    Pero aunque el psicoanálisis puede ser algo complejo de entender, en ocasiones incluso desde el psicoanálisis se han empleado metáforas o comparaciones con otros aspectos de la realidad con el fin de facilitar el entendimiento de lo que su teoría propone.
     Un ejemplo es es de la metáfora del iceberg de Freud, de la cual vamos a hablar a lo largo de este artículo.

    El psicoanálisis y la consciencia

    El psicoanálisis es una de las corrientes teóricas más conocidas y populares de la historia de la psicología, si bien no es la más validada y a menudo ha sido mal considerada por otras corrientes psicológicas.
    Esta escuela de pensamiento y corriente teórica, que tiene como padre y fundador a Sigmund Freud, se centra principalmente en el estudio del inconsciente, considerando que la conducta humana actual es el producto de conflictos entre nuestra parte pulsional y la represión y gestión de estos por parte del consciente.
    Su surgimiento bebe en gran medida de las corrientes de pensamiento de la época y de la visión cada vez más médica de la histeria, y según fueron pasando los años el autor fue elaborando una visión cada vez más compleja de su teoría respecto al funcionamiento psíquico.
    Resultan especialmente conocidas sus teorías sobre el desarrollo psicosexual de los menores (en etapa oral, anal, fálica, de latencia y genital) y su diferenciación entre ello o elemento pulsional, yo y superyó o censura.
    También es relevante su consideración de la líbido o energía sexual como la principal fuente de energía psíquica y pulsional, y su profundo trabajo sobre las neurosis y la histeria femenina (especialmente prevalente en una época de fuerte represión sexual como la victoriana, algo que ha de tenerse en cuenta a la hora de valorar su centración en este aspecto) .
    Pero para entender todo esto es necesario entender primero qué diferencia hay entre lo consciente y lo inconsciente, algo que puede ser fácilmente visible gracias a la metáfora del iceberg de Freud. 
    Aparte de sus revolucionarios conceptos del inconsciente, deseo inconsciente y represión, Sigmund Freud dividió la mente en tres partes: el ello, el yo y el súperyo. También definió el Eros o pulsión de vida y el Tánatos o pulsión de muerte.
     Y desarrolló un método psicosexual que -pese a ser criticado por relacionar la sexualidad con conceptos como incesto, perversión y trastornos mentales- incorporó teorías como el complejo de Edipo y derribó tabúes en una sociedad todavía enfermiza y reprimida.

    Sigmund Freud  
     
    Los sueños de la razón de Sigmund Freud
    Pese a lo cuestionado que fue por algunos compañeros, la influencia de Sigmund Freud en la filosofía, la política, el lenguaje y el arte del siglo XX es incuestionable.
     Sin él no podría entenderse la obra de artistas como André Bretón o Dalí y cineastas como Buñuel, Hitchcock o Woody Allen, que con su cine ha modelado la imagen que tenemos del psicoanálisis: un hombre contándole su vida a su terapeuta desde el confort de un diván.
    Sigmund Freud fue controvertido hasta el último día de su vida. En 1938 fue declarado enemigo del Tercer Reich y tuvo que huir a Londres. Sus libros fueron quemados públicamente y sus hermanas (tenía cinco) fallecieron en los campos de concentración. 
    Murió un año después por culpa de un cáncer de paladar que le provocó su afición al tabaco. Su médico le suministró tres dosis de morfina y se sumergió, para siempre, en el mar de su subconsciente. 
    Un pequeño cráter en la luna lleva su nombre.

    El ello, el yo y el superyó, según Sigmund Freud

    El padre del psicoanálisis propuso estos tres conceptos, conocidos como 'instancias psíquicas'. 

    De todas las teorías desarrolladas por Sigmund Freud, la del Ello, el Yo y el Superyó es una de las más famosas. 
    Según su enfoque psicodinámico, cada una de estas estructuras representa una instancia psíquica que, desde nuestro sistema nervioso, nos llevan a perseguir unos intereses que chocan entre sí.
    Así pues, el Ello, el Yo y el Superyó son los conceptos que Freud utilizó para referirse al conflicto y la lucha de fuerzas antagónicas que, según él, rigen nuestra forma de pensar y de actuar
    El objetivo del psicoanálisis era, por lo tanto, hacer aflorar la verdadera naturaleza de los conflictos y los bloqueos que según Freud estaban en la base de la psicopatología.
     Veamos con algo más de detalle qué ideas estaban detrás de esta teoría.

    Las tres instancias psíquicas de la teoría de Freud

    El enfoque psicodinámico, que nació con el psicoanálisis de Freud, se fundamenta en la idea de que los procesos psíquicos que se producen en cada persona están definidos por la existencia de un conflicto
    De ahí viene el término "dinámica", que expresa esa constante sucesión de acontecimientos por las que una parte intenta imponerse a la otra. 
    Los conceptos del Ello, el Yo y el Superyó forman el apartado de la teorías de Freud en el que esta idea de choque entre diferentes estructuras psíquicas queda más patente.

    Pero alejémonos de términos tan abstractos. ¿En qué se basa esa lucha que según Freud se libra en nuestra cabeza de manera fundamentalmente inconsciente? ¿Qué intereses y objetivos hay en juego según el padre del psicoanálisis? Para responder estas preguntas primero es necesario definir qué son el Ello, el Yo y el Superyó, las tres entidades que para Freud explican la personalidad de los seres humanos a través del modo en el que luchan entre sí.

    El Superyó

    El Superyó aparecería según Freud a partir de los 3 años de vida, y es consecuencia de la socialización (básicamente aprendida a través de los padres) y la interiorización de normas consensuadas socialmente. 
    Es la instancia psíquica que vela por el cumplimiento de las reglas morales. 
     Es por eso que el Superyó presiona para realizar grandes sacrificios y esfuerzos con tal de hacer que la personalidad de uno mismo se acerque lo máximo posible a la idea de la perfección y del bien.

    El equilibrio entre las fuerzas

    Freud creía que todas estas partes de la psique existen en todas las personas y, a su modo, son parte indispensable de los procesos mentales.
     Sin embargo, también creía que la lucha entre el Ello, el Yo y el Superyó en ocasiones puede generar descompensaciones que producen sufrimiento y la aparición de psicopatologías, por lo que se debía tratar de re-equilibrar la correlación de fuerzas a través del psicoanálisis
     De hecho, una de las características de las teorías de Freud es que crean un concepto de la salud mental en la que los trastornos no son la excepción, sino la norma; lo más común son los desajustes entre estas instancias psíquicas, debido a que los problemas mentales permanecen implícitos y latentes en la lucha interna que mantienen entre ellas.
    Por ejemplo, si el Superyó llega a imponerse, la represión de pensamientos y emociones puede llegar a ser tan excesiva que periódicamente se producen crisis nerviosas, algo que atribuía por ejemplo a los casos de mujeres con histeria demasiado adheridas a una moral rígida y profundamente restrictiva.
    Por otro lado, si el Ello predominaba, esto podía dar paso a la sociopatía, una impulsividad que pone en peligro tanto a la persona que la experimenta como a los demás, ya que la prioridad absoluta es satisfacer necesidades con urgencia.
    Este concepto de equilibrio entre fuerzas impregnó totalmente la obra de Sigmund Freud, ya que no creía que existiese una solución definitiva al enfrentamiento entre las tres instancias psíquicas: las personas más sanas no son aquellas en las que el Ello, el Yo y el Superyó han dejado de luchar (cosa imposible, según él), sino aquellas en la que esta lucha causa menos infortunios.

    Como el Ello rechaza totalmente la idea del sometimiento a la moral y el Yo, a pesar de tratar de frenar las pulsiones, también se mueve por objetivos egoístas centrados en la supervivencia y lo pragmático de adaptarse al entorno, El Superyó se enfrenta a ambos.
     Para el padre del psicoanálisis, es Superyó tiene sentido en un contexto en el que la influencia de la sociedad nos obliga a adoptar conductas de vigilancia de uno mismo para evitar las confrontaciones con los demás, aunque a la larga esta influencia vaya mucho más allá de esta lógica orientada a la socialización y pase a constituir un elemento fundamental de la creación de la identidad del individuo.
    Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la imposibilidad de refutar las teorías de Freud convierte estos tres conceptos en constructos teóricos poco útiles para la psicología científica actual, en parte por el impacto que tuvo sobre la filosofía de la ciencia la obra de Karl Popper y sus críticas al psicoanálisis.