Circunstancias personales
me han traído a Atenas, coincidiendo con la jornada electoral de
supuesto infarto europeo, seguida de presunto alivio ídem, y presidida
por la coacción y el miedo provocados hasta el final por los
administradores del poder económico y por sus voceros.
Por suerte, ajena a titulares clónicos y a consignas ciegamente
admitidas por quienes deberían pensar y pensarse antes de acatar y
someterse, he repensado Grecia —la que tanto nos dio— en compañía de
Pedro Olalla.
El helenista asturiano, afincado en la capital griega, siempre alza la
voz para recordarnos que sólo en el reforzamiento de la ciudadanía —eso
que nació aquí, hace tantos años— hallaremos la fuerza para resistir
los dictados de los poderes económicos que nos sojuzgan a través del
manejo de la deuda que ellos mismos nos ayudaron a crear.
Sólo más democracia evitará el premeditado desmantelamiento de la democracia.
Pedro tiene blog y legiones de seguidores en Youtube, y acaba de sacar un nuevo libro imprescindible, Historia menor de Grecia (Acantilado).
Recorrí con Olalla el Ágora, y penetré lentamente con él, a la sombra
de olivos y laureles, y entre el perfume dulzón y engañoso de las
adelfas —laureles amargos, se llaman, en griego: un potencial veneno—,
en el proceso que condujo a la creación de la democracia y de la noción
de individuo responsable y con derechos ciudadanos.
El ayer y el hoy se fundían, con sencillez y claridad.
Cómo hemos podido renunciar a tantas parcelas de libertad, y cómo
hemos permitido que nos gobiernen los lacayos de quienes nos han
convertido en sus clientes entrampados.
Tal vez fuera la luz, la luz de Atenas —de aquella que nos fundó—, lo
que me anudó el pecho ayer, cuando volví los ojos hacia este sumidero
de mediocres sumisos en que hemos devenido.
Volver a empezar, más que nunca.
Vistos con perspectiva, los líos amorosos de los últimos presidentes de Francia que llenaron en su momento portadas, desde la familia secreta de François Mitterrand a las múltiples amantes de Jacques Chirac, pasando por el divorcio y nueva boda, en pleno mandato, del conservador Nicolas Sarkozy o las escapadas a ver a su amante inmortalizadas por paparazzi del socialista François Hollande, son peccata minuta si se comparan con los protagonizados por antecesores suyos. Sus affaires
habrían provocado las risas de buena parte de los antiguos inquilinos
del Elíseo, un palacio, hoy sede presidencial, salpicado de escándalos
de faldas desde que fue construido, a principios del siglo XVIII. Aunque
lo erigió con el dinero de su mujer, Marie-Anne Crozat, hija de un
banquero con la que el conde de Évreux se casó por su fortuna, la joven
esposa pisó una única vez el suntuoso palacio, el día de su inauguración
en diciembre de 1720. Esa misma noche, Henri de La Tour d' Auvergne, el
noble pero pobretón conde de Évreux, se instaló en la “casa de recreo
más bella de los alrededores de París”, como se llamó al Elíseo en su
momento, con su también aristocrática amante, la duquesa de
Lesdiguières. A la muerte del conde, en 1753, el Elíseo fue adquirido
por otro personaje no menos controvertido de la historia francesa, Jeanne-Antoinette Poisson, madame de Pompadour, la amante favorita de Luis XV. Pero las suntuosas paredes palaciegas aún no lo habían visto todo. El 16
de febrero de 1899, Felix Faure, presidente de Francia, fallece en las
dependencias del Elíseo rodeado de su esposa y de su hija, víctima de
una “congestión cerebral”… o eso es lo que decía la versión oficial,
encargada de maquillar el hecho de que Faure había sufrido un ataque en
pleno encuentro amoroso con su joven amante en el salón de Plata, uno de
los más icónicos del palacio presidencial y donde unas décadas antes Napoleón firmó su abdicación.
Todo esto es contado de manera minuciosa en Una historia erótica del Elíseo, de la Pompadour a los paparazzi. Este último libro —de una larga lista— sobre los escándalos sexuales de
los que ha sido testigo el Elíseo no lo ha escrito nadie del mundo del
corazón, ni siquiera de la prensa francesa. Lo firma Jean Garrigues,
historiador y presidente del Comité de Historia Parlamentaria y
Política. Al teléfono, reconoce que cuando le propusieron contar estas
historias dudó. Esa temática “forma parte de los aspectos privados de la
función pública y solo puede ser interesante en cuanto nos dice algo de
una época o de los personajes que nos han gobernado”, explica. Pero fue
este mismo razonamiento el que acabó por convencerle de la conveniencia
de escribir sobre la “erótica del Elíseo”. “No se trata solo de anécdotas, de una curiosidad malsana. Nos aclara
la personalidad de los que llegan al poder, sobre su manera de concebir
la seducción, pero también las batallas, las conquistas, la manera de
ver la sociedad, la vida y, sobre todo, su forma de concebir el poder. Al menos hasta Nicolas Sarkozy había una concepción muy monárquica, era
la omnipotencia, ese creer que un presidente podía hacer de todo y
permitírselo todo”.
A la par, “también nos aclara las prácticas de una época, la
evolución de la mentalidad, especialmente en la relación de hombres y
mujeres, la manera en que consideramos la seducción, la pareja… Todo eso
es algo muy interesante en el plano sociológico, dice mucho del
personaje político mismo y también sobre una sociedad globalmente en su
mirada ante la relación hombre-mujer”. De hecho, recuerda Garrigues, sobre las verdaderas circunstancias de
la muerte de Felix Faure “hubo algunos artículos en la prensa, pero la
mayoría de los periódicos o no hablaron de ello o lo hicieron de manera
casi divertida, pero para nada en un tono de condena o reprobación, sino
más bien comprensión”. Algo que hoy sería imposible, como tampoco existiría tolerancia ni
connivencia de la era de Mitterrand, quien durante años consiguió que nadie revelara que tenía una hija secreta. O de su predecesor, Valéry Giscard d'Estaing, sobre quien, recuerda
Garrigues, circularon numerosos rumores de infidelidades y de sus
famosas salidas nocturnas, sobre todo desde el “accidente lechero”,
cuando, llegando de madrugada al Elíseo al volante de un coche
deportivo, en 1974, el presidente habría chocado con un camión de
transporte de leche. “La forma en que Giscard, Mitterrand o Chirac —del que se cuenta que la noche en que murió Lady Di en París estaba ilocalizable porque se encontraba con su amante, la actriz Claudia Cardinale—
vivieron su vida amorosa o íntima sería absolutamente imposible hoy”,
señala Garrigues, apuntando, por un lado, a la “sobreinformación” y las
redes sociales. Pero también hay ahora “una intolerancia de la opinión
pública: al igual que los ciudadanos toleran cada vez menos las derivas
financieras o políticas, exigen también una especie de transparencia, de
integridad en la vida privada” de sus mandatarios. Lo que lleva a veces
a extremos, como, recuerda, pasó con los rumores sobre una presunta
homosexualidad que el actual inquilino del Elíseo, Emmanuel Macron, se vio obligado a desmentir cuando estaba en campaña.
Es un buen síntoma que el traje que vista Cristina Pedroche en las campanadas
unifique al público. Es bueno para el país y para la televisión. Lo
inquietante es que siga siendo un cuerpo de mujer, más o menos desnudo,
lo que provoque esa unificación. Aunque el varón pareciera no tener otro
rol que el de acompañante en ese balcón gélido sobre la Puerta del Sol,
su presencia exalta todos los clichés creados para el sexo femenino. En
mi opinión, Pedroche, en su armadura erótica, es un nuevo Don Quijote y el cocinero Chicote, un Sancho Panza en esmoquin. Aunque en otro balcón de esa misma plaza Anne Igartiburu estuviera vestida por Lorenzo Caprile
en el rojo exaltado que prefiere, esa sensación de armadura y mujer
trofeo flotaba en el aire de fin de década. Anne también enseñaba piel,
humana y fina, incluso clásica, pero siguiendo ese look doncella, casi como si ella fuera Dulcinea. Roberto Leal
era un fiel escudero con un mensaje similar: mujer bella, blanca,
anuncia algo trascendente, un cambio, envuelta por aires de princesa, de
mujer trofeo. Reconozco que por un momento ambicioné que detrás de
cámaras, al estar físicamente cerca, Anne y Cristina intentaran darse un
abrazo en sus armaduras y seguir adelante con ese guion de que las
campanadas mientras más desnudas más divertidas.
Bueno, ya que tanta gente le ha sacado “inspiraciones” no reconocidas al traje de Pedroche, yendo tan lejos como a recordar que Yves Saint Laurent firmó una colección acompañándose de las esculturas metálicas que Claude Lalanne creo usando el cuerpo de la modelo Verushka
como molde y que el diseñador colocó sobre dos vestidos de chifón, casi
la misma técnica que se empleó en el traje de Pedroche, podrían también
desempolvar el esmoquin femenino para fin de año.
La otra referencia
pudo ser la portada de la revista POP donde Kate Moss aparecía envuelta por una escultura del provocador artista Allen Jones.
Toda esta información arty, que muchos usan para afear la atrevida gestión de Pedroche, es como querer intelectualizar las campanadas.
Tamara Falcó también protagonizó su spot hecho a la medida de Porcelanosa,
una empresa ligada a su familia desde antes que naciera. Claramente
todo el mundo leyó entre líneas una especie de entrega del relevo a la
hija de Isabel Preysler como heredera y encima recuperando esa emisión antes de las campanadas que fue tradición hasta 1998. El spot
es quien viste a Tamara, mostrándola como ella prefiere, divertida,
casi sexi, incapaz de hacer algo inadecuado. Y en el fondo, el spot,
ideado para vender productos asociados al baño y la cocina, templos
siempre asociados a la figura femenina, consigue convencernos que
estamos entrando en los nuevos años 20. Y que estos vendrán con un
charlestón más o menos sostenible, entre armaduras y campanadas. Puede ser el principio de la Era Tamara. Y que esta nueva era sea
primordialmente femenina pero aún necesitada de un equipo, la palabra
que Pedroche siempre emplea en sus agradecimientos de año nuevo. “Mi equipo”, que no es otro que el estilista Josie,
quien analiza desde cada 2 de enero lo que haga falta para la siguiente
campanada. ¡Pongamos un Josie en nuestras vidas para ser esa mujer
Quijote del 2020! Que los Josies se dupliquen como peluqueros y
maquillador. Para ampliar ese equipo, viene el marido. Pedroche ha
tenido mucha suerte con David Muñoz, que además se pone su traje
de las campanadas el día antes y muchas veces le queda mejor. O al
menos más divertido. Para ese miembro del equipo, el marido, es
importante tener sentido del humor. Después de la pareja, el o la
nutricionista/ coach, lo importante es que sepa oír. Y
finalmente, el mánager que, aunque muchos renieguen de ello, también
puede ser una carga que lleve el o la pareja. Las mujeres han luchado por esta libertad de movimientos y este equipo. Pero entristece un poco enterarnos que a Sharon Stone le han cancelado su cuenta en una aplicación de contactos personales
al creer que era de una persona asumiendo su personalidad. Stone
reclamó a la agencia que era ella misma la que había abierto un perfil. Y
el mundo reaccionó preocupándose de cómo era posible que una sex symbol como ella usara una aplicación de contactos. ¿Y por qué no? ¿Las sex symbols
no pueden tener problemas para encontrar compañía que les guste, que se
ajusten a sus expectativas? ¿No pueden tener horas bajas? Como si todo
siguiera igual: Pedroche tiene que desarrollar ideas para aparecer casi
desnuda sin estarlo. Anne tiene que enseñar casi la misma cantidad de sí
misma en plan elegante, Sharon no debe envejecer sola y cada vez que
miremos hacia el cielo veremos ese techo de cristal que hay que
sobrevolar y sobrevivir.