Cada vez que miremos hacia el cielo veremos ese techo de cristal que hay que sobrevolar y sobrevivir.
Es un buen síntoma que el traje que vista Cristina Pedroche en las campanadas
unifique al público.
Es bueno para el país y para la televisión.
Lo inquietante es que siga siendo un cuerpo de mujer, más o menos desnudo, lo que provoque esa unificación.
Aunque el varón pareciera no tener otro rol que el de acompañante en ese balcón gélido sobre la Puerta del Sol, su presencia exalta todos los clichés creados para el sexo femenino.
En mi opinión, Pedroche, en su armadura erótica, es un nuevo Don Quijote y el cocinero Chicote, un Sancho Panza en esmoquin.
Aunque en otro balcón de esa misma plaza Anne Igartiburu estuviera vestida por Lorenzo Caprile en el rojo exaltado que prefiere, esa sensación de armadura y mujer trofeo flotaba en el aire de fin de década.
Anne también enseñaba piel, humana y fina, incluso clásica, pero siguiendo ese look doncella, casi como si ella fuera Dulcinea. Roberto Leal era un fiel escudero con un mensaje similar: mujer bella, blanca, anuncia algo trascendente, un cambio, envuelta por aires de princesa, de mujer trofeo.
Reconozco que por un momento ambicioné que detrás de cámaras, al estar físicamente cerca, Anne y Cristina intentaran darse un abrazo en sus armaduras y seguir adelante con ese guion de que las campanadas mientras más desnudas más divertidas.
Es bueno para el país y para la televisión.
Lo inquietante es que siga siendo un cuerpo de mujer, más o menos desnudo, lo que provoque esa unificación.
Aunque el varón pareciera no tener otro rol que el de acompañante en ese balcón gélido sobre la Puerta del Sol, su presencia exalta todos los clichés creados para el sexo femenino.
En mi opinión, Pedroche, en su armadura erótica, es un nuevo Don Quijote y el cocinero Chicote, un Sancho Panza en esmoquin.
Aunque en otro balcón de esa misma plaza Anne Igartiburu estuviera vestida por Lorenzo Caprile en el rojo exaltado que prefiere, esa sensación de armadura y mujer trofeo flotaba en el aire de fin de década.
Anne también enseñaba piel, humana y fina, incluso clásica, pero siguiendo ese look doncella, casi como si ella fuera Dulcinea. Roberto Leal era un fiel escudero con un mensaje similar: mujer bella, blanca, anuncia algo trascendente, un cambio, envuelta por aires de princesa, de mujer trofeo.
Reconozco que por un momento ambicioné que detrás de cámaras, al estar físicamente cerca, Anne y Cristina intentaran darse un abrazo en sus armaduras y seguir adelante con ese guion de que las campanadas mientras más desnudas más divertidas.
Bueno, ya que tanta gente le ha sacado “inspiraciones” no reconocidas al traje de Pedroche, yendo tan lejos como a recordar que Yves Saint Laurent firmó una colección acompañándose de las esculturas metálicas que Claude Lalanne creo usando el cuerpo de la modelo Verushka como molde y que el diseñador colocó sobre dos vestidos de chifón, casi la misma técnica que se empleó en el traje de Pedroche, podrían también desempolvar el esmoquin femenino para fin de año.
La otra referencia pudo ser la portada de la revista POP donde Kate Moss aparecía envuelta por una escultura del provocador artista Allen Jones.
Toda esta información arty, que muchos usan para afear la atrevida gestión de Pedroche, es como querer intelectualizar las campanadas.
Claramente todo el mundo leyó entre líneas una especie de entrega del relevo a la hija de Isabel Preysler como heredera y encima recuperando esa emisión antes de las campanadas que fue tradición hasta 1998.
El spot es quien viste a Tamara, mostrándola como ella prefiere, divertida, casi sexi, incapaz de hacer algo inadecuado.
Y en el fondo, el spot, ideado para vender productos asociados al baño y la cocina, templos siempre asociados a la figura femenina, consigue convencernos que estamos entrando en los nuevos años 20.
Y que estos vendrán con un charlestón más o menos sostenible, entre armaduras y campanadas.
Puede ser el principio de la Era Tamara.
Y que esta nueva era sea primordialmente femenina pero aún necesitada de un equipo, la palabra que Pedroche siempre emplea en sus agradecimientos de año nuevo.
“Mi equipo”, que no es otro que el estilista Josie, quien analiza desde cada 2 de enero lo que haga falta para la siguiente campanada.
¡Pongamos un Josie en nuestras vidas para ser esa mujer Quijote del 2020! Que los Josies se dupliquen como peluqueros y maquillador.
Para ampliar ese equipo, viene el marido.
Pedroche ha tenido mucha suerte con David Muñoz, que además se pone su traje de las campanadas el día antes y muchas veces le queda mejor.
O al menos más divertido. Para ese miembro del equipo, el marido, es importante tener sentido del humor.
Después de la pareja, el o la nutricionista/ coach, lo importante es que sepa oír.
Y finalmente, el mánager que, aunque muchos renieguen de ello, también puede ser una carga que lleve el o la pareja.
Las mujeres han luchado por esta libertad de movimientos y este equipo.
Pero entristece un poco enterarnos que a Sharon Stone le han cancelado su cuenta en una aplicación de contactos personales al creer que era de una persona asumiendo su personalidad.
Stone reclamó a la agencia que era ella misma la que había abierto un perfil.
Y el mundo reaccionó preocupándose de cómo era posible que una sex symbol como ella usara una aplicación de contactos.
¿Y por qué no? ¿Las sex symbols no pueden tener problemas para encontrar compañía que les guste, que se ajusten a sus expectativas? ¿No pueden tener horas bajas?
Como si todo siguiera igual: Pedroche tiene que desarrollar ideas para aparecer casi desnuda sin estarlo.
Anne tiene que enseñar casi la misma cantidad de sí misma en plan elegante, Sharon no debe envejecer sola y cada vez que miremos hacia el cielo veremos ese techo de cristal que hay que sobrevolar y sobrevivir.