La
publicación en Francia, la semana próxima, de unos relatos desconocidos
del autor de 'En busca del tiempo perdido' es el gran acontecimiento de
la ‘rentrée’.
Marcel Proust, en 1891-1892.Apic / Getty ImagesSon textos muy fin de siècle, con el inconfundible aroma
decadente y sensual del crepúsculo del siglo XIX. Hay relatos
policiacos, al estilo de Edgar Allan Poe, y uno que no desentonaría en
una antología del género fantástico. En la manera de captar los
movimientos del alma humana o en los esbozos de escenas y personajes se
adivina el genio en estado de incubación. Pero todavía son eso,
esbozos: algunos sin terminar, otros imprecisos y mal resueltos;
ejercicios de estilo, experimentos de laboratorio juvenil. Y todo con un
tema de fondo, más o menos explícito, que en su tiempo pudo
desaconsejar su difusión: la homosexualidad.
La publicación en Francia, la semana próxima, de Le mystérieux correspondant et autres nouvelles inédites (El misterioso corresponsal y otros relatos inéditos) es el gran acontecimiento de la rentrée, el inicio de curso literario.
El libro contiene nueve cuentos —ocho inéditos— de Marcel Proust (1871-1922), el autor de En busca del tiempo perdido.
Publicado por Éditions de Fallois y editado por el profesor Luc
Fraisse, permite asomarse a lo que Bernard de Fallois, fundador de la
editorial fallecido en 2018, llamó en uno de sus ensayos “Proust antes
de Proust”.
Es decir, el escritor cuando todavía no lo era: el artista
en pleno aprendizaje.
Los cuentos de El misterioso corresponsal… habrían podido encajar perfectamente en Los placeres y los días,
libro publicado, con escaso eco, en 1896, 17 años antes del primer
volumen de su monumental ciclo novelesco. ¿Por qué Proust no los
incluyó? “Una razón es que quizá no estaba satisfecho de estos relatos y
los dejó de lado”, dice Fraisse en la sede de Éditions de Fallois en
París. “Otra razón es que la mitad de estos relatos ponen en juego su
homosexualidad”, añade. Una tercera razón es “estética”: ya había textos
que evocaban la homosexualidad en Los placeres y los días; añadir más lo habría desequilibrado. El cuento que da título al nuevo libro es la historia de una mujer
que requiere el amor de una amiga para curarse de una enfermedad mortal.
Otros, como ‘La conciencia de amarlo’, no hablan directamente de la
homosexualidad, pero presentan personajes que viven como una maldición
su diferencia, sus “delicadezas incomprendidas”, su vida en la que “todo
el mundo [le] hará daño, [le] herirá, aquellos a los que no amar[á] y
todavía más a los que amar[á]”. “Los relatos muestran que, al contrario
que uno de sus contemporáneos como André Gide, Proust lo vive como un
drama”, apunta Fraisse.
Hacía décadas que no se desvelaba una ficción inédita de Proust. La
última se publicó en los años cincuenta.
Fue el propio Fallois quien
descubrió Jean Santeuil, la novela que prefiguraba En busca del tiempo perdido.
También el ensayo Contra Sainte-Beuve.
Desde entonces se había publicado la correspondencia del escritor. Pero
no las piezas de ficción que dormitaban en los archivos.
Los cuentos de El misterioso corresponsal… pertenecen a la misma época que Los placeres y los días,
obra irregular de juventud.
Proust fue el anti-Rimbaud, un caso
ejemplar de autor que alcanzó su genio en la madurez, después de años de
laborioso aprendizaje.
Sólo con sus cuentos de finales del XIX, sería
un autor olvidado. El misterioso corresponsal… lo confirma.
“Era un
narcisista con una autoestima exagerada. No hubiera pasado el filtro del
#Me too”, dice el director de la National Gallery, que ofrece una gran
muestra del artista.
Dos visitantes ante uno de los autorretratos de Paul Gauguin en el la exposición que le dedica la National Gallery de Londres.Tolga AkmenAFP
Paul Gauguin
(París, 1848-Atuona, Islas Marquesas, 1903) mira de reojo hacia un
espejo que el espectador imagina antes de plasmar en el óleo su propio
rostro.
A diferencia de otras ocasiones, aquí no se le ven las manos.
Su
vista está reforzada por unas pequeñas gafas y se le percibe muy
cansado.
La mirada fiera y seductora ha desaparecido.
La sífilis y sus
problemas del corazón han destrozado sus fuerzas.
Además, le espera una
nueva condena de cárcel por defender a los nativos de la polinesia
francesa y se le nota la desesperación y el cansancio.
Sus colores puros
son historia y el blusón que luce, blanco crema, destaca poco sobre el
fondo morado de una tela que no ha terminado de cubrir de pintura.
Es su último autorretrato conocido, fechado en 1903, y la obra con la que concluye la exposición Gauguin. Retratos, que la National Gallery de Londres
dedica al más radical de los posimpresionistas franceses desde el 7 de
octubre hasta el 26 de enero.
La exposición incluye unas 50 obras que
recorren sus diferentes etapas a partir de su revolucionario
planteamiento sobre un género hasta entonces tan convencional como el
retrato.
Aunque con predominio de la pintura, hay también esculturas,
grabados y dibujos.
La mayor parte de los préstamos proceden de
colecciones privadas y públicas como el Museo de Orsay de París, la
Galería Nacional de Arte de Washington, el Instituto de
Arte de Chicago, la Galería Nacional de Canadá, el Museo Nacional de
Arte Occidental de Tokio y los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica.
Dos visitantes ante uno de los autorretratos de Paul Gauguin en el la exposición que le dedica la National Gallery de Londres.Tolga AkmenAFP
En el comienzo, en el desarrollo y en el final, está el rostro de
Paul Gauguin. Nada menos que una docena de autorretratos. Y cuando no lo
está, su personalidad se hace presente en los cuadros de las personas
que formaron su entorno. Incluso en los bodegones de flores se encuentra
su personalidad atractiva y arrogante. G abriele Finaldi, director de la
National Gallery cuenta que esta es una exposición dedicada a un
artista muy narcisista, con una autoestima difícil de encontrar y un
magnetismo personal incuestionable “El retrato es un aspecto de su obra
nunca analizado antes. Junto a los investigadores de la National
Gallery canadiense, hemos llegado a conclusiones tan novedosas como que
pinte lo que pinte Gauguin, el tema de la obra siempre es él. Hay otros
pintores anteriores, como Durero o Rembrandt
de los que conservamos muchos autorretratos, pero ellos no son siempre
el tema. Tienen planteamientos diferentes”. Y como ejemplo del
narcisismo del artista francés, Finaldi señala el cuadro Cristo en el huerto de los olivos (1889), donde se compara con Jesucristo.
Es rara la temporada en la que el gran maestro del postimpresionismo
no protagoniza alguna de las grandes exposiciones en Europa o Estados
Unidos . Finaldi opina que la muestra londinense será un éxito de
público, pero más por la originalidad del planteamiento que por la
popularidad de un artista hiperconocido. Christopher Riopelle, uno de
los dos comisarios de la exposición, explica durante el recorrido por
las salas que el carácter novelesco de la vida de Gauguin ha tenido
mucho que ver con su gran popularidad.
Hijo de un periodista francés y de una peruana criolla, se quedó
huérfano de padre con solo tres años. La madre decidió abandonar París y
regresar con la familia a Perú, donde Gauguin vivió su niñez con escaso
gusto por los estudios, pero con gran afición a los viajes. A grandes
trazos, puede decirse que fue marino mercante y exitoso agente de bolsa
mientras crecía su afición por la pintura. En 1883 lo deja todo para
dedicarse al arte y tres años después abandona también a su familia para
trasladarse a Bretaña y unir su destino al de otros artistas. Las islas
del océano Pacífico serán su destino final. La exposición va acompañada
de un documental de una hora que se proyecta en el auditorio del museo.
Después de la primera sala en la que se acumulan ocho autorretratos
(otros cuatro salpicarán el recorrido), viene una sucesión de personajes
a los que retrató de una manera muy alejada de los convencionalismos. No importa el parecido ni la información sobre su estatus social. Ante
el cuadro Joven bretona (1889), único encargo conocido que
desagradó a sus pagadores, el comisario aprovecha para incidir en que
esta primera exposición dedicada a los retratos de Gauguin es, en
realidad, un complejo y completo autorretrato del artista. “No importa
quien sea el modelo ni su procedencia porque Gauguin siempre se está
pintando a sí mismo”, asegura Christopher Riopelle. Habla de sus
conflictos internos cuando retrata a Van Gogh y plasma su preocupación
por la vida en las colonias cuando decide mutarse en El buen salvaje al
trasladarse a los confines del poderío francés, a Papeete, la capital de
Tahití. Pero en su etapa en Oceanía surge la cara más controvertida de
Gauguin. Tiene que ver con su relación amorosa y sexual con las
adolescentes nativas, por más que llegara a casarse con alguna de ellas.
“No pasaría el filtro del #MeToo", asegura sin dudar Gabriele Finaldi. “Con los ojos de historiador del arte, hay que reconocerle su
genialidad. En cambio, como persona, no tendría un pase. Además, él
llega a las islas como un representante de los poderes coloniales y se
aprovecha. Acepta la costumbre local de que los padres regalen a sus
hijas. Eso es inadmisible”.
Reconoce Finaldi que el artista llega a sentir como propias las
injusticias que sufren los nativos. Además de plasmar la belleza que ya
había admirado en postales y reportajes. En Hiva Oa, isla del
archipiélago de las Marquesas, esculpe una figura que resume sus
tensiones con los poderes locales: la figura del Padre Paillard (1902), el obispo del pueblo caricaturizado como un demonio lascivo. Perseguido, arruinado y muy enfermo, murió de un infarto el 8
de mayo de 1903. Tres años después, en 1906, le llegó el reconocimiento a
toda una vida de sufrimiento y desdén cuando el Salón de Otoño de París
expuso 227 obras suyas. Desde entonces, su reputación, influencia y
cotización no han parado de crecer.
El teatro
suizo argumenta que respeta la presunción de inocencia y se compromete a
establecer un ambiente de trabajo libre de acoso sexual.
Plácido Domingo, el pasado noviembre en la Ópera Metropolitana de Nueva York.ANGELA WEISSAFP
La Ópera de Zúrich mantiene en cartel la actuación de Plácido Domingo prevista para el próximo 13 de octubre, como parte del elenco de Nabucco,
de Giuseppe Verdi, después de que el tenor haya dimitido como director
general de la Ópera de Los Ángeles tras las acusaciones de acoso
sexual. Según
ha señalado la portavoz de la institución, Bettina Auge, el teatro
suizo se toma este asunto "muy en serio" , pero respeta la "presunción de inocencia", por lo que mantendrá el contrato con el cantante español, aunque seguirá el caso "de cerca". En Europa las acusaciones de acoso contra el tenor español no han hecho mella en su agenda
y sus próximas actuaciones, hasta final de año, se mantienen. Tras
Zúrich, trabajará en Moscú, Viena, Hamburgo, Valencia, Milán, Colonia y
Cracovia. También la Royal Opera House de Londres lo ha confirmado para
2020.
La Ópera de Zúrich señala que ha decidido mantener el contrato de
Plácido Domingo por dos razones. Por un lado, asegura que no ha recibido
"ningún informe negativo", ya sea de los "confidentes" internos o de la
"unidad de especialistas externos para acoso y hostigamiento". Además, la institución resalta que la "presunción de inocencia" es
"muy importante" y algo en lo que creen "firmemente". "Plácido Domingo
no ha sido condenado por ningún tribunal y las diversas investigaciones
formales aún están en curso y aún no han producido ningún resultado",
sostiene el teatro. En cualquier caso, la Ópera de Zúrich ha señalado que se compromete a
establecer "un ambiente de trabajo libre de acoso sexual", un
comportamiento que considera "delito penal" que "bajo ninguna
circunstancia se tolerará" en el teatro de la Ópera. En este sentido, este teatro ha destacado que desde agosto de 2018
cuenta con una política "vinculante" para todos los trabajadores, por la
que ha "designado y capacitado" a "representantes especiales de los
empleados para brindar apoyo calificado" a sus empleados en este tema en
particular, al tiempo que trabaja con una "unidad especializada
externa" para acoso, a la que los trabajadores pueden recurrir de manera
anónima.