Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

22 sept 2019

Áspero..................................................... Juan José Millás.

Hay sociedades a las que le vendría muy bien un ansiolítico, un relajante muscular, no sé, un sedante que las arrancara de la estupefacción.

Una persona toma una pastilla para dormir.
Una persona toma una pastilla para dormir.
La realidad se altera cuando dormimos mal. Sale uno de la cama con un embotamiento de carácter anímico que lo acompaña durante todo el día.

 

La mirada sucia................................. Javier Marías .

Como tocar se ha convertido en algo pecaminoso y en una agresión, la gente debe pagar para que el tacto no desaparezca enteramente de sus vidas.

HACE DECENIOS, cuando mi amigo Rafael Ruiz de la Cuesta trabajaba de traductor en Nueva York, en las Naciones Unidas, me contaba que, si se cruzaba en un pasillo con alguien, debía tener extremo cuidado para ni siquiera rozarlo, porque de lo contrario podía verse en un aprieto, según la susceptibilidad de la persona rozada.
 No recuerdo si había reglas al respecto o si todavía era sólo un riesgo que se corría.
 Ahora sí que hay Universidades y empresas estadounidenses en las que todo contacto físico está prohibido, incluido el de estrecharse la mano.
 En los últimos tiempos hemos sabido de denuncias contra personas que, al hacerse una foto de grupo, han apoyado levemente la mano en la cintura o el hombro de quien estaba a su lado, y esos gestos de cordialidad o amabilidad han sido calificados de “tocamientos inapropiados”, cuando no de “manoseo”. 
No sé, para mí ese gesto de “acompañar” al cruzar una calle, o de empujar suavemente el codo de alguien al atravesar una puerta, instándolo así a pasar primero, son parte de la normalidad más absoluta, y de la cortesía.

Exactamente lo mismo que removerle el pelo a un chaval en muestra de pasajero afecto, o que acariciarle la cabeza a un bebé.
 A nadie que visite los Estados Unidos se le ocurra hoy hacer eso, porque lo más probable es que se encuentre, en el mejor de los casos, con un padre o una madre furibundos que le espeten: “¿Qué le está haciendo a mi hijo, o a mi hija? 
Ni se le ocurra ponerles un dedo encima”, y, en el peor, con una denuncia en regla por “abuso de menores”. 
Tampoco es aconsejable dirigirles la palabra a los críos, porque esos padres histéricos se alarmarán igualmente, pensarán que los está persuadiendo para cometer iniquidades y pervirtiéndolos.
Este comportamiento enloquecido es producto de algo muy sencillo: mirarlo todo siempre con malos ojos;
 pensar siempre lo peor; ver intenciones turbias, cuando no podridas, en cualquier acercamiento; contemplar el mundo siempre con ojos sucios y con suspicacia;
 inferir que nuestros semejantes son depravados y que siempre los guía el mal.
 Claro que hay gente ante la que conviene estar en guardia, pero extender la sospecha al conjunto de la humanidad es una triste y medrosa manera de existir.
 Es la que, al menos en los Estados Unidos, se ha elegido.
 Y claro, acaba sucediendo lo grotesco.
 Como tocar, y aun rozarse, se ha convertido en algo pecaminoso y en una agresión, la gente debe organizarse y pagar para que el tacto no desaparezca enteramente de sus patéticas vidas. 
El pasado agosto EL PAÍS publicó un reportaje sobre la conversión de la “epidemia de soledad en un negocio”
 Se ofrece “comprar abrazos, paseos en compañía o ‘actividades familiares’ a adultos solitarios”. 
Se celebran “encuentros para charlar” y —atención— “fiestas de abrazos”: por 20 dólares se pueden tocar unos a otros, eso sí, “sin intenciones sexuales”.
 Hay una plataforma, Rent a Friend, que, como su nombre indica, proporciona “amigos de alquiler” en varios países y cuenta con 600.000 abonados, que pagan entre 10 y 50 dólares por hora.
 Cómo no, han de observar un “protocolo”: reunirse en un lugar público, tener el móvil a mano, decirle a un conocido dónde van a estar y a qué hora planean regresar. (Todo como adolescentes de permiso.)
 Aquí el contacto físico está vedado, no como en las “fiestas de abrazos”, y hay “vigilantes” encargados de que las normas no se infrinjan. 
Pero no crean: en las mencionadas “fiestas”, frecuentadas sobre todo por individuos de entre 35 y 70 años, es preceptivo el pijama “para no potenciar el deseo sexual”, de lo cual deduzco —lo ignoraba— que esa prenda nocturna está considerada anafrodisiaca, o provoca repelús y anula toda lujuria, no tengo ni idea.
 Lo cierto es que, en una foto ridícula que ilustraba el reportaje, se veía a un grupito de mujeres y hombres, más bien jóvenes, sentados uno detrás de otro en el suelo y apoyando cada cual, castísimamente, las manos en los hombros de quien lo predecía. (Si eso son abrazos, que venga John Ford y lo vea.) Y, en efecto, todos vestían camisetas holgadas, pijamas e incluso skijamas de presidiarios con rayas horizontales, e iban descalzos (¿los pies también anafrodisiacos?). 
Al fondo se distinguía a un robusto varón boca arriba y a una mujer, roque, medio apoyada en su pecho. 
La autora del reportaje no parecía tomarse nada de esto con ironía. Si vive en los Estados Unidos, quizá lo encuentre normal.
 A mí, qué quieren, el texto y las fotos me provocaron una mezcla de hilaridad y vergüenza ajena.
Si hablo de ello es porque, como sabemos, todas las memeces de los Estados Unidos acaban por instalarse aquí: a mi modesto y arbitrario juicio, España es el tercer país más idiota de Occidente, y el más americanizado. 
Todavía, por suerte, nos parece natural darnos palmadas, tocarnos el codo, besarnos en la mejilla, ponernos la mano en la cintura o el hombro, pasarle el brazo por encima a alguien como espontáneo gesto de afecto.
 Les recomiendo encarecidamente que conserven estas costumbres, o pronto tendremos que organizar dichos gestos, pagar euros por ellos, y, lo que es más humillante y molesto, desplazarnos en pijama por la ciudad. 
 

Desear es peligroso...........................................Rosa Montero.

La noticia dio la vuelta al mundo: Maluma recibía su primer avión. “Los sueños se cumplen”, dijo. 
Qué tremendo que tus sueños sean tener un jet privado.
SEGURO QUE lo vieron: Maluma, el famoso cantante colombiano, rompió a llorar, emocionadísimo, al recibir su primer avión privado, y la noticia dio la vuelta al mundo.
 Por cierto, todos decían lo mismo: su “primer” avión privado, como si de ahora en adelante fuera a ir atesorando una flota completa (si se ha puesto así por un avioncito de 14 plazas, lo que berreará cuando llegue al Airbus).
Vaya imbécil, pensé cuando lo leí. 
Y luego, también, qué ingenuo, porque fue él mismo quien publicó las imágenes en sus redes, alardeando de pajarraco y de lágrimas sin darse cuenta de la penosa impresión que producía.
 Este chico es el mismo que tuvo problemas por sus letras machistas; quiero decir que muy dotado de cacumen no parece que esté. 
Y, en efecto, le atizaron bastante en todas partes, sobre todo, y con razón, por ese exhibicionismo económico en un mundo tan lleno de desigualdades, carencias e infortunio. 
El precio de un jet privado como el suyo oscila entre 20 y 22 millones de euros,
un lujoso derroche del que resulta obsceno vanagloriarse.
Ahora bien, se diría que a la mayoría de sus fans les encantó el mensaje. 
Sólo en Instagram tiene 46 millones de seguidores.
 Este descerebrado es modelo de vida para muchos jóvenes, es una figura aspiracional con la que medirse.
 Si no consigues tu propio avión privado antes de los 30 años, tío (el cantante tiene 25), eres un pringado.
Pero lo peor es que el pobre Maluma tan sólo está llevando hasta un extremo caricaturesco la realidad en la que todos vivimos.
 Creo que no sabemos desear. La sociedad de consumo, que está cada día más acelerada, se alimenta de nuestros deseos: los parasita, los secuestra, los convierte en una compulsión tan resonante y vacía como una campana. 
El día del avión y los lagrimones, Maluma declaró: “Los sueños se cumplen”. 
 Qué tremendo que a los 25 años tus sueños sean tener un jet privado, piensas al leerlo.
 Y te dices: a mí se me ocurrirían muchísimas otras cosas. ¿Sí? ¿Qué otras cosas? ¿Qué deseas de verdad en la vida? ¿Qué has obtenido? ¿Y qué ha sucedido cuando lo has obtenido?

Ya conocen la famosa frase de Santa Teresa: “Más lágrimas se vierten por las plegarias atendidas que por las no atendidas”. 
Muy cierto; hay deseos cumplidos que pueden llevarnos a la catástrofe.
 Maluma debe de creer que poseer un avión es poseer el triunfo; aún no sabe que el éxito no es un lugar al que llegues y en el que puedas quedarte, no es un objeto de tu propiedad, sino que es un atributo de la mirada de los otros, te lo dan y te lo quitan azarosamente.
 A Maluma le queda mucha vida por recorrer; llorar a los 25 por su “primer” avión me temo que es un augurio de más lágrimas, y no de dicha.
Desear es una actividad de alto riesgo: las filosofías orientales lo saben muy bien, y por eso construyen su camino hacia la felicidad por medio de la supresión del deseo. 
Sin deseo, dicen, no hay frustración ni sufrimiento.
 Es la antigua ataraxia (que significa ausencia de turbación) de los filósofos estoicos y epicúreos. 
Las pasiones y los deseos, sostenían, nos llenan de dolor. La única dicha posible pasa por enfriarlas y apagarlos.
Yo soy hija de Occidente, una cultura mercantil basada en el deseo, de manera que a mí esta imperturbabilidad extrema me resulta ajena y hasta un poco angustiosa; me parece la paz del cementerio, porque para mí el deseo es vida.
 Pero es cierto que se trata de una materia radiactiva; que va asociado inevitablemente a una cuota de frustración que hay que aprender a digerir; y que, además, el deseo es la espina dorsal de nuestra existencia, es decir, algo muy importante.
 Algo que hay que pensar y elegir muy bien.
Pero no parece que tengamos mucho tiempo de reflexión en nuestros días. 
Yo creo que más bien vamos como cohetes por la vida, vamos desarbolados y desnortados actuando sin pensar, y, más que escoger nosotros los deseos, se diría que los deseos nos escogen a nosotros, pequeños deseos artificiales, simulacros de deseos que se adhieren como garrapatas, ropas, vacaciones caribeñas, coches, ordenadores, todas esas cosas que nos devoran, en fin, y a las que ahora se suma el avión de Maluma como guinda ridícula pero coherente.


Porque%20pueden


21 sept 2019

“Estimado juez, le escribo estas líneas para agradecerle que decidiera usted llevarme a prisión”

Un reo envía una carta de agradecimiento al magistrado que lo encarceló hace cinco años.

   

Carta de agradecimiento de un reo al juez que le envió a prisión.
Aunque la finalidad principal de la pena es la reinserción, entrar en prisión por un delito no suele ser visto como algo distinto de un castigo. 
Hay excepciones. Es el caso del reo que remitió al titular del juzgado de lo Penal número 10 de Sevilla, David Candilejo, una carta agradeciéndole que hubiera decidido hace cinco años encarcelarle.
 El juez publicó el texto en su cuenta de Twitter el pasado 17 de septiembre y desde entonces ha sido visto por más de 470.000 personas y compartido por más de 120.000 usuarios.

“Quizás usted podrá pensar '¿este hombre está loco? ¿agradecer entrar en prisión?”, escribe el recluso, quien le explica que precisamente esa decisión que tomó "hace cinco años y cinco meses”, cambió su vida. 

 “Después de más de 2.000 días recluido, la visión del mundo y la visión de la vida es absolutamente distinta al horizonte que tenía en aquellos momentos”, indica el remitente.

 En este tiempo, el preso ha aprobado secundaria y ahora cursa Bachillerato y el acceso a universidad enfocado a las ciencias sociales. 

“Creyendo en la justicia, la que me sacó de un infierno particular que tenía en aquellos momentos”, abunda.

Carta de agradecimiento de un reo al juez que le envió a prisión.

El hombre era un delincuente habitual que cometía robos por los “problemas de drogadicción que padecía”, según ha relatado el juez al Diario de Sevilla. 
Ya entonces, Candilejo lo había encarcelado provisionalmente por uno de esos delitos.
Esta no es la única decisión que ha tomado el magistrado que ha transformado la vida de alguno de sus enjuiciados.
 Otro interno ya le escribió agradeciendo la revisión de su pena, que se tradujo en la reducción de la condena, según explica en su perfil el juez.
 Incluso ha llegado a recibir a otro joven que tras salir de la cárcel le prometió que no volvería a delinquir.
El autor de la última misiva también expresa su deseo de acercarse a él para darle las gracias en persona.
 Así finaliza la carta, en la que, de nuevo, agradece al magistrado que le haya ayudado a crear “una vida nueva” que le ha hecho comprender que “el esfuerzo de una persona es el fruto y la mejor recompensa que uno puede cosechar”.
 La cárcel, más allá del castigo.