Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

17 sept 2019

Nueva luz en el duelo Unamuno-Millán Astray................. Tereixa Constenla




El enfrentamiento en Salamanca el 12 de octubre de 1936 entre el intelectual y el fundador de la Legión resucita en libros y películas que aportan datos para esclarecer lo ocurrido.

La vida de Miguel de Unamuno fue algo más que unos minutos de desafío dialéctico con José Millán Astray en la Universidad de Salamanca.
 En los últimos años, sin embargo, todo parece arrinconarle ahí: en ese momento de osadía e integridad en un paraninfo donde los jóvenes legionarios y falangistas voceaban más que la treintena de catedráticos presentes aquel 12 de octubre de 1936, Día de la Raza. Lo ocurrido en esos minutos adquirió tal carga simbólica —la inteligencia frente a la sinrazón, el pacifismo frente a la violencia— que, 83 años después, ha inspirado un pequeño boom unamuniano, espoleado por la película de Alejandro Amenábar (Mientras dure la guerra), que se estrena en salas el 27 de septiembre. 
Amenábar se ciñe a esos meses inciertos y violentos en los que Unamuno transita de la celebración del golpe militar a la condena del mismo. 
El 12 de octubre es el punto de no retorno.
 El momento en que los rebeldes se dan cuenta de que aquel escritor decepcionado con la Segunda República es una mente demasiado libre para callar lo que no comparte.
Portada del periódico 'Ahora' del 14 de abril de 1935 dedicada a Unamuno. 
 

Aparte de las notas escuetas del propio Unamuno para su improvisada intervención, no había apenas testimonios inmediatos de lo ocurrido sin la contaminación de la propaganda o la censura (como las crónicas periodísticas del día siguiente).

 Hasta ahora. Colette y Jean-Claude Rabaté, biógrafos de Unamuno, desvelan en dos obras de inminente publicación la aparición de un documento redactado por uno de los catedráticos presentes en el acto pocas horas después de los hechos. 

“Este testimonio da cuenta de que Unamuno recordó que era vasco, que tanto las mujeres rojas como las del bando nacional daban muestras de su falta de compasión, y pronunció también el famoso ‘vencer no es convencer’ al mismo tiempo que rebatió la noción de anti-España, y terminó haciendo el elogio de Rizal”, escriben en su biografía Miguel de Unamuno (1864-1936). Convencer hasta la muerte, que publica en los próximos días Galaxia Gutenberg y que es una versión actualizada con nuevas aportaciones de la publicada en 2009 por Taurus.

Notas que tomó Unamuno para la intervención el 12 de octubre de 1936.
Notas que tomó Unamuno para la intervención el 12 de octubre de 1936. Universidad de Salamanca
El testigo, que no identifican, enjuicia a los dos protagonistas del duelo verbal.
 “Critica ciertos términos pronunciados por Unamuno, tachándolo de antipatriota, pero denuncia también la violencia de Millán Astray, que terminó con vivas y mueras, y añade que le pareció mal excitar a la juventud”.
 El documento, en opinión de los biógrafos, corrobora “sin lugar a duda, que hubo un enfrentamiento verbal entre dos hombres cuyo carácter, vivencias e ideología eran totalmente dispares”.
 Los hispanistas han silenciado en esta biografía la identidad del testigo, que será divulgada en un largometraje documental de Manuel Menchón, que se estrenará en salas en diciembre o enero, y que coincidirá con la publicación en Pre-Textos de El resentimiento trágico de la vida. Notas sobre la revolución y la guerra civil, el último escrito de Unamuno, en una edición crítica de los Rabaté. En los pasajes sobre el asunto en la biografía, Colette y Jean-Claude Rabaté escriben:
 “Si bien Millán Astray debió pronunciar un ‘¡Viva la muerte!’, grito habitual entre miembros de la Legión, precedido o coreado por una parte del público, lo más polémico es el 
‘¡Muera la inteligencia!’ que los más de los comentaristas le atribuyen.
 Lo único seguro es que el legionario se alzó en contra de los intelectuales, actitud adoptada por la mayoría de los militares, sobre todo desde la dictadura de Miguel Primo de Rivera”. 
La elogiosa mención de Unamuno a José Rizal,
 héroe de la independencia filipina fusilado por los españoles, se considera el detonante que provocó al fundador de la Legión, que había tenido su bautizo bélico en la colonia.
A la vista de dos testimonios presenciales recogidos en el libro Arqueología de un mito (Sílex), que publicará el 25 de septiembre el historiador Severiano Delgado y que recopila las cinco versiones del 12 de octubre conocidas hasta hoy, el grito de Millán Astray es “¡Mueran los intelectuales!”. 
Esto es lo que afirmaron haber escuchado tanto el catedrático de Medicina José Pérez-López Villamil como el falangista Felipe Ximénez de Sandoval, presentes en el paraninfo.
 El psiquiatra Pérez-López Villamil lo recordó años después con temor:
 “Aquel momento fue de un gran miedo, había unos objetos reales que nos lo producían: las metralletas y las pistolas amartilladas de los legionarios y falangistas que estaban presentes en el claustro. Terrible, aquello fue tremendo”.
Su relato, recogido en la revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría en 1985, concuerda con el del testigo anónimo encontrado por los Rabaté y las notas manuscritas del propio Unamuno, que improvisó sus palabras movido por la irritación que le produjeron las alusiones a la anti-España. 
Lo que él pensaba del asunto quedó recogido con nitidez en esta cita de El resentimiento trágico de la vida: “No son unos españoles contra otros —no hay anti-España—, sino toda España, una, contra sí misma”.

“Este supuesto caudillo que no civiliza a los suyos”

A Unamuno le costó más desmarcarse de Franco que de su bando. “¡Qué cándido anduve al adherirme al movimiento de Franco, sin contar con los otros, y fiado —como sigo estándolo— en este supuesto caudillo que no consigue civilizar y humanizar a sus colaboradores!”, escribe en una carta citada por Colette y Jean-Claude Rabaté.
 “Al contrario de otros intelectuales que muy pronto se fueron de España, Unamuno careció de lucidez en ese momento preciso, y sobre todo resulta incomprensible la indulgencia que demostró hacia el dictador, como si hubiera olvidado la guerra de África o la represión de Asturias”, sostienen los biógrafos.

Una observación que comparte el historiador Severiano Delgado: “Incluso hasta el final de su vida mantuvo mucha fe en Franco, no sé por qué, pero Unamuno creía que el impulsor de la represión era el general Mola”. En diciembre de 1936, sin embargo, su opinión se ha endurecido: “Me temo que bajo la dictadura de Franco lo que menos se permita sea la franqueza. Lo que dominará será la molienda”. Unamuno sabe que han asesinado a sus amigos Salvador Vila, rector en Granada; Atilano Coco, pastor protestante, y Casto Prieto, alcalde de Salamanca. Digerida la ira por estas muertes, acabará insistiendo en sus últimas notas en una idea: “Hay que renunciar a la venganza”.

 

15 sept 2019

No sabemos nada..........................Juan José Millás

No sabemos nada
Cada vez que veo este edificio desde la M-40 de Madrid me pregunto si me debe gustar.
—No es el gusto lo que está en juego —dice una voz en mi cabeza—, sino la función.
—¿Y funciona bien como edificio? —inquiero.
—Cabe suponer que sí, debe de haber costado un riñón.
—Pero estoy harto de ver viviendas caras —insisto— que funcionan como viviendas, y que son un horror. No solo es la función, es la moral también.
—¿A qué clase de moral crees que respondería esta obra? —pregunta entonces la voz, mientras yo meto la tercera y piso el freno porque hay un atasco: el de media tarde, que los conductores entretenemos observando la mole del BBVA.
—A la peor —respondo yo—, a la del tamaño. No hay arquitectura suficientemente absurda si es lo suficientemente grande.


Porque pueden......................................................Rosa Montero..

¿Cómo es posible que este escalafón de abusadores haya sido tan común, tan pertinaz? Aun teniendo noticias de sus actos, los demás no les condenan.
Hace poco vi un chiste en Abc de un tipo que dice: “Soy un don nadie, un fracasado. Cuarenta años en la empresa y a nadie nunca se le ha pasado por la cabeza acusarme de acoso sexual”. 
Me rechinó tanto como el cierre de apretadas filas en apoyo de Plácido Domingo, coronado por esos espectadores de Salzburgo y otras ciudades que le ovacionan con ardor, y no por su magnífica carrera como tenor (ese mérito es monumental e imborrable), sino como incomprensible cheque en blanco ante las acusaciones de las mujeres.
El caso de Plácido me parece paradigmático.
 En su defensa han utilizado dos tópicos que también se han usado en otras ocasiones. El primero consiste en decir: “¿Y no podrían haberlo denunciado hace 30 años?”. Pues no.
 Claro que no podían. Incluso ahora, que los vientos son mucho más favorables, miren la que se arma, y cómo todos los poderes se lanzan a defender al implicado.
 El segundo argumento consiste en restar credibilidad a los acusadores; en esta ocasión el acento está puesto en que son ¡denuncias anónimas!
  Son fuentes de una periodista de un medio importante, AP, que prefirieron no salir con su nombre por miedo a las represalias. Plácido Domingo ostenta un enorme poder en el mundo de la música, legítimamente ganado; y además de eso, ya se sabe, los poderosos manifiestan una fastidiosa tendencia a protegerse los unos a los otros.
Mantener el anonimato de una fuente es una práctica común en periodismo y conlleva un trabajo de verificación antes de publicar el tema. 
En el caso de Plácido, como indicaba Amaya Iríbar en su estupendo artículo en EL PAÍS titulado Presunción de profesionalidad, la periodista Jocelyn Gecker, además de reflejar las nueve denuncias (la mezzosoprano Patricia Wulf dio su nombre, qué valiente, la han vapuleado), habló con otras seis mujeres que denunciaron proposiciones incómodas, y casi una treintena de trabajadores de la ópera dijeron haber presenciado “comportamiento inadecuado de índole sexual” por parte del tenor.
 Una inquietante suma de datos.
Cierto, puede haber denuncias falsas. Es más, estoy segura de que dentro del ingente movimiento mundial del MeToo las ha habido y las habrá.
 Somos humanos. Pero también estoy segura de que se trata de un porcentaje mínimo e inevitable en la búsqueda de la justicia.
 De hecho, sucede en todos los campos. Nuestro sistema judicial, por ejemplo, también se equivoca y condena a inocentes.
 No lo sabemos hacer mejor.
 Por eso, para intentar paliar los errores, creo que, si no hay sentencia, no se debe anular contratos o despedir a los denunciados. Pero otra cosa es la opinión que podemos tener de ellos. La gran cineasta argentina Lucrecia Martel, presidenta del jurado del festival de Venecia, lo acaba de expresar muy bien con respecto a Roman Polanski, otro personaje controvertido: “No voy a asistir a la proyección de gala del señor Polanski porque (…) no querría levantarme para aplaudirle. 
 Pero me parece acertado que su película esté en el festival, que haya diálogo y se debatan estos asuntos”. Exacto. Hay que airear e iluminar esas sombras.
 Con más inteligencia y más elegancia que la mayoría de sus cacareantes defensores, Domingo declaró que “las reglas y valores por los que hoy nos medimos, y debemos medirnos, son muy distintos de cómo eran en el pasado”. 

Pues sí, pero no.
 Porque muchos, muchísimos hombres de ese mismo pasado nunca se propasaron ni incomodaron a una mujer. 
Hay un amplio abanico de tropelías que van desde lo nimio, el pelmazo guarro que hace todo el rato comentarios procaces, hasta los criminales violadores de menores tipo Epstein. ¿Y cómo es posible que este escalafón de abusadores haya sido tan común, tan pertinaz? 
Verán, lo hacen porque pueden. Porque, aun teniendo noticias de sus actos, los demás no condenan.
 Porque ostentan el poder, se creen guapos y magníficos, piensan que las chicas a las que ellos escogen les deberían estar agradecidas. 
Por eso, si alguna les rechaza, incluso la apartan (“esta tonta, qué se creerá”) sin apenas darse cuenta de que eso es chantaje.
 Sí, lo hacen porque pueden. Y mientras haya gente dispuesta a aplaudir ciegamente, seguirán haciéndolo. 

Denuncias anónimas........................................Javier Marías

Sin dar la cara, cualquiera puede atribuirle a otro una vileza, impunemente.
 Pero hoy, los Estados, la prensa, la policía, alientan una sociedad de delatores.


ME GUSTARÍA SABER desde cuándo y por qué las denuncias anónimas tienen valor y merecen crédito, o la prensa “seria” se hace eco de ellas y las aumenta y acaba por elevarlas a la categoría de “verdad”. 
Una denuncia anónima ha sido siempre algo ruin y cobarde, a lo que se solía hacer caso omiso.
 Sin dar la cara ni el nombre, cualquiera puede atribuirle a otro una vileza, impunemente: no se arriesga a ser desmentido, a que se le afee el infundio, a que el calumniado lo demande por difamación. Hoy, lejos de condenarse, esas denuncias se fomentan, y los Estados, la prensa, la policía, alientan una sociedad de delatores, con todas las garantías para el delator.
 Se invita a la gente a que denuncie a sus parientes, vecinos y conocidos, y a la vez nos horrorizamos de esa misma práctica cuando la llevaba a cabo la Stasi.
 Lo que se mostraba en la película La vida de los otros es lo que hoy propician nuestras democracias.
 Hay quienes sostienen que esto está bien según el delito: abuso de menores, narcotráfico, terrorismo, fechorías eclesiásticas, medioambientales o de corrupción. 
abuso de menores, narcotráfico, terrorismo, fechorías eclesiásticas, medioambientales o de corrupción.
 Puede ser, pero es muy fácil que la justificación de unos casos lleve rápidamente a la de todos. La línea es tan delgada que más vale no intentar convertir a los ciudadanos en soplones anónimos y arbitrarios, porque, si todos lo son, entonces ninguno estamos a salvo.
 Cualquiera que nos tenga ojeriza o envidia, o se sienta ofendido por nuestra existencia, nos la puede arruinar con unas declaraciones a la prensa o unos tuits anónimos.
Hace poco este periódico dio una cobertura exagerada (dos páginas enteras el primer día) a los supuestos acosos de Plácido Domingo. Uno iba leyendo la prolija información y se encontraba con que: 1) de las nueve denunciantes sólo una daba su nombre; 2) ninguna había acudido a la policía ni a un juez; 3) los hechos hoy aireados se remontaban a veinte o treinta años atrás; 4) no se presentaban pruebas ni testimonios imparciales, sólo las afirmaciones anónimas y las de la cantante Patricia Wulf. 
La fuente era Associated Press. 
Que ésta sea una agencia fiable significa poco si no aporta pruebas. También el New York Times ha incurrido en pifias en más de una ocasión.
 Cualquier periódico debería saber que lo mal hecho, mal hecho está, venga de donde venga.

Miraba uno en qué consistían las acusaciones. No he visto a Domingo más que en televisión y no tengo ni idea de cómo es. Dando por buenas esas acusaciones (y ya es dar), sería lo que comúnmente se llama “un ligón”. 
 “Que alguien te esté cogiendo la mano durante un almuerzo de negocios es raro, o que te ponga la suya en la rodilla”, dice una voz anónima. 
Bueno, yo no lo veo raro: indica que quien lo hace pretende ligar o es “tocón”, como Mercedes Milá, que no paraba de tocar a sus entrevistados sin aparente intención.
 Otra voz asegura que Domingo le pidió insistentemente salir con ella. 
Eso significa que le gustaba, pero no veo delito ni cerdada ahí. Siete de las mujeres aseveran que sus carreras se vieron afectadas “por los avances no consentidos de Domingo”. 
Me temo que eso no hay forma de saberlo a ciencia cierta, y ningún avance puede ser consentido hasta que la persona “avanzada” da o deniega su consentimiento.
 La gente “prueba”, tanto hombres como mujeres —muchas mujeres, sí—, y hasta anteayer era la forma natural y aceptada de ligar.
 Dos de las denunciantes “sucumbieron” a las proposiciones del tenor. “¿Cómo le dices no a Dios?”, se pregunta una de ellas. Dan ganas de contestarle: 
“Pues diciéndole que no. Y además, nadie ha visto nunca a Dios”. La otra alega: “Me quedé sin excusas”, lo cual es una alegación extraña, porque siempre se puede dejar una de excusas y decir: 
“Es que no quiero y ya está”. ¿Acaso Domingo las forzó o amenazó?
 No, al parecer sus felonías van de proponer tomar una copa a besar a una mujer en la cara y “apoyar una mano en un lado de su pecho” (luego no “en su pecho”); de coger a otra por la cintura cuando se cruzaban y besarla “muy cerca de la boca” (luego no “en la boca”) a preguntar reiteradamente: “¿Te tienes que ir a casa?” Wulf, víctima de esta ofensiva pregunta, reconoce que Domingo no llegó a tocarla, “pero no había duda de sus intenciones”. 
Uno se asombra de que ahora se juzguen las intenciones y además estén penadas. 
Domingo puede que fuera un pelmazo, pero no un depredador sexual. ¿Merecía todo esto dos páginas enteras y el linchamiento subsiguiente?
 Ya he leído aquí mismo un par de artículos en los que, oportunistamente, se juntaba a Domingo con el nunca condenado Woody Allen, Michael Jackson y el millonario Epstein, involucrado en una red de menores. ¿Es todo lo mismo? 
Para los inquisidores actuales, sí. EL PAÍS no podía silenciar la “noticia” de Associated Press, pero sí haberle dedicado una modesta columna, hasta ver si las acusaciones eran menos insustanciales.  

El daño ya está hecho, sin embargo, y Domingo no se quitará jamás el sambenito de “acosador sexual”.
 Por ocho denuncias despreciablemente anónimas y la de Wulf, a la que el cantante no llegó a tocar. 
Basta de juicios populares precipitados y condenatorios, por favor.