Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

7 jul 2019

La elegancia hecha Mujer

Audrey Hepburn en una imagen publicitaria de 'Sabrina', 1954, fotografiada por Bud Fraker.
Solo dos veces en su vida Billy Wilder pareció ceder a la presión de Hollywood.
La primera fue con El vals del emperador, un favor que realizó a los estudios Paramount, que buscaban un argumento para Bing Crosby. 

Wilder la odiaba y se arrepintió toda su vida.
 La otra fue Sabrina, y no fue una rendición consciente, sino que sencillamente Wilder tocó el mito de la Cenicienta con una virginal Audrey Hepburn, de aire adolescente, que volvía loca a los hombres con sus sueños de una manera tan púdica que en Sabrina las conversaciones sexuales jamás rozan su personaje ("Mira esas piernas. ¿No son fantásticas?", dice el personaje de William Holden.
 Respuesta de su hermano, interpretado por Humphrey Bogart: "Las últimas piernas que te parecieron fantásticas le costaron a la familia 25.000 dólares").
 Su creador aseguraba que tenía muchos toques Lubitsch (el maestro de Wilder), que sabía insinuar de manera ligera y elegante sin caer en lo obvio.
Y eso que habla de un triángulo amoroso: el de la hija del chófer de una familia millonaria, una chica que pasa de pelusilla molesta a belleza etérea vía una educación en París, y los dos herederos: el currante Linus (Bogart) y el cigarra David (Holden).
Sabrina es clase, es gusto, es amor… pero a lo largo de su visionado hay algo que molesta, que chirría. Wilder siempre explicó que Sabrina no era perfecta, fue por su enfrentamiento con Bogart: "Hasta entonces había interpretado sobre todo a tipos duros con gabardina, que ocultaban sus sentimientos detrás de observaciones impertinentes.

 Y ahora debía engañar a una muchachita soñadora y cursi, para quedar, finalmente, a su merced. 
Por primera vez en su carrera tenía que interpretar a un hombre que llevaba pantalones de rayas, un sombrero rígido y un paraguas". Bogart respondía que nunca le dijeron "con quién iba a acabar Sabrina".
Y es que no lo sabían. Durante la filmación, Wilder hizo piña con Holden –ya habían trabajado juntos- y Hepburn, con ellos tomaba martinis… y porque en realidad el guion se escribía con solo dos días de antelación al rodaje.

 Hepburn y Holden protegieron a su director, le sirvieron como escudo para que nadie sospechara los problemas de escritura.
Así que Bogart se sentía inseguro en su personaje y apartado del grupito que todas las noches compartían copas, sin sospechar que después Wilder aún se quedaba despierto escribiendo y reescribiendo
. La leyenda habla de crisis de ansiedad del coguionista, Ernest Lehman; de enfrentamientos por el vestuario; de un alcohólico Bogart nervioso si la jornada de trabajo no acababa a las cinco (hora del trago), y de un último día de rodaje que Wilder remató mirando al cielo y gritando "¡Jódete!" a Dios.

Todo lo anterior no importa si uno mira en la pantalla a Sabrina subida a un árbol, si disfruta del sketch de las aceitunas con Martini, si se deja llevar por la evocación de un mundo lleno de gracia en el que Audrey Hepburn era la reina.

Tamara Falcó confiesa la faceta más desconocida de su madre

Es una de las personas más carismáticas del panorama social patrio. Tamara Falcó posee una personalidad arrolladora, un carácter único y divertido. 
Virtudes de las que ha vuelto a hacer gala en Mi casa es la tuya, programa en el que ha vuelto a participar. 
Y aunque Bertín Osborne pensaba que en su anterior encuentro ya había descubierto todos los secretos de la diseñadora, lo cierto es que en esta última entrevista ha seguido conociendo aspectos desconocidos de ella y de su familia, muy presente durante toda la conversación.
Tamara ha contado cómo es su madre, Isabel Preysler, en la intimidad. "Mami súper estricta. Cuando era pequeña, a mis amigas les daban paga y mi madre decía que ella me daba dinero cuando lo necesitara, pero no un dinero concreto.
 Claro, así tenía un control absoluto de dónde lo gastaba.
 Mami me decía que no a todo. ¿Puedo ir a la discoteca? Tú no, me da igual lo que hagan tus amigas…", aseguraba. 
Eso sí, confesaba que, a pesar de que discuten mucho, se lo pasa "genial" viviendo con ella en su residencia de Puerta de Hierro.
Además, la hija de Carlos Falcó ha asegurado que discute mucho con su madre, aunque las dos comparten un gran sentido del humor. "Discutimos muchísimo, pero nos reimos de las cosas. 
Me lo paso genial con ella, de hecho vivo con ella", relataba la próxima concursante de MasterChef Celebrity, que insistía en que no se puede imaginar el día que le falte.
 Además, entre risas también ha revelado que Isabel tiene muchas manías y confesaba a Bertín Osborne que cuando estuvo en ese mismo programa no dejaba de pensar en un par de persianas que estaban bajadas. 

Pero Tamara no solo ha desvelado aspectos desconocidos de la personalidad de su madre, sino que también lo ha hecho sobre su actual pareja Mario Vargas Llosa.
 Con la naturalidad y espontaneidad que le caracteriza, ha explicado que las manías no son solo patrimonio de Isabel Preysler y ha revelado una fobia del peruano: las pepitas.
 Además, ha contado que la primera vez que el premio Nobel fue a casa, su madre no dejaba de comer aceitunas provocando una tremenda incomodidad en el literato.

Los tropiezos de Máxima de Holanda

La reina aseguró en 2007 que no había encontrado la identidad holandesa, en 2016 tuvo que quitarse un abrigo con aplicaciones asociadas con esvásticas y esta semana ha saludado al polémico Bin Salmán.

Máxima de Holanda, el pasado día 2.
Máxima de Holanda, el pasado día 2. GTRES

 

 

Brianda y Jacobo Fitz-James, los nietos artistas de la duquesa de Alba

Nacieron rodeados de arte y ahora viven de él sin dar la espalda a las nuevas tecnologías.

Brianda y Jacobo Fitz James Stuart, en la galeria Espacio Valverde.
Brianda y Jacobo Fitz James Stuart, en la galeria Espacio Valverde.

 A Brianda Fitz-James le nace un coral rojo en la cabeza cuando se sumerge en un mar de dudas.

 A veces se ve rara a sí misma, con cola, cuernos, garras y alas de dragón.

 Cuando quiere dejarse llevar se monta en un cisne blanco que nada en un lago. 

Son algunas de las imágenes entre naíf y surreales que se pueden ver en su nuevo libro de ilustraciones Mi universo re-creativo, que publica la editorial Lunwerg y cuyos originales se exponen en la galería de su hermano, Jacobo Fitz James, llamada Espacio Valverde, escondida al fondo del patio de un vetusto edificio en el madrileño barrio de Malasaña.

 “En principio quería hacer algo más pop, un homenaje a mis referencias artísticas, cinematográficas, etc, pero al final me salió algo más intimista”, explica la autora, centrada ahora más en su faceta de ilustradora que en otras como las de diseñadora o dj ocasional.

Ahí, en la galería, reciben los dos hermanos.

 Son altos, graciosos aunque algo reservados, tienen una elegancia natural quizás fruto de su genética aristocrática: son nietos de Cayetana Fitz James Stuart, la que fue duquesa de Alba. 

La vena cultural y artística le debe venir de sus padres: Eugenia Fernández de Castro y Jacobo Siruela, fundador de la editorial del mismo nombre y actualmente responsable, junto con Inka Martí, de la editorial Atalanta, para amantes de las filosofías antiguas, las literaturas fantásticas, los secretos, los sueños y el esoterismo más culto.

“Desde pequeños hacíamos cosas creativas, pintábamos, nos llevaban a museos, el arte siempre nos ha rodeado de alguna manera”, dice Brianda, quien, además, asegura haber heredado también ese gusto por lo mágico, como se aprecia en su obra: “Siempre creo que todo me sucede por alguna razón", cuenta. Al final lo de la cultura se normaliza: 
“Es como mis hijos, que están acostumbrados a gatear por la galería desde pequeños: para ellos hacer cuadros o esculturas es algo tan normal como hacer torreznos”, bromea Jacobo.
De su infancia también recuerdan los animales, vivir rodeados de pelos, de hasta ocho gatos de angora, cuatro tortugas, dos perros, conejos y hasta una paloma. 
“Estaba malita y pasó con nosotros algún tiempo”, dice Brianda: a su madre le encantan los animales. 
“En nuestra familia estaban por encima en la jerarquía los animales que los niños”, relata el galerista, “lo que, por cierto, me parece muy saludable”.

 

Brianda y Jacobo Fitz James Stuart, en la galería espacio Valverde. 
Brianda y Jacobo Fitz James Stuart, en la galería espacio Valverde.
Jacobo capitanea la galería desde hace más de diez años. “No salvamos el mundo, pero al menos tratamos de conseguir que un grupo de personas, nuestros artistas, logren vivir de su trabajo”, explica. 
Y aunque siempre sean tiempos difíciles para este sector, hiperpoblado y competitivo, lo que no le gusta son esos discursos que animan perennemente a apoyar el arte:
 “Es un discurso victimista, como si el arte fuera un niño mutante al que hay que ayudar; en realidad habría que decir: ‘venid y uníos a esta fiesta’.
 Porque, además, esa es la realidad, una fiesta”.

Brianda nació en 1984 y Jacobo en 1981 así que quizás podríamos definirles como millennials, aunque no esté claro cuáles son las fronteras exactas de esta generación. 
“Lo que somos seguro es una generación bisagra entre el mundo anterior a esta revolución tecnológica y el actual”, explica Jacobo, que estuvo muy interesado por la cosa tecnológica en sus orígenes, en el Internet primitivo, cuando tuvo un blog de mucho éxito. Ahora no lo está tanto: 
“Tuve una etapa de rechazo total, un poco comeflores, y ahora me siento como un vejete dentro de una cosa tan nueva como las redes, es ridículo”, bromea. “Lo bueno de nuestra generación”, añade su hermana, “es que hemos podido conocer ambos mundos”.
 Brianda, de hecho, utiliza su Instagram (más de 46.000 seguidores) para hacer promoción de su trabajo artístico, con notable éxito: así recibe parte de sus encargos laborales.
 Ha llegado a colaborar con firmas como Gucci.
“Me preocupa estar demasiado enganchada a la tecnología, pero al final es parte del trabajo: esa ea la contrariedad”, explica. 
“Yo creo que pronto va a haber fuertes problemas de salud mental y salud pública con el asunto de la tecnología, porque va por delante y todavía no hemos sabido regular nuestro comportamiento cívico”, opina Jacobo, “pero estoy seguro de que en unas décadas estará muy mal visto mirar el móvil en público”.
 Lo que le importa a Jacobo, más que el futuro tecnológico, son sus dos hijos, de siete y cuatro años. “Eso lo focaliza todo”.