Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

27 jun 2019

Carlota de Mónaco se cuela en el Hay Festival de Segovia con grandes pensadores

La hija de Carolina de Mónaco hablará de su gran pasión, la filosofía.

Carolina Mónaco, con su hija Carlota Casiraghi y Tatiana Santo Domingo.
Carolina Mónaco, con su hija Carlota Casiraghi y Tatiana Santo Domingo. GTRES

 

Carlota Casiraghi, hija de la princesa Carolina de Mónaco, se ha colado en el exclusivo cartel del Hay Festival, que se celebrará en Segovia del 19 al 22 de septiembre, entre más de 20 creadores de distintos ámbitos que conversarán en diferentes actos sobre las ideas más recientes de la literatura, el arte o la arquitectura.
 La princesa intervendrá el día 21.
 Lo hará con su libro Archipel des Passions, un pequeño tratado sobre las pasiones que ha escrito con Robert Maggiori.
Licenciada en Filosofía en la Sorbona, Carlota Casiraghi es cofundadora del periódico ecológico Ever Manifesto y miembro fundador de Les Rencontres Philosophiques de Monaco, la institución que actualmente preside.
 Robert Maggiori es filósofo y crítico literario en el diario Libération, autor de numerosas obras, es también miembro fundador y presidente del jurado de los Premios de Filosofía  Les Rencontres de Mónaco y profesor de Casiraghi.
 Ambos autores presentarán su libro en conversación con su editor español Leopoldo Kulesz.
La pasión por la filosofía le viene a Carlota Casiraghi de la infancia. 
Fue Robert Maggiori, profesor suyo en terminale, el último curso de bachillerato en el Liceo de Fontainebleau, cerca de París, el que despertó esta vocación. 
“No ocurrió de un día para otro. Son muchas las cosas que me llevaron a apasionarme. 
De alguna manera siempre tuve la sensación de enfrentarme a la gran fragilidad existencial que todos afrontamos”, explicó Casiraghi a este periódico a primeros de junio durante los Encuentros filosóficos de Mónaco. 
Se considera privilegiada por haber crecido rodeada de libros y cultura. “Leí mucha poesía. Baudelaire y Rimbaud, que me acompañaron. 
Pero, una vez ahí, ¿qué haces? Es entonces cuando la filosofía nos ayuda a lidiar con esta intensidad de la vida y esta sensación de fragilidad.
 Y el encuentro con Robert me animó enormemente para continuar los estudios de Filosofía”. 

Desde la izquierda, Raphael Zagury-Orly, Robert Maggiori, Joseph Cohen, Jean-Sébastien Gérondeau, Marie Garrau —ganadora del premio 2019 de los Encuentros Filosóficos de Mónaco— y Carlota Casiraghi, en Mónaco.
Desde la izquierda, Raphael Zagury-Orly, Robert Maggiori, Joseph Cohen, Jean-Sébastien Gérondeau, Marie Garrau —ganadora del premio 2019 de los Encuentros Filosóficos de Mónaco— y Carlota Casiraghi, en Mónaco.
El propio Maggiori asegura que Carlota ha sido su mejor alumna en sus 40 años de carrera. 
"Gracias a la filosofía lo veía todo más claro, tenía la sensación de ser más consciente", señala la antigua alumna.
La hija de Carolina de Mónaco admite que sintió "soledad" desde la adolescencia por la que cultivó un gusto por la introspección y el análisis, aunque descarta que tenga nada que ver con la "familia un tanto peculiar" a la que pertenece. 
"La inquietud y la angustia existencial forman parte de la vida de cada uno.
 Mi experiencia personal está marcada por acontecimientos tristes, como la muerte prematura de mi padre, pero son cosas que le pasan a todo el mundo, independientemente de su origen", señala.
 "La compañía de los filósofos me daba la impresión de que no estaba sola", concluye.

26 jun 2019

Un comprador anónimo adquiere por sorpresa un lienzo atribuido a Caravaggio

La venta obliga a suspender la subasta de la pieza, descubierta en 2014 en un desván en Toulouse y cuya autoría es dudosa.

 
El 'Judit y Holofernes' atribuido a Caravaggio que debía subastarse en Toulouse. En vídeo, declaraciones del experto en arte Eric Turquin. AFP | VÍDEO: REUTERS
El misterioso cuadro descubierto hace cinco años en el desván de una casa cerca de Toulouse y atribuido a Caravaggio (1571-1610) ya tiene comprador. 
Se desconoce su identidad y el precio que ha pagado. 
Se sabe, eso sí, que esta persona no es francesa y que es alguien cercano a un gran museo en el que próximamente se expondrá esta versión de Judit y Holofernes, la segunda que habría pintado el artista barroco.
Un comunicado anunció ayer por sorpresa la suspensión de la subasta prevista para mañana en Toulouse, y la venta del lienzo estimado entre 100 y 150 millones de euros.
 El precio de partida en la subasta era de 30 millones de euros, informa la agencia France Presse.

“La venta está cubierta por un acuerdo de confidencialidad respecto al precio y a la identidad del comprador”, dice el comunicado. “Hemos recibido una oferta que era imposible de no transmitir a los propietarios del cuadro. 
El hecho de que la oferta proviniese de un coleccionista próximo a un gran museo convenció a los compradores para aceptar”, dijo ayer Eric Turquin, el experto en cuadros antiguos que identificó la pintura tras su descubrimiento.
“Lo teníamos todo organizado para la subasta en un gran evento público, pero hemos debido aceptar la decisión de nuestros clientes vendedores”, explicó Marc Labarbe, el responsable de la subasta que debía haberse celebrado después de que el cuadro se exhibiese, además de en Toulouse, en París, Milán, Londres y Nueva York.

La historia del segundo Judit y Holofernes de Caravaggio daría para una trama de misterio.
 Existen testimonios documentales de la existencia de este óleo de 144X173 centímetros supuestamente realizado en torno a 1607 en Nápoles, adonde el pintor había huido tras apuñalar a un hombre en Roma. Pero en 1617, el rastro desaparece. 
Además del Judit y Holofernes que Caravaggio pintó en Roma hacia 1600, el pintor y marchante holandés Louis Finson, que era un imitador de Caravaggio, pintó una copia con el mismo motivo, cuyo original podría ser la obra aparecida en Toulouse.
 Más pistas: en su testamento, Finson mencionaba el lienzo perdido de Caravaggio.

150 años en un trastero

La escena del cuadro es un motivo habitual en la pintura de la época, sacado de la Biblia
Muestra a una viuda judía Judit que decapita al caudillo asirio Holofernes que asedia su ciudad, Betulia. 
El rastro del cuadro reaparece en 2014, cuando una familia de Toulouse entra en un desván olvidado de su casa para arreglar una fuga de agua. 
Y descubren un cuadro polvoriento que aparentemente llevaba 150 años allí. 
La pintura llega a manos del experto Turquin en París y en seguida toma cuerpo la hipótesis de que sea el Caravaggio desaparecido, su cuadro número 66. 
Se abre entonces un debate académico.
 Algunos expertos sostienen que es Finson. 
 Otros creen que el cuadro lo empezó Caravaggio y lo concluyó otra persona.
 Otros corroboran que se trata de un caravaggio, quien sus obras no firmaba sus obras.
“La primera vez que vi el cuadro, en mayo de 2015, me convencí en seguida de su autenticidad, pero también comprendí que se trataba de una de estas obras que no lograrán el consenso entre los especialistas”, escribió Keith Christiansen, conservador jefe de pinturas europeas del Metropolitan Museum of Art de Nueva York. “El tiempo dirá qué opiniones prevalecerán. 
Pero quiero recordar que se trata de un artista que no puede clasificarse y cuyo trabajo exige renovar constantemente la mirada”, añadió.

 

 

La polémica acorrala a los duques de Sussex por sus desorbitados gastos

La casa real británica publica sus cuentas del último año fiscal y el alto coste de la renovación del hogar de Enrique de Inglaterra y Meghan Markle ha sido calificado como "escandaloso".

Vista general de Frogmore Cottage, el hogar de los duques de Sussex en Windsor, captada el pasado mes de abril.
Vista general de Frogmore Cottage, el hogar de los duques de Sussex en Windsor, captada el pasado mes de abril. Getty Images

 Parece que el príncipe Enrique y Meghan Markle no van a abandonar pronto el ojo del huracán en el que llevan meses instalados, especialmente porque la última polémica que les ha salpicado afecta directamente al bolsillo de los británicos. Según revela el informe financiero anual de la casa real, publicado este martes en su web, la reforma de Frogmore Cottage, la residencia en los terrenos del castillo de Windsor a la que los duques de Sussex se trasladaron en primavera, le ha costado a los contribuyentes 2,4 millones de libras (casi 2,7 millones de euros).

 Las obras fueron sufragadas por el Sovereign Grant, los fondos públicos con los que se financian los compromisos oficiales de los royals, el mantenimiento de los palacios reales ocupados y los sueldos del personal, mientras que los muebles, la decoración y otros accesorios los pagaron los Sussex de su bolsillo, al igual que cualquier mejora en las instalaciones que superara la calidad estándar aprobada.

Frogmore Cottage, una propiedad protegida del siglo XIX, fue un regalo de la reina a su nieto y su esposa, pero presentaba un inconveniente para su habitabilidad: estaba compuesta por cinco casas pequeñas destinadas a dependencias del personal. Los Sussex la han transformado en una sola vivienda más grande y con todas las comodidades de un hogar moderno, pero eso ha requerido cambios estructurales que, según enumera la prensa británica, incluirían la sustitución de vigas defectuosas, la actualización de los sistemas de calefacción y cableado, la renovación de las tuberías de gas y agua y la instalación de nuevos dormitorios, baños, chimeneas, escaleras y un suelo de tarima flotante en la cocina. 

“El plan consistió en la reconfiguración y renovación completa de cinco unidades residenciales en mal estado para crear la residencia oficial del duque y la duquesa de Sussex y su familia. Las obras se iniciaron en noviembre de 2018 y se completaron en su mayor parte a finales de marzo de 2019”, especifica el informe oficial.

 De ese “en su mayor parte” se infiere que la factura final de la reforma será aún más alta.  

Adelantándose a la tormenta mediática, Sir Michael Stevens, responsable de cuentas y tesorero de la Corona, ha subrayado que los arreglos de Frogmore Cottage –que es la única residencia oficial de los Sussex– eran necesarios para garantizar el mantenimiento a largo plazo de la propiedad, y no fruto de un derroche extravagante de los duques. 
“La propiedad no había sido objeto de obras desde hace algunos años y ya estaba destinada a la renovación de acuerdo a nuestra responsabilidad de mantener en buen estado los palacios reales ocupados”, ha afirmado.
 Asimismo, según fuentes del Daily Mail, este cottage de cinco dormitorios no es la vivienda grandiosa que algunos podrían pensar: 
“No hay ala para Doria [Ragland, la madre de Meghan Markle], no hay estudio de yoga. Es una casa familiar bastante acogedora”. Según recuerda The Telegraph, los duques de Cambridge se gastaron unos 4,5 millones de libras (5 millones de euros) en reformas antes de instalarse en sus dependencias en Kensington Palace. 
Pese a todo ello, la controversia no tardó en generarse. 
Usuarios –conocidos y anónimos– de las redes sociales se preguntaban por qué los Sussex no optaron por la opción, más fácil y económica, de quedarse a vivir en Kensington Palace. Graham Smith, consejero delegado de la organización antimonárquica Republic, definió las cifras de gasto como “escandalosas” y pidió una investigación parlamentaria sobre lo que considera un “mal uso flagrante de dinero público”. 
“Si incluso una escuela u hospital se enfrenta a recortes, no podemos justificar el gasto de un centavo en la realeza. 
Sin embargo, con todos los servicios públicos bajo una intensa presión económica, tiramos 2,4 millones de libras en una nueva casa para Enrique. 
Esto es corrupción escondida a plena vista”, declaró. 

Enrique de Inglaterra y Meghan Markle, el 8 de junio en Londres.
Enrique de Inglaterra y Meghan Markle, el 8 de junio en Londres. Getty Images
Durante el ejercicio fiscal 2018-2019, la monarquía le costó a los contribuyentes británicos 82,2 millones de libras (casi 92 millones de euros).
 Y, aunque el informe indica que esa cantidad supone un desembolso anual por persona de 1,24 libras (1,38 euros), los gastos de los Windsor siempre han estado bajo la lupa.
 Adalides de la nueva corriente anti-Meghan, además, no han perdido la ocasión de relacionar estos nuevos datos con el lujoso tren de vida que le achacan a la exactriz, quien, según el Mail on Sunday, ha llevado joyas por valor de 671.000 euros en el último año y medio. 
 El descenso de su popularidad parece quedar reflejado en el hecho de que Enrique y Meghan no hayan entrado en el top 10 de la lista de poder social –encabezada por los duques de Cambridge– que la revista Tatler, considerada la biblia de la alta sociedad, incluirá en su número de agosto.


Brad Pitt: crónica de un icono devorado por sus demonios

El actor, que vuelve este verano con la nueva película de Tarantino, vive una paradoja esquizofrénica: a pesar de ser guapo, rico y famoso, no es feliz.

brad pitt
Brad Pitt, a su llegada al prestreno de 'Érase una vez... en Hollywood' en la última edición del Festival de Cannes, en mayo de 2019. Foto: Getty

 En una entrevista para Rolling Stone de 1994 Brad Pitt aseguraba, mientras vaciaba jarras de cerveza sin parar, que no quería que la gente supiera nada de él: 

“No quiero que me conozcan. Yo no sé nada sobre mis actores favoritos, de otro modo se convertirían en celebridades”.

 Su plan ha salido regular. En estos últimos 25 años, Shania Twain se ha reído del tamaño de su pene en una canción (That don't impress me much) tras publicarse unas fotos de Pitt desnudo con su entonces prometida Gwyneth Paltrow; su primer hijo con Angelina Jolie fue apodado 

“el bebé más esperado desde Jesucristo”, y durante el parto de sus gemelos los paparazi alquilaron la planta superior del hospital para deslizarse por la fachada.

 Hasta el propio Pitt ha llegado a confesar que le gustaría “dar de hostias a Brad Pitt”.

 Es un hombre cansado de sí mismo pero, para su desgracia, el mundo nunca parece tener suficiente de Brad Pitt.

 Tanto sus escaramuzas sentimentales como profesionales (la última película llega el 15 de agosto, Érase una vez... en Hollywood, donde él y Leonardo DiCaprio están dirigidos por Quentin Tarantino) son seguidas con pasión.

Chris Schudy era el mejor amigo de Brad Pitt (Oklahoma, Estados Unidos, 1963) en el instituto. 
Cuando le llevó a casa para cenar, su madre le preguntó:  "¿De dónde has sacado a este dios romano?”. Pitt ya era una estrella en Springfield (Missouri) antes de montarse en su Datsun con 325 dólares en el bolsillo, a solo un trabajo de redacción para licenciarse en periodismo, y conducir durante 23 horas hasta Hollywood.
 Los Simpson viven en Springfield porque es el pueblo más común en Estados Unidos (existen 69 localidades con ese nombre) y, por tanto, describe un lugar genérico donde nunca ocurre nada.
Pero en Springfield, Missouri, ocurrió Brad Pitt: el canon de la belleza masculina de los noventa.
 Le bastaron 10 minutos en Thelma y Louise (1991) para decretar que el hombre perfecto ahora debía tener cara de adolescente, cuerpo de deportista de élite y, por primera vez en la historia, predisposición para dejarse cosificar.
 Por la calle, las mujeres le paraban no para pedirle un autógrafo sino un beso.
Los diez minutos de Brad Pitt en 'Thelma y Louise' es la mayor cosificación de un hombre que vería el espectador en los noventa.
Los diez minutos de Brad Pitt en 'Thelma y Louise' es la mayor cosificación de un hombre que vería el espectador en los noventa.
Hollywood puso la maquinaria en marcha (y él obedeció explotando el tic de humedecerse los labios en cada contraplano): si la belleza de Helena de Troya hundió mil barcos, la de Pitt llevaría a perder la cabeza a toda la que se enamorase de él. 
En el caso de Seven, literalmente. Juliette Lewis en Kalifornia; Julia Ormond en Leyendas de pasión (donde Pitt se iba de la película tres veces solo para poder volver a caballo y con el pelo al viento cada vez más lustroso que la anterior); Antonio Banderas en Entrevista con el vampiro; Claire Forlani en ¿Conoces a Joe Black?; Helena Bonham-Carter en El club de la lucha, y, según la prensa sensacionalista, Jennifer Aniston en la vida real pagaban caro enamorarse de Pitt. 
Y cómo le ocurría a Geena Davis en Thelma y Louise cuando Pitt le robaba todo el dinero que tenía, el público se quedaba con la sensación de que había merecido completamente la pena.

“No puedo esperar a caminar hacia el altar, ponerme el anillo y besar a la novia”, aseguraba el actor en 1997 ante su compromiso con Gwyneth Paltrow, quien en los rodajes bebía de una taza con la cara de su novio, “porque solo voy a hacerlo una vez en la vida”.

 El romanticismo tradicional de Pitt chocaba con la imagen que el público se había formado de él, pero su existencia está plagada de contradicciones: un galán que solo es feliz tirado en el sofá en pijama fumando porros (Paltrow tenía que arrastrarle a un restaurante una vez a la semana); una estrella que se queja de que le quitaron todas las escenas interesantes en Entrevista con el vampiro para que solo Tom Cruise se luciese (cuando le preguntaban por Cruise, Pitt evadía la respuesta asegurando que “Antonio Banderas es un tipo genial”), y una cara bonita con las inquietudes de un actor de carácter.

Durante uno de sus rodajes en los noventa, Pitt tuvo un ataque de pánico.
 Uno de los operarios se le acercó y le dijo: “Levanta la cabeza, deja de quejarte, eres el puto Brad Pitt; ya me gustaría a mí ser el puto Brad Pitt”. 
“Necesitaba escuchar eso”, recuerda hoy el actor en una entrevista para Esquire, “aquel día brillé gracias a eso”. 
Si Brad Pitt (el hombre) odia a Brad Pitt (la estrella) es porque su estatus de celebridad lleva años impidiéndole ser feliz.
Por eso hay cierto sadismo en su rebeldía contra su propia imagen pública.
 Para preparar Doce monos (1996) se encerró en una habitación a chocarse contra las paredes; en Seven (1995) exigió por contrato que la cabeza se quedara "en la caja” ante la insistencia del estudio de cambiar el final a uno más heroico; en El club de la lucha se quitó los empastes de sus dientes delanteros, y en Snatch. Cerdos y diamantes se inventó un acento ininteligible de gitano irlandés que hubo que subtitular. 
No es casualidad que en todas esas películas le destrozasen la cara a puñetazos.
“Me pasé los noventa tratando de esconderme y me volví loco huyendo de la cacofonía de la fama. Me ponía enfermo estar tirado en el sofá con un porro, me sentía patético”, ha admitido. “Intentaba encontrar personajes con vidas interesantes, pero yo no era capaz de vivir una vida interesante.
 Creo que mi matrimonio tuvo algo que ver”. Esta confesión, además de obligarle a emitir una disculpa pública hacia Jennifer Aniston (a quien conoció en una cita a ciegas gestionada por su agente), sugiere que Pitt está tan obsesionado con proteger su intimidad como ansioso de contarle sus miserias a cualquiera que quiera escucharlas. 
“Siempre he estado en guerra conmigo mismo, para bien o para mal, hay una discusión constante ocurriendo en mi cabeza”, reconoce, añadiendo que en varios periodos se ha sentido “absolutamente cansado” de sí mismo.
 Y entonces la película más intrascendente de su carrera, Sr y sra Smith (2005), le cambió la vida: aquí la chica no perdía la cabeza por Brad Pitt, sino que quería poner la de él en una bandeja de plata.

Brad Pitt y Angelina Jolie en el estreno de 'Malditos bastardos' en el Festival de Cannes en 2009. Se separaron en 2016.
Brad Pitt y Angelina Jolie en el estreno de 'Malditos bastardos' en el Festival de Cannes en 2009. Se separaron en 2016. Foto: Getty
El triángulo Aniston-Pitt-Jolie generó una nueva dimensión de fama: Brangelina, la unión de dos estrellas en condiciones escandalosas, colisionó en una supernova mediática.
 Brad Pitt, a diferencia de otras estrellas adúlteras como Ingrid Bergman o Liz Taylor, no tenía dónde esconderse y, un mes después de su divorcio de Aniston, le pillaron de vacaciones con Angelina Jolie en una playa de Kenia.
 A los cuatro meses Jolie estaba embarazada del hijo de ambos, Shiloh. 
Tres años después de conocerse Pitt era el patriarca de una prole de seis hijos, tres biológicos y tres adoptados por Jolie y posteriormente por él.

“En nuestra casa hay un barullo constante, ya sean risas, gritos, lloros o golpes.
 Me encanta. Me encanta. Me encanta. Odio cuando no están. Es agradable pasar un día en un hotel y leer el periódico, pero enseguida echo de menos esa cacofonía de la vida”, explicaba el actor.
Sin embargo, uno de sus directores, Andrew Dominick, describió la mansión del matrimonio como “un lugar donde te colocas nada más entrar por la puerta”.
 En una entrevista, tras recordar entre risas que el día que conoció a Quentin Tarantino vaciaron cinco botellas de vino, Pitt se bebía otras dos mientras bromeaba que no debería porque sus hijos “estarán en casa preguntándose dónde está papá”.
La involucración emocional del público en este romance, dividida en los bandos “equipo Aniston” y “equipo Jolie”, dejó a Pitt como un pelele que se dejaba llevar pero que, al menos, gracias a su nueva esposa había encontrado por fin un sentido para su vida mediante su colaboración con causas benéficas.
 Entonces su carrera voló a unas alturas inéditas en Hollywood al protagonizar siete películas nominadas al Oscar en ocho años y producir tres que lo ganaron: Infiltrados (2006), 12 años de esclavitud (2013) y Moonlight (2016).
 Pero Pitt vio la victoria de esta última en casa de un amigo porque no quería que su reciente divorcio acaparase la atención.
 (Quién iba a decirle que Warren Beatty y Faye Dunaway ya se iban a encargar de distraer la atención de los espectadores).

La separación de Pitt y Jolie pareció sacada, al igual que su unión, de un culebrón. 
Un jet privado. Un altercado entre un padre y su hijo (Maddox, que entonces tenía 15 años).
 Una mujer que coge a toda su prole e interpone la demanda de divorcio nada más aterrizar. Adele les dedicó un concierto, Internet se llenó de gifs de Jennifer Aniston sonriendo, y la aerolínea Norwegian Airlines lanzó la campaña “¡Brad está soltero!” para promocionar vuelos a Los Ángeles. 
Pero lo que para el mundo parecía una atracción de feria, para Pitt era un reencuentro con sus demonios y, una vez más, así quiso compartirlo con un periodista. 

Seis meses después de la separación, aún luchando con Jolie por la custodia compartida que Jolie le negaba, Brad Pitt concedió una entrevista sobre su propia depresión. 
De entre todas las casas que ha comprado en su vida (un rancho en Missouri de 242 hectáreas, una mansión en Nueva Orleans, un castillo en el sur de Francia, un apartamento en Nueva York, un piso de 600 metros cuadrados en Berlín), Pitt se refugió en su residencia de Hollywood Hills. 
En el sótano, donde Jimi Hendrix compuso May this be love, Pitt había pasado su matrimonio con Jolie fumando marihuana durante días enteros. 
Ahora el actor explicaba que cada mañana hacía un fuego mientras disfrutaba del proceso de preparar té matcha y cada noche hacía otro fuego porque era lo único que le hacía “sentir que había vida” en esa casa.
 Entremedias, pasaba las horas moldeando arcilla y escuchando a Frank Ocean, que es la música que ha acompañado a todos los divorciados del planeta en la última década.