16 jun 2019
Y, de nuevo, el prejuicio .........................Rosa Montero
El animalismo no trata de poner a los animales en el centro, ni de forzar a elegir entre estos o los humanos, sino de construir un mundo más ético.
TRAS LAS PASADAS elecciones, en el agitado remolino de comentarios de
Twitter, un periodista joven e inteligente que en general me encanta
escribió un comentario tópico y tontísimo: dijo que los animalistas
ponían a los animales en el centro mientras que él era “más de poner en el centro al ser humano”.
Me deprimió porque demuestra hasta qué punto los prejuicios pueden fundir hasta a las mentes brillantes.
Verán, no es una cuestión de poner a los animales en el centro, ni de elegir a los animales por encima de las personas.
No hay que elegir, de hecho.
Hay que luchar por todos los valores a la vez, porque no se puede defender una sociedad avanzada y civilizada que no contemple el respeto a todas las criaturas.
Es una cuestión de ética elemental. Estos reparos me recuerdan las demoras que siempre han sufrido los derechos de la mujer.
Cuando en 1789 se declararon los Derechos Universales del Hombre, casi nadie, salvo algunos genios como el gran Condorcet,
, se dieron cuenta de que no podían ser verdaderamente universales si no incluían a la mujer.
Y cuando Clara Campoamor pedía el voto para nosotras, la izquierda sostenía que eran mucho más importantes los resultados políticos supuestamente progresistas (¡las mujeres votarán a las derechas!, bufaban) que esa elemental, urgente dignidad.
Lo he vivido yo misma en la izquierda antifranquista: las reclamaciones de las mujeres eran postergadas en pro de las reivindicaciones, al parecer siempre mucho más importantes, de los trabajadores (de los trabajadores varones).
Con todo esto quiero decir que discriminar exigencias éticas esenciales no sólo es innecesario, sino reaccionario, y que tiene además un coste bárbaro, el de cargarse el supuesto sistema progresista que dices defender.
Es una ceguera producida por un prejuicio antropocéntrico milenario.
Claro, yo comprendo que escuece perder la tonta ilusión de ser el centro del universo, pero la ciencia está siendo implacable con nuestras pretensiones.
Me deprimió porque demuestra hasta qué punto los prejuicios pueden fundir hasta a las mentes brillantes.
Verán, no es una cuestión de poner a los animales en el centro, ni de elegir a los animales por encima de las personas.
No hay que elegir, de hecho.
Hay que luchar por todos los valores a la vez, porque no se puede defender una sociedad avanzada y civilizada que no contemple el respeto a todas las criaturas.
Es una cuestión de ética elemental. Estos reparos me recuerdan las demoras que siempre han sufrido los derechos de la mujer.
Cuando en 1789 se declararon los Derechos Universales del Hombre, casi nadie, salvo algunos genios como el gran Condorcet,
, se dieron cuenta de que no podían ser verdaderamente universales si no incluían a la mujer.
Y cuando Clara Campoamor pedía el voto para nosotras, la izquierda sostenía que eran mucho más importantes los resultados políticos supuestamente progresistas (¡las mujeres votarán a las derechas!, bufaban) que esa elemental, urgente dignidad.
Lo he vivido yo misma en la izquierda antifranquista: las reclamaciones de las mujeres eran postergadas en pro de las reivindicaciones, al parecer siempre mucho más importantes, de los trabajadores (de los trabajadores varones).
Con todo esto quiero decir que discriminar exigencias éticas esenciales no sólo es innecesario, sino reaccionario, y que tiene además un coste bárbaro, el de cargarse el supuesto sistema progresista que dices defender.
Es una ceguera producida por un prejuicio antropocéntrico milenario.
Claro, yo comprendo que escuece perder la tonta ilusión de ser el centro del universo, pero la ciencia está siendo implacable con nuestras pretensiones.
La secuenciación genómica nos ha demostrado que compartimos el 99% de los genes con los chimpancés, el 90% con las ratas, el 50% con la mosca de la fruta e incluso un 20% con las plantas (hasta el 50% en el caso del plátano).
Para ser los únicos emperadores de la galaxia, somos demasiado parecidos a todo lo demás.
Quiero decir que hay una clara continuidad orgánica.
Con chimpancés y bonobos nos parecemos tanto que hasta podemos hacernos transfusiones de sangre.
Los animales, en fin, están mucho más cerca de nosotros de lo que jamás hemos creído.
Tomemos la famosa lista de 15 atributos para definir la personalidad humana que redactó Joseph Fletcher, uno de los fundadores de la bioética: inteligencia mínima, autoconciencia, autocontrol, sentido del tiempo, sentido del futuro, sentido del pasado, capacidad para relacionarse con otros, preocupación y cuidado por los otros, comunicación, control de la existencia, curiosidad, cambio y capacidad para el cambio, equilibrio de razón y sentimientos, idiosincrasia y actividad del neocórtex. Pues bien, resulta que los grandes simios cumplen todos los apartados.
Según el conocido sociólogo Jeremy Rifkin, la gorila Koko, a la que se le enseñó el lenguaje de signos, puntuaba entre 70 y 95 en nuestros test de inteligencia, lo que la catalogaba como una persona de aprendizaje lento, no retrasada. Y no se trata sólo de los grandes simios.
En 2012, los más importantes neurocientíficos del mundo, reunidos en la Universidad de Cambridge, Reino Unido, firmaron la Declaración de Cambridge manifestando que los animales no humanos tienen conciencia.
Por supuesto que hay una gradación: no es lo mismo una medusa que un perro.
Pero hay una continuidad, y, de manera progresiva, todos estamos dentro del milagro de la vida, y también dentro del dolor y de la indefensión.
Por otra parte, numerosos estudios demuestran que hay una relación clara y directa entre el maltrato animal y la violencia ejercida contra las demás personas.
Aunque sólo fuera por conveniencia, deberíamos proteger a los otros animales porque así nos protegemos a nosotros mismos.
Pero no es por eso por lo que soy animalista.
Lo soy porque aspiro a un mundo más ético.
Porque lucho, precisamente, por la existencia de un ser humano mejor.
Una súplica.....................................Javier Marías
No sé quién será el nuevo alcalde o alcaldesa de Madrid, pero dejen de
ser desconsiderados y dañinos para los habitantes de esta ciudad
desdichada.
LAMENTO MUCHO ser insistente y repetitivo, y me disculpo por ello.
Pero es que la realidad lo es más; de hecho nunca da tregua. Madrid es una capital de la que se abusa todos los días del año, todos los años.
Padecemos unas 3.000 manifestaciones anuales, lo que arroja una media de casi 10 diarias. Todas se empeñan en recorrer “el centro”, para “ser vistas”. Sufrimos las de los madrileños y también las de los forasteros, que se desplazan aquí para protestarle al Gobierno. Las obsesivas procesiones de Semana Santa y otras fiestas religiosas; los desfiles del 2 de mayo, los de San Isidro, los de la Paloma; las maratones, triatlones, carreras de mujeres y de no mujeres, de dueños de perros (“perrotones”, santo cielo); el paso de las ovejas, jornada de la bici, del patinete, paradas de colectivos varios, batucadas insoportables e incesantes.
Moverse, trabajar, descansar, meramente vivir, son empeños imposibles.
ocurrió otra cosa a las autoridades que albergar una Final entre dos equipos de Buenos Aires —en el otro extremo del mundo— que se odian a muerte y cuyos hinchas tal vez sean los más salvajes del globo.
Y como eso no fue suficiente, el día que escribo esto se disputa la Final de la Champions que enfrenta a Liverpool y Tottenham.
Como se esperaba la invasión de unos 90.000 aficionados difíciles y cerveceros, las autoridades pensaron:
“¿Cómo podemos agravarles la situación a los madrileños, hacerles la existencia en verdad insoportable? Sobre todo a los que le dan la espalda al fútbol”.
Desde el miércoles (el partido en sábado) se dedicaron “espacios” a lo que durará 90 minutos, 120 si hay prórroga. La siempre maltratada Puerta del Sol fue inundada de armatostes espantosos y estridentes conciertos.
¿Les bastó? No, la emblemática Plaza Mayor fue convertida en un absurdo campo de fútbol, con su falso césped y graderíos. ¿Les bastó?
No, también la Plaza de Oriente, donde instalaron una gigantesca y horterísima réplica de la Copa, delante del mismísimo Palacio Real, para fastidiar la perspectiva. ¿Les bastó?
No, fueron asaltadas Callao, Colón, Felipe II, hasta la respetada y pequeña Plaza de la Villa.
El mismo “centro” que la alcaldesa hoy en funciones ha vetado a la mayoría de coches, perjudicando a quienes vivimos en tan amplia zona y no conducimos.
Yo vivo muy cerca de una de esas plazas arrebatadas.
El miércoles, ya digo (¡el miércoles!), la llenaron de enormes camiones, grúas, estructuras, pantallas, descomunales casetas. Improvisaron dos ridículos campitos de fútbol en los que, durante las cuatro jornadas que ha durado la barraca, de vez en cuando había tres o cinco muchachos peloteando… a 32 grados.
Un imbécil fingía retransmitir sus evoluciones con un megáfono (“El oponente se va al ataque” y sandeces por el estilo).
El resto del tiempo, música ratonera a gran volumen. Me acerqué a parlamentar.
Hablé con una mujer que dijo pertenecer a la organización de la cretinada profunda.
Educadamente, le expliqué que en la zona vivíamos y trabajábamos personas.
Le pedí que nos ahorraran al menos lo innecesario, como la grotesca “retransmisión” de unos ridículos peloteos.
En cuanto a la música, adujo que era “para atraer a la gente”. O sea que, ante la falta de interés espontáneo, había que llamarla como en las ferias.
Para tranquilizarme añadió: “No se preocupe, vamos a estar solamente de 12 del mediodía a 12 de la noche”.
No sé qué entendía por “solamente”; ¡12 horas, las fundamentales, durante cuatro interminables días!
Por supuesto no me hicieron ningún caso.
Lo más visible era el nombre de un Banco, que se leía unas 80 veces.
No diré ese nombre, voceado también por el megáfono, pues creo que el Banco es accionista de EL PAÍS y no quiero crearle a éste problemas.
Lo cierto es que se ha autorizado a una empresa apropiarse de un espacio común cuatro días, para emitir propaganda.
Inaudito.
Las otras plazas tomadas habrán sido un similar infierno.
Señoras Carmena y Villacís, señor Martínez-Almeida: hoy no sé cuál de ustedes será el nuevo alcalde o alcaldesa.
A quien finalmente lo sea, le elevo una súplica: dejen de ser desconsiderados y dañinos para los habitantes de esta ciudad desdichada.
No les impidan trabajar, moverse, descansar, vivir en las inmensas áreas que según ustedes constituyen “el centro”.
Recuerden que no es un escenario, ni un decorado, ni un zoco, ni un estadio, como han decretado desde hace lustros los alcaldes y alcaldesas, de derechas o de izquierdas.
Hay habitantes, residentes (más les vale que no huyamos todos), a los que el Ayuntamiento, con su permisividad absoluta para cualquier chorrada minoritaria, mortifica a diario.
No las alienten al menos, las chorradas y los caprichos.
No los inventen ni los fomenten.
No les corresponde ofrecer distracción y espectáculos sin fin a la ciudadanía más ociosa y jaranera.
No todo es recaudar dinero. Hay mil asuntos más importantes en la gobernación de una capital.
El principal es que los madrileños puedan hacer frente a sus quehaceres y problemas, que son muchos, sin agregarles obstáculos, impedimentos, trabas, martirio y ruido ensordecedor permanente.
Todo ello gratuito las más de las veces; todo superfluo.
PD. Encima, el partido fue malísimo.
Pero es que la realidad lo es más; de hecho nunca da tregua. Madrid es una capital de la que se abusa todos los días del año, todos los años.
Padecemos unas 3.000 manifestaciones anuales, lo que arroja una media de casi 10 diarias. Todas se empeñan en recorrer “el centro”, para “ser vistas”. Sufrimos las de los madrileños y también las de los forasteros, que se desplazan aquí para protestarle al Gobierno. Las obsesivas procesiones de Semana Santa y otras fiestas religiosas; los desfiles del 2 de mayo, los de San Isidro, los de la Paloma; las maratones, triatlones, carreras de mujeres y de no mujeres, de dueños de perros (“perrotones”, santo cielo); el paso de las ovejas, jornada de la bici, del patinete, paradas de colectivos varios, batucadas insoportables e incesantes.
Moverse, trabajar, descansar, meramente vivir, son empeños imposibles.
ocurrió otra cosa a las autoridades que albergar una Final entre dos equipos de Buenos Aires —en el otro extremo del mundo— que se odian a muerte y cuyos hinchas tal vez sean los más salvajes del globo.
Y como eso no fue suficiente, el día que escribo esto se disputa la Final de la Champions que enfrenta a Liverpool y Tottenham.
Como se esperaba la invasión de unos 90.000 aficionados difíciles y cerveceros, las autoridades pensaron:
“¿Cómo podemos agravarles la situación a los madrileños, hacerles la existencia en verdad insoportable? Sobre todo a los que le dan la espalda al fútbol”.
Desde el miércoles (el partido en sábado) se dedicaron “espacios” a lo que durará 90 minutos, 120 si hay prórroga. La siempre maltratada Puerta del Sol fue inundada de armatostes espantosos y estridentes conciertos.
¿Les bastó? No, la emblemática Plaza Mayor fue convertida en un absurdo campo de fútbol, con su falso césped y graderíos. ¿Les bastó?
No, también la Plaza de Oriente, donde instalaron una gigantesca y horterísima réplica de la Copa, delante del mismísimo Palacio Real, para fastidiar la perspectiva. ¿Les bastó?
No, fueron asaltadas Callao, Colón, Felipe II, hasta la respetada y pequeña Plaza de la Villa.
El mismo “centro” que la alcaldesa hoy en funciones ha vetado a la mayoría de coches, perjudicando a quienes vivimos en tan amplia zona y no conducimos.
Yo vivo muy cerca de una de esas plazas arrebatadas.
El miércoles, ya digo (¡el miércoles!), la llenaron de enormes camiones, grúas, estructuras, pantallas, descomunales casetas. Improvisaron dos ridículos campitos de fútbol en los que, durante las cuatro jornadas que ha durado la barraca, de vez en cuando había tres o cinco muchachos peloteando… a 32 grados.
Un imbécil fingía retransmitir sus evoluciones con un megáfono (“El oponente se va al ataque” y sandeces por el estilo).
El resto del tiempo, música ratonera a gran volumen. Me acerqué a parlamentar.
Hablé con una mujer que dijo pertenecer a la organización de la cretinada profunda.
Educadamente, le expliqué que en la zona vivíamos y trabajábamos personas.
Le pedí que nos ahorraran al menos lo innecesario, como la grotesca “retransmisión” de unos ridículos peloteos.
En cuanto a la música, adujo que era “para atraer a la gente”. O sea que, ante la falta de interés espontáneo, había que llamarla como en las ferias.
Para tranquilizarme añadió: “No se preocupe, vamos a estar solamente de 12 del mediodía a 12 de la noche”.
No sé qué entendía por “solamente”; ¡12 horas, las fundamentales, durante cuatro interminables días!
Por supuesto no me hicieron ningún caso.
Lo más visible era el nombre de un Banco, que se leía unas 80 veces.
No diré ese nombre, voceado también por el megáfono, pues creo que el Banco es accionista de EL PAÍS y no quiero crearle a éste problemas.
Lo cierto es que se ha autorizado a una empresa apropiarse de un espacio común cuatro días, para emitir propaganda.
Inaudito.
Las otras plazas tomadas habrán sido un similar infierno.
Señoras Carmena y Villacís, señor Martínez-Almeida: hoy no sé cuál de ustedes será el nuevo alcalde o alcaldesa.
A quien finalmente lo sea, le elevo una súplica: dejen de ser desconsiderados y dañinos para los habitantes de esta ciudad desdichada.
No les impidan trabajar, moverse, descansar, vivir en las inmensas áreas que según ustedes constituyen “el centro”.
Recuerden que no es un escenario, ni un decorado, ni un zoco, ni un estadio, como han decretado desde hace lustros los alcaldes y alcaldesas, de derechas o de izquierdas.
Hay habitantes, residentes (más les vale que no huyamos todos), a los que el Ayuntamiento, con su permisividad absoluta para cualquier chorrada minoritaria, mortifica a diario.
No las alienten al menos, las chorradas y los caprichos.
No los inventen ni los fomenten.
No les corresponde ofrecer distracción y espectáculos sin fin a la ciudadanía más ociosa y jaranera.
No todo es recaudar dinero. Hay mil asuntos más importantes en la gobernación de una capital.
El principal es que los madrileños puedan hacer frente a sus quehaceres y problemas, que son muchos, sin agregarles obstáculos, impedimentos, trabas, martirio y ruido ensordecedor permanente.
Todo ello gratuito las más de las veces; todo superfluo.
PD. Encima, el partido fue malísimo.
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