Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

12 jun 2019

México acusa a Carolina Herrera de apropiación cultural por su colección más reciente

La Secretaría de Cultura exige en una carta a la diseñadora venezolana una explicación por el uso de diseños de pueblos originarios.

Vestidos de Carolina Herrera inspirados en el sarape de Saltillo.

 

El joven diseñador Wes Gordon lleva un año trabajando como director creativo de Carolina Herrera, la modista venezolana que es un icono de las pasarelas. 
Resort 2020 es la reciente colección de la pareja creativa y está inspirada en la “alegría de vivir” de América Latina.
 Vogue la ha descrito como “juvenil, fresca y fiel a las raíces de la marca”. A esto puede sumarse también “polémica”. 
Algunos vestidos de temporada han generado molestias en el Gobierno de México
El Ejecutivo de izquierdas de Andrés Manuel López Obrador ha acusado a Herrera y Gordon de apropiación cultural al haber incorporado en sus prendas diseños y elementos identitarios de los pueblos originarios locales.

La secretaria [ministra] de Cultura del país, Alejandra Frausto, envió este lunes una carta de reclamación a ambos diseñadores. Frausto asegura en ella que algunos de los patrones utilizados en la colección forman parte de la cosmovisión de pueblos de regiones específicas de México.
 El Gobierno ha pedido a Herrera que explique “públicamente” los fundamentos que llevaron a la casa de modas a usar elementos culturales cuyo “origen está plenamente fundamentado”.
 Además, solicita a la modista que aclare si las comunidades portadoras de estas vestimentas se van a beneficiar de las ventas de la colección.
Una de las prendas, por ejemplo, es un largo vestido blanco que tiene bordados animales de colores brillantes que se entrelazan con flores y ramas.
 “El bordado proviene de la comunidad de Tenango de Doria (Hidalgo); en estos bordados se encuentra la historia misma de la comunidad y cada elemento tiene un significado personal, familiar y comunitario”, dice la ministra en el documento al que ha tenido acceso EL PAÍS.
Otros dos casos citados en la protesta de Frausto se refieren al uso de bordados florales sobre una tela oscura como los que se hacen en la región del istmo de Tehuantepec, en Oaxaca.
 Y la incorporación, en otros dos vestidos, del famoso sarape de Saltillo (Coahuila). “En la historia de este sarape encontramos el recorrido del pueblo de Tlaxcala para la fundación del norte del país”, explica la funcionaria del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) a la diseñadora afincada en Nueva York desde 1980.
Frausto cree que las prendas que el señor Gordon ha ideado para la casa Herrera pueden insertarse en un debate mundial sobre los derechos culturales de los indígenas.
 “Se trata de un principio de consideración ética que… nos obliga a hacer un llamado de atención y poner en la mesa un tema impostergable…: promover la inclusión y hacer visibles a los invisibles”, indica la carta, con fecha de 10 de junio. 
Este periódico intentó sin éxito contactar con la oficina de Carolina Herrera en Nueva York para conocer la reacción tras la carta.
Ya decía yo que Carolina ya no es la Carolina Herrera de mis sueños , ahora toca esperar que nos vista como a Frida Khalo cejijunta y con bigote.....no no Carolina no es ya Carolina que las dependientas ganan menos de lo que cuesta un vestido suyo o un bolso......no no y menos ir de mejicana linda y bonita... 

proyecto para una ley de salvaguardia de los conocimientos, cultura e identidad de los pueblos indígenas y afromexicanos. La norma pretende derogar algunas leyes vigentes de derecho de autor para impedir que los diseñadores utilicen este tipo de ilustraciones sin el consentimiento de los pueblos.
“Es una ley muy grande que da la titularidad de estos elementos a las culturas originales”, explica a este diario la senadora Susana Harp, de Oaxaca, presidenta de la comisión de Cultura y autora de la norma, que será trabajada durante dos meses más junto a otros instrumentos legales. 
“El mercado debe entender que no se trata de dos bolitas arriba o dos bolitas abajo. Estos diseños son imágenes de su cosmovisión. Las comunidades piden respeto, no piden dinero. Quieren que los diseñadores se acerquen a ellos y pidan permiso”, agrega la legisladora. 
Uno de los apartados de esta ley indica que los pueblos originarios podrán firmar, o no, convenios con los diseñadores que pretendan utilizar sus diseños.
Harp indica que también existen ejemplos de buenas prácticas del trabajo con artesanos locales. 
Entre ellas Roche Bobois, una mueblería francesa de alta gama, que hizo una colección basada en arte huichol. Por cada pieza vendida, los indígenas obtienen un ingreso.
 La mexicana Carla Fernández también se ha convertido en un referente con sus colecciones influenciadas en la riqueza textil de los pueblos originarios.
 Una riqueza que Carolina Herrera tendrá que explicar al Gobierno mexicano.

Eterna añoranza, señor Wayne...................... Carlos Boyero

El protagonista de películas como 'Centauros del desierto' o 'El hombre que mató a Liberty Valance' es una de las presencias más grandiosas de la historia del cine.

John Wayne, en 'La diligencia'.
John Wayne, en 'La diligencia'.
Se llamaba Marion Robert Morrison, nombre escasamente cinematográfico. 
Sonaba mucho mejor John Wayne.
 Este martes hizo cuarenta años que se largó de este mundo.
 Creo que tenía 72 años, pero parecía invulnerable, era la imagen de la fortaleza, costaba imaginártelo devastado física y mentalmente, en una silla de ruedas o en estado vegetativo. 
Durante toda su vida estuvo afiliado a la derecha más dura, militó en la Legión Americana y en la Asociación Nacional del Rifle, apoyó las siniestras listas negras durante la caza de brujas que montó aquel delincuente tan patriotico llamado McCarthy, defendió hasta la militancia la intolerable guerra de Vietnam y la glorificó en Boinas verdes, la única y mediocre película que dirigió.
 Cuentan de él que siempre fue inquebrantable amigo de sus amigos, todas su esposas fueron de ascendencia latinoamericana, le gustaba beber y fumar.
  Dicen que el cáncer que le mandó al cielo, al infierno o a la nada fue consecuencia de la radiación a la que se expuso durante el rodaje de El conquistador de Mongolia, esa desmesurada osadía en la que se atrevieron a algo tan improbable como que Wayne interpretara a Gengis Kan.
De Wayne, aseguran los puristas de la interpretación, los antiguos apologistas de la expresión corporal, los feligreses del Método, que este hombre solo era capaz de interpretarse a sí mismo, que era nula su capacidad para desdoblarse, que no poseía matices, que siempre hacía de John Wayne.
 Estoy de acuerdo. Por eso me gusta tanto. 
También puedo admirar a los grandes camaleones. 
Pero lo del amor es ootra cosa. 
Y Wayne me resulta una de las presencias más grandiosas de la historia del cine, alguien que me hipnotiza permanentemente y al que quiero, que me hace comprar la entrada por el placer de verle y oírle, que desde la sobriedad gestual me ha regalado muchas e impagables emociones.
 Y por supuesto, acusan al personaje real de fascista. Probablemente lo fuera. 
 Pero eso es algo que jamás percibo en el arte que despliega su personalidad en una pantalla.
 Y ese fulano es legal y fuerte, inspira confianza, te sentirías bien con él en el peligro y en la fiesta.
 Y puede interpretar a gente atormentada o en derrota, pero es imposible que te lo puedas creer como villano.
 Le ocurre lo mismo que a los extraordinarios James Stewart y Henry Fonda (y no me olvido de esa tontería dormitiva de Leone titulada Hasta que llegó su hora.
  Son mis actores favoritos. Junto a Cary Grant y Robert Mitchum. Pero estos si podían ser perversos.
 Pruebas sublimes de ello: La noche del cazador, El cabo del terror, Encadenados. 
 Y constato que todos ellos pertenecen a la misma época, en la que se rodó el mejor cine que ha existido. 
Perdón, el que más me gusta a mí.

 Cuentan que los majestuosos andares de Wayne los copió de John Ford.

 A cambio, Wayne fue el transmisor ideal del universo y los sentimientos de ese inigualable poeta del cine, de ese señor que se presentaba desdeñosamente una y otra vez como un profesional que se limitaba a hacer su trabajo, que no tenía nada que ver con el lirismo ni con el arte.

 Ford se refería a Wayne como “ese pedazo de carne”, pero está claro que su relación, más allá del trabajo, debió de ser paterno filial.

 Y Ford debía de ser un padre duro, mordaz y gruñón. Rodaron juntos 12 películas, memorables casi todas. Y tres obras obras maestras.

 Muy tristes dos de ellas y otra un canto luminoso a la alegría de vivir. 

Pocas tragedias comparables a la de Ethan Edwards en Centauros del desierto y la de Tom Doniphon en El hombre que mató a Liberty Valance. 

 El primero, más solo que la una bajo el sol del desierto en el escalofriante plano final.

 El segundo, quemando la casa que significaba el triunfo de sus sueños, matando a su enemigo a traición y desde la oscuridad, sabiendo que eso significa renunciar para siempre a la mujer que ama.

 En la maravillosa El hombre tranquilo, la plenitud acaba triunfando en ese paisaje mágico después de habérsela trabajado mucho el boxeador atormentado y la mujer que no quiere renunciar a su sagrada dote.

 Y por supuesto que en los tiempos actuales Ford no podría haber contado esa historia. O sería crucificado.

 Wayne también trabajó en cinco ocasiones con Howard Hawks, otro creaor que está más allá del elogio.

 Que divertida y emocionante es ¡Hatari!. Como es la ronda por el pueblo, acechados por todos los peligros, de Wayne y Mitchum, ambos lisiados, en El Dorado. 

 Wayne solo recibió un Oscar, que sonaba a honorífico, por su admirable composición de ese cazador de recompensas, viejo, alcoholizado y tuerto, en Valor de ley. 

Yo se lo hubiera dado todos los años.

 El gran reaccionario era el tipo más auténtico y épico cuando le filmaba la cámara. 

Y la cámara no miente. Siempre acaba revelando la verdad. Su amor hacia determinados intérpretes está justificado.

Y......señor Boyero....¿Por qué no dice nada de Tu a Boston y yo a California?

Yo lo veía en las que usted nombra porque eran toleradas para menores....pero las pelis del Oeste me aburrían una barbaridad. 

Las de Mitchum era diferentes y daban miedo....aunque yo era ya mayor......

11 jun 2019

‘Big Little Lies’: Volver, distintos, a Monterey

La segunda temporada de la serie de HBO muestra un mundo en el que todo ha cambiado pero debe fingir no haberlo hecho.

 
Avance de la segunda temporada de 'Big Little Lies'.
Como un habitante más de la pequeña y chismosa Monterey, la segunda temporada de Big Little Lies finge muy bien.
 Finge, para empezar, que el cineasta Jean Marc Vallée, el particular productor de la primera temporada, no se ha ido a ninguna parte.
 El estilo inconfundible, de arty flashes, su narración puramente cinematográfica –se dice que los guionistas sufren, al menos, sufrió la escritora Gillian Flynn en Heridas abiertas, cuando trabajó con él porque si por Vallée fuera, nadie hablaría, todo lo contaría la música y la imagen–, intenta seguir ahí, pero se nota que es solo un intento.
Aunque ya no se base en la novela de Liane Moriarty, esta nueva temporada cuenta con la propia Liane Moriarty: es decir, no es como Juego de tronos, aquí nadie está jugándosela, y mucho menos, su creador, el siempre cauto y brillante David E. Kelley.
 La propia autora está asegurándose de que sus personajes siguen siendo los que eran y escribiendo, para televisión, la inesperada continuación de su novela. 
La cual no solo a nivel formal se presenta como una versión de la primera, sino también y sobre todo, a nivel narrativo, pues todo apunta a que va a ser el negativo de la anterior.
Por ejemplo, lo que vemos ahora, por fin, son los flashbacks a los interrogatorios de las chicas y no a los de los vecinos.
 De hecho, la acción se sitúa en un presente que vuelve al pasado y no en un pasado que vuelve al presente –como ocurría en la primera temporada, narrada con saltos hacia el futuro hasta el desenlace que unía las dos líneas temporales–.
Y pensemos en los personajes. 
El primer día de colegio de la primera temporada se odiaban. No todas, pero sí casi todas. Cuanto menos, estaban en bandos distintos. 
Ahora están en el mismo. Comparten un secreto.
 El binomio Jane-Bonnie (Shailene Woodley-Zoë Kravitz) ha cambiado.
 Antes Bonnie era feliz, era el personaje más en paz consigo misma, mientras que a Jane la consumía el pasado y el miedo. Ahora, a Bonnie la consume la culpa –fue ella quien empujó a Perry–, se ha convertido en un Raskolnikov, mientras Jane baila en la playa, atada al mismo ipod que antes le servía para evadirse. Coquetea con su compañero en el acuario. 
Sonríe. ¿Bonnie? Bonnie ni siquiera puede mirar a la cara a Nathan (James Tupper).
 No se soporta.
La constante es la insuperable Reese Whiterspoon, en el papel de su vida: madre joven desafortunada en un primer matrimonio, aparentemente feliz en el segundo, de existencia huracadamente shakesperiana y encantadoramente engreída (y, por cierto, su reconversión en agente inmobiliaria promete).
 Ahora enfrentada a la siempre enorme Meryl Streep en un duelo de titanas delicioso.
 Porque no es que Streep encaje, es que parece que haya estado ahí desde el principio.En el papel de la madre del muerto (Alexander Skarsgård), Mary Louise, Streep es, también, en cierto sentido, el reverso del personaje de Whiterspoon.
 Su actitud pasivo agresiva es siempre edulcorada y falsa, no dice lo que piensa aunque todos lo saben, mientras que la de Mary Louise es directa y franca y durísima. 
“La gente bajita no es de fiar”, le suelta a la propia Madeline, un segundo después de decirle que es “muy bajita”, en una de las primeras escenas de Streep, esa mujer en la que viven cientos de personas, esta vez, lo que parece una mujer amargada contenida, con, veremos si se confirma, cierta tendencia al estallido psicopático.

El personaje eje, Celeste (Nicole Kidman), se debate entre el recuerdo perverso –aquel que le muestra a su marido maltratador como el padre y amante devoto que los pérfidos flashes del duelo y la culpa le devuelven– y la pesadilla inculpatoria, la única que amenaza con destruir el cierto grado de normalidad que su vida ha alcanzado. Todo en su vida es distorsión y readaptación a este nuevo mundo en el que todo ha cambiado, pero, como decíamos al principio, como en cualquier pequeño infierno cotidiano de apariencias, debe fingir no haberlo hecho.

 

 

¿Está el ‘Salvator Mundi’ en el yate de Mohamed Bin Salmán?

El destino del cuadro más caro del mundo toma nuevos derroteros mientras siguen las dudas sobre si es una obra de Leonardo o de su taller.

Empleados de Christie's, frente a la obra antes de ser subastada en 2017. En vídeo, el 'Salvator Mundi', el cuadro más caro de la historia, pone en jaque el rigor del Louvre.
¿Recuerdan el valioso cuadro atribuido a Leonardo da Vinci que un príncipe árabe compró hace año y medio por la friolera de 450 millones de dólares (382 millones de euros)?
 El Salvator Mundi iba a exponerse en el recién inaugurado Louvre Abu Dhabi, según informó el museo, en lo que muchos observadores vieron un regalo del heredero y hombre fuerte saudí, Mohamed Bin Salmán, a su homólogo y mentor emiratí, Mohamed Bin Zayed. 
El generoso detalle desató ríos de tinta.
 Luego, el silencio.
 Ahora, un experto en arte asegura que el cuadro cuelga en un salón del yate del príncipe Mohamed Bin Salmán, conocido como MBS.
“Aparentemente, la obra se sacó de forma subrepticia en medio de la noche en el avión de MBS y se trasladó a su yate, el Serene”, revela Kenny Schachter en la web Artnet.
 El conocido marchante y comisario de exposiciones radicado en Londres cuenta que ha sabido de ese destino a través de un contacto "con estrechos lazos en Oriente Próximo” y luego explica que entre sus fuentes hay “dos personalidades involucradas en la transacción”.
 Tanto Schachter, como Artnet, una plataforma de investigación y subastas de arte con sede en Nueva York pero de propiedad alemana, están consideradas fuentes fiables en el mundo del arte.
La sorpresa por el destino poco ortodoxo del cuadro se une al debate sobre la autenticidad de la obra.
 Desde poco después de su venta, se ha cuestionado si el Salvator Mundi era realmente obra de Da Vinci y varios expertos se inclinan por que fue un trabajo de su taller, tal vez con un retoque final del maestro.

"Escalada armamentística" en el arte

La noticia de su traslado al yate, difícil de confirmar, une arte y política en lo que el propio Schachter califica de “escalada armamentística del arte”. 
La rivalidad regional subyacente a la crisis diplomática del Golfo, que enfrenta a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU) con Qatar, también tiene una vertiente cultural. 
Desde que la familia gobernante catarí decidiera competir con el oropel de Dubái (la punta de lanza de la proyección internacional de Emiratos) a base de museos, Abu Dhabi (otro de los siete miembros de EAU) se sumó a la pugna con su propia ciudad de la cultura en la isla de Sadiyat.
Tan ambiciosos proyectos solo eran posibles gracias a las enormes riquezas que proporcionan los hidrocarburos (gas en el caso de Doha y petróleo en el de Abu Dhabi). 
Surgieron dudas sobre la profundidad del compromiso. 
Pero a pesar de los retrasos provocados por los vaivenes del mercado, los proyectos han ido saliendo adelante con razonable éxito. 
Así que cuando el ambicioso MBS se planteó como actualizar su país, anquilosado social y culturalmente, se fijó sin duda en sus vecinos, en especial el emiratí Mohamed Bin Zayed (MBZ), a quien el New York Times ha calificado como “el gobernante árabe más poderoso”.
MBZ se convirtió en mentor de MBS (según The New York Times, incluso maniobró para que llegara al trono desplazando a su primo Mohamed Bin Nayef) y fue quien le introdujo en la Casa Blanca. De ahí vendría el supuesto regalo del Salvator Mundi al Louvre Abu Dhabi, eje central de la ciudad de la cultura emiratí. 
 Nunca hubo nada oficial. 
De hecho, la obra la compró formalmente otro príncipe, Badr Bin Abdalá Bin Mohamed Bin Farhan al Saud, pero en el mundo de las grandes subastas es habitual el uso de intermediarios.