Los independentistas tratan a España, y a la parte mayor de Cataluña,
como a un combatiente. Dejan de lado las reglas, las leyes, la verdad,
los miramientos.
HACE ALGO de tiempo, Puigdemont, Torra o uno de los suyos, tanto da,
expresó con claridad este sentimiento, con estas o parecidas palabras: “El Estado español es el enemigo”. (Y puede que dijera “España” en esta
ocasión.) Se armó un poco de escándalo, efímero como son hoy los
escándalos, y me suena que el autor de la frase, o alguien cercano,
trató de matizar con la boca pequeña: “Queremos mucho a los españoles,
hablamos también castellano, etc”. La primera manifestación es desde
luego la que ha prevalecido, y no es raro oírla de nuevo en labios de
otros dirigentes secesionistas o de sus paniaguados de radio y
televisión. Pese al momentáneo escándalo, tengo la impresión de que casi
nadie se tomó en serio la declaración, o —mejor— no se la tomó al pie
de la letra. A estas alturas, sin embargo, no cabe duda de que se quiso
decir lo que se dijo. Los independentistas tratan no sólo a España, sino
a la parte mayor de Cataluña que no comulga con ellos, como a enemigos. Cuando hay una guerra, para los combatientes todo vale. Se dejan de
lado las reglas, las leyes, la verdad, los miramientos; la palabra que
se da a ese enemigo carece de valor y el que la da no se siente
vinculado a ella; es más, considera su deber patriótico engañar por
cualquier medio, tender trampas, utilizar argucias, falsear los hechos,
negar lo evidente con desfachatez, incumplir los pactos acordados, ser
sibilino y taimado, asegurar que ofrece diálogo e ir a parlamentar con
un puñal oculto, aprovecharse de la ingenuidad ajena para sacar ventaja y
herir mejor. Todo está permitido: la mentira constante, el infundio, la
amenaza, el chantaje, la calumnia, la fabricación de pruebas falsas, la
absoluta manipulación. Cuanto he enumerado lleva dándose ya mucho tiempo en el “bando”
secesionista. Orquestadas campañas de desprestigio, demonización del
“Estado español”, vetos y zancadillas a políticos que no son de su
cuerda, presentación del país como falsa democracia cuando no como
régimen franquista, negación de la independencia de su justicia,
acusaciones de “opresor”, de “castigar las ideas” y abolir la libertad
de expresión, comparaciones con la Turquía totalitaria de Erdogan a la que tanto se asemeja, curiosamente, el proyecto de República Catalana concebido y parcialmente ejecutado por ese “bando”. Lo único que por fortuna
falta es la guerra propiamente dicha, y espero que nunca se le ocurra a
nadie iniciarla. Pero, en todo lo demás, España y más de la mitad de los
catalanes son tratados como enemigos. Contra ellos todo es aceptable. Cuando alguien te declara enemigo suyo y te tiene por tal, lo más
frecuente es que ese alguien pase a serlo tuyo también. Pero ¿qué sucede
si uno no quiere abrir hostilidades contra quien se las ha
abierto? Es raro, y aun así se da, y creo que se da en este caso. Con
las muchas excepciones que se quieran, ni España ni los españoles
consideran a Cataluña “enemiga”, ni siquiera a la porción que les ha
puesto la proa. Tal vez por eso hay todavía políticos o Gobiernos que se
acercan con buenas intenciones y ánimo conciliador a quienes no tienen
la menor voluntad de conciliación. Si yo no siento animadversión hacia
quien me la profesa, me cuesta mucho jugar sucio contra él, hacerlo
objeto de mis difamaciones, dañarlo a ultranza, con métodos lícitos o
no. No es sólo que no desee asimilarme a él; es que “no me sale”
mostrarle la misma inquina que me muestra él a mí. Es infrecuente, ya
digo, pero no pocos de ustedes habrán vivido situaciones así en el
ámbito personal (en los divorcios surgen súbitos y desenfrenados odios). Yo sí, a buen seguro. He tenido casos de malevolencia mutua, en los
cuales mi enemigo me torpedeaba y yo hacía otro tanto con él. No
obstante, en otros, el enemigo me ha hostigado con encono y tesón y yo
no he respondido de igual forma. Porque había habido una vieja amistad;
porque veía a la otra parte más débil; porque la aversión era
sorprendente e inmotivada e incomprensible; por lo que fuera. El
aborrecimiento era unilateral. Y si se trataba de un antiguo amigo
tornado enemigo, dejé de favorecerlo, claro; pero no me afané en
perjudicarlo. Lo habitual es que la beligerancia de uno engendre la del otro, antes
o después. Que el segundo estalle por hartazgo, por orgullo o por
encabronamiento bien provocado. Pero si no es así y se aguanta el
chaparrón, y no se responde con las mismas armas, ¿qué hacer? Yo me
aparté, me alejé, me puse a tiro lo menos posible. Eso no es factible en
lo que se refiere a la Cataluña hostil: no lo es alejarse de los
propios conciudadanos, hacer oídos sordos a sus belicosos representantes
oficiales y tirar adelante sin aquéllos. Tampoco es deseable .
Sólo cabe asumir con tristeza que, aunque alguien no sea tu enemigo, tú
sí lo eres de él, y que por tanto él carecerá de escrúpulos hacia ti. Sabiéndolo, hay que dialogar o simular el diálogo, sin hacer concesiones
para contentar o aplacar, y exigiendo contrapartidas inmediatas y
concretas. Y esperar con paciencia a que amainen sus tormentas de acero,
hasta que un día por fin escampe, por la fuerza de las urnas o por
agotamiento.
La
escritora bielorrusa retomó al yidis, una lengua que había abandonado en
favor del ruso, para narrar sus recuerdos con toda la verosimilitud que
la ceremonia del regreso permite.
Hay veces en que, a punto de perderlos para siempre, los recuerdos
nos asaltan impertinentes y, con ellos, la necesidad del regreso.
Entonces hablamos en lenguas olvidadas y con personas que se fueron. Y
volvemos a allí: a hace tiempo. Es una ceremonia que, como cada ensayo
autobiográfico, requiere fortaleza de ánimo y la conciencia inclemente
de saberse lejos sin remedio; es un juego de espejos que nos catapulta
hacia nuestra historia pasada, a los detalles y la sensaciones
pretéritas. En ese momento, las palabras empiezan a fluir, se despiertan
del letargo de los años. Nuestra madre nos agarra fuerte de la mano
—impide que escapemos— y el bullicio acolchado de otros niños
imaginarios resuena en vacío. La vuelta desleída, premio de consolación,
nos reconforta por un instante. A mediados de la década de 1940, Bella Chagall, esposa del conocido pintor de origen bielorruso,
decide servirse de la escritura para regresar a su pasado; el pasado de
tantos que como ella han tenido que abandonar su casa precipitadamente. El libro habla de los muchos exilios: el de su ciudad natal Vitebsk,
invadida por el Ejército nazi; el de su niñez, sus seres queridos y la
vida como solía ser, borrados. “Mi antiguo hogar ya no existe. Todo se
ha desvanecido. Incluso ha muerto”, escribe en el prólogo de Velas Encendidas, traducido al español por Rhoda Henelde y Jacob Abecasís y publicado por Mishkin Ediciones.
Por eso, cuando Bella Chagall decide escribir sus recuerdos de
infancia y adolescencia en yidis, la lengua abandonada tras emprender
los estudios de Filosofía y Letras en Moscú, la lengua incluso excluida
entre la comunidad judía en Rusia, pone en marcha cierto regreso al
pasado de una intensidad e inmediatez conmovedoras. La escritora retoma
su voz de niña, de adolescente, en una vuelta que solo puede ocurrir en
la primera lengua que se aprende; la que cuenta el pasado con toda la
verosimilitud que la ceremonia del regreso permite; tienen razón los
psicoanalistas al decir que solo se puede recordar y recomponer desde
esa lengua materna. Sin embargo, no son los únicos olvidos de los cuales habla el libro;
el pasado y la primera lengua, subrayados por el exilio. El libro evoca
también la omisión de tantas mujeres que vivieron a la sombra de sus
maridos —“los grandes genios”— y que han buscado sus propios espacios de
reflexión en la escritura autobiográfica, modesta; esa que, pese a
todo, se hace en sus voces universal porque, al fin y al cabo y de un
modo u otro, todos vivimos en la carencia.
Las excavaciones en el yacimiento de Atapuerca en Burgos comenzaron a
finales de los años setenta. En 1982 se incorporó el paleoantropólogo
Juan Luis Arsuaga (Madrid, 1954), que codirige la Fundación Atapuerca junto a Eudald Carbonell y José María Bermúdez de Castro, además de ser director científico del Museo de la Evolución Humana en Burgos. Poco después, comenzarían a descubrirse restos fósiles humanos que arrojarían luz sobre la historia de la humanidad.
En
la actualidad cientos de miles de personas visitan cada año el
yacimiento y el museo, que según Arsuaga proporciona modernidad e
identidad “de la buena”. “El centro es un buen ejemplo de cómo hacer las
cosas”, declara.
Además del descubrimiento de fósiles, el científico se siente
especialmente orgulloso de su participación en la creación del parque
nacional de la Sierra de Guadarrama en Madrid en 2013. “Es lo más
importante que he hecho en toda mi vida, incluso más que descubrir
fósiles”, revela. Junto a la publicación de su último libro Vida, la gran historia, el investigador ha sido nombrado recientemente presidente de la Fundación Gadea Ciencia
con un objetivo: “Que la fundación se convierta en algo útil para la
sociedad”. Pero para el paleoantropólogo, su cargo más importante es el
de docente en la Universidad Complutense de Madrid. Pregunta. ¿Se imaginó en algún momento qué hallazgos podrían producirse en Atapuerca? Respuesta. No se podía imaginar y, de hecho, cada
año sorprende. Lo mejor que puede ocurrir en un proyecto científico es
que te sorprenda. Si no lo hace es que ya ha agotado sus potenciales. P. ¿Y qué es lo que más le ha sorprendido a lo largo de estos años?
R. El hallazgo de tantos fósiles humanos es
obviamente lo más importante en mi trabajo, pero en estos años han
ocurrido cosas en Atapuerca y en la ciencia, como los análisis
genéticos, con los que nadie contaba y ni siquiera imaginaba. Ahora
tenemos estudios de ADN de hace 400.000 años. Ha sido una sorpresa para
todo el mundo. En Atapuerca lo más importante ha sido el gran número de
hallazgos de restos humanos, que aparecen más que en ningún otro sitio,
aún más que en el resto de sitios juntos. P. ¿Por qué se eligió el yacimiento de Atapuerca? R. Es una historia que se parece a cualquier otra en
el mundo de la ciencia. Uno tantea diferentes posibilidades, explora
líneas, vías, algunas parecen más interesantes y ahí se pone más
esfuerzo, se progresa y se obtienen resultados. Entonces se invierte
más. La historia de Atapuerca no es el resultado de una intuición
genial. En realidad Atapuerca no empezó a dar resultados hasta el año
1992, cuando se hizo el primer gran hallazgo. Pero los comienzos fueron
muy duros, como lo son para un astrónomo, un biólogo molecular o un
botánico. Al principio es una rueda que gira muy despacio. La ciencia
tiene un método común. No hay tanta diferencia entre estudiar terremotos
y buscar fósiles. Consiste en explorar lo desconocido y nadie sabe cómo
hacerlo. P. A pesar de trabajar con lo desconocido, ¿piensan en lo que sí podrían descubrir? R. No, pero excavamos donde ya sabemos lo que hay. Estos yacimientos son para obtener más de lo mismo. Y luego está lo
desconocido. Hay mundos nuevos que son los fascinantes y los ya
conocidos que todavía se pueden conocer mejor. En Atapuerca tenemos eso,
los mundos ya conocidos y otros que no conocemos bien.
P. Pero luego hay hallazgos, como el de una mandíbula en Israel que reescriben lo que ya sabíamos… R. Bueno, no hay que hacerles tanto caso a los
autores… Hay que matizar. A veces me preocupa cuando se dice que un
hallazgo obliga a reescribir la evolución humana. Sería un desastre. Es
como si antes no hubiéramos sabido nada. Si descubriéramos una nueva
ciudad romana, ¿cambiaría todo lo que sabíamos sobre los romanos?
¡Hombre, no, estaría bueno! Se iluminan ciertas épocas o momentos de la
evolución humana, pero sin pasarse.
“En contra de lo que se piensa, la ciencia es sumamente cautelosa y conservadora. Las publicaciones científicas son muy sobrias”
P. Aunque habrá veces que sí sea el caso… R. Sí, es verdad que a veces se producen
descubrimientos que no cambian lo que ya se sabía, pero que amplían el
conocimiento. Por ejemplo, en el año 1994 se pensaba que Europa había
sido poblada hace medio millón de años, pero ese mismo año encontramos
fósiles humanos en gran abundancia de hace 900.000 años. Es decir,
400.000 años más antiguos. Eso es como llegar a un continente
desconocido, pero el descubrimiento de América no cambió Asia o Europa,
simplemente añadió algo. La ciencia crece.
Juan Luis Arsuaga en la sede de la Fundación Gadea Ciencia en Madrid.Álvaro Muñoz Guzmán (SINC)
P. En cuanto a la pieza de maxilar hallada en Israel, su descubrimiento fue suficiente para determinar que el Homo sapiens salió antes de África. ¿Cómo es posible? R. Es como encontrarse un reloj en un templo azteca.
¿Qué dirías? Esto es muy fuerte. Solo un reloj lo cambia todo. ¿Cómo
pueden saber que hacían tecnología avanzada? Hombre, si hacían relojes…
Hay casos que son obvios. Hay noticias que obligan a revisar muchas
cosas. En realidad no aparecen relojes, sino perfeccionamientos o
ampliaciones de lo que sabemos. En contra de lo que se piensa, la
ciencia es sumamente cautelosa y conservadora. Las publicaciones
científicas son muy sobrias. P. ¿Por qué nos atrae tanto la antropología? R. Porque nos interesan nuestros orígenes. Solo hay
dos explicaciones: la religión y la ciencia. La gente quiere saber de
dónde viene y por qué estamos aquí. Se suele decir que las tres
preguntas de la filosofía vasca reflejan al ser humano: ¿quiénes somos?
¿De dónde venimos? y ¿Adónde vamos a ir a comer? Pero además tenemos
preocupaciones intelectuales: ¿qué hacemos aquí? ¿Qué nos ha creado? Hay
quien busca una explicación religiosa, mística o extraterrestre, pero
todo el mundo necesita saber por qué está aquí. Esa pregunta, inherente
al humano, es la más importante que uno se puede hacer. Una vez que
solucionas el tema de la comida, lo siguiente es eso [risas]. Los niños
que nazcan en los próximos milenios van a hacerse la misma pregunta. P. Y en realidad nunca se contestará del todo… ¿o sí?
R. La religión da una explicación falsa y los
científicos lo explicamos. La felicidad personal de cada uno se la busca
cada cual. Pero si quieres saber de dónde venimos, yo te lo explico. Si
quieres saber por qué estamos aquí, yo te lo explico…
“Hay quien busca una explicación religiosa, mística o extraterrestre, pero todo el mundo necesita saber por qué está aquí”
P. No sé si preguntárselo [risas]... ¿Por qué estamos aquí? R. Mi nuevo libro
va justamente sobre eso. La evolución, desde el origen del cosmos hasta
el origen de la vida, pasa por diferentes umbrales: la aparición de la
Tierra, la vida en ella, las células complejas, la conciencia, la mente
simbólica, el pensamiento abstracto, etcétera. Cada uno de esos pasos
pudo o no haberse realizado. A lo mejor no era necesario que ocurrieran o
quizá eran inevitables. La pregunta es si la historia de la vida y la
historia humana tienen una dirección, una flecha. El propio lector, con
la información que le doy, decide si cada paso es algo que tenía que
suceder o pudo no haber ocurrido nunca. P. ¿Así que el lector se responde a sí mismo? R. Sí, le dejo que decida por sí mismo. El lector es
tan inteligente que puede llegar a sus propias conclusiones. Así yo no
me hago responsable de la filosofía de los demás. Yo aporto todas las
informaciones sobre lo que han pensado los diferentes genios. Yo cuento
lo que hay, doy mi opinión, y lo que han dicho los más listos sobre los
diferentes pasos que nos han hecho llegar hasta aquí. P. ¿Ahora mismo podría decirme a mí por qué estamos aquí? R. Tú estás aquí porque tu padre y tu madre se acostaron una noche. Pero hay que buscar la explicación. Y eso está en el libro. P. Pero cuanta más información tenemos, más complejo nos parece el mundo… R. Es que es muy complejo y contradictorio… Los que
intentan simplificar lo complejo son muy peligrosos. Si cogemos, por
ejemplo, el código genético que tenemos, el ADN, ¿es el único posible? ¿Podrían existir otros códigos genéticos? ¿Por qué tenemos este y no
otro que podría ser mejor? ¿Por qué no? P. Hablando de ADN, me viene a la cabeza el hallazgo de Denny,
la hija de una neandertal y un denisovano. Con estos descubrimientos
siempre sale a debate una pregunta recurrente: ¿Podrían ser Homo sapiens, neandertales y denisovanos la misma especie? R. No, no lo somos. Ahora mismo, ¿tú estás hablando en español o en árabe? P. Español, que yo sepa. R. ¿Sabes que la palabra alcalde viene de ‘al-qadi’,
de origen árabe? Pero no por eso es árabe lo que hablamos. Que tengamos
palabras de origen árabe no convierte el español en árabe. Que tengas
un 2% de genes neandertales no te convierte en una neandertal. En
biología, como en las lenguas, todas las poblaciones tienen algunos
genes de otras especies. Como no nos creó un dios, es esperable que las
especies absorban genes unas de otras. Solo un creacionista podría
pensar que las especies son puras, separadas y que no tienen contacto
con otras. P. Esas tres especies vivieron a la vez, pero solo compartimos un pequeño porcentaje de genes. ¿Es eso lo que nos distingue? R. Tenemos genes de todas partes.
Mira los
españoles. Tenemos un montón de genes africanos y de las estepas. Mira
los osos de Cantabria.
Tienen un 2% de genes de osos de las cavernas. Es como si dijeras que el español fue creado por Dios como una lengua
distinta del francés. En ese caso sí sería sorprendente que tuviéramos
una palabra en común. Dios no se repite. Pero los idiomas son un
producto de la evolución lingüística y, teniendo en cuenta que somos
vecinos, no me sorprende que digamos cruasán aunque no seamos franceses,
sino españoles. Ese mismo razonamiento aplícalo a la biología. P. ¿Qué hay de los análisis genéticos que se venden
ahora para conocer nuestro origen? Yo por ejemplo, que soy francesa, no
tengo nada francés. Esto le habrá pasado a mucha gente. ¿Cómo se lo
explicaría a esas personas? R. Es que lo francés no existe, es un concepto
político. Realmente no existen el gen francés ni el vasco. Son en
realidad diferentes proporciones o mezclas.
P. Centrándonos en España, ¿con qué obstáculos se enfrentan la antropología, la arqueología y la paleontología? R. Como decía Groucho Marx, ¿comparado con qué? Si
lo comparamos con Argelia, pues vamos bastante bien. Si lo comparamos
con Francia o Italia, ya vamos bajando. Pero se ha progresado. Tenemos
un patrimonio inmenso y lo tenemos que saber contar. Hay que invertir. Las instituciones deben saber que esto es una industria o un recurso
económico, en todo caso. Esa es la lucha que tenemos. Hay trabajo que
hacer. P. Si la gente lo supiera, ¿cree que afectaría a los nacionalismos? R. En principio, no tendría por qué. Que tengamos
genes distintos no debería cambiar nada. El nacionalismo actual es más
cultural. ¿Sabías que el apellido más común de Cataluña es Fernández,
por ejemplo? El nacionalismo renunció hace tiempo al componente
biológico y ahora se basa en la cultura. Utilizan otros elementos para
definir la identidad. Ya puestos, yo no soy nacionalista y mi familia es
vasca y vascoparlante. P. En parte, conocer nuestro pasado nos hace entender y valorar más nuestro presente, ¿no cree? R. Sí, y nos hace más felices, espero. Aprendemos,
disfrutamos, vivimos otras vidas. Yo siempre digo que la vida no puede
ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado. Eso no puede
ser. Esa vida no es humana. Tiene que haber algo más pero aquí, en esta
vida. Y esa otra cosa se llama cultura. Es la música, la poesía, la
naturaleza, la belleza… Es lo que hay que apreciar y disfrutar porque,
si no, esto es una mierda. P. Nuestros antepasados seguramente sabían apreciar mejor la vida... R. Hombre, claro. No trabajaban toda la semana ni iban el sábado al supermercado. P. ¿Qué hemos hecho mal entonces? R. Alguna cosa hemos hecho mal, pero aún estamos a
tiempo. Tenemos a Mozart. No está mal. Apreciar la belleza es una
cuestión de educación y sensibilidad. Busque lo que es bello en la vida.
Hay mucha belleza.
Telecinco ha logrado lo que, hace un año, se tenía por imposible: alcanzar los excelentes resultados de Supervivientes el año pasado.
La edición de 2018 del reality
estrella de la casa había desbancado las 13 anteriores en números de
audiencia.
Tuvo de media un 29,2% de cuota de pantalla (unos 3,3
millones de espectadores).
Su final, en la que se nombró ganadora a la
colaboradora de la casa Sofía Suescun, logró el 35%: un 40% ya se
considera paralizar al país.
Para cuando acabó el año, Supervivientes seguía entre los temas
más buscados en Google en España en todo 2018. Estaba en la mitad
superior de la lista.
Fue un fenómeno en toda regla en una época en la
que la televisión generalista debíá estar renqueando ante las
plataformas.
Se analizó, juzgó y, casi si excepción, se le encontró el
mismo problema: qué milagro hacía falta para repetir la jugada en 2019. Mediaset lo obró el pasado 9 de abril,
cuando anunció que Isabel Pantoja, la legendaria tonadillera e
inaccesible superestrella del corazón, participaría en el concurso (para
hacer frente a sus deudas).
Dos semanas después, Pantoja saltaba en
directo del helicóptero al mar de Cayo Cochinos (Honduras), para llegar a
nado a la isla en la que se desarrolla el concurso.
Empezaba la nueva
edición. Y una nueva era en los informes de audiencias de Telecinco.
Aquel fue el mejor estreno de la historia del programa:
más de cuatro millones de espectadores lo vieron. Un mes después, el
mismo canal que cerró abril con una media de cuota de pantalla del 14,1%
lo hace ahora con un 15,3%. Su viejo rival, Antena 3, sin sufrir ningún
bajón reseñable (de un 11,7% ha pasado a un 11,5%) ahora se encuentra a
prácticamente cuatro puntos de distancia. Es la posición más favorable
en la que se ha visto Telecinco desde 2011 (descontando los eventos
deportivos). También Cuatro, la otra cadena de Mediaset que emite Supervivientes, ha disfrutado el empujón del huracán Pantoja:
ha experimentado su mayor subida de todo el año, de un 5,1% de cuota de
pantalla al 5,4%. El pasado martes, esta cadena tuvo su mejor noche de
2019: un 22% de cuota y 2.440.000 espectadores (3.611.00 durante su
minuto de oro, a las 22.45 peninsulares). ¿El programa que estaban
emitiendo? Supervivientes.
El reality que parecía condenado a ser hermano pequeño de
2018 es, por ahora, una bomba atómica. Es el formato más visto en
Telecinco: atrae a diario a unos 3.292.000 espectadores (una media de
30,9% de cuota de pantalla, diez puntos más que el año pasado). El
arranque de las galas de los jueves —lo que Telecinco llama Supervivientes Express—
va más allá: lo ven 3.509.000 espectadores (la cuota de pantalla es,
eso sí menor, un 20,2%). Incluso cuando, el pasado domingo, Telecinco emitió el programa de forma normal en lugar de dejar hueco a
los resultados electorales, también superó en número de espectadores a
los especiales de la competencia durante el prime time. La buena salud de Telecinco no solo proviene del reality. Los dos estrenos de ficción del mes también han salido bien: la decimotercera temporada de La que se avecina ha logrado un 19% de cuota (2.616.000 espectadores) de media y Brigada Costa del Sol (11,7% y 1.619.000). Y en este sentido, Antena 3 ha estado compitiendo desde el extremo opuesto: estuvo emitiendo 45 revoluciones, una serie
cuyos últimos dos capítulos arañaron un 2,6% y 2% de cuota de pantalla
respectivamente. La cadena de Atresmedia mantiene el tipo, sin embargo,
por a tener el programa diario más visto, El hormiguero, y porque su actual secuela de La Voz, La Voz Senior, ha arañado un robusto 15,2% de cuota (2.200.000 espectadores) Salvo en verano y algunas navidades, cuando afloja su oferta
estratégicamente, Telecinco es líder de audiencia en la televisión
generalista española ininterrumpidamente desde marzo de 2012 (antes de
eso, llevaba alternándose en el el puesto la La 1 desde mayo de 2004).
Su fórmula —tener siempre un gran reality en emisión que
vertebra su parrilla y usar su lógica interna para crear eventos que
atraigan al espectador— lleva ya décadas de rodaje. En ese sentido, su
liderazgo no es noticia. Sí lo es, sin embargo, la capacidad que tiene
esa fórmula de seguir dando resultados; la manera en la que la cadena
sabe ajustarse a los tiempos de plataformas, ficciones y streaming; y la resistencia del público a otros modelos.