Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

27 may 2019

Personalidades de la literatura critican la Bienal de Novela Vargas Llosa por la escasa presencia femenina

El manifiesto 'Contra el machismo literario' reúne más de 100 firmas, entre otras, las de Rosa Montero, Claudia Piñeiro y Juan Villoro.

 

Desde la izquerda, Mariana Enríquez, Rosa Montero, Claudia Piñeiro y Juan Villoro.
Desde la izquerda, Mariana Enríquez, Rosa Montero, Claudia Piñeiro y Juan Villoro.
Más de un centenar de escritoras y escritores y otras personalidades vinculadas al mundo editorial español y latinoamericano han firmado la carta titulada Contra el machismo literario, que se ha hecho pública hoy lunes. 
 En ella, critican la escasa presencia femenina en "los eventos culturales y literarios de América Latina", en general, y en uno en particular: 
"Es inadmisible que en el siglo XXI, en plena ola de reivindicaciones por la igualdad, se organice sin perspectiva de género un evento como la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, que tendrá lugar del 27 al 30 de mayo en la ciudad de Guadalajara, México", dice el texto firmado, entre otros, por Rosa Montero, Claudia Piñeiro, Mariana Enríquez, Rosa Regás y Juan Villoro.
 La bienal, la tercera que se celebra, está organizada por la Cátedra Vargas Llosa, la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Acción Cultural Española (AC/E) y la Fundación Universidad de Guadalajara.
 En ellas habrá distintos encuentros y conferencias y también se entrega un premio literario.
 La carta critica que en los paneles solo hay tres mujeres frente a 13 hombres y que solo hay una autora entre los cinco finalistas del premio, y recuerdan asimismo que cuatro de los cinco miembros del jurado son hombres.   

"Gracias a la lucha que desde hace mucho llevan a cabo las mujeres por sus derechos, por fin podemos descubrir a muchas escritoras que fueron borradas de la historia y del canon literario, denostadas, ninguneadas o silenciadas", señala también el texto, que explica así su postura reivindicativa de espacios más justos y mayor presencia femenina en este tipo de eventos: 
"Como escritoras, escritores y personas vinculadas con el quehacer editorial, no podemos guardar silencio ni frente a la invisibilización de las autoras ni frente al acoso y abuso sexual que también son parte del statu quo de las letras, como ha revelado el reciente MeTooEscritoresMéxicanos".
Entre los firmantes, además de los ya mencionados, están María Fernanda Ampuero, Nuria Barrios, Mario Bellatin, Juan Cárdenas, Liliana Colanzi, Alejandra Costamagna, Aixa de la Cruz, Sabrina Duque, Diamela Eltit, Mariana Enríquez, Cristina Fallarás, Nona Fernández, Laura Freixas, Margarita García Robayo, Mauro Libertella, Lucía Lijtmaer, Fernanda Melchor, Lina Meruane, Luna Miguel, Emiliano Monge, Guadalupe Nettel, Andrés Neuman, Mónica Ojeda, Iván Repila, Silvia Sesé, Samanta Schweblin, Clara Usón y Jorge Volpi.
 

El rey Juan Carlos se retira de la vida pública............. Miquel Alberola



El padre de Felipe VI anuncia a su hijo que no participará en más actos oficiales.

sofia de borbon
La Familia real, el pasado diciembre en los actos de celebración del 40 aniversario de la Constitución.
Juan Carlos I ha comunicado este lunes a su hijo, el rey Felipe VI, su voluntad y deseo de dejar de desarrollar actividades institucionales y completar su retirada de la vida pública a partir del próximo día 2 de junio, fecha en la que se cumplen cinco años desde el anuncio de su abdicación de la Corona de España.
 Aunque su participación en la agenda oficial de La Zarzuela no era intensa, el padre del Rey tenía algunos actos representativos en actos culturales y entregas de premios.
 Su protagonismo se acrecentó a lo largo del año pasado en una serie de iniciativas y actividades públicas coincidiendo con el 40º aniversario de la Constitución y su 80º aniversario.
En la carta, el rey emérito dice a Felipe VI que, transcurridos cinco años desde aquel momento, considera que ha llegado el momento de retirarse de la vida pública, dejando las actividades institucionales que ha venido realizando desde entonces.
 Don Juan Carlos ha estado considerando esta retirada desde que cumplió 80 años el pasado 5 de enero de 2018.
 La celebración del 40º aniversario de la Constitución, en cuyo acto celebrado en el Congreso ocupó una posición relevante, acabó de decantar su decisión.
"[Fue] un acto solemne lleno de emoción para mí, que me hizo evocar, con orgullo y admiración, el recuerdo de tantas personas que contribuyeron a hacer posible la Transición política y renovar mi sentimiento de permanente gratitud hacia el pueblo español, verdadero artífice y principal protagonista de aquella trascendental etapa de nuestra historia reciente”, afirma el rey emérito.

Juan Carlos I termina la carta dirigida a Felipe VI subrayando su “firme y meditada convicción”: 
Hoy te expreso mi voluntad y deseo de dar este paso y dejar de desarrollar actividades institucionales, a partir del próximo 2 de junio.
 Tomo esta decisión desde el gran cariño y orgullo de padre que por ti siento, con mi lealtad siempre.
 Un grandísimo abrazo de tu padre”.
El rey emérito se vio forzado a abdicar el 2 de junio de 2014 en un momento agónico de su trayectoria, rodeado de contrariedades físicas y espoleado por el escándalo del caso Nóos, que salpicó a la infanta Cristina.
 Sin embargo, los 38 años que duró su reinado fueron mucho más que esa foto final que debilitó a la Corona.
 Su intervención en la llegada de la democracia en España fue decisiva y su tiempo en el trono coincide con el período de mayor prosperidad democrática y económica de España.

Después de los escándalos que propiciaron su abdicación en 2014, como el caso Nóos y sus desaciertos cinegéticos en medio de una profunda crisis, la Casa del Rey redujo su presencia en la agenda oficial para preservar a la Corona de los supuestos efectos negativos relacionados con su figura.
 A partir de 2017, tras la sentencia que exculpó a la infanta Cristina en la causa de los negocios que su marido, Iñaki Urdangarin, hizo a la sombra de la Casa del Rey, Juan Carlos I empezó a recuperar protagonismo en los actos oficiales.
Pese a abandonar la escena principal, Juan Carlos I siempre tuvo hueco en la agenda de actividades de la Casa del Rey, aunque también siempre desde la discreción y con intensidades que han sido fluctuantes. 
 En estos años ha protagonizado unos 120 actos, ha pronunciado 30 discursos y realizado nueve viajes oficiales, la mayoría de carácter cultural, aunque en el último tramo (y coincidiendo con la etapa de interinidad política de España que limitó la actividad del Rey) también de significativa presencia política.
Fue el caso de la firma del Acuerdo de Paz entre el Gobierno de Colombia y las FARC, la inauguración del Canal de Panamá, los funerales de Fidel Castro o varias tomas de posesión de presidentes iberoamericanos.


 

 

‘Chernobyl’, regreso a la mayor catástrofe nuclear de la historia

Una miniserie coproducida por HBO y Sky cuenta una historia de mentiras, desinformación y héroes anónimos.

 

  • Tráiler de Chernobyl.
    26 de abril de 1986. 1.27 de la madrugada.
     A esa hora explotó el reactor número 4 de la central de Chernóbil, en la antigua unión Soviética --hoy, Ucrania--. El accidente desencadenó la mayor catástrofe nuclear de la historia, cuyas consecuencias todavía perviven.
     En esa memoria aún oscura de lo que sucedió bucea Chernobyl, una mezcla entre documental y serie basada en hechos reales.
     La producción, de cinco capítulos y que ya se ha estrenado en España (HBO), relata el siniestro, la lucha por sobrevivir y tratar de salvar a la población de miles de héroes anónimos; pero también el afán de las autoridades de la Unión Soviética de esconder al mundo y a sus propios ciudadanos su actuación, de disfrazar la oceánica catástrofe.
     “¿Cuánto cuestan las mentiras? 
    No es que vayamos a confundirlas con verdades, el peligro es oír tantas que ya no reconozcamos la verdad”.
    Y la verdad a esa pregunta lapidaria con la que se inicia Chernobyl es que el accidente estuvo rodeado de ocultación, desorganización, mentiras.
     De propaganda.
     Y en una era como la actual, en la que la desinformación y las noticias falsas llegan amplificadas a la ciudadanía provocando la ruptura de las sociedades, el siniestro que ha cumplido ya más de tres décadas en aquella central nuclear soviética deja un mensaje y un legado importantísimos.
    "Lo que ha pasado es algo desconocido.
     Es otro miedo.
     No se oye, no se ve, no huele, no tiene color; en cambio nosotros cambiamos física y psíquicamente.
     Se altera la fórmula de la sangre, varía el código genético, cambia el paisaje", narra uno de los supervivientes en Voces de Chernóbil, el relato sobre el sufrimiento que siguió a la catástrofe que hace la Nobel de Literatura Svetlana Alexievich.
    La estructura del reactor cuatro de Chernóbil ardió durante 10 días. 
     Estas partículas invisibles contaminaron 142.000 kilómetros cuadrados.
     Desde el norte de Ucrania, el sur de Bielorrusia y la rusa Briansk.
     La lluvia radiactiva llegó todavía más lejos.

     
    Tráiler de Chernobyl.

    Las autoridades soviéticas intentaron minimizar durante años las consecuencias para la vida y la salud que desencadenó la catástrofe.
     Los médicos tenían prohibido poner en los expedientes sanitarios de sus pacientes cualquier cosa que sonara a radiación; y mucho menos dejar constancia de ello en los partes de defunción, como denunciaron después activistas y expertos.
    En el año 2000, en su primer informe sobre el accidente, el Comité Científico sobre los Efectos de la Radiación Nuclear de la ONU reportó 30 muertos.
     Todos ellos policías, operarios, ingenieros o bomberos, que perdieron la vida como consecuencia más o menos directa de la explosión. Cinco años después, otro informe elaborado por expertos de la ONU, la Organización Mundial de la Salud y la de la Energía Atómica apuntaron habían muerto 4.000 personas.
     Y que con mucha probabilidad morirían otras 5.000 años después, como consecuencia de enfermedades relacionadas con la radiación.
     También constataron que esa radiación había viajado muy lejos.

    “Cumplíamos tareas específicamente en la zona de exclusión. Cubríamos los edificios con plomo.
     Lavábamos el polvo y el fango radiactivo, hacíamos de todo”, explicaba al canal local Iskitin en 2016 Víktor Vasiliev, uno de aquellos liquidadores. Pasó 27 días como operario en la zona de exclusión.
    “La serie quiere dar voz a esas personas que fueron enviadas allí para lidiar con la catástrofe la que queríamos hacer escuchar.
     Hay que honrar su sacrificio”, explica el sueco Jonah Renck. “Es una historia increíble sobre la perseverancia y el sistema de mentiras oficiales para ocultar la verdad. Algo tremendamente relevante en día. 
    Una guerra contra la verdad que vemos en muchos Estados”, apunta el director de la miniserie, protagonizada por Emily Watson, Jared Harris y Stellan Skarsgard
    36 horas después del accidente, se evacuó Prípiat, la ciudad más cercana a la central. Llegaron 1.200 autobuses del Ejército y se llevaron a las casi 50.000 personas que vivían en aquella población que nació precisamente para albergar a los trabajadores de Chernóbil y sus familias.
     Una urbe que fue el orgullo de desarrollismo soviético. Les dijeron que era solo por tres días.
     Hoy, Prípiat es un escenario postapocalíptico visitado únicamente por expertos y por algunos turistas --en grupos y bajo la supervisión de un guía oficial-- a quienes les seduce el llamado turismo de catástrofes
     Y después de Prípiat, las autoridades vaciaron otras localidades cercanas a la central en Ucrania y Bielorrusia. Muchos miles perdieron sus hogares, sus trabajos.

    Años después, se ha podido vislumbrar que lo que la propaganda soviética vendía como un engranaje ejemplar y perfectamente engrasado estaba en realidad plagado de fallos.
     Y que el proyecto de la central nuclear de Chernóbil resultó fallido casi desde el principio. 
    Los políticos no tenían conocimientos técnicos para actuar.
     Y los científicos que sí los tenían temían alzar la voz por miedo a represalias.
     Había antecedentes de los que no se aprendió. En 1957, un reactor soviético tuvo un accidente y emitió contaminación radiactiva. 
    En 1982, se produjo otro siniestro en Chernóbil, en el reactor número uno. Sucesos que fueron, por supuesto, encubiertos.
    La URSS tenía un programa de defensa civil para reaccionar en caso de guerra atómica que debía funcionar también en caso de catástrofe nuclear.
     No lo hizo. Y eso podía dañar, y mucho, también su imagen como superpotencia, hacerla más débil ante un posible ataque.
     Las medidas para solventar el accidente y evacuar a la población fueron improvisadas sobre la marcha y funcionaron de manera absolutamente descoordinada. Y la URSS ---en pleno proceso de liberalización política pero también en crisis— no deseaba en absoluto mostrar nada de eso al mundo.
     Un detalle revelado por el diario ruso Izvestia en 1986, meses después de la catástrofe, da el ejemplo perfecto de aquello: el servicio sanitario-epidemiológico encargado de las centrales atómicas no tenía contacto con el que operaba en la central de Chernóbil, y era responsable del estado de la atmósfera, el agua y el suelo en el territorio de la central.
    Revisar las noticias soviéticas de aquella época es toda una lección de propaganda y desinformación. 
    La URSS tardó días en anunciar al mundo el accidente. Habló por primera vez oficialmente sobre el suceso el 28 de abril de 1986.
     Un día después de que los países nórdicos dieran la voz de alarma tras detectar niveles altos y anormales de radiactividad en su territorio.

    Muchos de esos afectados, como refleja la miniserie creada por Craig Mazin (conocido por comedias como Resacón en Las Vegas) y dirigida por Jonah Renck, están entre los llamados “liquidadores”. 
     Hombres y mujeres que trabajaron en la primera línea del desastre para tratar de apagar el fuego; mineros que excavaron bajo el núcleo para bombear nitrógeno líquido y así enfriar el combustible nuclear; soldados que –en cronometrados turnos de cinco minutos— se esforzaron por lanzar al interior del reactor dañado los cascotes que produjo la explosión; obreros y expertos que construyeron un sarcófago para evitar que la radiación siguiera saliendo.
     Miles de personas que absorbieron, en unos minutos, cantidades extremas de radiación mientras las autoridades soviéticas trataban de lidiar con el problema.
    La URSS tenía un programa de defensa civil para reaccionar en caso de guerra atómica que debía funcionar también en caso de catástrofe nuclear. No lo hizo. 
    Y eso podía dañar, y mucho, también su imagen como superpotencia, hacerla más débil ante un posible ataque. Las medidas para solventar el accidente y evacuar a la población fueron improvisadas sobre la marcha y funcionaron de manera absolutamente descoordinada. Y la URSS ---en pleno proceso de liberalización política pero también en crisis— no deseaba en absoluto mostrar nada de eso al mundo.
     Un detalle revelado por el diario ruso Izvestia en 1986, meses después de la catástrofe, da el ejemplo perfecto de aquello: el servicio sanitario-epidemiológico encargado de las centrales atómicas no tenía contacto con el que operaba en la central de Chernóbil, y era responsable del estado de la atmósfera, el agua y el suelo en el territorio de la central.
    Revisar las noticias soviéticas de aquella época es toda una lección de propaganda y desinformación. La URSS tardó días en anunciar al mundo el accidente.
     Habló por primera vez oficialmente sobre el suceso el 28 de abril de 1986.
     Un día después de que los países nórdicos dieran la voz de alarma tras detectar niveles altos y anormales de radiactividad en su territorio. 
    Y lo hizo así. “Se toman medidas para eliminar las consecuencias de la avería. Las víctimas reciben ayuda. Se ha creado una comisión gubernamental”.
     Cinco líneas telegráficas en una nota de la agencia oficial soviética Tass leída en el noticiario nocturno de la televisión.
    Y las informaciones, emitidas con cuentagotas, siguieron igual durante semanas.
     El 30 de abril de 1986, en otro intento más de tapar el problema y tranquilizar al mundo, el gobierno soviético desmintió que miles de personas hubieran perecido en el accidente de la central. 
    El 11 de mayo afirmó que el peligro de catástrofe en Chernóbil había desaparecido.
    El 4 de junio de 1986, por primera vez, el diario oficial Pravda reconocía altos niveles de contaminación fuera del perímetro de 30 kilómetros alrededor de la central de Chernóbil, lo que obligó a evacuar a miles de habitantes de la vecina República de Bielorrusia que, con los años, se ha visto que sufrió proporcionalmente la peor parte en la catástrofe.
    Las consecuencias económicas del accidente también fueron terribles para las arcas soviéticas, ya devastadas.
     Se clausuró la zona, se abandonaron los campos de cultivo, se cerraron las fábricas.
     Hubo que construir nuevas viviendas y pagar indemnizaciones. Para algunos, el desastre de Chernóbil aceleró el derrumbe de la URSS, que se desmoronó en 1991.

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