Somos la primera gente en la historia con la capacidad y el privilegio
de ver la vida de hace décadas, de asomarnos a mundos caducados a través
del cine.
Presenciar el pasado
COMO TANTOS OTROS cambios para mal, creo que este se produjo con la
llegada del obtuso siglo XXI, o quizá poco antes. Las televisiones
tenían la grata costumbre de emitir películas clásicas o simplemente
antiguas, muchas de ellas en blanco y negro. El odio a esta combinación
llevó, durante una temporada, a la bárbara práctica de “colorear” Casablanca, Con faldas y a lo loco y puede que hasta Psicosis. La cosa no prosperó, por fortuna, pero muchos de los que apreciamos la
maravillosa fotografía en blanco y negro nos vimos obligados a veces a
quitar por completo el color de nuestros televisores, a fin de ver esas
películas como habían sido concebidas y rodadas, y no convertidas en
grotescos cromos. Hubo DVDs que hubieron de anunciar, en sus carátulas,
“en glorioso blanco y negro”, para que los cinéfilos estuviéramos
tranquilos cuando los comprábamos. Lo cierto es que ese cine desapareció
de golpe de las programaciones, y así se perdió un importante factor de
la educación de la gente. El resultado es que, como en otros ámbitos
(el literario, el musical, el artístico), contamos ya con varias
generaciones de analfabetos.
Mis amigos cineastas Tano Díaz Yanes y Jaime Chávarri, o mi hermano
el crítico Miguel Marías, me han contado cómo, en los cursos que daban a
estudiantes, se encontraban con que para muchos de éstos el cine
empezaba con El Padrino. Esa creencia fue de corta vida, porque poco después también ese clásico
pasó a ser una “antigualla” y los jóvenes creían que se iniciaba todo
con Tarantino. Me imagino que hoy Pulp Fiction
les parecerá antediluviana y no sé dónde situarán el nacimiento de ese
arte. Los hay cultos, claro, pero muchos no han oído hablar de Ciudadano Kane ni de La regla del juego ni de La noche del cazador, de Amanecer ni de Metrópolis (que encima son mudas), de Perdición ni de El hombre que mató a Liberty Valance ni de Sed de mal, por no salirnos del desterrado blanco y negro. Pero este desdén hacia el pasado, que está a la orden del día en
todos los campos con el fin de crear ciudadanos no ya ignorantes, sino
mentalmente lisiados e intelectualmente indigentes, no trae consigo tan
sólo una pobre cultura general y cinematográfica en particular.
Si algo me asombra es lo siguiente: somos la primera gente en la historia con la capacidad y el privilegio de ver y oír el pasado, un pasado que ya es lejano si pensamos que este año cumplen ochenta, por ejemplo, Lo que el viento se llevó y La diligencia. Hasta ahora la humanidad disponía de cuadros estáticos, crónicas, luego
fotografías, y por supuesto novelas para hacerse una idea aproximada de
cómo habían sido las personas de otros siglos y de cómo se vivía en
ellos. Pero no podíamos verlas en movimiento, ni desde luego oír sus
voces y saber cómo hablaban. Es decir, no podíamos asistir a los tiempos pasados, no podíamos presenciarlos. Ahora tenemos la inmensa suerte de ver la vida de hace décadas, de
asomarnos a mundos no lejanísimos, pero que están ya caducados. No es
que el material documental abunde (aunque más de lo que parece), pero
cada vez que me surgen en una pantalla imágenes “reales”, siento una
absoluta fascinación y una curiosidad ilimitada. Hoy mismo, en el
telediario, he visto un fugaz plano de una calle de Barcelona hacia
1920 . El motivo de que lo insertaran era la inauguración del Automobile
en esa ciudad. Se veían coches de caballos, burros y mulas, unos
cuantos automóviles en coexistencia con ellos, bicis que giraban veloz y
ágilmente y, en medio de la calzada, transeúntes que esquivaban con
naturalidad y pericia a la cámara:
ésta, probablemente, viajaba a bordo de un tranvía, que era de lo que
se apartaban. Las ganas de ver más, de que ese plano se prolongara, de
seguir contemplando el espectáculo callejero de un día cualquiera de
hace un siglo, se me han hecho irresistibles. Como no me considero raro,
sino común y corriente, me pregunto cómo es que tantísima gente no
siente esa curiosidad, esa fascinación, y da la espalda a “lo antiguo”. Claro que las películas son ficciones, pero en ellas, hasta en las no
“realistas” y endulzadas, se observa cómo era la vida en los años
treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta. Cómo se vestían y se comportaban
las personas, cómo se trataban y hablaban (aunque los diálogos sean
siempre una estilización del habla, incluidos los “naturalistas”), qué
aspecto tenían las ciudades y los pueblos; cuáles eran sus
tribulaciones, cómo se organizaban, qué dificultades e ilusiones tenían,
cuáles eran sus reglas y sus modales, cuál era la pasta de la que
estaba hecha la mayoría. Los autollamados “millennials” (no
recuerdo una generación tan ridículamente orgullosa de haber nacido en
unas fechas tan azarosas como el resto de fechas) juzgan que cuanto los
antecedió es “atrasado”, despreciable y erróneo, y carecen de interés
por ello. Un síntoma más de ignorancia: la historia nunca progresa linealmente, y
hay épocas remotas mucho más avanzadas, inteligentes, modernas y libres
que la actual, cada día más puritana, autoritaria, boba y amedrentada. Otros mundos existieron, y contamos con el privilegio de visitarlos. Es
más, cada vez que vemos una película clásica, ahí están y existen de
nuevo.
El
malagueño, que triunfa con su papel en 'Dolor y gloria', de Pedro
Almodóvar, obtiene el sexto galardón para intérpretes españoles en la
sección oficial del certamen.
Con el premio a la mejor interpretación de Antonio Banderas como el Salvador Mallo de Dolor y gloria,
que le ha entregado hoy sábado el festival de Cannes, el malagueño
obtiene el mayor de los galardones de su currículo, y engrosa una lista
de enormes intérpretes españoles que han sido premiados en el certamen
francés. Hace unos días Alain Delon, Palma de Oro de Honor, recordaba
que un español —no tenía claro quién— había ganado el año en que él
concursaba con El otro señor Klein. Era 1976 y el trofeo se lo llevó José Luis Gómez, por Pascual Duarte, de Ricardo Franco, adaptación de la novela de Camilo José Cela.
De
los 12 premios logrados por los españoles en la sección oficial de
Cannes, cinco son de interpretación. Gómez abrió un camino que
posteriormente siguió, al año siguiente Fernando Rey con Elisa, vida mia,
de Carlos Saura, en la que encarna a un hombre que vive retirado, casi
oculto, en el campo hasta que recibe la visita de su hija a la que no ve
desde hace 20 años. En 1984, Francisco Rabal y Alfredo Landa lo
obtuvieron ex aequo por Los santos inocentes, de Mario Camus. En el escenario, Rabal susurro el mítico “milana bonita” que murmuraba su personaje. De los 12 premios logrados por los españoles en la sección oficial de
Cannes, cinco son de interpretación. Gómez abrió un camino que
posteriormente siguió, al año siguiente Fernando Rey con Elisa, vida mia,
de Carlos Saura, en la que encarna a un hombre que vive retirado, casi
oculto, en el campo hasta que recibe la visita de su hija a la que no ve
desde hace 20 años. En 1984, Francisco Rabal y Alfredo Landa lo
obtuvieron ex aequo por Los santos inocentes, de Mario Camus. En el escenario, Rabal susurro el mítico “milana bonita” que murmuraba su personaje. Hubo que esperar a 2006, al premio compartido por el elenco femenino de Volver,
de Almodóvar, para que hubiera intérpretes españoles en el escenario
del Palacio de los Festivales: Penélope Cruz, Chus Lampreave, Blanca
Portillo, Carmen Maura, Lola Dueñas y Yohana Cobo compartieron el honor.
Finalmente Javier Bardem con Biutiful (2010), del actual
presidente del jurado Alejandro González Iñárritu, se convirtió en el
último actor español en lograr el premio de interpretación. Con este premio, Banderas (Málaga, 58 años)
suma un galardón que acompañarán a su Goya de Honor y a sus cuatro
candidaturas a los Globos de Oro, además de un premio del público en los
galardones del cine europeo. El actor contaba durante el estreno de
filme que había compuesto el personaje "de dentro a afuera". "A pesar de los elementos físicos y de vestuario que impuso Pedro y que
a mí me extrañaron al inicio, como su pelo y su ropa. Una vez que
conformamos el exterior y el dolor de las enfermedades, nunca más pensé
en imitarle. Era más un estado de ánimo... y entender a Pedro",
puntualizaba. Tras un infarto, su principal batalla ha sido recuperar su
prestigio como actor de carácter, y, también, convertirse de nuevo en
el adalid de Almodóvar. En Cannes, durante la rueda de prensa, explicó:
"No me importan Palmas ni premios. Sé que el rodaje de Dolor y gloria
son los meses más felices de mi vida como actor. Y eso no me lo quita
nadie”. Y se puso a tamborilear con los dedos la mesa para parar a una
posible lágrima.
El
diseñador francés, de paso en España como jurado de un concurso de
jóvenes talentos, celebra su medio siglo en la moda aupado por estrellas
como Madonna o Boy George.
Sentarse a hablar con Jean Paul Gaultier
es exactamente eso: sentarse a hablar.
Al francés no se le pregunta, ni
se le entrevista, solo se charla con él, se ríe a la par que él y se
interviene lo justo en una conversación que, si no tuviera un tiempo
pautado y un par de asistentes pululando alrededor, podría durar varias
horas y cafés.
A menudo, el diseñador se mete tan a fondo en el coloquio
—en el que mezcla español e italiano, toques de francés y algún verbo
en inglés— que olvida el origen de todo:
"¿Qué había preguntado? ¿De qué
estábamos hablando?". Y, después, ríe.
Con 67 años y a punto de cumplir medio siglo entre telas, el modisto
francés sigue con ganas de más.
De crear vestidos, de contar anécdotas
de sus creaciones, sus pasiones y sus amigos, de implicarse en el mundo
de la moda y enseñar a los que vienen detrás.
Pasa por España como
miembro de honor del jurado del premio Who's On Next, que desde hace
ocho años organiza la revista Voguepara poner en valor el joven talento español, al que considera "muy profesional".
"La
moda joven debe ser creativa, que esté bien pensada, pero con la mirada
en la calle.
Que venda. Es un equilibrio difícil", explica Gaultier.
Es una de las actuales obsesiones del maestro: la viabilidad
comercial.
El de la moda no deja de ser un negocio, ¿cómo sostenerlo sin
ingresos?
"Es un sistema destructivo, debo decir. Esto no solamente es un show.
Hay que hacer ropa para que se venda", defiende. Él mismo está inmerso, lo reconoce, en un modelo complicado de mantener.
"Se muestran
las prendas sobre las estrellas, que tienen el dinero para pagarlas,
pero que no las pagan porque tienen contratos para llevarlas.
Hay un
desequilibrio total.
Ellos tienen el tiempo y las situaciones para
vestirlas, y el dinero, ¡pero no pagan! ¡No es normal!", argumenta.
Cuando él empezó a hacer ropa, en los años setenta, y cuando se
consagró, en los ochenta y noventa, el modelo no era ese. Él mismo
vendía las prendas a Madonna
o Boy George, que eran clientes y, más tarde, amigos. "Para mí era una
recompensa ver mis prendas en sus videoclips. Teníamos una relación
normal, que no contractual. Ahora hay un intermediario, un estilista,
muchas personas por medio", opina. La diva del pop le ayudó a alcanzar
la fama gracias a sus ya míticos corsés de pechos cónicos. Su relación
se ha consolidado a través de los años y las giras: él la ha vestido
para el último Festival de Eurovisión con un diseño que rememoraba a aquellos. Estuvo en Tel Aviv para dar los retoques finales a
un traje que, reconoce, sufrió bastantes cambios en el proceso. "La
admiro, tenemos una relación especial", afirma sobre la cantante.
Es una de las actuales obsesiones del maestro: la viabilidad
comercial. El de la moda no deja de ser un negocio, ¿cómo sostenerlo sin
ingresos? "Es un sistema destructivo, debo decir. Esto no solamente es un show. Hay que hacer ropa para que se venda", defiende. Él mismo está inmerso, lo reconoce, en un modelo complicado de mantener. "Se muestran
las prendas sobre las estrellas, que tienen el dinero para pagarlas,
pero que no las pagan porque tienen contratos para llevarlas. Hay un
desequilibrio total. Ellos tienen el tiempo y las situaciones para
vestirlas, y el dinero, ¡pero no pagan! ¡No es normal!", argumenta.
El cansancio por tantas terceras personas le ha hecho decantarse por otro modelo de creación. Hace cinco años decidió cerrar su línea de prêt-à-porter, la
ropa que se encontraba en webs y almacenes, y centrarse en la alta
costura. Una decisión a la que también le llevó el hastío. "Tenemos
demasiado de todo. Demasiada ropa, demasiadas colecciones, ¡demasiadas
películas! En Francia se estrenan cada semana 25. ¡Es imposible!". Él ha
limitado sus apariciones y hasta sus materiales: ha dejado de trabajar
con pieles, una decisión que PETA (Personas por el Trato Ético de los
Animales) aplaudió. Ni hablar ya de la cuestión de la quema de
excedentes en la moda: "Es escandaloso. Absolutamente escandaloso".
Ahora solo realiza modelos a clientas específicas y por encargo. Es
decir, vuelve a sus orígenes. "El 24 de abril [de 2020] celebraré 50
años en la moda. ¡El mismo día de mi cumpleaños!", adelanta, con los
ojos brillantes de ilusión. "Lo que yo hacía era algo cerca de lo
artesanal. No fui a la escuela. Mi primera colección la hice sin dinero,
y no vendí nada. En la cuarta había aún menos dinero, porque tenía
muchas deudas. Conseguí llevarla a una tienda de Saint Germain des
Prés", recuerda sobre sus inicios en París, antes de ponerse a trabajar para Pierre Cardin. "Luego llegaron licencias con Japón, con Italia... Solo en Francia no sé si habría salido adelante", reconoce. "Con España tengo una relación particular" reconoce. Su firma pertenece al grupo catalán Puig desde 2011.
"Además de por estar en Puig, están Pedro Almodóvar o Rossy de Palma.
Pasé mis vacaciones de la infancia en el País Vasco francés, luego bajé a
Castilla, luego a Madrid, a Andalucía...". Parte de su iconografía está
inspirada en los símbolos más clásicamente asociados a la cultura
española, como los toros, los lunares, las vírgenes o los volantes. "Me
acuerdo de mi primer traje de luces, lo vi en Dax. Luego recuerdo mi primera corrida, en Sevilla. ¡Indultaron al primer toro! Tuve mucha suerte", relata entusiasmado.
Los recuerdos no le ciegan. Tampoco cruzar la línea del medio siglo trabajando. Además del cabaré autobiográfico que creó el pasado invierno para
el Folies Bergère y que, espera, llegue a España el próximo año, ya
está ideando un nuevo espectáculo para las celebraciones. "¡Un gran show! ¡Una gran fiesta! Es enorme, 50 años". Y retirarse, ¿no? "¡No, no, no! ¡Nunca! Jamais!", dice, en la mezcla de sus mil idiomas con la eterna carcajada.
No existe mejor alfombra roja que la del Festival de Cannes,
con su mezcla perfecta de festival, circo y desfile. Muchas veces
enciende estrellas que no tienen nada que ver con el cine o la moda,
como es el caso de Georgina Rodríguez, célebre por ser la pareja de Cristiano Ronaldo y madre de su hija más pequeña. Su aparición estelar en el estreno de Érase una vez en... Hollywood,
vestida con un traje que sumaba ingredientes de corsetería, uniforme de
esgrima y salto de cama, me recordó a aquel clásico del antiguo
Festival de Cannes que eran los posados de las llamadas starlettes,
que eran fotografiadas sobre la calzada frente al mar como cimbreantes
sirenas entre dos mundos. Las alfombras rojas han sustituido esos
posados y me encanta ver surgir a la novia de Ronaldo como ejemplo de starlette en la era del MeToo. Georgina aún está lejos de ser un ejemplo feminista, pero es profesional
a su manera. De hecho, conoció a Cristiano trabajando en una tienda en
Madrid y él ahora la emplea como asesora en sus clínicas de recuperación capilar. Pero lo que importa, además de su cabellera, es su ascenso a las alfombras rojas,
que puede ser también una profesión para la que hay que tener cierto
talento. No todos estamos hechos para desfilar y posar y lo cierto es
que, como todo oficio, se perfecciona mediante la práctica. Pero si
dejan de invitarte a las buenas alfombras, poca práctica desarrollas. Por eso hay que mantenerse y no es fácil. Mientras Ronaldo siga siendo
una estrella, Georgina lo tendrá fácil. Pero en sus gestos y elecciones
de vestuario, observo que Georgina quiere que la reconozcan por ella
misma sin tener que desnudarse más, ni física ni intelectualmente. A mí
me parece que va a conseguir ese gol, soy optimista.
Otra gran imagen de este festival ha sido la aparición conjunta de Brad Pitt y Leonardo DiCaprio. Brillan y eclipsan la película de Tarantino, donde comparten cartel. Es
lo que menos interesa, por más que nos digan que Pitt está soberbio. Es
verlos juntos, separados por diez años, representantes de dos
generaciones hollywoodenses. El guapo oficial y el protagonista
absoluto. Las reuniones de guapos desparraman un poder insuperable. Y
las alfombras rojas proyectan toda su fuerza. Creo que no veíamos algo
similar desde que Paul Newman y Robert Redford dominaban la pantalla. Quizás ellos tuvieron más suerte y agregaron a su unión películas inolvidables.
Pero disfrutemos con esta parejita. Pitt es tan sabio, tan curtido
como estrella, que le cede el protagonismo a DiCaprio en las fotos de la
promoción. Se lo regala y, a cambio, a quien más observas en las fotos
es a él por la manera en que la edad ha suavizado su belleza, le ha dado
estilo y algo misterioso. Tiene ese interés de las estrellas que te
parece ver su vida reflejada en cualquiera de sus gestos. Aunque a Pitt
nunca se le considera elegante, hay detalles en su aspecto que son
perfectos. El tamaño de la pajarita, por ejemplo. Ni muy ancha ni muy
estrecha, es perfecta, como los genitales en el David de Miguel Ángel. No es fácil alcanzar esa medida. Tienen que haberte pasado cosas y eso
es lo que destila, sin aspavientos, el gran Brad Pitt. Por más comunes que se hagan, defiendo el poder de las alfombras
rojas, esa capacidad fagocitadora que las convierte en más interesantes
que el espectáculo que preceden. Entender su poder significa también
calibrar sus alcances. Puede pasar que en la boda de Melendi, donde asistirán Albert Rivera y Malú,
prevista para este verano, obtenga más relevancia la llegada de ellos
dos que la de los contrayentes. Un indicativo de que Rivera puede tomar
decisiones con cierta despreocupación. Quizás no sea tan buena idea
hacer tu primera aparición como pareja en la boda de unos amigos. Entre
las molestias que acarrea estaría la de obligar a la wedding planner
de esas nupcias a extender una alfombra roja para que el candidato del
partido naranja y su novia cantante desfilen bajo el calor enamorado. Me
temo que esa llegada creará un precedente para Albert y Malú como
invitados y que en Sálvame se les califique de “eclipsadores”.
De repente, no les vuelven a invitar a otra boda por ese motivo o, como
pasa con las alfombras rojas, serán más recordados por ese posado que
por sus canciones o gestiones.