Las defiendo por esa capacidad fagocitadora que las convierte en más interesantes que el espectáculo que preceden.
No existe mejor alfombra roja que la del Festival de Cannes,
con su mezcla perfecta de festival, circo y desfile.
Muchas veces enciende estrellas que no tienen nada que ver con el cine o la moda, como es el caso de Georgina Rodríguez, célebre por ser la pareja de Cristiano Ronaldo y madre de su hija más pequeña. Su aparición estelar en el estreno de Érase una vez en... Hollywood, vestida con un traje que sumaba ingredientes de corsetería, uniforme de esgrima y salto de cama, me recordó a aquel clásico del antiguo Festival de Cannes que eran los posados de las llamadas starlettes, que eran fotografiadas sobre la calzada frente al mar como cimbreantes sirenas entre dos mundos.
Las alfombras rojas han sustituido esos posados y me encanta ver surgir a la novia de Ronaldo como ejemplo de starlette en la era del MeToo.
Georgina aún está lejos de ser un ejemplo feminista, pero es profesional a su manera.
De hecho, conoció a Cristiano trabajando en una tienda en Madrid y él ahora la emplea como asesora en sus clínicas de recuperación capilar.
Pero lo que importa, además de su cabellera, es su ascenso a las alfombras rojas, que puede ser también una profesión para la que hay que tener cierto talento.
No todos estamos hechos para desfilar y posar y lo cierto es que, como todo oficio, se perfecciona mediante la práctica.
Pero si dejan de invitarte a las buenas alfombras, poca práctica desarrollas.
Por eso hay que mantenerse y no es fácil. Mientras Ronaldo siga siendo una estrella, Georgina lo tendrá fácil.
Pero en sus gestos y elecciones de vestuario, observo que Georgina quiere que la reconozcan por ella misma sin tener que desnudarse más, ni física ni intelectualmente.
A mí me parece que va a conseguir ese gol, soy optimista.
Otra gran imagen de este festival ha sido la aparición conjunta de Brad Pitt y Leonardo DiCaprio.
Brillan y eclipsan la película de Tarantino, donde comparten cartel. Es lo que menos interesa, por más que nos digan que Pitt está soberbio.
Es verlos juntos, separados por diez años, representantes de dos generaciones hollywoodenses.
El guapo oficial y el protagonista absoluto.
Las reuniones de guapos desparraman un poder insuperable. Y las alfombras rojas proyectan toda su fuerza.
Creo que no veíamos algo similar desde que Paul Newman y Robert Redford dominaban la pantalla.
Quizás ellos tuvieron más suerte y agregaron a su unión películas inolvidables.
Pero disfrutemos con esta parejita.
Pitt es tan sabio, tan curtido como estrella, que le cede el protagonismo a DiCaprio en las fotos de la promoción.
Se lo regala y, a cambio, a quien más observas en las fotos es a él por la manera en que la edad ha suavizado su belleza, le ha dado estilo y algo misterioso.
Tiene ese interés de las estrellas que te parece ver su vida reflejada en cualquiera de sus gestos.
Aunque a Pitt nunca se le considera elegante, hay detalles en su aspecto que son perfectos.
El tamaño de la pajarita, por ejemplo.
Ni muy ancha ni muy estrecha, es perfecta, como los genitales en el David de Miguel Ángel.
No es fácil alcanzar esa medida.
Tienen que haberte pasado cosas y eso es lo que destila, sin aspavientos, el gran Brad Pitt.
Por más comunes que se hagan, defiendo el poder de las alfombras rojas, esa capacidad fagocitadora que las convierte en más interesantes que el espectáculo que preceden.
Entender su poder significa también calibrar sus alcances.
Puede pasar que en la boda de Melendi, donde asistirán Albert Rivera y Malú, prevista para este verano, obtenga más relevancia la llegada de ellos dos que la de los contrayentes.
Un indicativo de que Rivera puede tomar decisiones con cierta despreocupación.
Quizás no sea tan buena idea hacer tu primera aparición como pareja en la boda de unos amigos.
Entre las molestias que acarrea estaría la de obligar a la wedding planner de esas nupcias a extender una alfombra roja para que el candidato del partido naranja y su novia cantante desfilen bajo el calor enamorado.
Me temo que esa llegada creará un precedente para Albert y Malú como invitados y que en Sálvame se les califique de “eclipsadores”. De repente, no les vuelven a invitar a otra boda por ese motivo o, como pasa con las alfombras rojas, serán más recordados por ese posado que por sus canciones o gestiones.
Muchas veces enciende estrellas que no tienen nada que ver con el cine o la moda, como es el caso de Georgina Rodríguez, célebre por ser la pareja de Cristiano Ronaldo y madre de su hija más pequeña. Su aparición estelar en el estreno de Érase una vez en... Hollywood, vestida con un traje que sumaba ingredientes de corsetería, uniforme de esgrima y salto de cama, me recordó a aquel clásico del antiguo Festival de Cannes que eran los posados de las llamadas starlettes, que eran fotografiadas sobre la calzada frente al mar como cimbreantes sirenas entre dos mundos.
Las alfombras rojas han sustituido esos posados y me encanta ver surgir a la novia de Ronaldo como ejemplo de starlette en la era del MeToo.
Georgina aún está lejos de ser un ejemplo feminista, pero es profesional a su manera.
De hecho, conoció a Cristiano trabajando en una tienda en Madrid y él ahora la emplea como asesora en sus clínicas de recuperación capilar.
Pero lo que importa, además de su cabellera, es su ascenso a las alfombras rojas, que puede ser también una profesión para la que hay que tener cierto talento.
No todos estamos hechos para desfilar y posar y lo cierto es que, como todo oficio, se perfecciona mediante la práctica.
Pero si dejan de invitarte a las buenas alfombras, poca práctica desarrollas.
Por eso hay que mantenerse y no es fácil. Mientras Ronaldo siga siendo una estrella, Georgina lo tendrá fácil.
Pero en sus gestos y elecciones de vestuario, observo que Georgina quiere que la reconozcan por ella misma sin tener que desnudarse más, ni física ni intelectualmente.
A mí me parece que va a conseguir ese gol, soy optimista.
Brillan y eclipsan la película de Tarantino, donde comparten cartel. Es lo que menos interesa, por más que nos digan que Pitt está soberbio.
Es verlos juntos, separados por diez años, representantes de dos generaciones hollywoodenses.
El guapo oficial y el protagonista absoluto.
Las reuniones de guapos desparraman un poder insuperable. Y las alfombras rojas proyectan toda su fuerza.
Creo que no veíamos algo similar desde que Paul Newman y Robert Redford dominaban la pantalla.
Quizás ellos tuvieron más suerte y agregaron a su unión películas inolvidables.
Pero disfrutemos con esta parejita.
Pitt es tan sabio, tan curtido como estrella, que le cede el protagonismo a DiCaprio en las fotos de la promoción.
Se lo regala y, a cambio, a quien más observas en las fotos es a él por la manera en que la edad ha suavizado su belleza, le ha dado estilo y algo misterioso.
Tiene ese interés de las estrellas que te parece ver su vida reflejada en cualquiera de sus gestos.
Aunque a Pitt nunca se le considera elegante, hay detalles en su aspecto que son perfectos.
El tamaño de la pajarita, por ejemplo.
Ni muy ancha ni muy estrecha, es perfecta, como los genitales en el David de Miguel Ángel.
No es fácil alcanzar esa medida.
Tienen que haberte pasado cosas y eso es lo que destila, sin aspavientos, el gran Brad Pitt.
Por más comunes que se hagan, defiendo el poder de las alfombras rojas, esa capacidad fagocitadora que las convierte en más interesantes que el espectáculo que preceden.
Entender su poder significa también calibrar sus alcances.
Puede pasar que en la boda de Melendi, donde asistirán Albert Rivera y Malú, prevista para este verano, obtenga más relevancia la llegada de ellos dos que la de los contrayentes.
Un indicativo de que Rivera puede tomar decisiones con cierta despreocupación.
Quizás no sea tan buena idea hacer tu primera aparición como pareja en la boda de unos amigos.
Entre las molestias que acarrea estaría la de obligar a la wedding planner de esas nupcias a extender una alfombra roja para que el candidato del partido naranja y su novia cantante desfilen bajo el calor enamorado.
Me temo que esa llegada creará un precedente para Albert y Malú como invitados y que en Sálvame se les califique de “eclipsadores”. De repente, no les vuelven a invitar a otra boda por ese motivo o, como pasa con las alfombras rojas, serán más recordados por ese posado que por sus canciones o gestiones.
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