Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

19 may 2019

El reino de la posibilidad...................................... Javier Marías

Raro es contemplar hoy a quien se siente vinculado o atrapado por su propia convicción.

Ya saben, una de las definiciones de “clásico” viene a decir que son obras que, cada vez que uno vuelve a ellas, encuentra algo importante que en anteriores ocasiones le pasó inadvertido; o bien obras que, aunque ya las conozcamos, indefectiblemente captan nuestra atención y nos invitan a quedarnos en su compañía: si se trata de música, a escucharla entera por enésima vez; si es un cuadro, a escrutarlo con fascinación.
 
 Más mérito tienen, a mi modo de ver, las novelas y las películas, que hasta cierto punto confían en la historia que cuentan para interesar, y si esa historia ya nos la sabemos –si acaba bien o mal, quién muere y quién no–, por fuerza han perdido uno de sus principales atractivos en una segunda lectura o en una décima contemplación.
 Que los “argumentos” actúan como meros señuelos y en el fondo son secundarios lo demuestra que mucha gente relee el Quijote, El corazón de las tinieblas o Madame Bovary estando al cabo de la calle y recordando lo que les acaece a los personajes, lo que hicieron y cómo acabaron.
 Uno abre una de sus páginas al azar y suele verse arrastrado a leer unas más, y luego otras más, hasta continuar a veces hasta el final.
 Lo mismo sucede con ciertas películas: uno zapea y en algún canal están emitiendo Con la muerte en los talones, Centauros del desierto o ¡Qué bello es vivir!, y pese a sabérselas de memoria, es muy raro que no se sienta tentado a permanecer allí, con los ojos y el entendimiento cautivos.
 Algo hay siempre que lo sorprende, o que había olvidado, o sencillamente desea asistir una vez más a la más perfecta representación.
Pero es que además, a medida que pasa el tiempo y esas obras se alejan de nuestra contemporaneidad, descubrimos en ellas cosas que en su día nos parecían “normales” y que hoy ya no lo son.
 Y por tanto las vemos como si fueran extrañas y hubiera que “descifrarlas” desde la tan distinta mirada de nuestros días. 
Hace poco me sucedió con El hombre tranquilo, de John Ford y de 1952.
 Es una de mis películas favoritas (como de tantísimos aficionados al cine), e incluso recuerdo haberla elegido para hablar de ella en no sé qué festival de Burdeos, hará no menos de dos decenios.
 La he visto incontables veces desde la infancia, pero tanto da.
 La pasaban en una televisión y no pude evitar quedarme hasta el término del episodio o escena en que el azar me situó: John Wayne y Maureen O’Hara han obtenido por fin permiso para iniciar su cortejo con carabina –el inolvidable Barry Fitzgerald, casamentero oficial de Innisfree–. 
Montan en un calesín guiado por éste, obligados a darse la espalda; Fitzgerald los autoriza a bajarse y caminar el uno al lado del otro, sin tocarse; al ver un tándem estacionado, lo cogen y escapan en él, para estar a solas; llegan a un cementerio, y cuando van a besarse se desata una tormenta que asusta a la mujer; se resguardan como pueden, el hombre se quita la chaqueta para cubrirla, se le empapa la camisa blanca, y entonces se besan de veras por primera vez.
 
 Lo llamativo es la expresión, la mirada que a continuación se le queda a Wayne.
 Estoy convencido de que es el actor que mejor ha sabido mirar en el cine, sobre todo a las órdenes de Ford: en un solo plano, uno entiende lo que le pasa, y lo que le pasa no son cosas ni sentimientos simples, sino complejos y matizados
. Su pena no suele ser pena sin mezcla; su odio no es odio sin mezcla; su indignación no es primaria, su espanto es profundo.
 Es alguien capaz de saber –y de transmitir– que hay un antes y un después, que a partir de un momento, o una experiencia, o unas palabras, nada será ya lo mismo, empezando por su personaje.
Lo normal, lo convencional en una escena amorosa, tras un primer beso, es que quienes la protagonizan estén exultantes de felicidad o bien sigan besándose con entusiasmo o lascivia crecientes, según. Eso no ocurre en El hombre tranquilo
. Wayne abraza a O’Hara y vuelve el rostro, no hacia la cámara pero sí hacia el frente.

 Y su mirada parece en primera instancia de tristeza, de lástima incluso.
 Claro está que no lo es. 

En seguida uno comprende el matiz: es seriedad, gravedad, acaso responsabilidad, como si se estuviera diciendo: “Ay, ahora estoy vinculado. Es lo que deseo, pero ha llegado y ya no hay vuelta atrás.
 Me quedaré junto a esta mujer, no le fallaré, la querré y la cuidaré. Le daré la mejor vida que pueda y a eso dedicaré mi existencia.
 No sólo a eso, pero eso estará por encima de todo lo demás. 

Y le seré incondicional”.
 Ya en 1952 debía de ser infrecuente ver una reacción así en la pantalla o en la realidad.

 Los enamorados recientes tienden a ser ligeros y se ven llevados en volandas por el entusiasmo o la pasión, y “no hacen más que ocultarse mutuamente su destino”, como escribió Rilke con penetración.
 En la realidad no es más raro que hace sesenta años, yo creo, pero sí en la novela o el cine, sí en el mundo representado, como si en él sólo se admitiera estar de vuelta de todo.
 Raro es contemplar hoy en él a quien se siente vinculado o atrapado –en el mejor sentido de esta palabra– por su propia convicción, por su disposición a no fallar, por la responsabilidad que no puede exigírsele pero que uno adquiere hacia otro por su cuenta y riesgo y su voluntad.


 Raro es quien se hace el propósito de ser incondicional y piensa, quizá como Wayne bajo esa tormenta:

 “Quiero tanto a esta persona que a partir de ahora prescindiré de lo que más apreciaba, el reino de la posibilidad”.

 

Miguel Bosé posa por vez primera con sus hijos en un estreno en Los Ángeles

El cantante acude con Tadeo y Diego a la presentación de ‘Godzilla’ y publica una foto en Instagram en la que los tres visten con falda negra.

miguel bose instagram
Miguel Bosé y sus hijos este sábado en el estreno de 'Godzilla: rey de los monstruos'. FilmMagic
El cantante Miguel Bosé acudió este sábado al estreno de la película Godzilla: rey de los monstruos en Los Ángeles acompañado de sus dos hijos, Tadeo y Diego.
 Por vez primera Bosé posó acompañado de los niños.
 Los tres llevaban un atuendo similar, traje de falda larga en riguroso negro, y gafas del mismo color.
 El cantante ha difundido la fotografía tomada en el Teatro Chino de Hollywood en Instagram.  
 
Tras años protegiendo al extremo la imagen de su familia, Bosé publicó por vez primera en abril de 2017 una fotografía acompañado de sus hijos, junto a los gemelos del que fue su pareja durante 26 años Nacho Palau, Telmo e Ivo. 
Hasta ahora las imágenes de los hijos de Bosé recogían escenas privadas y del tiempo de ocio en familia, como paseos en barco o un viaje a Disneylandia, pero en esta ocasión han posado para los fotógrafos en el photo-call del estreno, si bien ocultaban sus ojos tras unas gafas de sol. 

El cantante anunció en 2011 a través de las redes sociales que había sido padre de Diego y Tadeo
Dos años después se supo que criaba dos más —Ivo y Telmo—, que no son hijos suyos y actualmente viven con Palau en España.
 Las dos parejas de gemelos solo se llevan siete meses de diferencia.
 Los niños nacieron por vientre de alquiler. 
Bosé siempre se refirió a ellos como sus hijos.
 Palau nunca habló, ya que siempre se mantuvo en un segundo plano y llevó con mucha discreción la relación que mantenía con el cantante.
La expareja de Bosé reclamó en los tribunales que se reconozca el derecho de mantener relación paternofilial con los pequeños como antes de la separación. 

 

El ‘boom’ del ‘K-beauty’: 15 productos para cuidar la piel con cosmética coreana

Seleccionamos mascarillas, limpiadores, exfoliantes y otros cosméticos en la web de Lookfantastic.

 

Los productos de belleza coreanos y su estética se han popularizado en todo el mundo.
Los productos de belleza coreanos y su estética se han popularizado en todo el mundo. Unsplash

Melancolía o chulería............................. Elvira Lindo

Los ciudadanos deberíamos reaccionar ante estos bravucones poseedores de una única razón, la suya.

 

Ximo Puig, Mónica Oltra y Rubén Martínez Dalmau escenifican los primeros acuerdos para formar Gobierno en la Comunidad Valenciana.
Ximo Puig, Mónica Oltra y Rubén Martínez Dalmau escenifican los primeros acuerdos para formar Gobierno en la Comunidad Valenciana.
Dicen que no conoces bien a tu hermano hasta que no llega el momento de repartirse una herencia, ni a tu pareja si no te ves en la situación de acordar un divorcio. 
Todos los dichos populares se me antojan deprimentes por la idea miserable que muestran del ser humano.
 Pero admitamos que si existen es porque reflejan situaciones recurrentes. 
 Este de las herencias y los divorcios lo leí en un reportaje del Expresso portugués sobre el bullying entre hermanos.
 ¿Hay que admitir que cualquier amor puede degradarse, sea filial o sentimental, cuando se trata de ceder algo para alcanzar un punto de acuerdo?
 Escuché hace bastantes años al magistrado Martín Pallín afirmar que las organizaciones vecinales debían evitar que los conflictos entre vecinos acabaran en un juzgado.
 Esta idea, escuchada en mis años de formación, se me viene a la mente cada vez que observo cómo esa incapacidad emerge en la vida pública y sacude nuestra convivencia.
Estos días pasados en Suecia he comprobado cómo su concepto de democracia, en el que por sistema cualquier decisión se discute, ha surgido en la conversación en varias ocasiones.
 Muchas veces en comparación con la estéril vehemencia española. El que pierde, en una democracia activa, no es el que se sale con la suya, sino el primero que tira la toalla y se levanta de la mesa.
 El ejercicio tenaz del consenso es pesado, todas las decisiones resultan lentas, y requieren de la santa paciencia de los interlocutores que asumen que hasta las infraestructuras requieren años de debate.
 Concebir que no se trata de ganar sino de estrechar las manos del adversario al final de un proceso requiere un compromiso ético. Tienen alguna línea roja, desde luego: la extrema derecha, por ejemplo, está excluida de cualquier acuerdo.
 Y eso es algo que se deja claro antes y después de unas elecciones.
Me pregunto qué es entonces lo que ocurre en España y qué quieren decir algunos cuando se declaran a sí mismos europeístas. En los últimos tiempos, lo que muestra nuestra clase política, dispersa en partidos que habrán de llegar a grandes o puntuales acuerdos si no quieren convertir el país en un disparate, es una especie de empeño ciego y egoísta en frustrar el curso de cualquier entendimiento.
 Mala pedagogía para el pueblo. Genera desapego en los ciudadanos, que vemos cómo solo prevalecen los intereses partidistas.
 Y es que hasta para hacer una buena oposición, desde la derecha, la izquierda o el activismo, debe haber un Gobierno.

Contamos, además, con una tozuda nostalgia de aquella primera etapa de la democracia, que algunos definen con insistencia como más sólida que la de ahora, con políticos más instruidos e instituciones más respetadas.
 ¿No será que quienes sostienen esa imagen idealizada del pasado reciente se han hecho mayores y no quieren recordar los vergonzosos episodios que cada época contiene?
 ¿No hay en esa melancolía una falta de generosidad y una actitud autoindulgente?
En este presente que vivimos la negociación permanente va a ser la norma, y ay de aquel que no lo entienda. 
Los ciudadanos deberíamos reaccionar ante estos bravucones poseedores de una única razón, la suya. 
 Es la cerrazón de los perezosos, de los arrogantes, de los que viven del lío. ¿A qué Europa se refieren cuando hablan de Europa?
 La composición política europea es hoy trabajosa, pero resulta ineludible considerar un deber moral no levantarse de la mesa.
 Ser chulo debería dejar de ser en España, de una vez por todas, una cualidad.