Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

19 may 2019

Mejor, de un poema ............................... Juan José Millás


Juan José Millás LA FOTO DEL AGUJERO negro, en general, decepcionó.
—Era más interesante escuchar lo que te contaban de él —decía un parroquiano, mientras atendía a la noticia por la tele del bar.
Yo leía mi propio periódico en cuya primera página se veía el anillo de gases en las proximidades del cráter
El tema (o el asunto, no sé) ocupó las primeras páginas de la prensa. Había costado un trabajo inmenso obtener la imagen de esta singularidad situada a 55 millones de años luz de la Tierra.
 Tuvieron que ponerse de acuerdo los responsables de decenas de teles­copios repartidos a lo largo y ancho del mundo.
 Todo el dinero empleado fue engullido por esa boca sin labios que absorbe cuanto se sitúa en sus proximidades, incluida la luz, como un desa­güe cósmico.
 Cuando hablamos de los agujeros negros siempre mencionamos la rareza de que sean capaces de tragarse la luz y continuar siendo oscuros. Cuando hablamos de los agujeros negros siempre mencionamos la rareza de que sean capaces de tragarse la luz y continuar siendo oscuros. Si uno pudiera tragarse con una pajita el resplandor de una luciérnaga atrapada en una botella de cristal, se iluminarían su tráquea y su estómago y la fosforescencia descendería por ambos intestinos hasta alcanzar el recto, ese agujero también negro, de carácter orgánico, que tanto se parece a las extravagancias del universo. —Me gusta más oír hablar de los agujeros negros que verlos —insistió el parroquiano mencionado más arriba—. ¿Sabes cómo se llaman los bordes del anillo?
—Ni idea —respondió su interlocutor.
—Horizonte de sucesos, no te lo pierdas, horizonte de sucesos.
—Parece el título de una novela.
 Mejor, de un poema, pensé yo.

Dinosaurios y otros bichos..............................Rosa Montero..

La izquierda se ha atomizado en hasta ocho candidaturas en muchos municipios de la Comunidad de Madrid. ¿Puede haber un suicidio más claro?
BROTAN POLITÓLOGOS por doquier cual setas en un húmedo noviembre, y frente a tanta sapiencia creo que yo entiendo cada vez menos de política. 
Por ejemplo, aún no he acabado de digerir que Ciudadanos, un partido que se proclamaba de centro liberal, se transmutara en un abrir y cerrar de ojos en una formación que me parece intolerante y retrógrada.
 Y que el Partido Popular, que en ciertas épocas quiso ocupar el centro derecha, se pusiera a disputar contra los ultras, con enconado ahínco, el reñido título de la agrupación más facha del país.
Pero lo peor no son estas derivas.
 Porque podría haber sucedido que tanto Ciudadanos como el PP hubieran visto la luz camino de Damasco y hubieran comprendido que su verdadera vocación pasaba por ahí, por la radicalización reaccionaria. 
Pero no: por lo visto todo era fingimiento, pura estrategia.


O eso se deduce de sus actitudes: cuando los barones del PP se pusieron a despotricar contra el giro a la derecha del partido, achacando la pérdida de votos a esa táctica, Casado, que llevaba semanas sosteniendo carcundias con transida emoción, de pronto dejó de ajuntarse con Vox y empezó a tacharles de extrema derecha. En cuanto a Ciudadanos, ha sido el sector centrista el que ha admitido que la estrategia de derechizarse funcionó.
 Yo no sé cómo lo ven ustedes, pero a mí estas valoraciones poselectorales me parecen de un cinismo estremecedor.
 Pero, entonces, esas ideas de las que tanto alardeaban, ¿eran suyas o no eran suyas? ¿Creen de verdad en algo o tan sólo apoyan convenientemente “lo que funciona”?
En mi inocencia, es decir, en mi ignorancia, pensaba que los partidos políticos querían llegar al poder para cambiar la sociedad de acuerdo a sus valores. 
Pero ahora comprendo que lo que quieren es cambiar sus valores hasta atinar con los más adecuados para llegar al poder.
 Lo que reforzaría la evidente sospecha de que, más que buscar la grandeza del país, buscan la suya propia.


Probablemente siempre ha habido, en todos los momentos y todos los partidos, una tendencia oculta hacia este oportunismo, este chaqueterismo.
 Pero lo que me deja alucinada es el descaro con que ahora lo hacen.
 Se acabaron las máscaras. “Estas son mis opiniones; si no le gustan, tengo otras”, decía el gran Groucho, que siempre supo más de la vida que el otro Marx.
Con todo, en estas elecciones no veo en los partidos de la izquierda el mismo nivel de oportunismo (no digo que en otros momentos no lo haya habido).
 Ojalá no me esté cegando la esperanza, pero lo cierto es que los veo razonablemente fieles a ellos mismos.
 Fieles incluso a los errores y a la típica estupidez de la izquierda de este país, ese dogmatismo intolerante que hace que votantes y afiliados se sientan, cada uno de ellos, los más puros, los más perfectos defensores de la esencia progresista y, en consecuencia, el látigo de los progres tibios o “pecadores”.
 Como decía Manuel Jabois en un genial artículo, la izquierda exige tal pureza ideológica a sus políticos que más que candidatos habría que presentar diamantes.
Esta necedad hace que la izquierda suela dividirse, que los grupos se enconen unos con otros, que todos se desdeñen entre sí. Cosa que está sucediendo con las próximas elecciones.
 Por ejemplo, la izquierda se ha atomizado en hasta ocho candidaturas en muchos municipios de la Comunidad de Madrid. ¿Puede haber un suicidio más claro, una estupidez mayor? Démonos por muertos: por lo visto la izquierda prefiere que gane la derecha antes que apoyar a un colega impuro. 
Según una encuesta municipal, Manuela Carmena está en su momento más alto de valoración ciudadana.
 Personalmente creo que Más Madrid es la opción más útil. 
 Podemos, que ha tenido la lucidez de no presentar lista contra la alcaldesa, podría hacer otro tanto en la Comunidad y ganarse así el respeto de muchos. 
Y si el PSOE hiciera (milagrosamente) lo mismo, creo que yo recuperaría por completo mi fe en la política.
 Por tiempos de impresión escribo este artículo, ya saben, quince días antes de que se publique.
 Cuando lo estén leyendo nos encontraremos a una semana de las elecciones: ojalá se hayan hecho pactos en la izquierda. Pero no lo creo.
  Me temo que, cuando despertemos, el dinosaurio todavía estará allí.
 

Tachar y tachar.........................................Javier Marías

Sería estupendo que el afán de viajar obedeciera al deseo de ver y conocer. 
Pero las marabuntas observan a través de sus móviles, fotografían y ya está.


HACE TIEMPO que las autoridades (con los alcaldes a la cabeza) decidieron que las ciudades ya no eran para sus habitantes, y la cosa va a más y más, a toda velocidad.
 Las han convertido en negocio, en decorado, en discoteca, en parque temático, en estadio para actividades “lúdicas” de una exigua e insaciable parte de la población, en terreno alquilable al codicioso sector hostelero, que invade las aceras sin freno y priva de espacio a los ciudadanos.
 Echan también de sus casas a los inquilinos, permitiendo la plaga de los pisos turísticos.
 Demasiados caseros poco previsores prefieren una barahúnda de cambiantes grupos etílicos y sin sentido de la conservación, antes que residentes fijos y cumplidores que cuidan los pisos como si fueran propios porque es en ellos donde viven.
 Digo “poco previsores” porque no creo que esta eclosión de hordas vaya a durar eternamente. 
Eso sí, si me equivoco, nuestras ciudades serán arrasadas y destruidas.
No me explico el fenómeno, por lo demás. 
Madrid (que no es Venecia ni Florencia, Roma ni Praga ni París, Barcelona ni hoy Lisboa) está lleno de masas en todas las épocas del año.
 Veo por el centro incontables grupos de veinte, cuarenta u ochenta turistas en enero, febrero, octubre o noviembre, no digamos en los meses de vacaciones tradicionales.
 Son alemanes, italianos, franceses, japoneses, chinos, rusos, americanos de toda edad (no sólo jubilados ni sólo estudiantes).
 Me pregunto si no trabajan, cómo es que tantos disponen de tantos días libres en cualquier estación.
 Porque hay que suponer, además, que si el desfile es constante por Madrid, más lo será por las capitales mencionadas.
 Y si uno va a otras menos famosas, se encuentra el mismo panorama, no hay rincón libre y a salvo.
 También se pregunta uno cómo es que, si las clases medias están empobrecidas (según todos los informes económicos), se desplazan éstas sin parar.
 Los vuelos no cuestan nada, ya sé, pero hay que sumarles las comidas y cenas y cervezas y tapas (las terrazas y los bares están a reventar), el alojamiento, el transporte y la compra de horrorosos souvenirs, cuyas tiendas proliferan en detrimento de los comercios útiles, esenciales para los habitantes.
 ¿De dónde salen el tiempo y el dinero? Y, sobre todo, ¿de dónde proviene este enloquecido afán por moverse de aquí para allá? 

Sería estupendo que obedeciera al deseo de la gente de ver, conocer y “adquirir cultura”, por mal que suene esta expresión.
 Pero llevo mucho observando a estas termitas y no parece que sea el caso.
 Casi ninguna mira nada directamente y con sus limpios ojos, sino que lo observan todo unos segundos (exagerado, el verbo “observar”) a través de sus móviles, lo fotografían y ya está. 
En su momento comenté las penosas imágenes de huestes ciegas ante La Gioconda, haciéndole fotos y sin dignarse admirar el cuadro.
 Otro tanto sucede con Las Meninas y cualquier pintura medio célebre.
 Uno diría que lo único que desean estas marabuntas es tachar. Tachar de unas extrañas listas que se las ha persuadido de confeccionar:
 “Madrid, ya he estado; París, visto; Bali, me he bañado; Praga, fotografiado el puente y colgado en mi cuenta de Instagram; Venecia, pateada un rato y ensuciada por mis desperdicios…” Todas estas tachadas, ¿qué nos queda por hollar?
 La manía de presumir ante los conocidos colgando fotos en las cretinoides redes, “Mirad dónde estoy”, es una de las más absurdas que ha conocido el mundo, porque ahí donde está cada cual, ha estado o va a estar mañana media humanidad. 
 Nada tiene ningún mérito, nada puede ya dar envidia, nada es raro ni insólito, todo es trillado.
Viajar ha perdido su aura, es lo más vulgar que hoy se puede hacer. Y nada se libra.
 Los diarios, en sus versiones digitales, están plagados de imbecilidades del tipo: “Los diez pueblos de España que no se debe usted perder”. 
Los diez restaurantes o tascas, los diez libros, las diez iglesias, las diez cervezas, las diez playas, los diez puentes, las diez cascadas, y así hasta el infinito.
 Hay unas greyes (bovinas) que apuntan religiosamente todas estas arbitrariedades, y que luego las van tachando como posesos. “Bueno, ya hemos pisado Buñuelos de la Churrería, vamos al siguiente pueblo, que es Homilía de las Tortillas y está sólo a 200 km; nos faltarán nada más Batracios, Gorrinera y Retortijones, que al parecer son de fábula”.
 Buñuelos se ha convertido en un lugar imposible, como Batracios y Lupanar, lo mismo que la Playa de los Eunucos y la de Gozmendialarrainzar y la de L’Esgarrifat.
 La gente se agolpa al borde de precipicios “que no se puede usted perder”, se hace selfies a codazo limpio y algún turista se despeña en el intento.
 Debo de ser muy mala persona, porque cuando esto ocurre me cuesta que me dé lástima. Qué quieren, lo último que deseo es la destrucción de las ciudades y los pueblos y los paisajes, de las playas y los monumentos y los parques y los cuadros.  

Si por lo menos fuera para contemplarlos y disfrutar de ellos… Pero no, eso es lo que pocos hacen, fíjense bien.
 La mayoría tan sólo tacha mentalmente: una cosa menos en mi interminable lista de “obligaciones”. Y otra y otra y otra; y otra más.