La hija de la infanta Elena y Jaime de Marichalar preside desde un enganche el inicio de la Feria de Sevilla.
Victoria de Marichalar,
de 18 años, ha sido este año la encargada de inaugurar la Feria de
Sevilla y en concrerto la concentración de coches de caballos, conocidos
como enganches. La afición de la joven por los caballos, los toros y la
vinculación de sus padres con la capital andaluza - se casaron allí- la
convirtieron este año en la candidata perfecta. El acto, que se celebró
en la Maestranza, contó con la presencia de sus padres aunque cada uno
se situó en un lugar de la plaza. Los exesposos no mantienen ningún tipo
de relación Victoria a diferencia de su hermano no es tan dada a las fiestas. Ella prefiere salir con su grupo de amigas del colegio St. George’s de
La Moraleja y con sus amigos del mundo de los toros y en concreto con el
torero Gonzalo Caballero, con quien se la relaciona desde hace un año Un conocido común le presentó un día a Felipe al torero, con quien hubo
química desde el principio, y, a continuación, apareció en escena
Victoria. La simpatía inicial ha madurado en un afecto mutuo, cimentado,
además, por la conocida afición taurina de los nietos de don Juan
Carlos, que han heredado de su abuelo y su madre. Los cuatro son asiduos
visitantes de las plazas de toros, y los dos más jóvenes se han
convertido en fieles seguidores de Gonzalo Caballero, con el que sufren
desde el tendido cada tarde que el torero amigo se viste de luces. Sus padres, al igual que hicieron con su hermano Felipe, también
enviaron a Victoria dos años al extranjero -al Reino Unido- para mejorar
su inglés. Ahora lo habla a la perfección como el francés. El próximo
año comenzará sus estudios universitarios. Siente adoración por Pipe y juntos
se dejan ver en muchas ocasiones: en conciertos del grupo Taburete
-cuyo líder es el Willy Bárcenas el hijo del extesorero de PP-,
callejeando por Malasaña, y sobre todo en los toros. Don Juan Carlos también siente debilidad por su nieta mayor y busca su compañía.
Doña Elena mantiene una relación muy estrecha con su hija. Se las ve de compras en almacenes low cost o en los concursos hípicos que se celebran por toda España. Victoria tiene un estilo propio. Le interesa la moda, como a su padre,
pero suele ser muy austera en sus elecciones. Nadie duda de que con el
tiempo será una de las jóvenes más elegantes asesorada por su
progenitor. De hecho los conjuntos que ha llevado estos días en Sevilla
los compró con su padre. Marichalar ha hablado recientemente con la revista ¡Hola!
acerca de las vidas de Felipe y Victoria, de 20 y 18 años, de sus
aficiones y de sus estudios. Una de las cuestiones que abordó fue la
supuesta vinculación de Victoria Federica con Vox. Algunas informaciones aseguraron que la joven acudió a una fiesta que el partido celebró en el Teatro Barceló de Madrid
a principios de marzo. Sin embargo, ahora Jaime de Marichalar ha
querido desmentirlo. "Se encontraba en la puesta de largo de una amiga y
ni estuvo en el mitin ni es de ningún partido político", afirma en las
páginas de la revista. Según el aristócrata, que no haya fotos de ella
en el acto es la prueba definitiva de que no estuvo allí. "Si hubiera
estado habría fotos y ahora estarían por todos los lugares publicadas",
asegura.
Vic, como la llaman en familia, está presente en las redes sociales. Su Instagram @vicmarbor (Victoria Maricharlar Borbón) es una cuenta privada en la que solo ha admitido a 119 seguidores.
Arantxa Sánchez Vicario
ha perdido otro partido con su marido Josep Santacana en la batalla
judicial que les enfrenta desde hace más de un año. El juez que en Miami
estudiaba su caso ha desestimado la petición de la tenista para que el
divorcio se dirima en EE UU. La tenista recurrirá esta decisión como lo ha hecho en España. Ramón Tamborero, su abogado en Barceloa, ya recurrió la decisión el
Juzgado Número 2 de Esplugues ante la Audiencia Provincial que se
declaraba competente para resolver el divorcio. En el fallo dado a
conocer el pasado 21 de marzo se establece que "no procede hacer otros
pronunciamientos". Al disolverse el matrimonio en España entra en vigor
el acuerdo de separación de bienes que ambos firmaron, el 17 de
noviembre de 2008, antes de casarse y que está sujeto al régimen vigente
en Cataluña. Este pacto no es válido en Estados Unidos. Santacana impulsó inicialmente el proceso de divorcio en Miami y
pidió la custodia de los hijos con el argumento de que Sánchez Vicario
padece problemas psicológicos y no puede hacerse cargo de ellos. Pero
posteriormente inició acciones legales en Barcelona. En el trasfondo de
la separación y de la disputa económica entre Sánchez Vicario y
Santacana está la querella impulsada por el Banco de Luxemburgo
y que investiga un juzgado de Barcelona. La entidad se querelló contra
la tenista y contra el empresario por una deuda pendiente de pagar de
7,5 millones de euros y llegó a pedir su ingreso en prisión, que fue
rechazado. Santacana asistió a ese juicio, no así la deportista. A su llegada al
juzgado, el empresario declaró: "Lo que espero de este juicio es que nos
separen, que nos divorcien, que llevamos más de un año. A ver si
definitivamente llega el fin. No reclamo nada especial, básicamente que
nos divorcien y que se cumplan los acuerdos que tenemos”, ha reiterado
para luego insistir: "No me he quedado nada de Arantxa". La tenista, en cambio, acusa a su expareja de haber controlado su patrimonio: "Lucho un partido a cinco sets
ante un rival muy duro, pero si algo tengo es resistencia. Nunca podré
perdonar todo lo que está haciendo para dañarme. La persona que he
descubierto no es de la que me enamoré".
Junto a más de 500 famosos, en la alfombra roja más importante de la moda —con permiso de los Oscar— y codeándose con Lady Gaga, Katy Perry o Penélope Cruz. Así ha sido el debut en sociedad de Victoria y Cristina Iglesias, las hijas gemelas
del cantante Julio Iglesias y la exmodelo Miranda Rijnsburger, que han
cumplido ya 18 años y han posado por primera vez ante los focos y de
forma pública nada menos que en la gala del Museo Metropolitano de Nueva York. La noche del martes y ante las miradas del mundo entero, las jóvenes
pasearon y sonrieron para los fotógrafos dejando clara su intención de
convertirse en modelos. Lo hicieron en la gala organizada por Anna Wintour, la todopoderosa editora de la revista Vogue,
que se encarga de seleccionar personalmente a los invitados y de
decidir cómo, dónde y junto a quien se sientan. Cristina y Victoria,
rubias, altas y espigadas como su madre, posaron con vestidos idénticos,
la una en rosa y la otra en azul. Eran dos creaciones con un solo
tirante, cuajadas de plumas, cortas por delante y con larga cola, que
habían sido creados por el taller de Oscar de la Renta. Precisamente en diciembre 2014 Julio Iglesias dio un concierto en Punta Cana, República Dominicana, en memoria del diseñador, que había fallecido dos meses antes y
que era buen amigo de la familia, además de vecino en la isla; para los
hijos del cantante era como un tío. Al recital asistió Anna Wintour, en
calidad tanto de directora de la publicación como de buena amiga
personal del costurero dominicano. Entonces, según cuenta la revista ¡Hola!,
la editora se acercó a las tímidas hijas de Iglesias, que solo tenían
13 años, y les preguntó: "¿Y vosotras qué queréis ser? ¿Queréis ser
modelos?". Ante la respuesta afirmativa de las pequeñas, Wintour habría
contestado: "Pues entonces visitadme pronto".
Surgido en los años setenta, el calificativo derivado de progresista ha resucitado en España con un renovado tinte peyorativo.
Una de las particularidades retóricas llamativas de esta campaña
electoral y de los debates a los que ha dado pie en conversaciones de
familia o de cafetería ha sido la definitiva decantación del
calificativo progre hacia su acepción más peyorativa y denigratoria. A
menudo se pronuncia esa palabra con enorme desprecio agresivo, que en
ámbitos privados puede recalcarse con el predicativo “asqueroso”,
“casposo”, “de mierda”, “de salón” o con neologismos como pijoprogre,
que aluden a la filiación burguesa, pasada por la universidad, del
insultado. Sí, en esta campaña el apelativo de marras solía echarlo a la
cara del adversario, en un arrebato de gran hastío y exasperación,
alguien —generalmente de derechas, pero también podía ser un “rojo”, de izquierda más radical o proletaria— que tenía ya agotados los depósitos de su paciencia.
—¿Ese? ¡Un puto progre! ¡Un progre de mierda! Es significativo que la palabra progre siempre ha de ir reforzada por un adjetivo. Señal de que como invectiva es floja. Otras veces, en cambio, convertida en adjetivo, viene a reforzar el
concepto: “la dictadura progre” (de valores, de moral, de lenguaje). Y a
veces deriva en algún neologismo. Por ejemplo, ¿se habla de ecología, de igualitarismo, de lenguaje inclusivo, de laicismo, de eutanasia? —Es la típica prograda. Veremos qué es lo que resulta tan exasperante, tan detestable en el o en
lo progre. Pero ya adelantamos que esa belicosidad contra el progre
— término que en los años setenta se refería a cierto pasotismo
desdeñoso, descreído, algo fumeta, resumible en el lema “que pare el
mundo que yo me bajo”, y que ahora se asimila más bien al prototipo del
socialdemócrata— es en vano. Porque en el fondo la palabra en sí se
refiere a un concepto universalmente positivo, que es, por supuesto, el
del progreso, y a una voluntad de superación, de mejora. ¿Quién, que no
sea un desalmado, puede estar contra esto? Por tanto hay que agregarle
un poco de tabasco, algún atributo más denigrante. Por ejemplo, “rancio”
(o sea, corrompido por el paso del tiempo y con un olor fuerte y
desagradable): es contundente, y un agravio demoledor en un país que,
como el nuestro, está obsesionado con la higiene, la asepsia, la
novedad, la modernidad, y que se avergüenza de su pasado; pero no casa
bien con “progre”, no funciona, ya que la ranciedad sugiere pasividad e
inmovilidad, mientras que el progreso implica movimiento. En esto es muy
diferente de facha, vocablo de efectividad deprecatoria, de una carga
venenosa, letal, pues remite a un pasado negrísimo: el fascismo, aliado
con el nazismo, y de ahí a los episodios más repulsivos del siglo XX… Contra tales referencias es endemoniadamente difícil defenderse. A
cualquiera le pueden llamar facha en el momento menos pensado, y por la
mínima desviación del recto camino, sea éste el que sea. Mientras que
para que le insulten llamándole progre ha de hacer méritos de beatería.
El que antes se definía como “nacionalista” ha comprobado que el
concepto es execrado en todo el mundo y prefiere llamarse “soberanista”,
que es positivo, o “indepe”, que es hasta cariñoso. Puede incluso,
violentando la lógica, sostener que “soy independentista, pero no
nacionalista”. El progre no necesita tales juegos malabares.
“¿Progre me
llamas?”. Uno puede responder: “Pues sí, he de admitirlo, soy un poco
progre. Qué quieres”. Se asume hasta con coquetería. De manera que, para los debates más reñidos con el cuñado
o para las tertulias televisivas, esfuérzate un poco y a ver si
encuentras algún insulto de una eficacia tan inapelable como facha. En realidad esta familia de palabras, “progre”, “progresista”,
“progresía”, que en su acepción moderna se remonta a la Transición, tuvo
desde el principio un matiz de benigna autocrítica, una ligera carga de
ironía paternalista que se autoadministraba la comunidad que combatía
las políticas franquistas y vestigios posfranquistas de quienes entonces
se veían acribillados con una batería retórica aplastante: “carca”,
“reaccionario”, “inmovilista”, “franquista” o “facha”. Al “inmovilista”,
Mingote solía caricaturizarlo en sus chistes como un híbrido de ser
humano y piedra, piedra como de castillo roqueño. El inmovilista ha
desaparecido del lenguaje público.
Postulaba que una noche de finales de los años ochenta
estaban él, Eugenio Trías, Félix de Azúa, Gonzalo Suárez y algunos otros miembros de la gauche divine
en el Bocaccio de Barcelona:
“Andábamos divertidamente indignados por
el uso y abuso que cierta izquierda española estaba haciendo de algunos
valores progresistas y que había elevado paletamente a imperativo
kantiano.
De repente se nos ocurrió el palabro para nombrar y criticar
de un plumazo a aquellas mitologías que competían con las de la
burguesía desde el lado opuesto.
Y encargamos a Gonzalo Suárez que
divulgara nuestro alcohólico hallazgo lingüístico en la revista de Haro
Tecglen.
Así fue como exactamente nació y se extendió la dichosa palabra
en los dos epicentros de la progresía (Bocaccio y Triunfo) hasta convertirse en el insulto dominante de la blogosfera…”.
En realidad ese uso autocrítico estaba en el aire ya unos años antes.
El dibujante J. L. Martín había empezado a publicar unas tiras cómicas
(no muy cómicas, a qué engañarse) sobre un paradigmático “Quico, el
progre”, y los títulos de los álbumes que fue publicando son muy
elocuentes sobre la blandenguería mansurrona de un arquetipo social ya
entonces autocaricaturizado como decadente y algo patético. Lucía el tal
Quico melena rizada y barba, y sobre la camisa de cuadros llevaba una
chaqueta de pana con coderas: indumentaria moderadamente informal e
inconformista, opuesta al estirado conservadurismo convencional del
traje de tergal reaccionario. Quico el progre nació ya autodeprecatorio y trasnochado: aquellos álbumes tenían títulos elocuentes: Ya estás un poco carroza, Quico; Te estás quedando calvo, Quico; Has engordado, Quico; No eres moderno, Quico…
Progre era una forma de autoindulgencia. Cuando se usa como invectiva
con la ácida belicosidad de hogaño, ataca una blandenguería santurrona,
real o supuesta, directamente emparentada con la corrección política,
que se resiste a mirar a los problemas auténticos de frente y a
combatirlos con energía y sin contemplaciones; al progre se le acusa de
que al principio de realidad prefiere las ideas bonitas aunque hayan
demostrado su ineficacia o, peor aún, su complicidad con el error y el
horror. Es el bonismo, el irenismo que, por ejemplo, con beata sonrisa receta en toda circunstancia el “diálogo”.
Claro que ¿quién es tan bruto para rechazar algo tan humano como “el diálogo”