Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

7 may 2019

Nueva derrota de Arantxa Sánchez Vicario ante su exesposo

Un juez de Miami falla que el divorcio de la tenista se resuelva en España, como ya hizo el Juzgado Número 2 de Esplugues.

Arantxa Sanchez Vicario, en junio de 2018 en París.
Arantxa Sanchez Vicario, en junio de 2018 en París. CORDON PRESS

 

Así fue el debut de las hijas de Julio Iglesias en la gala del Met

Victoria y Cristina, que ya han cumplido 18 años, se dejaron ver con vestidos idénticos en la alfombra roja de la fiesta de la gran fiesta de la moda.

Victoria y Cristina Iglesias en la gala del Museo Metropolitano de Nueva York, celebrada el 6 de mayo de 2019.
Victoria y Cristina Iglesias en la gala del Museo Metropolitano de Nueva York, celebrada el 6 de mayo de 2019. GTRESONLINE

 

6 may 2019

¿A quién insultas llamándole progre?.................. Ignacio Vidal-Folch..

 

Surgido en los años setenta, el calificativo derivado de progresista ha resucitado en España con un renovado tinte peyorativo.

Jóvenes en una manifestación para reclamar la amnistía de presos, en 1977 en Madrid.
Jóvenes en una manifestación para reclamar la amnistía de presos, en 1977 en Madrid. VOLKHART MÜLLER / EFE
El que antes se definía como “nacionalista” ha comprobado que el concepto es execrado en todo el mundo y prefiere llamarse “soberanista”, que es positivo, o “indepe”, que es hasta cariñoso. Puede incluso, violentando la lógica, sostener que “soy independentista, pero no nacionalista”. 
El progre no necesita tales juegos malabares.





 “¿Progre me llamas?”. Uno puede responder: “Pues sí, he de admitirlo, soy un poco progre. Qué quieres”. Se asume hasta con coquetería.
De manera que, para los debates más reñidos con el cuñado o para las tertulias televisivas, esfuérzate un poco y a ver si encuentras algún insulto de una eficacia tan inapelable como facha.
En realidad esta familia de palabras, “progre”, “progresista”, “progresía”, que en su acepción moderna se remonta a la Transición, tuvo desde el principio un matiz de benigna autocrítica, una ligera carga de ironía paternalista que se autoadministraba la comunidad que combatía las políticas franquistas y vestigios posfranquistas de quienes entonces se veían acribillados con una batería retórica aplastante: “carca”, “reaccionario”, “inmovilista”, “franquista” o “facha”. 
Al “inmovilista”, Mingote solía caricaturizarlo en sus chistes como un híbrido de ser humano y piedra, piedra como de castillo roqueño.
 El inmovilista ha desaparecido del lenguaje público.

 En un artículo (Progresía y evolución) publicado en EL PAÍS hace ya algunos años, Juan Cueto dio fe de las circunstancias de la invención de la palabra progresía. 

Postulaba que una noche de finales de los años ochenta estaban él, Eugenio Trías, Félix de Azúa, Gonzalo Suárez y algunos otros miembros de la gauche divine en el Bocaccio de Barcelona:

 “Andábamos divertidamente indignados por el uso y abuso que cierta izquierda española estaba haciendo de algunos valores progresistas y que había elevado paletamente a imperativo kantiano. 

De repente se nos ocurrió el palabro para nombrar y criticar de un plumazo a aquellas mitologías que competían con las de la burguesía desde el lado opuesto.

 Y encargamos a Gonzalo Suárez que divulgara nuestro alcohólico hallazgo lingüístico en la revista de Haro Tecglen. 

Así fue como exactamente nació y se extendió la dichosa palabra en los dos epicentros de la progresía (Bocaccio y Triunfo) hasta convertirse en el insulto dominante de la blogosfera…”.

En realidad ese uso autocrítico estaba en el aire ya unos años antes. El dibujante J. L. Martín había empezado a publicar unas tiras cómicas (no muy cómicas, a qué engañarse) sobre un paradigmático “Quico, el progre”, y los títulos de los álbumes que fue publicando son muy elocuentes sobre la blandenguería mansurrona de un arquetipo social ya entonces autocaricaturizado como decadente y algo patético.
 Lucía el tal Quico melena rizada y barba, y sobre la camisa de cuadros llevaba una chaqueta de pana con coderas: indumentaria moderadamente informal e inconformista, opuesta al estirado conservadurismo convencional del traje de tergal reaccionario.
Quico el progre nació ya autodeprecatorio y trasnochado: aquellos álbumes tenían títulos elocuentes:
 Ya estás un poco carroza, Quico; Te estás quedando calvo, Quico; Has engordado, Quico; No eres moderno, Quico…

Progre era una forma de autoindulgencia.
 Cuando se usa como invectiva con la ácida belicosidad de hogaño, ataca una blandenguería santurrona, real o supuesta, directamente emparentada con la corrección política, que se resiste a mirar a los problemas auténticos de frente y a combatirlos con energía y sin contemplaciones;
 al progre se le acusa de que al principio de realidad prefiere las ideas bonitas aunque hayan demostrado su ineficacia o, peor aún, su complicidad con el error y el horror.
Es el bonismo, el irenismo que, por ejemplo, con beata sonrisa receta en toda circunstancia el “diálogo”.
Claro que ¿quién es tan bruto para rechazar algo tan humano como “el diálogo”

 

 

Para Europa.................................. JULIETTE BINOCHE

El mundo moderno tiene catastróficas consecuencias sobre el planeta y seguimos ignorando esa calamidad.

Un niño, durante la manifestación en Berlín del movimiento Pulse of Europe.
Un niño, durante la manifestación en Berlín del movimiento Pulse of Europe. AFP
Frente a la globalización, frente a la distorsión de los poderes y de la posesión, es urgente regresar a dimensiones más humanas. Nuestra insensibilidad ante los más débiles nos indica que estamos como aislados de nosotros mismos.
 Hemos aprendido a desviarnos de nuestros semejantes como lo hemos hecho de la naturaleza y de sus necesidades. 
Nuestro mundo moderno tiene unas catastróficas consecuencias sobre el planeta y seguimos ignorando esa calamidad como si no nos concerniera.
 Hemos perdido el hilo interior, el hilo que nos une, el de la benevolencia y el respeto. 
Nos hemos dejado embarcar en el placer del tener y del saber desatendiendo toda conciencia espiritual y humana.
 La ciencia ha tomado la delantera, dicta lo que la política debe hacer y cómo debemos vivir.
Estamos controlados por cámaras, ordenadores, teléfonos y todo tipo de chips, como si la confianza hubiera perdido su fe, mientras que las actuaciones más egoístas de los grandes grupos financieros imponen su ley sin que nadie pueda detenerles.
 ¿Cómo dejar ese sistema que nos encierra y que oculta a quienes dominan el mundo?
Es preciso un vuelco completo.
 Es preciso perder los miedos.
 Los que nuestra educación, nuestras televisiones, nuestra prensa o la publicidad a veces nos hacen asumir.
 Vivir un vuelco interior, hacer nacer una rebelión individual, creando una nueva manera de percibir, de entender y de ver. Ese vuelco no puede ser sino espiritual.
 Debemos abandonar hábitos como el de producir “mucho”, tener “mucho” o el de guardar para nosotros.
 Dejar el “mucho” para ir hacia un “poco”, un “pequeño”, un “suficiente”. 
Nuestra escala de visión debe cambiar, volver a una dimensión humana, lo que quizá quiere decir vivir en una ciudad pequeña, cultivar tierras menos grandes, tener bancos independientes, comercios pequeños, escuelas que rehabiliten a sus pueblos, a sus habitantes y familias, recurrir a fuentes de energía sostenibles, crear fábricas a escala humana, retomar los pequeños caminos. Descentralizar al hombre le rehabilita en su propio elemento, le responsabiliza y le devuelve su utilidad.
El hombre del mundo occidental ha adquirido la costumbre de apropiarse del mundo, trata a la tierra y a su cuerpo como a una materia sin alma.
 Los agricultores están atrapados en el juego perverso de una máquina infernal del que los Gobiernos son corresponsables. ¿Adónde han ido a parar los setos que mantenían la biodiversidad de los campos y aseguraban la salud de las tierras?Europa es una bella idea, pero lo absurdo de los intercambios entre los países europeos provoca escalofríos. 
Yo no quiero comer manzanas que han crecido en árboles que están a 4.000 kilómetros de mi casa.
 No quiero comer fresas en invierno. Esperaré a que llegue el momento.
 No quiero comprar ensaladas bio envueltas en embalaje plástico.
 No quiero comer huevos de gallinas que viven apretujadas.
Nuestra escala de visión debe volver a una dimensión humana: vivir en una ciudad pequeña y cultivar tierras menos grandes
Los camiones hacen trayectos de miles de kilómetros por carretera y los aviones surcan los cielos para traer lo que podría crecer aquí. ¿Hasta dónde llegará la locura?
 ¿Hasta cuándo vamos a destrozar nuestro planeta?
 El poder de la ciencia y el cebo de la ganancia han llevado a los más astutos a crear máquinas que sustituyen al hombre produciendo una tasa de desempleo que sitúa a miles de personas en la indignidad y la incertidumbre.

En el fondo, espero que los humanos sean un día capaces de retomar el poder del buen sentido de sus vidas.
 Comprar menos y mejor.
 Comer menos y mejor.
 Trabajar menos, vivir mejor y devolver a su auténtico lugar al tiempo individual, haciendo del arte una necesidad, una expresión de lo verdadero y de lo bello que hay en cada uno de nosotros.
Mi corazón zozobra cuando veo a los migrantes de los países en guerra dormir a la intemperie en nuestras calles, en los puertos, y ser acosados por las fuerzas del orden
. ¿Ya no existe el derecho de asilo? Es preciso tener una visión y una acción política dignas.
 Vivir más humilde y generosamente no puede sino ser la política del mañana.
La catástrofe climática que está perfilándose es tal vez nuestra auténtica oportunidad de llegar a ser una humanidad responsable y bella.
 Pero hay una urgencia. Debemos tomar las riendas de esta crisis para madurar y abandonar esa actitud adolescente que arropa lo mecánico y aplasta lo femenino.
 La naturaleza ha sido machacada y las mujeres han sido excluidas desde hace siglos: lo que parece débil ha de reponerse en su justo lugar.
 La armonía, sin lo femenino y la naturaleza, no existirá. 
Es una oportunidad de poder mostrar y vivir una fuerza nueva, pero debemos dar ese giro. 
Jóvenes estudiantes están ya a nuestras puertas, golpean ya en el corazón de nuestras conciencias, y algunos no se dejarán manejar. Debemos mutar, y serán nuestros hijos los que lo hagan si no salimos de nuestra jaula, que ha dejado de ser dorada. 
Estamos de paso, así que seamos valientes.

Juliette Binoche es actriz.
Traducción de Juan Ramón Azaola.