Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

7 abr 2019

Luis y Tessy de Luxemburgo sellan el divorcio más triste del Gran Ducado

La joven seguirá siendo oficialmente princesa hasta el 1 de septiembre..

 

El príncipe Luis y la princesa Tessy de Luxemburgo con sus dos hijos en julio de 2014.
El príncipe Luis y la princesa Tessy de Luxemburgo con sus dos hijos en julio de 2014. Getty Images

autores que han marcado a Elvira Lindo


 

LIBROS RECOMENDADOS DE Elvira Lindo

Autores que han marcado a Elvira Lindo

Imagina una casa española de finales de los sesenta y comienzos de los setenta.
 Una de esas casas en las que no se compraban muchos libros y en la que la relectura era una acción constante.
 La niña que vivía entre aquellas cuatro paredes y que leía una y otra vez los libros que tenía a su alcance se llamaba Elvira.
 Elvira Lindo. La escritora, que se agarraba a las novelas como escape y refugio, contó esta y otras anécdotas en un encuentro organizado por Librotea el pasado 21 de marzo en la Casa del Lector de Madrid.


Durante algo más de una hora de charla Lindo reflexionó sobre los libros y autores que la han convertido en escritora.
 Mientras se formaba como lectora, en la infancia y la adolescencia, visualizó por primera vez a una mujer dedicada a las letras.
 Con Mujercitas, de Louisa May Alcott, descubrió que los libros no salían de la nada, que había alguien que se dedicaba a ello, al oficio de escribir. 
A ello se dedicaba Edna O’Brien, que se enfrentó a la ultracatólica moral irlandesa con la publicación de Chica de campo.
 Lo que le gusta a ella de Elvira Lindo es que supo cambiar de registro, como ella. 
Lindo se ganó al público con las aventuras de Manolito Gafotas y con sus Tintos de verano -los artículos de opinión que publicaba en El País- pero exploró otros registros haciendo suya aquella frase de Chéjov: “el humor sigue estando en mí, pero déjame que me exprese como yo quiera”.
 El autor ruso es otro de los imprescindibles de Elvira Lindo.


Cita la escritora a otras dos mujeres que la han marcado:
 Simone de Beauvoir y Grace Paley.
 De la francesa resalta no solo lo que decía, sino cómo lo decía, las bellas palabras que empleaba en sus textos. De Paley le gusta la forma que tuvo de ejercer el feminismo.
 La autora neoyorquina acuñó una frase que permanece vigente: “las mujeres han comprado libros escritos por hombres desde siempre, y se dieron cuenta de que no eran acerca de ellas.
 Pero continuaron haciéndolo con gran interés porque era como leer acerca de un país extranjero.
 Los hombres nunca han devuelto la cortesía”.

Las armas conversan..................................Juan José Millás...

Las armas conversan Juan José Millás
LA ESCENA sucede en una feria internacional de productos de defensa (y de ataque, añadiríamos nosotros) en Río de Janeiro.
 Las cuatro personas del primer plano esgrimen en sus manos un arma. Tres de ellas sostienen además, en diferentes posiciones, un teléfono móvil. 
El hombre de la izquierda del lector, por ejemplo, atiende una llamada mientras observa el tubo del rifle con una mirada estimativa. 
En el extremo de la derecha, otro hombre manipula un revólver al tiempo de consultar algo en el teléfono, quizá le acaba de entrar un whatsapp y lo primero es lo primero.
 A su lado vemos a un miembro de la Marina, el que más nos ha llamado la atención. 
Si se fijan, apunta con el arma al teléfono como si estuviera a punto de disparar sobre él. 
Lo que nos preguntamos es qué ha visto en la pantalla capaz de producirle esa descarga de agresividad: ¿tal vez una fotografía de sí mismo?
La mujer sin móvil, finalmente, parece calcular las virtudes de una pieza que le cabría en el bolso, pues es de cañón corto.
 Su boca permanece abierta y sus cejas enarcadas, como si discutiera con el acero.
 Tal vez lo haga: a las armas de fuego les gusta la polémica. Por otra parte, la gente, antes de pegarse un tiro en la boca, les da conversación.
 No vayas a fallarme, le dicen, o eres lo último que ven mis ojos: la necesidad de despedirse de algo o alguien, suponemos.
 Entre el cuerpo de la mujer y el del marino se cuela una mano que toma una pistola del mostrador.
 O que la deposita, no podemos saberlo, aunque tampoco nos interesa, la verdad.
 En fin, por resumir: una curiosa escena de costumbres. 

Hincar los codos.............................................Rosa Montero

Cuando presenté mi primera novela comprendí que, si quería desarrollar una carrera profesional, tendría que aprender a hablar en público.

TENGO LA TEORÍA de que los escritores nos dedicamos a escribir, entre otras cosas, porque no nos gusta hablar públicamente. 
He encontrado en muchos colegas ese pudor y esa incomodidad comunicativa, y yo desde luego soy así.
 De niña tartamudeaba y me ponía tan nerviosa ante el escrutinio público que era incapaz de afrontar un examen oral. 
De joven, ya en la alborotada Universidad de los últimos años del franquismo, no pude ponerme en pie en las asambleas para decir nada porque me temblaban las rodillas y las manos, enrojecía de manera violenta y farfullaba. 
Cuando presenté mi primera novela, a los 28 años, sucedió lo mismo. 
Hice un penoso papelón con mis balbuceos. Pero ya entonces comprendí que, si quería desarrollar una carrera profesional, tendría que aprender a hablar en público. 
Fue premonitorio, porque las promociones literarias se han intensificado de tal modo que hoy los novelistas nos hemos convertido en bustos parlantes.
Ya no basta con escribir un libro, sino que además hay que vocearlo por las esquinas. 
Un paradójico sino parlanchín para unas personas que, según creo, detestamos perorar.
El caso es que me puse a ello, a intentar dominar el terror parlante, echando mano de mi arma secreta: una tenacidad de estalactita. Claro que por entonces ni siquiera sabía que la perseverancia laboriosa era un arma tan buena. 
Por entonces aún creía en el valor supremo de la brillantez, de la genialidad que percibía en los otros, en algunos otros. 
Me llevó bastante tiempo darme cuenta de que la mayoría de los grandes talentos que había visto fulgurar a mi alrededor se habían ido perdiendo en el transcurso de la vida.
 Y así aprendí que, en la carrera de la obra (de cualquier obra, de cualquier vocación), son más importantes el tesón, el trabajo y el aprendizaje que el talento sin más.

Mi método fue ponerme en riesgo mil veces participando en actos públicos.
 O, lo que es lo mismo, hice el ridículo durante muchos años farfullando frases precipitadas y temblorosas.
 Y llegué a la conclusión de que el quid de la buena oratoria es repetirte una y otra vez esta frase hasta creértela: lo que voy a contar les va a interesar
Parece una perogrullada, pero es muy difícil llegar a sostener por completo esa convicción: lo que voy a contar les va a interesar.
Aún hoy sigo repitiéndomelo como un mantra cada vez que doy una charla.
Décadas después de la horrible presentación de mi primer libro puedo decir con asombro que he aprendido a hablar en público. Incluso parece que soy buena. 
Nunca leo, aunque siempre llevo mis notas: son la red de seguridad por si me bloqueo. 
El otro día, en la entrega de los Premios Nacionales de Cultura, se nos pidió a Blanca Berasategui y a mí que dijéramos algo en representación de los premiados.
 Yo debía soltar un pequeño discurso de cinco minutos, y tanto la brevedad (es difícil decir algo sensato en tan poco tiempo) como la envergadura del evento me tenían de los nervios. 
Llegó el momento, hablé y salió bien.
 Después del acto se acercó el estupendo Matías Prats, uno de los premiados, y alabó mi capacidad de improvisación. No supe qué responderle.
Porque lo cierto es que había estado pensado en mis palabras durante una semana; luego, el día del premio, escribí el discursito, lo medí de tiempo, lo ajusté, lo ensayé mil veces para hacerlo carne y no tener que leerlo, para poder contarlo con emoción y genuina verdad, no repitiendo las palabras como un loro.
 En total tal vez empleé seis horas de trabajo para esos cinco minutos. 
Luego hice ejercicios de respiración para tranquilizarme. 
Y me tomé un sumial, un betabloqueante, para que no me temblaran la voz ni las ideas. 
Todo lo contrario, en suma, a improvisar: sigo teniendo que vencerme en algo que no me gusta. 
Y ¿saben qué? No sólo me enor­gullezco de que sea así, sino que además me parece profundamente alentador.
 Se lo digo a los estudiantes cuando voy a los institutos: ¿tenéis algún sueño, queréis ser dibujantes de cómic o astronautas? Pues emplead toda vuestra voluntad y una infinidad de horas de trabajo. Hincad los codos.
 Si yo he conseguido aprender a hablar partiendo de la catástrofe que era, cualquiera puede aprender a hacer cualquier cosa.