Con esta
contundente frase contestó la actriz a las preguntas sobre el estado de
salud de su hijo Alex Lequio en el programa 'Land Rober Tonai Show' de
la televisión gallega.
La actriz Ana Obregón.CORDON PRES
El estado de salud de Alex Lequio, el hijo de Ana Obregón
y su expareja Alessandro Lequio, ha despertado el interés del público
por la fama de su madre y la juventud del hijo, 26 años, desde que en
marzo de 2018 se conoció que había viajado a Nueva York y estaba
recibiendo tratamiento en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center, un
centro especializado en el tratamiento del cáncer. Allí permaneció
durante siete meses y después madre e hijo, que no se separaron durante
todo ese largo proceso, regresaron a España, donde Alex Lecquio ha
continuado el tratamiento.
Desde ese momento cualquier declaración de uno y otro sobre la
enfermedad dispara la curiosidad. Durante los primeros meses, el hijo de
Alessandro Lequio había ido informando de su evolución a través de la
redes sociales de forma muy puntual y sin especificar nunca de qué tipo
de cáncer se trataba. Tras regresar a su hogar en Madrid, primero fue
Ana Obregón y después Alex Lequio quienes concedieron entrevistas
exclusivas para dar detalles de cuándo se dieron cuenta del alcance de
la enfermedad y cómo habían vivido ambos el proceso del tratamiento. En
estas primeras entrevistas hubo un componente económico de por medio con
el fin de recuperar algo de dinero del caro tratamiento que sigue el
joven empresario y que ha pagado su madre. Después ha habido muchas más
declaraciones destinadas a ayudar y animar a otras personas que puedan
encontrarse en la misma situación. Aunque madre e hijo han dicho que están deseando cerrar esta etapa y
no tener que volver a hablar del cáncer, cada programa o entrevista que
conceden inevitablemente lleva aparejado que surja este tema. Así ha
ocurrido esta semana cuando la actriz ha visitado el programa de Roberto
Vilar en la televisión gallega, Land Rober Tonai Show, donde una Ana Obregón más relajada que nunca contestó sobre la enfermedad de Alex: “La pesadilla de mi hijo ha terminado”.
Unas tajantes palabras con las que quiso dar por cerradas las
preguntas sobre la salud de Alex Lequio, que evidentemente va por el
buen camino, y con las que cambió de registro para sumergirse en el
programa de humor y demostrar con sus anécdotas y actitud que el buen
humor ha vuelto a su familia y que la amenaza del cáncer está empezando a
quedar en un segundo plano.
En el transcurso del programa, Ana Obregón demostró su buen humor
aceptando las bromas del presentador y siguiendo su tono desenfadado. Desveló que conoció al rey Juan Carlos en una discoteca hace ya muchos
años y bromeó sobre su relación con Antonia Dell'Atte, la tempestuosa
italiana que era la esposa de Alessandro Lequio cuando se descubrió que
Obregón y él mantenían una relación sentimental que fue la causa de la
ruptura de la pareja. "Antonia dice que te adora", le dijo el conductor
del programa a la actriz simulando que la modelo italiana había llamado
en directo. A lo que Ana Obregón, en tono de broma, contestó: "Hombre
no, Antonia no llama. Seguro que no". Y con el mismo humor pero sin
dejar pasar la ocasión de lanzar un dardo a su antigua oponente terminó:
"Bueno, si le habéis pagado es posible que llame".
El actor
lleva unos meses retirado en el campo disfrutando de su familia “y de la
vida”, y comenzará el rodaje de una nueva película en abril.
Jose Coronado es un hombre inquieto por naturaleza, le cuesta estar
parado y dejar de maquinar, pero la vida le dio un revolcón en forma de
infarto de miocardio en abril de 2017 y aprendió a poner orden a sus prioridades. Cuando salió del hospital tras cuatro días escasos ingresado, lo hizo
con una sonrisa y agradeciendo su interés a los medios apostados en la
puerta . Se disculpó con los espectadores del teatro en el que estaba
representando una obra que tuvo que ser suspendida, agradeció al centro
en el que le operaron de urgencia y al SUMMA su “impecable atención” y
se retiró a su casa para terminar de recuperarse.
Este miércoles asistió al estreno en Madrid de Dolor y Gloria,
la nueva película de Almódovar, y sin complejos, casi como si se
tratara de una misión de concienciación para el resto de los estresados
mortales de esta sociedad cada más agónica, habló de su nueva vida tras incorporar un stend
a una de sus arterias. Lo dijo en una entrevista con este periódico el
pasado mes de agosto y lo ha repetido esta semana: se llevó un susto
pero se lo terminó tomando como “una bendición”. “Lo único que hizo el
infarto fue que me cuidase más y que valorase más la vida e incluso que
sea más feliz”, ha dicho el actor. La negra tormenta que le llevó al hospital trajo consigo una
depresión que él mismo ha calificado “de libro”, de esas de las que no
se escapa casi nadie que pasa por un episodio de este tipo y también la
necesidad de estar consigo mismo una temporada. Una etapa de la que ha
hablado sin complejos “por si puede ayudar a más gente”, en la que
encontró bálsamo en sus dos hijos: Nicolás, de 31 años, fruto de su
relación con Paola Dominguín, y Cadela, de 16, a quien tuvo con la
actriz Mónica Molina. “Ahora sólo quiero alegría a mi alrededor.
Y también, que venga lo que sea, pero que me pille sin culpas, con
honestidad ante la gente que quieres, sin postureo”, le confesó en una
entrevista a Jesús Ruiz Mantilla.
Nada de esto ha significado que Coronado se haya retirado y haga vida monacal. En 2018 ha protagonizado dos series de éxito: Gigantes y Vivir sin permiso,
de la que ya ha grabado su segunda temporada, y el próximo mes de abril
comienza el rodaje de una nueva película. Pero entre unas cosas y otras
se ha tomado unos meses de calma: “De momento, estoy con la familia, en
el campo y disfrutando de la vida”. Ya no cierra los ojos, sino que es bien consciente de que ha vivido
de forma estresante durante “los últimos dos o tres años y este descanso
me lo pedía el cuerpo. Después del infarto, fundamentalmente priorizas y
relativizas”, afirmó el actor a las puertas del cine madrileño. No hay peligro de perderle de vista. Tiene pendiente el estreno de What about love, la película que rodó con Sharon Stone, la segunda temporada de Vivir sin permiso
y algún que otro proyecto que está por formalizar. Mientras controla su
tendencia a “no estar quieto” y disfruta de sus hijos, que son su ancla
sentimental en estos momentos: “Es lo único capaz de estabilizar o
desestabilizar mi vida”, dijo el pasado agosto a EL PAÍS. “Puedes
superar la ruina o una enfermedad, pero lo que le pase a un hijo, o un
desaire suyo, es mucho más duro que una paliza en la calle”. Con su hijo Nicolás vive una relación más adulta. Él fue fundamental en
la recuperación del actor: le ayudó a conectar con la meditación e
incluso le acompañó a un viaje al Himalaya con Jesús Calleja. Candela,
es su niña, la adolescente a la que trata y da la misma libertad que le
dio antes a su hijo, pero por la que sufre por dentro cuando ve que
crece o queda con algún chico: “Te jodes y la dices: ‘Sé prudente, mi
vida’, y ya”, afirmó en la misma entrevista con este periódico. Ahora
hace una reflexión parecida: “Mi hija pequeña ya tiene 16. Es toda una
mujer. Está con su cole, muy bien. El problema es que vienen más
adelantados que cuando yo tenía su edad. Pero tengo suerte”.
El actor,
que acaba de estrenar 'Dolor y Gloria' , asegura que estar "cansado" es
su estado habitual pero que con él se desenvuelve bien.
En 2017 un ataque al corazón puso en peligro la vida de Antonio Banderas, de 58 años.
Dos años después el actor admite que este suceso sigue estando muy
presente en su día a día. El infarto le ha marcado tanto que hasta le ha
cambiado la cara. "Almodóvar se dio cuenta y me pidió que no cambiase
nada de su expresión". Aunque en un primer momento su problema cardiaco
era algo "sin importancia" con el paso de los meses se supo que hubo
momentos de preocupación por su salud. El jueves por la noche en El Hormiguero
habló de ello: "Me dejó una reflexión muy fuerte sobre la fragilidad de
la vida. Vi la guadaña de la muerte muy de cerca. La única certeza en
la vida es la muerte". Banderas ha pasado por Madrid para el estreno de Dolor y Gloria, la última película de Almodóvar. Para su papel contó a este periódico que tuvo que adelgazar siete kilos.
"Pedro [Almodóvar] me quería muy fino para la película". También hace
ahora mucho ejercicio para combatir sus dolores de espalda y el estrés. Recomendación de los médicos tras lo que él define como "mi ataque al
corazón". También admite que tras lo sucedido nada es igual. "La vida se ve
diferente después de un infarto y algo queda", señaló. “Mi estado
natural habitual es el de cansado. Me desenvuelvo bien ahí. Ayer [por el
miércoles] estuve de estreno y me acosté como a las 5 y media de la
mañana”. Sobre su papel en la pantalla aseguró: “No es fácil ser
objetivo, es complicado. No sé juzgarme a mí mismo en las películas, lo
digo de verdad. Cuando veo alguna del pasado es como un diario, recuerdo
historias del rodaje, recuerdo un trozo de vida”.
Sobre la simlitud de su personaje en Dolor y Gloria con la figura de Pedro Almodóvar apuntó. "Siendo una historia muy personal, mi personaje tiene casi un 90% de Pedro. Sé que hay cosas que a él le habría gustado decir y no dijo. En el
mundo del arte va a haber mucha gente se va a sentir muy identificada. La película es muy simple, austera, casi monacal, no tiene el
barroquismo de Almodóvar. Pedro ya no lo necesita, con trazos muy
pequeños dice mucho”. Banderas es uno de los actores españoles que en el pasado más se ha
significado políticamente. Apoyó al PSOE y en Estados Unidos participó
en la campaña de Barack Obama. Sin embargo, ahora prefiere ser
precavido. “Como estamos en campaña electoral cualquier comentario
mínimo te convierte en sospechoso”, sentenció. Aunque dice seguir
política ahora no es ya una de sus prioridades: “No entiendo por qué los
políticos son las vedettes de nuestro día a día y estamos constantemente hablando de ellos”, sentenció. Tras su paso por Madrid, Banderas prosigue su carrera: “En cuanto
acabe el programa me voy al aeropuerto y voy a Los Ángeles a rodar con
Meryl Streep y Gary Oldman”, comentó orgulloso.
'Dolor y gloria' permite a Almodóvar tener por fin el cuadro que nunca pudo comprar.
La
impresionante colección que exhibe Salvador Mallo (Antonio Banderas) en
la última película del director manchego pertenece en realidad al
cineasta... Menos una pieza.
"¡Parece un museo!", exclama impresionado Alberto Crespo (Asier
Etxeandia) cuando visita la casa de su viejo amigo/enemigo Salvador
Mallo (Antonio Banderas) en Dolor y gloria, la última película de Pedro Almodóvar
que se presentó ayer en sociedad [en la de la gente del cine, porque el
estreno para el público general será el viernes 22 de marzo]. Puesto
que Salvador Mallo es un trasunto de Almodóvar, ese "museo" no es otro
que el piso madrileño del director manchego, reproducido para la ocasión
en un set de rodaje. Y en él destacan, en efecto, las
numerosas obras de arte que decoran las paredes y logran colarse en
prácticamente cada plano. Que Almodóvar utilice fotos, cuadros y esculturas para definir un
tono dramático, remarcar el estado de ánimo de un personaje o anticipar
una acción no es ninguna novedad. Así sucedía, por ejemplo, con las
frutas y los desnudos femeninos en Kika (1993), las esculturas textiles de Louise Bourgeois en La piel que habito (2011) o el retrato de Lucian Freud en Julieta (2016).
En esta última también cobraban cierta importancia unas esculturas
que en la ficción realizaba el personaje de Inma Cuesta, pero que en
realidad eran obra del artista valenciano Miquel Navarro (Mislata,
1945), uno de los tótems de la escena artística nacional, y parte del
grupo de artitas que mostraron al mundo la creatividad española en la mítica exposición en el Guggenheim de Nueva York en 1980. Otra escultura de Navarro puede verse fugazmente en uno de los planos de Dolor y gloria
(2019), cuando Salvador camina por el apartamento junto a su madre
(Julieta Serrano), que lo acusa de no haber sido un buen hijo.
Su última película es considerada la más autorreferencial de todas las del cineasta manchego. Pero, además, casi todas las piezas que salen en pantalla pertenecen a la colección privada de Almodóvar. Con dos excepciones: uno de los cuadros de gran formato del pintor
figurativo Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948), y otro más pequeño,
obra de la surrealista Maruja Mallo (Viveiro, Lugo, 1902-Madrid, 1995),
que representa un racimo de uvas y arrastra para el director la historia
de un amor imposible. El racimo de uvas es un óleo sobre tablero de pequeño
formato (66 x 55 cm) que la artista pintó en 1944, durante su exilio
latinoamericano. Formaba parte de la exposición Maruja Mallo. Creación y Orden, que organizó la galería madrileña Guillermo de Osma en 2017. Y enseguida llamó la atención de Almodóvar, admirador de la pintora. Según contaba el director informalmente durante un reciente encuentro
con prensa, él había querido adquirir la pieza en un momento en el que
no tenía suficiente liquidez, y cuando pudo invertir en ella ya la había
comprado el propio galerista para su colección personal. Se le
"escapó", y quizá su aparición en Dolor y gloria haya sido una
manera de retenerla para siempre. Sí cuenta en su colección, en cambio,
con otro cuadro de Mallo, que también se puede ver en la película: si el
ojo no falla, se tratar de Máscaras en diagonal (1951), también parte de aquella misma exposición.
En otra escena de la cinta, Salvador Mallo descarta la posibilidad de
prestar una de sus obras firmada por Pérez Villalta para una supuesta
retrospectiva en el Guggenheim. Las pinturas de gran formato del artista
gaditano, uno de los más reconocidos de los tiempos de la Movida,
representan por su estilo posmoderno e intenso colorido el epítome del
universo almodovariano (único universo, por cierto, en el que hoy por
hoy podría concebirse que el Guggenheim dedicara una gran retrospectiva a
Pérez Villalta). Su obra está representada por la galería Fernández-Braso, que ya lo incorporó en su stand de la última edición de ARCO.
Otros artistas cuya obra puede atisbarse en el impresionante piso de
Salvador son Sigfrido Martín Begué (Madrid, 1959-2011) y Manolo Quejido
(Sevilla, 1946), otros figurativos vinculados a la Movida; el
recientemente fallecido Miguel Ángel Campano (Madrid, 1948-2018),
artista abstracto y renovador de la pintura española en los ochenta; o
Mariano Carrera Blázquez, más conocido como Dis Berlin (Soria, 1959),
fotógrafo, pintor y autor de interesantes collages, también muy representativos de una época constantemente aludida en el filme. Por otra parte, los delicados y coloristas bodegones fotográficos que
Salvador Mallo tiene en su cocina son obra del mismo Almodóvar y,
llevando al límite el principio de la mise en abyme, se realizaron en la propia cocina del domicilio real del manchego. Las galerías madrileñas La Fresh Gallery y Marlborough le dedicaron sendas exposiciones en 2017 y 2018, respectivamente.
Pero las dos obras que más nos han llamado la atención en la película son en principio anónimas.
La primera es una composición de azulejos
con la que el albañil de la ficción (César Vicente) decora un fregadero
para la madre de Salvador (Penélope Cruz), que recuerda a las pinturas, gouaches y collages
del gran Henri Matisse. Y la segunda es el enigmático retrato del
Salvador niño que realiza el mismo albañil sobre un envoltorio de papel,
que después tendrá gran peso en la trama al reaparecer en la vida del
Salvador adulto. En realidad se trata de un dibujo de Jorge Galindo (Madrid, 1965), prestigioso artista de la cantera
de Soledad Lorenzo que ha destacado por su obra abstracta y sus
fotomontajes. Salvador descubre esta obra en una exposición de arte
popular que tiene lugar en una galería ubicada dentro de una especie de
invernadero de cristal. Ese invernadero se encuentra en el patio de un
edificio de viviendas del barrio madrileño de Justicia, que alberga dos
galerías de arte muy reales (y prestigiosas): Elba Benítez y Heinrich Ehrhardt.
No podemos dejar de citar la intervención de Juan Gatti en la
película.
Suyos son los títulos de crédito iniciales, una animación que
recuerda las formas y el colorido del papel mármol típico de las
ediciones antiguas, con los que Almodóvar homenajea a la narración
literaria que vertebra toda la película.
Y también las imágenes de una arriesgada secuencia en la que Salvador Mallo realiza en off
un recuento de sus dolencias físicas. Ese dolor del título se
materializa ante nuestros ojos en unas infografías que recuerdan a
aquellos collages anatómicos de Gatti para La piel que habito, y que son otra obra de arte dentro de la obra de arte total que es Dolor y gloria.