'Dolor y gloria' permite a Almodóvar tener por fin el cuadro que nunca pudo comprar.
La impresionante colección que exhibe Salvador Mallo (Antonio Banderas) en la última película del director manchego pertenece en realidad al cineasta... Menos una pieza.
"¡Parece un museo!", exclama impresionado Alberto Crespo (Asier
Etxeandia) cuando visita la casa de su viejo amigo/enemigo Salvador
Mallo (Antonio Banderas) en Dolor y gloria, la última película de Pedro Almodóvar
que se presentó ayer en sociedad [en la de la gente del cine, porque el
estreno para el público general será el viernes 22 de marzo].
Puesto que Salvador Mallo es un trasunto de Almodóvar, ese "museo" no es otro que el piso madrileño del director manchego, reproducido para la ocasión en un set de rodaje.
Y en él destacan, en efecto, las numerosas obras de arte que decoran las paredes y logran colarse en prácticamente cada plano.
Que Almodóvar utilice fotos, cuadros y esculturas para definir un tono dramático, remarcar el estado de ánimo de un personaje o anticipar una acción no es ninguna novedad.
Así sucedía, por ejemplo, con las frutas y los desnudos femeninos en Kika (1993), las esculturas textiles de Louise Bourgeois en La piel que habito (2011) o el retrato de Lucian Freud en Julieta (2016).
En esta última también cobraban cierta importancia unas esculturas que en la ficción realizaba el personaje de Inma Cuesta, pero que en realidad eran obra del artista valenciano Miquel Navarro (Mislata, 1945), uno de los tótems de la escena artística nacional, y parte del grupo de artitas que mostraron al mundo la creatividad española en la mítica exposición en el Guggenheim de Nueva York en 1980. Otra escultura de Navarro puede verse fugazmente en uno de los planos de Dolor y gloria (2019), cuando Salvador camina por el apartamento junto a su madre (Julieta Serrano), que lo acusa de no haber sido un buen hijo.
Su última película es considerada la más autorreferencial de todas las del cineasta manchego.
Pero, además, casi todas las piezas que salen en pantalla pertenecen a la colección privada de Almodóvar.
Con dos excepciones: uno de los cuadros de gran formato del pintor figurativo Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948), y otro más pequeño, obra de la surrealista Maruja Mallo (Viveiro, Lugo, 1902-Madrid, 1995), que representa un racimo de uvas y arrastra para el director la historia de un amor imposible.
El racimo de uvas es un óleo sobre tablero de pequeño formato (66 x 55 cm) que la artista pintó en 1944, durante su exilio latinoamericano.
Formaba parte de la exposición Maruja Mallo. Creación y Orden, que organizó la galería madrileña Guillermo de Osma en 2017.
Y enseguida llamó la atención de Almodóvar, admirador de la pintora.
Según contaba el director informalmente durante un reciente encuentro con prensa, él había querido adquirir la pieza en un momento en el que no tenía suficiente liquidez, y cuando pudo invertir en ella ya la había comprado el propio galerista para su colección personal.
Se le "escapó", y quizá su aparición en Dolor y gloria haya sido una manera de retenerla para siempre.
Sí cuenta en su colección, en cambio, con otro cuadro de Mallo, que también se puede ver en la película: si el ojo no falla, se tratar de Máscaras en diagonal (1951), también parte de aquella misma exposición.
En otra escena de la cinta, Salvador Mallo descarta la posibilidad de
prestar una de sus obras firmada por Pérez Villalta para una supuesta
retrospectiva en el Guggenheim.
Las pinturas de gran formato del artista gaditano, uno de los más reconocidos de los tiempos de la Movida, representan por su estilo posmoderno e intenso colorido el epítome del universo almodovariano (único universo, por cierto, en el que hoy por hoy podría concebirse que el Guggenheim dedicara una gran retrospectiva a Pérez Villalta).
Su obra está representada por la galería Fernández-Braso, que ya lo incorporó en su stand de la última edición de ARCO.
Otros artistas cuya obra puede atisbarse en el impresionante piso de
Salvador son Sigfrido Martín Begué (Madrid, 1959-2011) y Manolo Quejido
(Sevilla, 1946), otros figurativos vinculados a la Movida; el
recientemente fallecido Miguel Ángel Campano (Madrid, 1948-2018),
artista abstracto y renovador de la pintura española en los ochenta; o
Mariano Carrera Blázquez, más conocido como Dis Berlin (Soria, 1959),
fotógrafo, pintor y autor de interesantes collages, también muy representativos de una época constantemente aludida en el filme.
Por otra parte, los delicados y coloristas bodegones fotográficos que Salvador Mallo tiene en su cocina son obra del mismo Almodóvar y, llevando al límite el principio de la mise en abyme, se realizaron en la propia cocina del domicilio real del manchego.
Las galerías madrileñas La Fresh Gallery y Marlborough le dedicaron sendas exposiciones en 2017 y 2018, respectivamente.
Pero las dos obras que más nos han llamado la atención en la película son en principio anónimas.
Puesto que Salvador Mallo es un trasunto de Almodóvar, ese "museo" no es otro que el piso madrileño del director manchego, reproducido para la ocasión en un set de rodaje.
Y en él destacan, en efecto, las numerosas obras de arte que decoran las paredes y logran colarse en prácticamente cada plano.
Que Almodóvar utilice fotos, cuadros y esculturas para definir un tono dramático, remarcar el estado de ánimo de un personaje o anticipar una acción no es ninguna novedad.
Así sucedía, por ejemplo, con las frutas y los desnudos femeninos en Kika (1993), las esculturas textiles de Louise Bourgeois en La piel que habito (2011) o el retrato de Lucian Freud en Julieta (2016).
En esta última también cobraban cierta importancia unas esculturas que en la ficción realizaba el personaje de Inma Cuesta, pero que en realidad eran obra del artista valenciano Miquel Navarro (Mislata, 1945), uno de los tótems de la escena artística nacional, y parte del grupo de artitas que mostraron al mundo la creatividad española en la mítica exposición en el Guggenheim de Nueva York en 1980. Otra escultura de Navarro puede verse fugazmente en uno de los planos de Dolor y gloria (2019), cuando Salvador camina por el apartamento junto a su madre (Julieta Serrano), que lo acusa de no haber sido un buen hijo.
Pero, además, casi todas las piezas que salen en pantalla pertenecen a la colección privada de Almodóvar.
Con dos excepciones: uno de los cuadros de gran formato del pintor figurativo Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948), y otro más pequeño, obra de la surrealista Maruja Mallo (Viveiro, Lugo, 1902-Madrid, 1995), que representa un racimo de uvas y arrastra para el director la historia de un amor imposible.
El racimo de uvas es un óleo sobre tablero de pequeño formato (66 x 55 cm) que la artista pintó en 1944, durante su exilio latinoamericano.
Formaba parte de la exposición Maruja Mallo. Creación y Orden, que organizó la galería madrileña Guillermo de Osma en 2017.
Y enseguida llamó la atención de Almodóvar, admirador de la pintora.
Según contaba el director informalmente durante un reciente encuentro con prensa, él había querido adquirir la pieza en un momento en el que no tenía suficiente liquidez, y cuando pudo invertir en ella ya la había comprado el propio galerista para su colección personal.
Se le "escapó", y quizá su aparición en Dolor y gloria haya sido una manera de retenerla para siempre.
Sí cuenta en su colección, en cambio, con otro cuadro de Mallo, que también se puede ver en la película: si el ojo no falla, se tratar de Máscaras en diagonal (1951), también parte de aquella misma exposición.
Las pinturas de gran formato del artista gaditano, uno de los más reconocidos de los tiempos de la Movida, representan por su estilo posmoderno e intenso colorido el epítome del universo almodovariano (único universo, por cierto, en el que hoy por hoy podría concebirse que el Guggenheim dedicara una gran retrospectiva a Pérez Villalta).
Su obra está representada por la galería Fernández-Braso, que ya lo incorporó en su stand de la última edición de ARCO.
Por otra parte, los delicados y coloristas bodegones fotográficos que Salvador Mallo tiene en su cocina son obra del mismo Almodóvar y, llevando al límite el principio de la mise en abyme, se realizaron en la propia cocina del domicilio real del manchego.
Las galerías madrileñas La Fresh Gallery y Marlborough le dedicaron sendas exposiciones en 2017 y 2018, respectivamente.
La primera es una composición de azulejos con la que el albañil de la ficción (César Vicente) decora un fregadero para la madre de Salvador (Penélope Cruz), que recuerda a las pinturas, gouaches y collages del gran Henri Matisse.
Y la segunda es el enigmático retrato del Salvador niño que realiza el mismo albañil sobre un envoltorio de papel, que después tendrá gran peso en la trama al reaparecer en la vida del Salvador adulto.
En realidad se trata de un dibujo de Jorge Galindo (Madrid, 1965), prestigioso artista de la cantera de Soledad Lorenzo que ha destacado por su obra abstracta y sus fotomontajes.
Salvador descubre esta obra en una exposición de arte popular que tiene lugar en una galería ubicada dentro de una especie de invernadero de cristal.
Ese invernadero se encuentra en el patio de un edificio de viviendas del barrio madrileño de Justicia, que alberga dos galerías de arte muy reales (y prestigiosas): Elba Benítez y Heinrich Ehrhardt.
No podemos dejar de citar la intervención de Juan Gatti en la película.
Suyos son los títulos de crédito iniciales, una animación que
recuerda las formas y el colorido del papel mármol típico de las
ediciones antiguas, con los que Almodóvar homenajea a la narración
literaria que vertebra toda la película.
Y también las imágenes de una arriesgada secuencia en la que Salvador Mallo realiza en off
un recuento de sus dolencias físicas. Ese dolor del título se
materializa ante nuestros ojos en unas infografías que recuerdan a
aquellos collages anatómicos de Gatti para La piel que habito, y que son otra obra de arte dentro de la obra de arte total que es Dolor y gloria.
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