Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

11 mar 2019

"Es letra de mujer": el desprecio hacia la caligrafía femenina

En el siglo XVI se decía que las mujeres escribían "con carbones o con pies de escarabajo".


Ilustración de Edelfelt para L'Illustratrion (diciembre de 1888)
Ilustración de Edelfelt para L'Illustratrion (diciembre de 1888).



No es una gran obra literaria, pero nos interesa esta escena de la novela de costumbres Cosas del mundo (1849), del cacereño Antonio Hurtado.
 Un señor, mientras se viste, le pide a su criado que le abra unas cartas y se las lea, a lo que el muchacho responde con reparos; temeroso de invadir la intimidad ajena y mirando las cartas con desapego, avisa: "Esta es letra de mujer".
 ¿Cómo ha reconocido una caligrafía como femenina? Igual que hoy parece un estereotipo asociar una grafía poco cuidada e ilegible a los médicos cuando expiden recetas, en el español antiguo tenía mala imagen la caligrafía de otros colectivos.

A menudo se ligaba la mala letra a los militares, por estar dedicados a las armas y poco al estudio, y también a veces, en el sentido justamente opuesto, se adjudicaba mala letra a los sabios, por no tener tiempo para detenerse en hacer buenos trazos, atrapados como estaban entre libros.
 La letra de mujer se asociaba a una caligrafía de trazo grueso, mal asentada en el renglón, con impericia en el manejo de la tinta: 
"Escrita con carbones o con pies de escarabajo", dice un testimonio del siglo XVI recuperado por la historiadora de la lengua Belén Almeida.

La idea de que la mujer tenía un tipo de letra particular y reconocible ha sido tradicional en la historia cultural española hasta bien entrado el siglo XIX. 
En el Monitor de las escuelas primarias, publicado en Chile en 1853, se afirma que hay grafías que parecen "letra de mujer" ("una señal que no era ni la muestra de su beldad, ni su buen corazón, ni la delicadeza de sus manos en tejer encajes y bordados") y que era algo ofensivo que la letra de hombre pasara por ser de mujer. 
En una publicación periódica de 1845 (el periódico La colmena de Villalobos) se decía que "todas las letras de mujer se parecen".
Las razones de esta idea tópica están fundadas en el escaso acceso que tenía la mujer a la escritura.
 En 1850, un 75% de la población española mayor de diez años no sabía leer ni escribir; la tasa de analfabetismo entre mujeres era aún mayor, y ello aunque en el siglo XVIII había crecido tímidamente la alfabetización femenina bajo el reinado de Carlos III y se fomentó en algo la escuela pública para niñas.
Como sabemos, la habilidad de escribir es una competencia técnica que se desarrolla más conforme se practica: desde que aprendemos a escribir (normalmente a partir de los cinco o seis años) hasta la edad adulta, vamos practicando y mejorando nuestra pericia con las letras, hasta que, de hecho, las terminamos haciendo nuestras, viciándolas para incluso volver a tener mala letra:
 la práctica mejora la letra y la práctica puede incluso deturparla. 
El hecho de que las mujeres alfabetizadas escribiesen poco en general explicaría esa desmaña que se atribuía a la letra femenina. Claro que había mujeres con buena letra y gran habilidad gráfica, pero eran las menos y tenían poco peso en el derrumbe del estereotipo.

El uso y aprendizaje de la escritura que desarrollaban las mujeres era, pues, más incompleto que el de los hombres. 
En el mundo antiguo, pocas mujeres aprendían a leer, y muchas menos aprendían a leer y a escribir. 
Algunos teóricos de la educación apoyaban que se enseñase a leer pero no a escribir a las mujeres, para así evitar posibles comunicaciones secretas que se pudieran mantener fuera del ámbito conyugal.
"Guárdate de mujer latina y de moza adivina", decía una frase común desde el siglo XVI, que advertía sobre lo insólito del desempeño de tareas no consagradas socialmente como propias de las mujeres: tener mucho conocimiento (lo que se comparaba a 'ser latino', 'ser letrado') y ejercer la adivinación eran parangonables en exotismo y en peligrosidad.
Influye también en su trazo inhábil el que ellas tuvieran menor exigencia social de escribir y menor oportunidad para hacerlo.
 De hecho, muchas de esas mujeres con competencia lectoescritora serían más bien neoalfabetizadas, en el sentido de que, aun sabiendo escribir y leer, renunciaban o reducían la puesta en práctica de esa capacidad.

En general, encontramos más abundante escritura de mujeres en el sector nobiliario y en el religioso.
 En la nobleza, escribir cartas a otros miembros de la aristocracia era parte de la sociabilidad común y hoy se conservan interesantes colecciones documentales de cartas en los fondos nobiliarios españoles; en los conventos, por su parte, las monjas podían incluso ser alfabetizadas ya de adultas por otras religiosas.

Los testimonios de letra de mujer que conservamos se suelen hallar en misivas que son mayoritariamente cartas privadas de asuntos dispositivos y familiares:
 la salud, los nacimientos, pésames, los arreglos de bodas y las cuestiones del ajuar personal
. No solía ser una escritura subversiva sino establecida dentro de los controles de la época y que nos informa de cómo era la intrahistoria de nuestras antepasadas.
No se observa en ellas un estilo de lengua particular, si bien es cierto que en la mayor parte de los casos las cartas privadas femeninas, por hablar del mundo doméstico y de cuidados que tenían asignados las mujeres, presentan mayor uso de vocabulario íntimo y apelativos familiares (despectivos o apreciativos) que las cartas de los varones.
Esta carta a Maruja de su madre M.ª Antonia (escrita en Ávila en 1818) muestra un buen dominio caligráfico, lo que revela que la firmante tenía cierta costumbre de escribir. La carta empieza así: Esta carta a Maruja de su madre M.ª Antonia (escrita en Ávila 1818) muestra un buen dominio caligráfico, lo que revela que la firmante tenía cierta costumbre de escribir. La carta empieza así: "Mi querida Maruja: Por la tuya de 26 veo no tienes mas que dolor de muelas y es una friolera quando yo esperava que por ymitar a Vicenta, devias aver malparido, una cosa como un grumo de pimienta (…) supongo tacordarias de mi la noche de Navidad pues yo tanvien me acorde de ti estuvimos las dos solas...".
Quienes no sabían escribir, mujeres u hombres, y tenían la necesidad de hacerlo, confiaban la escritura a un escriba, amanuense o pendolista que trabajaba por encargo.
 De hecho, es muy común en cartas escritas por mujeres que veamos el texto redactado con una letra y la firma con otra; normalmente esa firma es una rúbrica poco trabajada y con clara muestra de inhabilidad gráfica: es la firma de la mujer.
 Otro refrán antiguo, "Mano sobre mano, como mujer de escribano", muestra la relevancia histórica que tenían los escribanos y el bienestar que se atribuía a estar casada con alguno de ellos.
Si bien en los últimos años se ha estudiado cómo escriben las mujeres en el sentido de cómo crean un mundo literario o cómo se relacionan con los cauces oficiales de publicación de ficción, solo recientemente se ha comenzado a trabajar de qué forma material escribían y qué tipos de letra muestra la escritura femenina.
Y la historia nos da una lección de superación del tópico: quienes actualmente se ocupan de recuperar, editar y explicar científicamente esa escritura femenina de otro tiempo son profesionales de la filología y la historia, carreras hoy mayoritariamente estudiadas en Europa y América por mujeres que tienen la buena o mala letra de cualquier persona con estudios superiores.
 El refrán puede actualizarse: "Alégrate de la mujer latina".

 

10 mar 2019

Victoria Camps: “España nunca ha sido un país feliz”........Juan Cruz


Victoria Camps
Victoria Camps, en el salón de su casa.
HAY ALGO PARTICULAR en la cara de Victoria Camps, catedrática de Ética en la Universidad de Barcelona, ciudad en la que nació en 1941.
. Da la impresión de que, pase lo que pase, ese rostro siempre guardará cierto optimismo, una sonrisa para los tiempos oscuros, una esquina de felicidad.
 La encontramos en su casa de Sant Cugat, cerca de la Autónoma, donde enseña.
 Es una casa como de piedra que recibe a los visitantes con una flecha muy conveniente: este es el camino de la puerta. Acostumbrada a aclarar las cosas, y a hablar claro, es probable que la flecha haya sido más ocurrencia suya que de su marido, el académico Francisco Rico, más dedicado a las artes literarias del Renacimiento.
 Él está en la casa cuando llegamos y (como en las novelas de Javier Marías en las que ha sido personaje) tiene una fugaz aparición en la propia conversación, primero porque salió al pasillo a saludar en plena tarea de su afeitado, con el torso desnudo y su sonrisa conocida, y luego para entregar un libro de su producción.
En la cara de Victoria Camps ambas presencias fueron respondidas por la facilidad que tiene su rostro para permanecer siempre con ciertas esquinas felices.
 Y de la felicidad van su último libro, La búsqueda de la felicidad (Arpa), y esta entrevista, a la que atiende, naturalmente, como filósofa, autora de otros tratados sobre la ética y la política, y no como recién nombrada miembro del Consejo de Estado.
 Aunque en este último puesto, ella, que fue senadora socialista en un tiempo, está obligada a buscar cierta felicidad para los ciudadanos, su investigación va en el libro en busca de materiales clásicos sobre el más difícil y perseguido de los logros humanos, el bienestar también llamado felicidad. A Doris Lessing le horrorizaba que le preguntaran por declaraciones anteriores… Me pasa lo mismo, pero no soy Doris Lessing…
Pero para esta entrevista estuve mirando algunas cosas que dijo antes. Qué horror.
Por ejemplo, sobre el franquismo. Decía que esa mentalidad ya no existía. ¡¿Ves?! Fíjate cómo estamos. ¿Qué ha pasado para que haya otra vez ese pozo? No sé si es exactamente la vuelta del franquismo, pero sí es cierto que se abre paso de nuevo una mentalidad reaccionaria, literalmente: volver al pasado para eludir los problemas que tenemos hoy.
 Por ejemplo: ¿se empieza a hablar de violencia de género? Pues la borramos y decimos que no es violencia de género. ¿Molestan las autonomías?
 Pues regresamos a lo anterior.
 Típicamente reaccionario, un pensamiento de vuelta al pasado, decir: “Ya estábamos bien antes”.





Victoria Camps, en el Parc de l’Arboretum, en Sant Cugat. 
Victoria Camps, en el Parc de l’Arboretum, en Sant Cugat.
¿Cómo se arregla? La política tiene que arreglar muchas cosas, tiene que examinarse a sí misma. 
La democracia representativa está en crisis, la gente no se siente representada, pierde expectativas de vida.
 Ha habido una fuerte crisis y las propuestas no han cuajado bien.
 Partidos como Podemos vuelven a ser los partidos de siempre. Los populismos de derechas representan esta vuelta al pasado. 
No hay una renovación que nos ayude a entender qué debe ser la democracia hoy y a afrontar una democracia que no es perfecta.
Ni puede serlo porque nada lo es. A veces idealizamos y pensamos que todo hay que destruirlo porque nada llega a lo ideal. Pero lo ideal no existe.
Reiteradamente advierte que la izquierda ha de espabilar… Y lo sigo diciendo. 
La socialdemocracia todavía tiene un potencial fuerte que no se aprovecha.
 Me parece que hay falta de coraje, y en política la valentía es una virtud fundamental; es además la primera virtud griega.
 La izquierda no se atreve a hacer propuestas, a tomar decisiones que no son populares, contra los paraísos fiscales, las reformas tributarias, todo aquello que permita mantener el Estado de bienestar por encima de todo. 
No se atreve, y la socialdemocracia se está difuminando, desvaneciendo. 
La palabra “bienestar” está bien presente en su libro… Pero vayamos a Cataluña, que forma parte de un gran número de sus intervenciones públicas. Dejó dicho usted que era imposible que se fuera de España… Y se está demostrando.
 Ramón Jáuregui, eurodiputado socialista, dijo en un buen artículo que publicó en La Vanguardia algo que yo estaba pensando: no se puede empezar por el tejado, que es lo que han hecho los políticos independentistas.
 No puedes empezar preguntándole a la gente si se quiere independizar sin calcular los costes y las consecuencias de la independencia.
 Es lo que ha pasado con el Brexit: primero se pregunta, la pregunta sale mal y negociarlo es un caos del que no salen. Los independentistas catalanes, decía Jáuregui, deberían aprender de lo que ha ocurrido con el Brexit. 
Aquí no hemos llegado tan lejos, pero ha sido porque no ha habido referéndum legal, serio. Pero insistir en el referéndum me parece un disparate: es insistir en unos principios políticos dogmáticos sin pensar en las consecuencias. Combinemos este país con su libro. Si este país fuera una persona, ¿sería una persona feliz? [Risas] Nunca lo ha sido.
 La felicidad, y esta es la tesis del libro, es una búsqueda. Lo importante es la expectativa de felicidad, la insatisfacción que, frente a lo que hay, te hace buscar una vida colectivamente mejor. 
Esto es lo importante, más que pensar si realmente tenemos lo que queremos. 
Eso es autocomplacencia, algo contraproducente para seguir mejorando.
 La felicidad habría que borrarla como concepto, yo insisto mucho en la búsqueda.
Leonardo Sciascia dijo en EL PAÍS que la felicidad es un instante… Bueno, también. 
Hay momentos de plenitud, pero son momentos… 
Este es un libro de filosofía. A mí lo que me interesaba era vincular la felicidad con la ética.
 Los filósofos lo han hecho con la idea de buscar una vida mejor. 

Obrar bien y ser feliz es casi lo mismo, decía Aristóteles. Esa es la base que nos mantiene ante un horizonte de felicidad, un horizonte, no una realidad. “El imposible necesario”, que decía Julián Marías.
 Cita a Montaigne, que a pesar de haber sido desgraciado… Sin embargo, fue también un hombre feliz. La filosofía está llena de ejemplos de ese tipo. 
La realidad es a veces un cúmulo de desgracias que sin embargo se pueden superar. 
Es algo muy estoico, aunque en ocasiones ese pensamiento se base en la resignación. 
Séneca llega a decir que ante la muerte de un hijo hay que hacer como si no pasara nada.
 Y no es eso tampoco. Sí que es verdad que buscar la felicidad no es obviar la desgracia, sino aprender a confrontarla.
 En la vida hay cosas cuyo cambio depende de nosotros y cosas que no podemos cambiar.
¿Qué depende de nosotros? Casi todo, menos la muerte, el envejecimiento, el ciclo vital…, que también se está intentando cambiar.
 Todo lo demás lo podemos ir solucionando, sobre todo a nivel individual.
 A nivel colectivo es mucho más complicado. 
  Máquina de escribir de Cándido Cervera, abuelo de Victoria Camps, en un rincón de la casa.
Máquina de escribir de Cándido Cervera, abuelo de Victoria Camps, en un rincón de la casa.
El envejecimiento además puede ser un lenitivo, no sólo un dolor, dice en el libro. Sí, podría serlo, pero no me lo creo demasiado [risas]. 
A mí la vida eterna no me convence en absoluto. Esa fantasía no me convence a mí ni a casi nadie.
Le da hasta cierto repelús eso de conservarse para siempre… ¡Sería horroroso! La crioconservación, que ya se vislumbra como una posibilidad de mantener congeladas a personas clínicamente muertas para resucitarlas cuando se pueda curar su enfermedad, me parece absurda.
De lo inevitable, ¿qué le da miedo? Miedo no.
 Se trata de aprender, verse capaz de afrontarlo sin que te venza la incapacidad de seguir viviendo.
Y evitar mientras, como decía Montaigne, “los motivos de enojo”… A veces lo hace cuando sus criados no hacen las cosas perfectas; le gusta referirse a la vida cotidiana y a las dolencias como ejemplos de pensamiento. 
No dar importancia a las cosas que no la tienen es un aprendizaje que todo el mundo tiene que hacer y que no todo el mundo sabe afrontar… Spinoza parte de la idea de perseverar en el ser, dar de sí todo lo que se puede para lograr alegría.
 Los que nos deprimen impiden la alegría de vivir, que el gozo sostenido de vivir se siga manteniendo.
En Cabaret, la película que retrata el ascenso del nazismo a partir de la novela de Christopher Isherwood, se ve a unos adolescentes felices de seguir el dogma. ¿El dogma ayuda a la felicidad? 
 Diría que es un agarradero. Por ejemplo, con el dogma religioso de creer en otra vida, la vida feliz se pospone a otro mundo, de modo que así tienes la seguridad de que no depende de ti… 
Es una forma de resolver el problema a través de una fe en algo.
 Todos los fanatismos se basan en eso; hablamos de fanatismos religiosos, pero hoy podríamos hablar de fanatismos políticos: hay muchos.
 Uno de ellos, pensar que la independencia trae la felicidad…
O que es posible resucitar la dictadura porque esta no tenía duda con respecto a lo que era España… Mi libro anterior se llamaba Elogio de la duda
 La duda es muy saludable para luchar contra los extremismos. 
Y los extremismos siempre son muy dogmáticos. A nadie le gusta vivir en la duda, en la incertidumbre.
 A la gente no le gusta vivir sin saber, sin que le den fórmulas, ­recetas, seguridades.
Y la duda es muy nutritiva… Es el ejercicio de poner en cuestión.
 No diría que todo, porque esa duda metódica cartesiana no nos sirve, pero sí es un ejercicio que obliga a no aceptar de entrada todo lo que viene dado y todo lo que nos dicen.
Usted escribe sobre el gobierno de los afectos: la envidia, la intransigencia, la negación del otro, la venganza, el miedo. ¿Tienen edad y van y vienen como el tiempo, o siempre están ahí los mismos enemigos? 
Son las grandes pasiones, y son las mismas desde Aristóteles.
 La ética consiste en aprender a gobernar la ira, la vergüenza o la indignación porque son emociones buenas para actuar. 
Si una persona se indigna contra la injusticia, lucha contra ella; si no se indigna, no hace nada.

De nuevo Aristóteles. En su Ética a Nicómaco dice que la política es para hacer el bien. Pero en su ejercicio es evidente que los políticos buscan el mal del otro… 
 Pero las pasiones no deben desaparecer de la política, son buenas para ejercerla. La prueba, por ejemplo, fue el movimiento de los indignados. 
Aquella ira produjo una serie de cambios en política, afortunados o no, pero hubo cambios.
 Se habla de la política del miedo. Pues el mismo miedo puede ser bueno. 
A mí me habría gustado que hubiera más miedo a Vox, por ejemplo, que se ha presentado de una manera que no ha suscitado miedo en la gente.
 Y la gente debió estar prevenida. El miedo no debe desaparecer nunca.
 El odio, sí. Spinoza decía: “El odio nunca puede ser bueno”. 
El odio es un afecto triste en todos los sentidos. 


Escribe sobre los malos tiempos. Siempre se habla de los malos tiempos últimamente. ¿Cuánto duran los malos tiempos?
  Sobre todo, tienen que ver con la economía. Cuando esta va bien, la gente disfruta de un cierto bienestar, la vida funciona.
 Pero los tiempos no son nunca buenos del todo…
Desde el punto del objeto de su estudio, la felicidad, ¿qué caracterizaría este tiempo en España? Es muy difícil hablar colectivamente de si estamos alegres o tristes. El individualismo ha entrado tanto en la vida de las personas que lo vemos todo uno a uno… 
Nos entristecen las noticias, pero ¿cuánto dura eso?
¿La tristeza es también un instante? Es un instante sobre todo aquello que no afecta personalmente al individuo. 
Las noticias son pasajeras, volátiles. 
Es lo que produce el mundo de la imagen: en cuanto desaparece el objeto de la tristeza, ya no te acuerdas más.

¿Y qué hace con nosotros la envidia? 
 Es un sentimiento ambivalente. Spinoza diría que es una pasión triste que nos corroe.
 Pero hay filósofos, como John Rawls, que dicen que es el principio de la justicia: si no lo hubiera entre las personas, no buscaríamos la justicia.
 El pobre envidia lo que tiene el rico, y esa envidia puede ser sana si hace luchar por un mundo más justo.
¿Cómo se puede luchar contra la maldad de algunos sentimientos, como la envidia o la tristeza? Uf, es la pregunta más difícil.
 No hay fórmulas. La educación es un instrumento, la disciplina, el esfuerzo, la lucha contra lo que los filósofos han llamado “las pasiones desordenadas”. 
Si se aprovecha ese convencimiento, puede ser una fuente de aprendizaje.

¿Qué sería para usted un mundo feliz? Mmmmm [risas]. Un mundo que mantuviera vivas las expectativas de seguir viviendo
. ¿Qué podría mantenerlas a cualquier edad, en cualquier momento, en cualquier circunstancia?
 Creo que para eso no hay respuestas ni fórmulas: depende de cada uno.
 La libertad es importante para apreciar qué es lo que mantiene las expectativas de vida altas. 
Es importante también tener unas condiciones materiales suficientes para que podamos preocuparnos de algo más que de la mera supervivencia.
 Si hubiera condiciones para vivir mejor, eso equivaldría a estar cerca de la felicidad.
 

Maldita la gracia........................................... Elvira Lindo.

Lorena se casó con un una ‘marine’ guapo, y luego empezó la tortura.



Lorena Bobbit es entrevistada en 'The view', programa de la cadena ABC.
Lorena Bobbit es entrevistada en 'The view', programa de la cadena ABC.

Qué recordamos de aquel caso Bobbit de 1993? Los chistes. 
La información quedó en un segundo plano y prevaleció la coña y el amarillismo.
 En un país, EE UU, en el que las palabras que nombran lo sexual no se pronuncian en los medios generalistas, la palabra “polla” entró de pronto por la puerta grande. 
A veces camuflada por el pronombre it o suavizada por términos como penis o member, pero paladeada siempre con retranca, tanto por humoristas como por locutores transformados en humoristas.
La burla puede encubrir una tragedia hasta el punto de que nuestras risas no nos permitan saber de qué nos estamos mofando verdaderamente. 
 Nos reíamos entonces, porque a España llegó el chiste, de que Lorena Gallo, una joven inmigrante ecuatoriana, le hubiera cortado el pene, el miembro, la polla, a su marido, John Wayne Bobbit. 
Nos reíamos al imaginar que esa mujer, después de haber sido violada, como tantas veces, por un tipo borracho, hubiera perdido la cabeza, empuñado un cuchillo y se hubiera tomado la justicia por su mano mientras su marido dormía.
 Lo que le cortó de un tajo era para ella el instrumento, el símbolo de esa tortura a la que era sometida con frecuencia, siendo penetrada analmente por un marido que sentía placer, según confesó a sus amigos, cuando el sexo era forzado.
Esa noche, cuando Lorena fue a la cocina y vio el cuchillo, recordó todas las humillaciones a las que había sido sometida, desde las palizas a las burlas sobre su incipiente inglés o su condición de hispana. 
 Recordó cómo él la obligó a abortar el hijo que ella tanto deseaba. 
Ahora, gracias a un documental, Lorena, podemos reconstruir su verdadera historia, aquella que enmascararon las risas excitadas por la amputación, y comprobar cómo el ruido mediático, histérico y vergonzoso, se concentró en la chanza: “Qué bueno que encontraran el miembro, hubiera sido extraño encontrárselo en un cartón de leche” (en los cartones de leche es donde se publican las fotos de niños desaparecidos). 
El tono era siempre adolescente, como de vestuario de instituto. Hoy escuchamos a la mujer madura en que se ha convertido Lorena, dedicada a ayudar a mujeres en situaciones desesperadas de maltrato, confesar cuánto sufrió con unas burlas que no merecía, por estar inmersa en la pesadilla de ver su cara a todas horas en los tabloides y en la tele tras haber padecido años de vejaciones.

Ella era preciosa, pequeñita, hablaba un inglés precario y creía haber cumplido su sueño americano casándose con un marine guapo y simplón.
 La tortura comenzó a los pocos meses: vivió muerta de miedo sin contar con la familia cerca, y sin ayuda de las autoridades, dado que sus denuncias en comisaría no sirvieron de nada.
 Cuando terminó el juicio del que salió absuelta por enajenación mental transitoria buscó un anonimato que le permitiera reconstruir su vida, encontró un hombre bueno y tuvo una hija. 
A John Wayne (menudo nombre le pusieron sus padres) le cosieron el miembro y volvió a funcionar a la vista de todo el mundo, porque se dedicó unos años al porno. 
Fue denunciado en más ocasiones por otras mujeres y ahora se dedica a mandarle postales a Lorena por el día de los enamorados. Son muchas las preguntas que nos surgen viendo estas cuatro fascinantes horas de documental: ¿cedimos nosotros también ante el mal gusto, la ordinariez, la inhumanidad, el humor brutal y estúpido con que los medios nos presentaron el asunto?
 Creo que es una deuda urgente que tenemos con Lorena, y con tantas como ella.

 

De profesión, concursante


Jerónimo Hernández. Fue 'Magnífico' en 'Saber y ganar' y estuvo 121 días en 'Pasapalabra'. Estudió con fichas.
Jerónimo Hernández. Fue 'Magnífico' en 'Saber y ganar' y estuvo 121 días en 'Pasapalabra'. Estudió con fichas.



NI POR FAMA, ni por gloria.
 Fue por la crisis. Ahora, Juanpe Gómez no tiene muy claro qué hacer con su premio millonario. 
Pero vive tranquilo. Se quedó sin trabajo como operador de grúa, su profesión, en 2009. Hizo de figurante en alguna serie y en un concurso. Y le picó el gusanillo. 
Pero no para seguir saliendo en la tele y ganar unos euros, sino para buscar una “salida a la crisis”.
 Comenzó a prepararse para participar en Pasapalabra, un concurso de cultura general que ha llegado a tener una audiencia del 26% en televisión. “Lo afronté como si fuera una oposición”. Siempre le había gustado leer, pero ahora se trataba de estudiar. 
Su material de trabajo fue, fundamentalmente, una versión reducida, que conserva casi deshecha, del diccionario de la RAE y el de uso de María Moliner.
 “También repasaba enciclopedias y estaba al tanto de la actualidad”. 
Es menudo e inquieto, y se emociona cuando recuerda cómo apuntaba apellidos “raros” de premios Planeta, de los Nobel y de los candidatos a unas elecciones que se iban a celebrar en Perú. Acabó ganando 1,6 millones de euros.
 Superó la crisis.

Los ganadores más célebres de los concursos culturales más destacados de la televisión no serán los más listos, pero sí los más preparados. Estudiaron antes de ponerse ante las cámaras.
 Algunos, durante años. Concienzudamente. Con horarios y metodología estricta. Y son muchos los que aseguran que este tipo de programas se ha profesionalizado.
Como Juanpe Gómez, Paz Herrera y Antonio Ruiz, que ganaron premios de más de un millón de euros en Pasapalabra, el concurso que presenta Christian Gálvez en Telecinco.
 “Hay que restarle la retención de Hacienda”, aclaran. Entre el 19% y el 45%, según los premios.
 En su caso, el máximo. Todos ellos se prepararon. Apuntaron compulsivamente palabras que leían u oían y de las que buscaban su definición exacta con el fin de superar la última de las pruebas: el rosco, 25 definiciones que contienen en su respuesta una determinada letra del abecedario y a las que hay que contestar en un tiempo récord. 
Juan Pedro Gómez. Estudió con diccionarios y enciclopedias. Ganó 1.674.000 euros. 

Juan Pedro Gómez. Estudió con diccionarios y enciclopedias. Ganó 1.674.000 euros.
Hasta llegar ahí, recuerdan, vivieron los nervios de la inscripción, a la que muchas veces no se contesta en meses, y los castings. Primero por teléfono y luego presenciales. 
Ya después, los focos de un plató con colores intensos. 
La vuelta al estudio en el que se graba Pasapalabra para un encuentro con El País Semanal es un festival de abrazos, besos y saludos a todos los empleados del programa que les vieron sufrir durante los meses que estuvieron participando.
 Cada jornada superada, aun sin completar el rosco, era una posibilidad de lograr el premio millonario. 
Presentador, regidores, cámaras, limpiadoras. A todos les llaman por su nombre y, en algunos casos, repasan acontecimientos familiares. Ninguno parece millonario, aunque hablan de posibles inversiones cuando se quedan a solas.
 Y los tres se paralizan cuando empiezan a oír las definiciones del presentador a la espera de la respuesta del concursante del programa que se está grabando.  
No pueden evitar contestar en voz baja.
 Aunque su motivación fuera otra, les gusta concursar tanto como a los espectadores ver concursos como Pasapalabra o Boom, que emite Antena 3.
 Ambos tienen audiencias medias de cerca del 20%.
 El decano de la televisión, Saber y ganar, con cerca de un millón de televidentes, triplica el éxito de la mayoría de los programas de La 2, la cadena en la que se emite, pese a sus 22 años de emisión y a que los premios no son cuantiosos. Pero los premios que se reparten no están cubiertos ni por la audiencia ni por la publicidad durante su emisión. 
La mayoría de los concursos pagan una póliza mensual, de manera que es un seguro el que cubre las cuantiosas recompensas económicas.

Paz Herrera. Apuntaba palabras en la lista de la compra. Tras 141 programas, ganó 1.310.000 euros. pulsa en la foto
Paz Herrera. Apuntaba palabras en la lista de la compra. Tras 141 programas, ganó 1.310.000 euros.

“Empieza por S. Apellido del autor o compositor de la obra El concierto de los animales, de 1886”.
La respuesta, Saint-Saëns, hizo que Paz Herrera, entonces con 54 años, completara el rosco de Pasapalabra y ganara 1,3 millones de euros en 2014. Tiques de la compra, billetes de autobús y papelitos de citas médicas fueron algunos de los soportes de su material de estudio. La crisis también hizo mella en ella, arquitecta de profesión. “Había poco trabajo y solo tenía que ocuparme de mis plantas y las dejaba bien regadas”, cuenta con una calma opuesta al frenético ritmo de la prueba que le llevó a ser millonaria.
Alega que en su caso le valió la experiencia.
 Ya había participado en otros concursos de televisión. En Pasapalabra “el premio fue un aliciente”. 
“Entiendo que se haya profesionalizado. No tienes trabajo o es un trabajo precario, y 1,8 millones de euros no los vas a ganar en toda tu vida laboral.
 Es como preparar una oposición y el resultado es más fructífero”, justifica. Su “tribunal” se encontraba en Madrid. 
Ella, en Cantabria, desde donde viajaba todas las semanas como si de un trabajo se tratara, hasta que un día, incluso ­bromeando, reclamó un contrato laboral de concursante.
 Empleos precarios eran los que tenía David Leo, poeta y profesor de español para extranjeros. 
“No me daban para vivir”. Y menos para hacerse millonario con 27 años, que fue lo que ocurrió. En 2010 empezó a participar en concursos.
 Unos miles de euros en uno, algo más de 50.000 en otro…, pequeños premios que le sirvieron para ir tirando. 
Su preparación para Pasapalabra fue una de las más metódicas. Programó un intensivo. Estudió alrededor de cuatro horas diarias. Durante más de dos años. 
Vio todos los programas emitidos que encontró en Internet, unos 1.200. Un rival le recomendó que fabricara fichas con palabras y definiciones para entrenar y lo hizo clasificándolas por campos semánticos.
 Creó tablas de Excel con más listas de palabras y de personajes históricos. 
Estudió con un programa informático que además tiene en cuenta los ciclos de olvido (el tiempo en el que se puede olvidar un concepto no interiorizado). 
Y no mandó la carta para participar hasta que no estuvo preparado. Acudió al plató desde marzo hasta octubre de 2016, más de 100 programas.

“Lo vi como un trabajo por el tiempo que estuve y por la posibilidad de rédito que le podía sacar, pero es indispensable verlo también como un juego porque hay que disfrutar”. 
Llamó a su madre y a su novia después de cada grabación. Saber que la palabra “ranzón” era la respuesta a “rescate, dinero que se da para redimir a un cautivo” le hizo ganar 1.866.000 euros, el importe más alto entregado por un concurso en la historia de Telecinco.
 Las bromas de Christian Gálvez no le desconcentraron, incluso las contestó con otras. 
“Creo que tengo opciones”, dijo cuando solo le quedaban tres palabras por descifrar. No dejó de sonreír. Y sigue haciéndolo.
 Y dando clases de español. Pero el dinero ya no le preocupa. “Empieza por J. Apellido del político considerado último líder de la época socialista en Polonia, nombrado jefe de Gobierno en 1981”. Antonio Ruiz heredó parte del material de David Leo.
 Estudió con algunos de sus cuadernos.
 Y se llevó 1,1 millones de euros porque sabía que ese político era Jaruzelski.
 Suplió la falta de trabajo como músico con los concursos. “Fui porque me gustan, pero también por necesidad”.  
 Se preparó durante dos años, “sin un horario concreto, pero me dedicaba a ello”.
 Una decena de cuadernos con incontables listas de nombres, apellidos y ciudades verifican ese trabajo. “Es una apuesta interesante”, justifica ante la evidente profesionalización de los participantes. “Nunca es seguro que vayas a ganar. Hay gente que le dedica mucho tiempo, pero es que nos gusta.
 Es interesante y lo que mejor se te da es lo que mejor se te valora y se paga”.
 Sigue residiendo donde vivía, en el distrito marítimo de Castellón, y mantiene que su hija, de cuatro años, fue su mayor motivación pese a que también fue su mayor sufrimiento por el tiempo que tuvo que estar lejos de ella durante los 126 programas en los que participó y con los que batió el récord de permanencia. 
Este enero, otro concursante, Fran González, ha destrozado ese récord con 168 programas el día en el que el concurso batió otro récord, el de audiencia, con más de cuatro millones de espectadores.



Antonio Ruiz. Batió el récord de permanencia en 'Pasapalabra'. Ganó 1.164.000 euros.
Antonio Ruiz. Batió el récord de permanencia en 'Pasapalabra'. Ganó 1.164.000 euros.
“Cada concurso tiene su preparación especial. 
En Saber y ganar, con una buena cultura general y estar al día en ­actualidad puede bastar”. 
Pero para volver a Pasapalabra decidió prepararse. Guarda cuadernos con inventarios de palabras. 
 También fichas de términos ­relacionados. Sabe que otros han utilizado programas informáticos, pero él prefirió el papel. 
Además, como pasa con los temarios de los exámenes, hay algunas preguntas previsibles:
 “Cada 20 programas preguntan por un premio Nobel, así que los repasaba”.
Él tenía trabajo, en el departamento de protocolo de la Universidad de Salamanca, donde sigue. 
Y eso le dio opciones para compaginar sus viajes a Barcelona, donde se graba el programa. “Incluso, si lo ves rentable, puedes pedir una excedencia, vacaciones o días sin sueldo”.
 Ni la celebración de los actos del 800º aniversario de su universidad, el año pasado, le impidieron atender reclamos relativos a su paso por televisión. Porque le gusta. Aunque se ha calificado de “soso”, su tono cambia cuando habla de concursos y concursantes.
 “Con el paro que hay, cada vez se va más por necesidad que por diversión”, lamenta.