Muchos de los mensajes en redes sociales que han lamentado la muerte de Luke Perry identificaban al actor como el amor platónico de muchos adolescentes de los 90. Su personaje de Dylan en la serie Sensación de vivir, definido como una versión actualizada del James Dean de Rebelde sin causa, encarnaba la figura de amor platónico de casi toda una generación. Aunque a menudo sean productos de marketing, su existencia es
necesaria desde el punto de vista de la psicología. Si los jóvenes de la
generación Z (nacidos entre mediados de los 90 en adelante) no
encuentran su propio Dylan o Britney Spears, deberían inventarlo,
recomiendan expertos como el psicólogo, educador y periodistaJaume Funes. Ese tipo de amor platónico, entendido como una pasión que nunca llega a
materializarse aunque llegue a provocar ríos de lágrimas, es útil,
aunque a menudo no se aprecie así con la mirada de un adulto. "Entre los retos de un adolescente está el aclarar quién es y quién
quiere ser. Al principio de su vida lo hace a través de sus iguales y
gente de su entorno, pero luego necesita una figura que le ayude a
idealizar esas inquietudes y que le dé una visión más compleja, aunque
embellecida, de la existencia diaria", comenta Funes a Verne. Esa necesidad de tener un Dylan en nuestra vida adolescente es psicológica, pero también biológica. Eduard Punset apunta en sus tesis sobre la felicidad que ser fan "ayuda a que el cerebro libere grandes dosis de dopamina, la molécula portadora de la sensación de placer". Xavier Pons, profesor de Psicología Social en la Universidad de Valencia, explica a Verne
la razón por la que muchos miembros de una generación comparten un
mismo amor platónico: "Los humanos necesitamos vincularnos a criterios
de vida colectivos, en mayor o menor medida. En la adolescencia, se
buscan aquellos referentes que se ven como más cercanos al estilo de
vida propio de esa etapa. Esas vinculaciones sociales tienen una función
biológica". Los adolescentes, por tanto, no adoran a un mismo ídolo porque el
mercado haya creado uno de forma artificial. El proceso funciona a la
inversa. "Primero se encuentra la necesidad vital y psicológica que los
jóvenes tienen de adorar a alguien que proyecte una determinada imagen y
estilo de vida que les genere cierto deseo y, luego, el mercado
aprovecha esa necesidad para vender sus productos", dice Funes por
teléfono.
James Dean en Al este del Edén (1955)
El medio hace al ídolo Investigadores del Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) apuntan en un estudio cómo la aparición de nuevos medios, como la imprenta, la radio y la televisión, generan sus propios famosos, explica Materia en un artículo. Funes apoya esta teoría. Esa figura del icono adolescente que en el
pasado proporcionaba el cine con actrices o actores como James Dean,
luego surgió en televisión con Luke Perry. "En esta nueva generación,
ese papel probablemente lo ocupen los youtubers", explica.
Pero una cosa es ser famoso y otra símbolo para toda una generación. No se consigue solo siendo atractivo. "Un ídolo juvenil tiene que atraer
a adolescentes muy diversos; tiene que ser transversal", apunta Funes.
"Y la experiencia positiva del nosotros se encuentra vinculada en él", puntualiza Xavier Pons. Por eso, un actor de cine o televisión suele tenerlo más fácil que un
jugador de fútbol, que está en un equipo concreto, o un cantante, que
toca un estilo determinado de música, apunta Funes: "El problema para
las nuevas generaciones es que las pantallas están más fragmentadas y
los youtubers no son tan transversales como para representar a una generación entera".
Ser fan en la era de las redes sociales Ahora, uno puede tener de amigo de Facebook a su ídolo, "lo cual era
impensable hace 15 o 20 años", recuerda Pons y, por tanto, la relación
entre admirador y admirado cambia de forma inevitable. Se pierde parte
del misterio. Las redes sociales han sustituido "la intimidad de adorar a tu actor
favorito" a través de un poster en tu habitación o de la foto en una
carpeta por algo mucho más público y notorio, destaca Funes. Los
adolescentes actuales son menos ingenuos en este aspecto "porque
descubren a través de las redes las costuras detrás de la imagen que
proyectan esos ídolos". Su recomendación es que los jóvenes actuales sigan adorando a nuevas
versiones de James Dean, Britney Spears, Claudia Schiffer o Luke Perry. "Los adolescentes de ahora tienen la presión de rechazar la idea del
príncipe azul y del enamoramiento en favor de los follamigos. Solo se les permite expresar necesidades puramente biológicas, por la
enorme influencia del porno en Internet. Pero lo cierto es que siguen
deseando compañía e intimidad; y es algo que ese tipo de amores
platónicos les ofrece".
A los 73
años, vuelve al teatro con ‘La golondrina’, un canto contra la homofobia
y la represión.
Tras una larga carrera se declara ermitaña y huye del
glamur de su profesión.
Carmen Maura, el pasado miércoles en Madrid. En vídeo, declaraciones de la actriz.Foto: S. Burgos | Vídeo: EP
Hay al menos dos Carmen Maura. Una es aquella que se sube cada tarde a un escenario o se la admira en
pantalla, la actriz fetiche de directores como Almodóvar y Álex de la Iglesia,
la musa de la movida madrileña, toda una estrella en Francia, la que
lleva 40 años de carrera y más de 150 películas, que no para de recibir
premios, posar para fotógrafos y pisar alfombras rojas. La otra es la Carmen Maura real, una mujer que busca la soledad y el
campo y disfruta como nadie paseando con su perra Rita. “Aquella no soy
no, no me reconozco. Yo soy otra. No tenemos nada que ver. La auténtica
Carmen Maura es bastante poco sociable. Soy capaz de estar en el campo
sola durante días y días. A veces pienso que podía haber sido ermitaña. Me identifico más con un monje que con esos actores que alardean de su
carrera y sus éxitos. Tengo poco que ver con la actriz.
Hoy están aquí las dos mujeres, la intérprete de La golondrina,
la función que estrena en Madrid la próxima semana, y la ciudadana
cabreada con la situación política y la imagen que se da ahora de España
por culpa del procés, asombrada por la falta de libertad creativa –“vamos para atrás, hoy Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón o La ley del deseo no se hubieran podido estrenar”- pero dichosa con las noticias que le llegan de la película Dolor y gloria de Pedro Almodóvar. “Cómo me alegro. Quiero que Pedro sea feliz”, exclama. La vida le ha
hecho resistente y práctica, positiva hasta el infinito. A sus 73 años,
Carmen Maura asegura que el máximo regalo de su vida ha sido el de ser
actriz. “Ahora sí que puedo decir que hago lo que me da la gana”. La golondrina
supone su vuelta al teatro a lo grande. Se la ve feliz y relajada. Ella
que empezó en este oficio en el teatro, tenía verdaderas ganas de
volver a hacer gira, de ir por distintas ciudades y pueblos, haciendo y
deshaciendo maletas, pasear las calles por las mañanas y encontrarse y
hablar con los distintos vecinos de cada lugar. “Solo estar detrás del
escenario listos para salir y escuchar los murmullos de la gente en el
patio de butacas, tan diferentes de un sitio a otro, me alegra la
tarde”. Una tarde que se funde luego con una historia sobrecogedora y
valiente como es La golondrina, escrita por Guillem Clua
con el dolor y la rabia tras el atentado contra la discoteca gay Pulse
de Orlando, en 2016, en el que murieron 50 personas y otras 53
resultaron heridas. La función, dirigida por Josep Maria Mestres y en la que Maura está acompañada por Félix Gómez, se representa en el teatro Infanta Isabel de Madrid desde el próximo día 12 hasta el 5 de mayo.
Carmen Maura y Félix Gómez en la presentación de la obra 'La Golondrina', en Madrid.santi burgos
Es esta función, que narra el encuentro de una profesora de canto con
un joven que desea mejorar su técnica vocal, un grito contra los
silencios y los miedos que rodean la homosexualidad.
De los
protagonistas y de sus familias. “Nunca he soñado con hacer papeles o
personajes determinados.
Pero con esta obra he sentido por primera vez
la necesidad de hacerla.
Por pura responsabilidad, porque sabía que esa
profesora de canto que se enfrenta a un dolor enorme tenía que ser una
mujer normal y creíble.
Sentí que ese personaje era para mí ¿Te lo
puedes creer?”, interroga asombrada ella misma, a la periodista. “Aunque sirviera únicamente para abrir los ojos a dos personas ya
merece la pena. He visto a tantos chicos y chicas que lo pasan mal, que
no se atreven a dar el paso de salir del armario, a confesar su
homosexualidad a su familia, que no pueden ir en Navidad con su novio
porque su padre no lo sabe. No hay tanta tolerancia como nos creemos. Todavía falta mucho por normalizar, sobre todo a nivel familiar. La
gente sale emocionada de la función y yo feliz de pensar que lo que hago
sirve para algo”, añade la actriz, quien todas las tardes, además, se
echa un llanto liberador y sanador frente al público. Directa y desmitificadora siempre, la intérprete de Mujeres al borde un ataque de nervios o La comunidad,
asegura no sufrir nada sobre un escenario. “Solo cuando me olvido del
texto. Pero, en realidad estoy como Pedro por mi casa. Me doy cuenta de
que se me da bien y, además, si tiene éxito como esta obra qué más se
puede pedir. El teatro sin público eso sí que es un sufrimiento”. Ha
sido la vida la que de verdad le ha dejado arañazos de dolor, como
cuando le quitaron sus hijos pequeños, o cuando una pareja le llevó a la
ruina. “La vida ha sido dura para mí. No se me ha dado bien lo de
elegir a mis parejas. En cambio, lo de ser actriz ha sido pan comido. Se
me da bien desde pequeña. Mis ángeles de la guarda para resistir en la
vida han sido el sentido práctico, que lo heredado de mi madre, y el
oficio maravilloso de la interpretación. Nunca he ido por delante en las
aspiraciones. Todo me ha llegado mucho antes de habérmelo imaginado”.
Una larguísima y exitosa carrera –cuatro Goyas, premio Donostia de
San Sebastián y tres galardones de la Academia de Cine Europeo, el
último a toda una carrera, entre otros muchos reconocimientos- sin pasar
por el quirófano, orgullosa de sus arrugas. “Lo he tenido siempre
claro. La única cosa que me pensé en un momento, hace ya mucho, fue
quitarme tetas, pero me duró un instante. Lo de operarse la cara es un
cuento de nunca acabar. Es una esclavitud y el resultado muchas veces es
francamente negativo. Ahora me ayudan mis arrugas, porque me caen unos
papeles tan divinos de viejecitas simpáticas”. Se confiesa harta del problema que se ha desencadenado con el procés y
de la situación política en España, en la que prima la descalificación
del contrario. “No me gusta ningún político de ahora. Da la impresión de
que solo luchan por el poder y su sueldo, sin solucionar ninguno de los
problemas que tenemos. Voy a votar el próximo 28 de abril, pero todavía
no tengo claro a quién”.