A los 73 años, vuelve al teatro con ‘La golondrina’, un canto contra la homofobia y la represión.
Tras una larga carrera se declara ermitaña y huye del glamur de su profesión.
Una es aquella que se sube cada tarde a un escenario o se la admira en pantalla, la actriz fetiche de directores como Almodóvar y Álex de la Iglesia, la musa de la movida madrileña, toda una estrella en Francia, la que lleva 40 años de carrera y más de 150 películas, que no para de recibir premios, posar para fotógrafos y pisar alfombras rojas.
La otra es la Carmen Maura real, una mujer que busca la soledad y el campo y disfruta como nadie paseando con su perra Rita. “Aquella no soy no, no me reconozco. Yo soy otra. No tenemos nada que ver.
La auténtica Carmen Maura es bastante poco sociable. Soy capaz de estar en el campo sola durante días y días. A veces pienso que podía haber sido ermitaña.
Me identifico más con un monje que con esos actores que alardean de su carrera y sus éxitos. Tengo poco que ver con la actriz.
Hoy están aquí las dos mujeres, la intérprete de La golondrina, la función que estrena en Madrid la próxima semana, y la ciudadana cabreada con la situación política y la imagen que se da ahora de España por culpa del procés, asombrada por la falta de libertad creativa –“vamos para atrás, hoy Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón o La ley del deseo no se hubieran podido estrenar”- pero dichosa con las noticias que le llegan de la película Dolor y gloria de Pedro Almodóvar.
“Cómo me alegro. Quiero que Pedro sea feliz”, exclama.
La vida le ha hecho resistente y práctica, positiva hasta el infinito. A sus 73 años, Carmen Maura asegura que el máximo regalo de su vida ha sido el de ser actriz.
“Ahora sí que puedo decir que hago lo que me da la gana”.
La golondrina supone su vuelta al teatro a lo grande.
Se la ve feliz y relajada.
Ella que empezó en este oficio en el teatro, tenía verdaderas ganas de volver a hacer gira, de ir por distintas ciudades y pueblos, haciendo y deshaciendo maletas, pasear las calles por las mañanas y encontrarse y hablar con los distintos vecinos de cada lugar. “Solo estar detrás del escenario listos para salir y escuchar los murmullos de la gente en el patio de butacas, tan diferentes de un sitio a otro, me alegra la tarde”.
Una tarde que se funde luego con una historia sobrecogedora y valiente como es La golondrina, escrita por Guillem Clua con el dolor y la rabia tras el atentado contra la discoteca gay Pulse de Orlando, en 2016, en el que murieron 50 personas y otras 53 resultaron heridas.
La función, dirigida por Josep Maria Mestres y en la que Maura está acompañada por Félix Gómez, se representa en el teatro Infanta Isabel de Madrid desde el próximo día 12 hasta el 5 de mayo.
De los
protagonistas y de sus familias. “Nunca he soñado con hacer papeles o
personajes determinados.
Pero con esta obra he sentido por primera vez
la necesidad de hacerla.
Por pura responsabilidad, porque sabía que esa
profesora de canto que se enfrenta a un dolor enorme tenía que ser una
mujer normal y creíble.
Sentí que ese personaje era para mí ¿Te lo
puedes creer?”, interroga asombrada ella misma, a la periodista.
“Aunque sirviera únicamente para abrir los ojos a dos personas ya merece la pena.
He visto a tantos chicos y chicas que lo pasan mal, que no se atreven a dar el paso de salir del armario, a confesar su homosexualidad a su familia, que no pueden ir en Navidad con su novio porque su padre no lo sabe.
No hay tanta tolerancia como nos creemos.
Todavía falta mucho por normalizar, sobre todo a nivel familiar.
La gente sale emocionada de la función y yo feliz de pensar que lo que hago sirve para algo”, añade la actriz, quien todas las tardes, además, se echa un llanto liberador y sanador frente al público.
Directa y desmitificadora siempre, la intérprete de Mujeres al borde un ataque de nervios o La comunidad, asegura no sufrir nada sobre un escenario.
“Solo cuando me olvido del texto. Pero, en realidad estoy como Pedro por mi casa.
Me doy cuenta de que se me da bien y, además, si tiene éxito como esta obra qué más se puede pedir. El teatro sin público eso sí que es un sufrimiento”.
Ha sido la vida la que de verdad le ha dejado arañazos de dolor, como cuando le quitaron sus hijos pequeños, o cuando una pareja le llevó a la ruina.
“La vida ha sido dura para mí. No se me ha dado bien lo de elegir a mis parejas.
En cambio, lo de ser actriz ha sido pan comido. Se me da bien desde pequeña.
Mis ángeles de la guarda para resistir en la vida han sido el sentido práctico, que lo heredado de mi madre, y el oficio maravilloso de la interpretación.
Nunca he ido por delante en las aspiraciones. Todo me ha llegado mucho antes de habérmelo imaginado”.
“Aunque sirviera únicamente para abrir los ojos a dos personas ya merece la pena.
He visto a tantos chicos y chicas que lo pasan mal, que no se atreven a dar el paso de salir del armario, a confesar su homosexualidad a su familia, que no pueden ir en Navidad con su novio porque su padre no lo sabe.
No hay tanta tolerancia como nos creemos.
Todavía falta mucho por normalizar, sobre todo a nivel familiar.
La gente sale emocionada de la función y yo feliz de pensar que lo que hago sirve para algo”, añade la actriz, quien todas las tardes, además, se echa un llanto liberador y sanador frente al público.
Directa y desmitificadora siempre, la intérprete de Mujeres al borde un ataque de nervios o La comunidad, asegura no sufrir nada sobre un escenario.
“Solo cuando me olvido del texto. Pero, en realidad estoy como Pedro por mi casa.
Me doy cuenta de que se me da bien y, además, si tiene éxito como esta obra qué más se puede pedir. El teatro sin público eso sí que es un sufrimiento”.
Ha sido la vida la que de verdad le ha dejado arañazos de dolor, como cuando le quitaron sus hijos pequeños, o cuando una pareja le llevó a la ruina.
“La vida ha sido dura para mí. No se me ha dado bien lo de elegir a mis parejas.
En cambio, lo de ser actriz ha sido pan comido. Se me da bien desde pequeña.
Mis ángeles de la guarda para resistir en la vida han sido el sentido práctico, que lo heredado de mi madre, y el oficio maravilloso de la interpretación.
Nunca he ido por delante en las aspiraciones. Todo me ha llegado mucho antes de habérmelo imaginado”.
Una larguísima y exitosa carrera –cuatro Goyas, premio Donostia de San Sebastián y tres galardones de la Academia de Cine Europeo, el último a toda una carrera, entre otros muchos reconocimientos- sin pasar por el quirófano, orgullosa de sus arrugas. “Lo he tenido siempre claro.
La única cosa que me pensé en un momento, hace ya mucho, fue quitarme tetas, pero me duró un instante.
Lo de operarse la cara es un cuento de nunca acabar. Es una esclavitud y el resultado muchas veces es francamente negativo. Ahora me ayudan mis arrugas, porque me caen unos papeles tan divinos de viejecitas simpáticas”.
Se confiesa harta del problema que se ha desencadenado con el procés y de la situación política en España, en la que prima la descalificación del contrario.
“No me gusta ningún político de ahora. Da la impresión de que solo luchan por el poder y su sueldo, sin solucionar ninguno de los problemas que tenemos.
Voy a votar el próximo 28 de abril, pero todavía no tengo claro a quién”.
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