La locura palmeril ha tomado un pequeño pueblo madrileño, con seis pastelerías compitiendo y más de 100.000 ejemplares despachados en dos días de feria. ¿Qué tienen las palmeritas de Morata de Tajuña?.
Mientras ustedes leen esto, alguien en Nueva York le está dando un
mordisco a uno de los dulces más típicos de Morata de Tajuña.
Un pequeño pueblo de 7.548 habitantes, situado al sureste de Madrid, que en los últimos años ha puesto en el mapa sus celebradas palmeritas.
Una versión minimalista –y jugosísima– de la tradicional palmera de toda la vida, que ha llegado, incluso, hasta Japón.
Y que ha colapsado ferias, aquí, mientras algunos seguíamos buscando a ciegas la palmera perfecta.
Que no es exactamente como recordábamos: lo primero que sorprende de esas otras palmeras es que caben en la mano.
Una versión a escala de nuestra infancia, que, sin embargo, maravilla al primer bocado.
Todo un descubrimiento, y eso que su existencia era uno de los secretos peor guardados: en el último evento celebrado en esa localidad, a mediados de diciembre, se vendieron cerca de 116.000 de esas palmeras más pequeñas y gorditas (esto, solo en las dos mañanas que duró la segunda Feria de la Palmerita de Morata). Unos 5.400 kilos, en total, despacharon las seis pastelerías de ese municipio.
Y, aún así, se quedaron cortas de género.
Es decir, que no hablamos únicamente de la posibilidad de facturar la merienda: allí está pasando algo.
Porque palmeras hay muchas –y una fiebre, también, por ellas–, pero que en un pueblo, con perdón, de esas dimensiones y sin tanto tirón turístico, a priori, se formen esos atascos a las puertas de sus obradores, los domingos, o colas de hasta dos horas en esos días de feria es, como mínimo, para coger el desvío de la A-3 y salir de dudas.
¿Estamos ante un calco de La Roda? ¿Son las palmeritas de Morata una suerte de miguelitos o de nicanores?
Su alcalde, Ángel Sánchez, cree que, como mínimo, tienen un nombre propio. Así que fuimos a comprobarlo visitando tres de sus pastelerías más famosas.
El resultado, ya se lo adelanto, les va a hacer salivar.
El secreto está en su almíbar
Asumámoslo: las palmeras de nuestra infancia eran, en su gran mayoría, secas.
De ahí que sea tan difícil, acaso, encontrar buenas palmeras tostadas.
Pero si aparcan en Morata de Tajuña y se dejan guiar por su olor lo que se encontrarán serán unas palmeras de un tamaño inferior, sí, pero más amalgamadas y jugosas por el almíbar en el que está bañado su hojaldre, mucho más blandito.
Cada establecimiento, además, utiliza una cobertura diferente: las hay de chocolate normal, fondant, blanco, rellenas de nata...
Un orgasmo en la palma de la mano.
Casi les diría que son más un bollo, que una palmera al uso. Porque también su forma varía: al estar cortadas de forma artesanal, cada una es diferente.
Pero todas ellas son igual de peligrosas: te puedes comer más de una y más de tres sin ser especialmente goloso.
Y eso que durante décadas Morata fue conocida, sobre todo, por su huerta.
Si vienen por aquí a desayunar o merendar no pueden irse sin llevarse algunos de sus ajos o tomates.
Pero tampoco sin conocer el obrador que cambió el gusto de toda una comarca; y esto me lleva a hablarles de la familia De la Torre, mi primera parada de este viaje.
Pastelería De la Torre: los creadores de las palmeritas
Es 2 de enero y en el obrador de la pastelería De la Torre se respira un olor a roscón y mazapanes que tapa, provisionalmente y por las fechas señaladas, el verdadero aroma de esta familia.
Loli de la Torre y José Rhodes –nada que ver con el pianista– trabajan a destajo junto a sus hijos para cumplir con la demanda de esos días.
Lo hacen en el mismo obrador que el padre de Loli levantó hace setenta años en lo que entonces era un chamizo y una montaña de ladrillos refractarios, sacados de la cementera local, con los que Luis de la Torre, el abuelo de la familia, construyó aquel horno de leña que habría de cambiar la vida de sus paisanos.
En aquel espacio, que luego fue ocupado por un horno más profesional –a razón de 50.000 pesetas de la época–, y donde su nieto José apura en esos momentos una crema pastelera, fue donde se crearon las famosas palmeritas.
Lo cuenta el propio creador: "Yo era agricultor y mi vida era el campo, pero tenía un amigo que trabajaba en una fábrica de magdalenas y empecé a repartir sus productos y, entremedias, pues me quedaba muchas veces mirando cómo los hacía.
Con el tiempo empecé también a repartir otros productos de otros obradores y a fijarme más.
Y fue cuando decidí construir ese horno, en el año cincuenta, para hacer yo mismo magdalenas y también tortas; hasta que otro de esos obradores que frecuentaba me vendió su horno, mucho más moderno.
Como también había repartido palmeras y eran todas muy duras, me puse a hacer ensayos para ver si conseguía que salieran más jugosas".
A su lado, su hija Loli asiente y pone en valor el tesón de su padre, de 83 años.
"No salía del obrador en todo el día, siempre haciendo pruebas y más pruebas, tirando muchas masas, y con mi madre enfadada", evoca, "pero un día la casa se empezó a inundar del olor del chocolate con el hojaldre mojadito.
Y, mira, cuando probé esa primera palmera con almíbar fue una maravilla".
A finales de los ochenta, esta familia de Morata tenía ante sí la receta que iba a revolucionar la gastronomía y el turismo local, aunque las otras panaderías y pastelerías no tardarían en versionarla.
¿Traición o visión de futuro?
Y los datos le dan la razón: según fuentes municipales, en Morata de Tajuña se venden unos 60.000 kilos de palmeritas al año.
En un pueblo, recordemos, que no llega a ocho mil habitantes.
Toda una locura que se explica, acaso, por ese hojaldre que se deshace en la boca y deja un sabor a mantequilla con ese ligero toque a almíbar marca de la casa.
Y con el contraste de una cobertura de chocolate un pelín más amarga que consigue que las palmeritas de la familia De la Torre no empalaguen lo más mínimo.
Aunque en su horno hay sitio también para palmeras glaseadas, de chocolate blanco, de caramelo o de Oreo.
A 15 euros el kilo, en el caso de las de chocolate, y a 16 el resto.
Así nació el pueblo de las palmeritas
Resuelve Loli de la Torre, la heredera legítima de esa textura: "Creo que hay negocio para todos.
Nosotros somos los precursores y antes solo teníamos nosotros las palmeritas, pero viendo su auge la gente empezó a hacerlas a su imagen y semejanza.
Yo no te digo que las nuestras sean las mejores, solo que aquí fue el sitio donde se empezaron a hacer y por eso en nuestra caja pone que son las auténticas palmeritas de Morata.
Luego te puede gustar más la cobertura de unas o de otras.
Pero cada uno lo hace como buenamente puede y quiere.
Todas son parecidas y todas son pequeñas y blandas, pero cada una tiene su toque".
Un pequeño pueblo de 7.548 habitantes, situado al sureste de Madrid, que en los últimos años ha puesto en el mapa sus celebradas palmeritas.
Una versión minimalista –y jugosísima– de la tradicional palmera de toda la vida, que ha llegado, incluso, hasta Japón.
Y que ha colapsado ferias, aquí, mientras algunos seguíamos buscando a ciegas la palmera perfecta.
Que no es exactamente como recordábamos: lo primero que sorprende de esas otras palmeras es que caben en la mano.
Una versión a escala de nuestra infancia, que, sin embargo, maravilla al primer bocado.
Todo un descubrimiento, y eso que su existencia era uno de los secretos peor guardados: en el último evento celebrado en esa localidad, a mediados de diciembre, se vendieron cerca de 116.000 de esas palmeras más pequeñas y gorditas (esto, solo en las dos mañanas que duró la segunda Feria de la Palmerita de Morata). Unos 5.400 kilos, en total, despacharon las seis pastelerías de ese municipio.
Y, aún así, se quedaron cortas de género.
Es decir, que no hablamos únicamente de la posibilidad de facturar la merienda: allí está pasando algo.
Porque palmeras hay muchas –y una fiebre, también, por ellas–, pero que en un pueblo, con perdón, de esas dimensiones y sin tanto tirón turístico, a priori, se formen esos atascos a las puertas de sus obradores, los domingos, o colas de hasta dos horas en esos días de feria es, como mínimo, para coger el desvío de la A-3 y salir de dudas.
¿Estamos ante un calco de La Roda? ¿Son las palmeritas de Morata una suerte de miguelitos o de nicanores?
Su alcalde, Ángel Sánchez, cree que, como mínimo, tienen un nombre propio. Así que fuimos a comprobarlo visitando tres de sus pastelerías más famosas.
El resultado, ya se lo adelanto, les va a hacer salivar.
El secreto está en su almíbar
Asumámoslo: las palmeras de nuestra infancia eran, en su gran mayoría, secas.
De ahí que sea tan difícil, acaso, encontrar buenas palmeras tostadas.
Pero si aparcan en Morata de Tajuña y se dejan guiar por su olor lo que se encontrarán serán unas palmeras de un tamaño inferior, sí, pero más amalgamadas y jugosas por el almíbar en el que está bañado su hojaldre, mucho más blandito.
Cada establecimiento, además, utiliza una cobertura diferente: las hay de chocolate normal, fondant, blanco, rellenas de nata...
Un orgasmo en la palma de la mano.
Casi les diría que son más un bollo, que una palmera al uso. Porque también su forma varía: al estar cortadas de forma artesanal, cada una es diferente.
Pero todas ellas son igual de peligrosas: te puedes comer más de una y más de tres sin ser especialmente goloso.
Y eso que durante décadas Morata fue conocida, sobre todo, por su huerta.
Si vienen por aquí a desayunar o merendar no pueden irse sin llevarse algunos de sus ajos o tomates.
Pero tampoco sin conocer el obrador que cambió el gusto de toda una comarca; y esto me lleva a hablarles de la familia De la Torre, mi primera parada de este viaje.
Pastelería De la Torre: los creadores de las palmeritas
Es 2 de enero y en el obrador de la pastelería De la Torre se respira un olor a roscón y mazapanes que tapa, provisionalmente y por las fechas señaladas, el verdadero aroma de esta familia.
Loli de la Torre y José Rhodes –nada que ver con el pianista– trabajan a destajo junto a sus hijos para cumplir con la demanda de esos días.
Lo hacen en el mismo obrador que el padre de Loli levantó hace setenta años en lo que entonces era un chamizo y una montaña de ladrillos refractarios, sacados de la cementera local, con los que Luis de la Torre, el abuelo de la familia, construyó aquel horno de leña que habría de cambiar la vida de sus paisanos.
En aquel espacio, que luego fue ocupado por un horno más profesional –a razón de 50.000 pesetas de la época–, y donde su nieto José apura en esos momentos una crema pastelera, fue donde se crearon las famosas palmeritas.
Lo cuenta el propio creador: "Yo era agricultor y mi vida era el campo, pero tenía un amigo que trabajaba en una fábrica de magdalenas y empecé a repartir sus productos y, entremedias, pues me quedaba muchas veces mirando cómo los hacía.
Con el tiempo empecé también a repartir otros productos de otros obradores y a fijarme más.
Y fue cuando decidí construir ese horno, en el año cincuenta, para hacer yo mismo magdalenas y también tortas; hasta que otro de esos obradores que frecuentaba me vendió su horno, mucho más moderno.
Como también había repartido palmeras y eran todas muy duras, me puse a hacer ensayos para ver si conseguía que salieran más jugosas".
A su lado, su hija Loli asiente y pone en valor el tesón de su padre, de 83 años.
"No salía del obrador en todo el día, siempre haciendo pruebas y más pruebas, tirando muchas masas, y con mi madre enfadada", evoca, "pero un día la casa se empezó a inundar del olor del chocolate con el hojaldre mojadito.
Y, mira, cuando probé esa primera palmera con almíbar fue una maravilla".
A finales de los ochenta, esta familia de Morata tenía ante sí la receta que iba a revolucionar la gastronomía y el turismo local, aunque las otras panaderías y pastelerías no tardarían en versionarla.
¿Traición o visión de futuro?
Y los datos le dan la razón: según fuentes municipales, en Morata de Tajuña se venden unos 60.000 kilos de palmeritas al año.
En un pueblo, recordemos, que no llega a ocho mil habitantes.
Toda una locura que se explica, acaso, por ese hojaldre que se deshace en la boca y deja un sabor a mantequilla con ese ligero toque a almíbar marca de la casa.
Y con el contraste de una cobertura de chocolate un pelín más amarga que consigue que las palmeritas de la familia De la Torre no empalaguen lo más mínimo.
Aunque en su horno hay sitio también para palmeras glaseadas, de chocolate blanco, de caramelo o de Oreo.
A 15 euros el kilo, en el caso de las de chocolate, y a 16 el resto.
Así nació el pueblo de las palmeritas
Resuelve Loli de la Torre, la heredera legítima de esa textura: "Creo que hay negocio para todos.
Nosotros somos los precursores y antes solo teníamos nosotros las palmeritas, pero viendo su auge la gente empezó a hacerlas a su imagen y semejanza.
Yo no te digo que las nuestras sean las mejores, solo que aquí fue el sitio donde se empezaron a hacer y por eso en nuestra caja pone que son las auténticas palmeritas de Morata.
Luego te puede gustar más la cobertura de unas o de otras.
Pero cada uno lo hace como buenamente puede y quiere.
Todas son parecidas y todas son pequeñas y blandas, pero cada una tiene su toque".