El diestro
y la diseñadora dan la bienvenida a su segundo hijo en común, primer
varón de la familia, que recibe el nombre de su progenitor. El
matrimonio ya tenía una hija.
Francisco Rivera Ordóñez
y Lourdes Montes han sido padres de un niño, el segundo de su hijos en
común. El matrimonio ya tenía una niña, Carmen, nacida el 19 de agosto
de 2015. El torero, además, es padre de Cayetana, de 19 años, fruto de
su relación con Eugenia Martínez de Irujo. Ha sido el propio Rivera Ordóñez quien ha anunciado que el bebé
estaba a punto de nacer al publicar en sus redes sociales una foto suya
vestido de verde a las puertas del quirófano. "Ya mismo vamos a ser uno
más... #cerqui
de quirófano", ha escrito mostrando su emoción ante este momento tan
importante. Rivera ha explicado en los últimos meses que este ha sido un
hijo "muy buscado", y que llevaban dos años intentando tenerlo.
Siguiendo la tradición familiar, le han puesto el nombre de Francisco,
aunque piensan llamarle Curro. Francisco Rivera y Lourdes Montes comenzaron su relación en 2011 y dos
años después se casaban. En junio anunciaron que iban a ser padres por
segunda vez en una exclusiva en la revista ¡Hola!. Tal y como explicó el hijo de Carmina Ordóñez y Francisco Rivera Paquirri en la publicación, la buena nueva se la comunicó su hija Carmen. "Papá, va a venir la cigüeña', me dijo", explica Rivera Ordóñez que le dijo su hija. Además, Rivera habló en Espejo Público,
programa en el que colabora, y aseguró que quien no estaba nada
contenta era Carmen. "No quiere ni oír hablar: 'No quiero ningún bebé,
ya tengo a Cayetano. Lo voy a encerrar, papi'. Está muy celosa",explicó
entre risas el torero, haciendo referencia al hijo de su hermano Cayetano Rivera y la presentadora Eva González, nacido el pasado marzo. Rivera Ordóñez lleva dos años retirado de los toros aunque sigue
vinculado a la fiesta como empresario. Lourdes Montes, abogada de
formación, está centrada en su trabajo como diseñadora.
Kate Moore
reconstruye en ‘Las chicas del radio’ la tragedia de las mujeres que
hace un siglo murieron por trabajar con el elemento tóxico en la
fabricación de relojes fluorescentes.
Cuando Catherine Wolfe Donohue llegó al almacén de la Radium Dial
Company, en Illinois, a finales de la Primera Guerra Mundial, no podía
ser más feliz. Para una obrera joven, de apenas 18 años, no había mejor
trabajo que pintar esferas en los relojes de la compañía. Se trataba de
una labor muy puntillosa, que requería precisión y buen pulso, pero se
pagaba bien, a tanto por esfera pintada. Y lo mejor: le permitía
trabajar con radio, el nuevo elemento de moda. Solo había que impregnar
el pincel en la pintura, mojarse los labios en él, como aconsejaban los
jefes, y ponerse a trabajar.
El radio era por entonces el símbolo de la sofisticación y el buen
gusto, sinónimo del lujo y del progreso. A todo se le añadía: a los
aparatos de radio, a la mantequilla, ¡incluso al agua! Se trataba como
un tonificante milagroso. Por su novedad, se le conferían propiedades
casi mágicas. Las chicas que entraban a trabajar en empresas de pinturas
que contenían radio adquirían una sofisticación que no era solamente
simbólico: al estar en contacto con las partículas de radio, su piel, su
pelo y su ropa brillaban, como luciérnagas fosforescentes en la
oscuridad. Así las llamaban: las muchachas luminosas. Tan solo veinte
años más tarde, serían conocidas como el Escuadrón de las muertas
vivientes . Los centenares de mujeres que trabajaron para estas
compañías, caían, envenenadas, con tumores y dolores terribles, primero
en la boca y más tarde en los huesos, una tras otra. Todas murieron.
También Wolfe Donohue. Esta es la historia que cuenta la periodista Kate Moore en Las chicas del radio
(Capitán Swing), en la estela de publicaciones que pretenden dar a
conocer la importante labor que desarrollaron muchas mujeres en la
historia de la ciencia, y que es apenas conocida. Pero no solo es un libro científico. Es notable la investigación
histórica que arroja algo de luz a cómo la experimentación con nuevos
materiales se ha cobrado infinidad de vidas. En este caso, la ingenua y
persistente idea del progreso científico como noción positivista,
aplastante y sin fisuras se pone en tela de juicio a lo largo de los
años treinta, cuando los investigadores comienzan a entender que el
radio no es la piedra filosofal, sino un elemento altamente tóxico, que
penetraba en los huesos de estas mujeres como el calcio. Sus huesos,
repletos de este elemento, emitían radiación desde su interior. Las chicas del radio también pone de relieve la acción
colectiva que desarrollaron estas mujeres cuando se dieron cuenta de que
algo no iba bien, y que nadie se quería hacer responsable de sus ya
seguras muertes. Las muertas vivientes, en realidad mujeres aún
jóvenes y moribundas, se asociaron para demostrar que había algo que
las estaba matando y que sin duda tenía que ver con su contacto directo
con el radio. El libro describe las malas praxis laborales a las que fueron
obligadas y que demuestran la falta de protección de las obreras: a
ellas se les sometía a contacto directo con el elemento, pero los
técnicos de laboratorio de las mismas empresas sí tomaban precauciones
para protegerse. También incide en la tenacidad de ellas: las que
quedaban vivas en 1938 demandaron a las dos compañías responsables de su
contratación —Radium Dial Company y United States Radium Corporation—
y, tras larguísimos y degradantes procesos judiciales, ganaron la
batalla. Pese a todo, la mayoría fueron repudiadas por sus comunidades.
Hasta finales de los sesenta, descubrió Moore, muchos de sus compañeros
de las fábricas seguían manteniendo que mentían y que murieron por
sífilis.
Moore realiza un excelente trabajo de investigación que mezcla las
historias personales de una gran cantidad de mujeres con el conocimiento
científico y médico. Y traza la huella del radio y la importancia de la
demanda de esas desconocidas chicas del radio para los derechos de los
trabajadores. Poco tiempo más tarde, en el conocidísimo Proyecto
Manhattan, que trabajaría con plutonio para desarrollar las primeras
armas nucleares en la Segunda Guerra Mundial, los científicos
extremarían las precauciones.
Pues no. Pero habrá que explicarlo. Hace unos 20 años se empezaron a
detectar concentraciones de masa muy, muy, muy alta en el centro de las
galaxias grandes, como la nuestra o mayores. La Vía Láctea es una
galaxia espiral, eso quiere decir que su estructura es plana y tiene la
parte central un poco más abombada. Cuando les explico a los peques
esto les digo que es como si fuera un huevo frito que la yema es la
parte que se llama el bulbo y el disco de la galaxia es la clara blanca. Y toda esa estructura gira en torno al centro. Para saber cuánta masa
hay en el centro solo tenemos que medir la velocidad a la que giran las
estrellas o el gas que hay alrededor de ese centro. Y lo que vemos es que hay una concentración de masa muy grande en un
espacio muy pequeño. Ese tipo de masa solo puede ser un agujero negro
supermasivo. Los agujeros negros que conocemos pueden ser de dos tallas:
los estelares, que nacen de la muerte de estrellas muy masivas, que
tienen como mucho una decena o algunas decenas de veces la masa del Sol. Y luego están los supermasivos,
y aquí el “súper” es de verdad súper, porque tienen millones de veces
la masa del Sol. Eso que veíamos que ocurría en el centro de las
galaxias era muy difícil de explicar excepto si imaginábamos que ahí
había un agujero negro supermasivo. Pero como esas galaxias están lejos
de nosotros, no teníamos precisión en la medida espacial para saber si
la zona era lo suficientemente pequeña como para que la única
explicación fuera la existencia de un agujero negro de ese tipo. Para resolver ese dilema lo que hemos hecho es acudir al centro de
galaxia que tenemos más cercano, el de la nuestra. El problema del agujero negro del centro de nuestra galaxia
es que, como nosotros estamos en la parte de fuera de la Vía Láctea, lo
vemos muy oscurecido porque hay una cantidad enorme de polvo que nos
impide mirarlo en la longitud de onda visible, así que tenemos que usar
el espectro infrarrojo porque la luz infrarroja atraviesa mejor el
polvo. Observando en el infrarrojo se han hecho estudios para medir
directamente cómo cambia la posición de estrellas en la parte central de
la galaxia. Lo que se ha visto en una investigación que ha durado una
decena de años es que, primero, se trata de un lugar en el que no hay
ninguna estrella, nada que emita luz. Una explicación compatible con lo
que se observaba al medir las órbitas individuales de las estrellas que
hay alrededor de esa área es que en el centro estuviera todo girando
alrededor de una zona oscura. Y lo único que explica esto es que en ese
lugar haya algo con cuatro millones de veces la masa del Sol. Esa es una
de las pruebas más claras de que en el centro de las galaxias hay
agujeros negros supermasivos. También hay que saber que este no es de
los más “súper”, porque los hay que son de miles de millones de veces la
masa del Sol.
El tamaño de los agujeros negros supermasivos depende de lo gorda que
sea la masa central de la galaxia: cuanto más masiva sea la parte
central de la galaxia, más masivo es el agujero negro. Para hacerse una
idea de la relación de tamaños conviene saber que esa zona en la que
creemos que hay un agujero negro tiene minutos de años luz de tamaño o
incluso menos y el centro de las galaxias en las que está tienen cientos
o cientos de miles de años luz.
La respuesta a la pregunta es no, porque todo lo que hay alrededor
del agujero negro supermasivo del centro de nuestra galaxia está girando
en equilibrio.
Es muy difícil que la materia que orbita alrededor y a
cierta distancia del núcleo pierda su momento angular, es decir, su
capacidad de rotar, y cambie su trayectoria para dirigirse hacia el
agujero negro.
Para que eso ocurriera debería haber algún mecanismo que
provocara su desestabilización Los agujeros negros, incluso los supermasivos, tienen un radio de
influencia y más allá de ese radio no afectan a los objetos que están
ahí.
Solo a partir de cierta distancia ocurre que la materia se va hacia
el agujero negro. Los agujeros negros se tragan solo hasta, como si
dijéramos, donde les llega el brazo.
Isabel Márquez es doctora en astrofísica e investigadora del Instituto de Astrofísica de Andalucía (CSIC).
Pregunta realizada vía email por las alumnas y alumnos de 4º de la ESO del IES As Barxas de Moaña (Pontevedra).
La
periodista explica por primera vez el proceso de la doble mastectomía a
la que se ha sometido y la posterior operación que sufrió por
complicaciones.
Terelu Campos ha
roto su silencio tres meses después de someterse a una doble
mastectomía y a una posterior operación por complicaciones en la cirugía
primera. La periodista ha hablado vía exclusiva en la revista Lecturas
y en una entrevista realizada por su amiga Mila Ximénez. "He vivido un
calvario que aún no ha terminado", ha confesado Campos. "Me dijeron que
esto era durísimo, no voy a olvidarlo en mi vida. ¡Me he sentido tan
inválida, tan impotente..." "Nunca he llorado tanto como en estos meses", prosigue. "Ha habido un
problema de cicatrización en la espalda de donde me sacaron los
músculos para reconstruirme los pechos. Me ha costado mirarme porque era
una monstruosidad. Mi madre ha venido a todas las curas pero nunca he
dejado que pasase a verme. Si me llega a ver el pecho así, no duerme el
resto de su vida". Sobre cómo ha sido su vida estos meses ha confesado:
"He echado de menos ser yo. Me gusta relacionarme y no he querido coger
el teléfono. No podía ir uno a uno contando mi pena". Campos ya piensa
en el futuro. "Sueño con volver al trabajo, eso significaría que m vida
está en orden. Sueño con que mi madre vuelva a trabajar. Le da vida. La
inactividad la sume en un aburrimiento supino".(Podría limpiar los pasillos de Mediaset y anuncie un producto fabuloso para brillar el suelo, verá que no se aburre.)
Terelu Campos se ha sometido a tres operaciones en apenas cuatro
meses aunque fue hace 5 cuando tuvo por primera vez cáncer. A principios
del mes de julio, Campos daba a conocer que había aparecido un nuevo tumor en la mama izquierda,
lo que la obligaba a pasar rápidamente por el quirófano; de hecho, se
operó pocos días después de conocer la noticia y días después abandonaba el hospital para pasar el verano en reposo y en familia. En agosto, sin embargo, anunciaba su decisión de realizarse una doble mastectomía y una posterior reconstrucción y así evitar nuevas apariciones de futuros tumores. En octubre Campos confesaba: "Me da miedo el quirófano.
Son tantas horas de operación... pero para mí era importante que se
hiciera todo en la misma intervención". Muchas mujeres primero se
extirpan las mamas y luego se hacen la reconstrucción pero ello lo
descartó: "Psicológicamente, yo no podía. Me parecía complicado porque
soy una persona pública y el hecho de sentirme muy observada me
agobiaba". Los médicos han optado por usar grasa de su cuerpo para crear
un nuevo pecho. Tras la operación confesó que se sentía "como si me
hubieran pasado dos AVE por encima". Ya añadió: "Todo lo que quitan lo
analizan" explica la presentadora que analiza que tendrá que seguir
cinco años más con el tratamiento de pastillas: "Eso es inamovible". "El
oncólogo dice que me pueden evitar una metástasis y ante eso no hay
duda. Esta operación no ha sido por evitarme la quimioterapia".. Todo indica que Terelu Campos irá al plató de Sálvame para hablar de su calvario en otra exclusiva. La periodista ha hablado del programa en el que colabora. " He visto Sálvame de
una manera diferente. No nos damos cuenta de que estamos en una espiral
un poco destructiva. Hablamos sin ningún cariño ni empatía hacia nadie y
eso me ha tocado mucho".