6 ene 2019
Ruina y guerra de Ernesto de Hannover...................Enrique Müller
El marido de Carolina de Mónaco litiga con sus hijos por su patrimonio, en peligro por la falta de liquidez.
Ernesto Augusto de Hannover, el príncipe más famoso de Alemania, de 64 años, protagonista desde hace décadas de escándalos de faldas, agresiones, excesos de alcohol y también fisiológicos,
puso fin al año 2018 con una nueva disputa que amenaza ahora con la
integridad de la casa güelfa, quizás la más rancia de Alemania.
Cuando todo parecía indicar que la paz familiar había regresado al seno de los Hannover, después de años convulsos a causa de los caprichos del aristócrata relacionados con la riqueza familiar, el colérico príncipe acusó a su hijo y heredero de 35 años de haber cometido un acto de “gran ingratitud” al ceder el palacio de Marienburg por el simbólico precio de un euro al Estado federado de Baja Sajonia.
La furiosa reacción del todavía jefe de la casa güelfa paralizó las negociaciones que había llevado a cabo su hijo con las autoridades en los últimos siete años y, ahora, el Estado está pendiente de un conflicto entre padre e hijo que nadie sabe cómo puede terminar, aunque todo apunta a que la disputa tiene que ver con problemas financieros graves en el seno de la familia.
“Su alteza real el príncipe Ernesto Augusto de Hannover, como jefe de
la casa de Hannover, acoge con satisfacción la decisión del Gobierno
del Estado de Baja Sajonia de suspender la transferencia de la sede
ancestral de la familia que su hijo había negociado sin su conocimiento y
consentimiento”, dijo Malte Berlin, uno de los abogados del príncipe, a
la prensa regional de Hannover, al confirmar que el Gobierno había
congelado el traspaso.
Por el momento, el Gobierno regional de Baja Sajonia guarda silencio, aunque el ministro de Cultura del Estado, Björn Thümler (CDU), admitió que las negociaciones se habían congelado y que estaban a la espera de conocer el desenlace de la guerra familiar.
“La venta es ilegal e indigna”, sentenció el príncipe senior en una carta enviada al Gobierno regional. En esta pedía la inmediata devolución del palacio que le regaló a su hijo en 2004 para impedir que la mansión pasara a manos de plebeyos que, después de largas negociaciones, se habían comprometido a invertir en su restauración cerca de 30 millones y a abrir sus puertas a eventos culturales y convertirlo en una gran atracción turística.
La revista Bunte, por su parte, informó de que la resolución del contencioso podría aplazarse a causa de nuevos problemas físicos del príncipe senior, al parecer internado nuevamente en una clínica austriaca a causa de una intoxicación alcohólica.
Mientras se resuelve la disputa familiar en torno a la propiedad del palacio, los medios germanos han recordado que el origen del drama familiar podría estar relacionado con la falta de liquidez de la familia.
Hace unos meses, la revista Manager Magazin publicó su más reciente lista con el nombre de los 500 alemanes más ricos del país. Con unos activos estimados en unos 350 millones de euros, la casa Hannover ocupa una sólida posición, una suma que también hizo creer que no tendría problemas para financiar la renovación del famoso castillo de Marienburg.
Pero no. El príncipe junior, que recibió el honor de convertirse en heredero de la riqueza familiar y, más importante aun, de las tradiciones centenarias en 2004, muy pronto se dio cuenta de que el todavía esposo de Carolina de Mónaco, falto de liquidez, al parecer quería desprenderse de sus obligaciones financieras para dedicarse a la dolce vita.
La razón es simple: Carece de dinero para renovar el histórico castillo”, señaló la revista germana Gala, al hacerse eco de un rumor que crece con el tiempo y que tuvo su origen hace 13 años, cuando el príncipe junior anunció la subasta de varios tesoros de la familia.
La acción culminó con ventas del orden de los 44 millones de euros que fueron destinados a saldar viejas deudas y renovar una torre del palacio que se estaba cayendo a pedazos.
Trece años después, el príncipe junior confesó con humildad que su patrimonio ya no le permitía seguir haciéndose cargo de la conservación de la gran residencia, que tiene 136 habitaciones, y que tampoco contaba con dinero.
“Ha sido una decisión de gran importancia para mi familia”, admitió el joven cuando dio a conocer la venta del palacio a mediados de diciembre del año pasado.
“Hemos encontrado una buena solución que permitirá que el palacio y su inventario puedan conservarse para el público”.
El palacio de Marienburg seguirá existiendo por razones de fuerza mayor.
Pero nadie sabe cómo terminará la saga familiar entre el padre y su hijo heredero, ni qué pasará con el palacio si el príncipe senior recupera la propiedad.
Su hijo, en cambio, está convencido de que ganará la batalla.
Cuando todo parecía indicar que la paz familiar había regresado al seno de los Hannover, después de años convulsos a causa de los caprichos del aristócrata relacionados con la riqueza familiar, el colérico príncipe acusó a su hijo y heredero de 35 años de haber cometido un acto de “gran ingratitud” al ceder el palacio de Marienburg por el simbólico precio de un euro al Estado federado de Baja Sajonia.
La furiosa reacción del todavía jefe de la casa güelfa paralizó las negociaciones que había llevado a cabo su hijo con las autoridades en los últimos siete años y, ahora, el Estado está pendiente de un conflicto entre padre e hijo que nadie sabe cómo puede terminar, aunque todo apunta a que la disputa tiene que ver con problemas financieros graves en el seno de la familia.
Por el momento, el Gobierno regional de Baja Sajonia guarda silencio, aunque el ministro de Cultura del Estado, Björn Thümler (CDU), admitió que las negociaciones se habían congelado y que estaban a la espera de conocer el desenlace de la guerra familiar.
“La venta es ilegal e indigna”, sentenció el príncipe senior en una carta enviada al Gobierno regional. En esta pedía la inmediata devolución del palacio que le regaló a su hijo en 2004 para impedir que la mansión pasara a manos de plebeyos que, después de largas negociaciones, se habían comprometido a invertir en su restauración cerca de 30 millones y a abrir sus puertas a eventos culturales y convertirlo en una gran atracción turística.
La revista Bunte, por su parte, informó de que la resolución del contencioso podría aplazarse a causa de nuevos problemas físicos del príncipe senior, al parecer internado nuevamente en una clínica austriaca a causa de una intoxicación alcohólica.
Mientras se resuelve la disputa familiar en torno a la propiedad del palacio, los medios germanos han recordado que el origen del drama familiar podría estar relacionado con la falta de liquidez de la familia.
Hace unos meses, la revista Manager Magazin publicó su más reciente lista con el nombre de los 500 alemanes más ricos del país. Con unos activos estimados en unos 350 millones de euros, la casa Hannover ocupa una sólida posición, una suma que también hizo creer que no tendría problemas para financiar la renovación del famoso castillo de Marienburg.
Pero no. El príncipe junior, que recibió el honor de convertirse en heredero de la riqueza familiar y, más importante aun, de las tradiciones centenarias en 2004, muy pronto se dio cuenta de que el todavía esposo de Carolina de Mónaco, falto de liquidez, al parecer quería desprenderse de sus obligaciones financieras para dedicarse a la dolce vita.
Deudas y patrimonio
“En Baja Sajonia está teniendo lugar una historia casi cinematográfica: el príncipe Ernesto Augusto Jr. de Hannover, de 35 años, quiere vender su ruinoso castillo de Marienburg por un euro.La razón es simple: Carece de dinero para renovar el histórico castillo”, señaló la revista germana Gala, al hacerse eco de un rumor que crece con el tiempo y que tuvo su origen hace 13 años, cuando el príncipe junior anunció la subasta de varios tesoros de la familia.
La acción culminó con ventas del orden de los 44 millones de euros que fueron destinados a saldar viejas deudas y renovar una torre del palacio que se estaba cayendo a pedazos.
Trece años después, el príncipe junior confesó con humildad que su patrimonio ya no le permitía seguir haciéndose cargo de la conservación de la gran residencia, que tiene 136 habitaciones, y que tampoco contaba con dinero.
“Ha sido una decisión de gran importancia para mi familia”, admitió el joven cuando dio a conocer la venta del palacio a mediados de diciembre del año pasado.
“Hemos encontrado una buena solución que permitirá que el palacio y su inventario puedan conservarse para el público”.
El palacio de Marienburg seguirá existiendo por razones de fuerza mayor.
Pero nadie sabe cómo terminará la saga familiar entre el padre y su hijo heredero, ni qué pasará con el palacio si el príncipe senior recupera la propiedad.
Su hijo, en cambio, está convencido de que ganará la batalla.
El momento de Sherezade...........................Rosa Montero
En Las mil y una noches, la joven consigue apaciguar el
instinto de Sahriyar, un monarca lleno de rencor contra las mujeres que
todos los días degüella a una.
TURANDOT, la protagonista de la ópera de Puccini
del mismo nombre, es una princesa china que vive en un Pekín imaginario
y que obliga a todos los aspirantes a su mano a contestar tres
adivinanzas;
si fallan, los pretendientes son ejecutados.
Los enigmas son imposibles de resolver, pero la princesa es bellísima y los jóvenes presuntuosos, de manera que la flor y nata de los príncipes del mundo va cayendo bajo el hacha del verdugo. ¿Y por qué es así de cruel la hermosa dama?
Pues porque una antepasada suya fue violada y asesinada por un príncipe tártaro, y Turandot ha decidido castigar a los varones.
El libreto es de 1920 y está escrito por dos hombres: resulta interesante que hicieran esta fábula sobre una princesa decidida a vengar las eternas atrocidades cometidas contra las mujeres.
En realidad la ópera Turandot es la cara opuesta del cuento-marco de Las mil y una noches.
Sahriyar es un monarca sasánida que, tras descubrir que su esposa le engaña con un esclavo, ordena ejecutar a ambos.
Lleno de rencor contra las mujeres, decide desflorar cada noche a una doncella y degollarla al amanecer.
En tan espantoso quehacer pasa tres años; los padres, desesperados, abandonan el reino con sus hijas.
Llega un día en el que el visir es incapaz de encontrar una virgen, y teme por su propio cuello.
Entonces la bella y muy inteligente hija del visir, Sherezade, se ofrece a pasar la noche con el feroz carnicero:
“Si vivo, todo irá bien, y si muero, serviré de rescate a las hijas de los musulmanes y seré la causa de su liberación”.
Ya saben lo que ocurre: Sherezade le va contando cuentos al monarca, dejando la narración cada amanecer en un punto tan interesante que el rey pospone el asesinato una y otra vez.
A veces, cuando me abruma el peso de la inacabable e incomprensible brutalidad contra las mujeres, recuerdo a Sherezade.
A veces me hago agudamente consciente de la bárbara irregularidad en la que vivimos, del feminicidio en marcha.
De los tres millones de niñas a las que rebanan el clítoris cada año; de las muchachas quemadas vivas por no querer casarse con un viejo.
De las niñas y mujeres violadas, apaleadas, mutiladas, rociadas con ácido, vendidas como ganado, usadas como esclavas sexuales, torturadas, empaladas, con los dientes arrancados y los huesos rotos.
De todas esas hembras cubiertas por espesos velos, encerradas en sus casas, privadas de educación y de los más básicos derechos.
A veces todo ese inconcebible horror y ese dolor caen sobre mí desde el principio de los tiempos, millones y millones de víctimas aullando por las que nadie ha hecho nada.
La comunidad internacional ha presionado e impuesto sanciones económicas a regímenes nefastos, como, por ejemplo, cuando el apartheid de Sudáfrica.
Pero ante el constante genocidio de media humanidad nunca ha actuado.
Antes al contrario, la mujer siempre ha sido un comodín de intercambio si hay que firmar un acuerdo con los talibanes, por ejemplo, ya no se vuelve a mencionar la cuestión femenina.
¿Cómo es posible que estemos consintiendo esta situación? ¿Cómo no protestamos?
Un asesinato tan atroz e insensato como el de Laura Luelmo vuelve a dejarnos tiritando y preguntándonos, una vez más, qué rincón de tinieblas tiene el corazón de algunos hombres para actuar así.
La demencial crueldad del rey Sahriyar describe un impulso feminicida tan viejo como el mundo.
“Los mitos y los cuentos nos hablan en el lenguaje de los símbolos y representan el contenido inconsciente”, dice el psiquiatra Bruno Bettelheim.
Lo que pretende Sherezade es salvarnos a todas, y no sólo de la degollina ordenada por el rey, sino de la incomprensión de los hombres, de la brutalidad y la violencia.
Al cabo de las mil y una noches de conversación, Sahriyar ha tenido tres hijos con la joven, se ha enamorado de ella y ha superado su horrible instinto asesino (ha “curado su depresión”, dice Bettelheim).
Por fortuna, se diría que estamos empezando a abrir los ojos ante el horror, y no sólo las mujeres, sino también los muchísimos hombres de corazón blanco que en los últimos años se han incorporado al movimiento antisexista (también a Turandot la salva el amor). Puede que esté llegando el momento de Sherezade.
si fallan, los pretendientes son ejecutados.
Los enigmas son imposibles de resolver, pero la princesa es bellísima y los jóvenes presuntuosos, de manera que la flor y nata de los príncipes del mundo va cayendo bajo el hacha del verdugo. ¿Y por qué es así de cruel la hermosa dama?
Pues porque una antepasada suya fue violada y asesinada por un príncipe tártaro, y Turandot ha decidido castigar a los varones.
El libreto es de 1920 y está escrito por dos hombres: resulta interesante que hicieran esta fábula sobre una princesa decidida a vengar las eternas atrocidades cometidas contra las mujeres.
En realidad la ópera Turandot es la cara opuesta del cuento-marco de Las mil y una noches.
Sahriyar es un monarca sasánida que, tras descubrir que su esposa le engaña con un esclavo, ordena ejecutar a ambos.
Lleno de rencor contra las mujeres, decide desflorar cada noche a una doncella y degollarla al amanecer.
En tan espantoso quehacer pasa tres años; los padres, desesperados, abandonan el reino con sus hijas.
Llega un día en el que el visir es incapaz de encontrar una virgen, y teme por su propio cuello.
Entonces la bella y muy inteligente hija del visir, Sherezade, se ofrece a pasar la noche con el feroz carnicero:
“Si vivo, todo irá bien, y si muero, serviré de rescate a las hijas de los musulmanes y seré la causa de su liberación”.
Ya saben lo que ocurre: Sherezade le va contando cuentos al monarca, dejando la narración cada amanecer en un punto tan interesante que el rey pospone el asesinato una y otra vez.
A veces, cuando me abruma el peso de la inacabable e incomprensible brutalidad contra las mujeres, recuerdo a Sherezade.
A veces me hago agudamente consciente de la bárbara irregularidad en la que vivimos, del feminicidio en marcha.
De los tres millones de niñas a las que rebanan el clítoris cada año; de las muchachas quemadas vivas por no querer casarse con un viejo.
De las niñas y mujeres violadas, apaleadas, mutiladas, rociadas con ácido, vendidas como ganado, usadas como esclavas sexuales, torturadas, empaladas, con los dientes arrancados y los huesos rotos.
De todas esas hembras cubiertas por espesos velos, encerradas en sus casas, privadas de educación y de los más básicos derechos.
A veces todo ese inconcebible horror y ese dolor caen sobre mí desde el principio de los tiempos, millones y millones de víctimas aullando por las que nadie ha hecho nada.
La comunidad internacional ha presionado e impuesto sanciones económicas a regímenes nefastos, como, por ejemplo, cuando el apartheid de Sudáfrica.
Pero ante el constante genocidio de media humanidad nunca ha actuado.
Antes al contrario, la mujer siempre ha sido un comodín de intercambio si hay que firmar un acuerdo con los talibanes, por ejemplo, ya no se vuelve a mencionar la cuestión femenina.
¿Cómo es posible que estemos consintiendo esta situación? ¿Cómo no protestamos?
Un asesinato tan atroz e insensato como el de Laura Luelmo vuelve a dejarnos tiritando y preguntándonos, una vez más, qué rincón de tinieblas tiene el corazón de algunos hombres para actuar así.
La demencial crueldad del rey Sahriyar describe un impulso feminicida tan viejo como el mundo.
“Los mitos y los cuentos nos hablan en el lenguaje de los símbolos y representan el contenido inconsciente”, dice el psiquiatra Bruno Bettelheim.
Lo que pretende Sherezade es salvarnos a todas, y no sólo de la degollina ordenada por el rey, sino de la incomprensión de los hombres, de la brutalidad y la violencia.
Al cabo de las mil y una noches de conversación, Sahriyar ha tenido tres hijos con la joven, se ha enamorado de ella y ha superado su horrible instinto asesino (ha “curado su depresión”, dice Bettelheim).
Por fortuna, se diría que estamos empezando a abrir los ojos ante el horror, y no sólo las mujeres, sino también los muchísimos hombres de corazón blanco que en los últimos años se han incorporado al movimiento antisexista (también a Turandot la salva el amor). Puede que esté llegando el momento de Sherezade.
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