El cantante paró su concierto de la gira 'Mediterráneo da Capo' en Barcelona para recriminar la actitud de un hombre.
El cantautor Joan Manuel Serrat
interrumpió su último concierto de Barcelona este viernes durante un
par de minutos para recriminar la actitud de un espectador que le dijo
que cantara en catalán aprovechando una pausa entre canción y canción. "Canta en catalán, que estamos en Barcelona", le espetó desde la platea. El cantautor, visiblemente molesto y de forma contundente, pidió en
varias ocasiones al público que no aplaudieran sus palabras. "Siempre
hay alguien que viene despistado", dijo al comienzo de su intervención. Serrat recordó que "Mediterráneo
es un disco compuesto en 1971 con 10 canciones, todas en castellano", y
que su espectáculo las canta una a una, "en orden", prosiguió. "Sé perfectamente que estoy en Barcelona, seguramente lo sepa antes
que usted”, dijo con contundencia. “Y desde antes que usted, estoy
trabajando por hacer cosas en esta ciudad, así que le pido que me deje
hacer mi espectáculo”. Serrat concluyó diciendo que era la primera vez
"después de girar por todo el mundo" que le hacían este tipo de
recriminación. Tras un largo aplauso, siguió cantando, tal y como puede verse en un video que ha subido a Youtube Josep Maria Carafí.
HE AQUÍ un caso de estabulación extremo. Los animales, atrapados en
un pequeño rectángulo, han de asomar la cabeza para comer y beber por
ese ventanuco carcelario bajo el que disponen de dos recipientes, uno
para el agua, suponemos, y el otro para el pienso. La higiene es
perfecta, no duden de ella. Los pendientes amarillos grapados a cada una
de las orejas de estos mansos mamíferos dan cuenta del control al que
viven sometidos. Son vacas con carné de identidad
a las que seguramente se les administran antibióticos que a lo mejor,
como efecto secundario, le curan a usted una infección de garganta. ¿No
le pareció raro que se le fuera de un día para otro, y sin tratamiento
alguno, esa faringitis que arrastraba desde que terminó el verano? La
solución está en el yogur que se toma para desayunar, o en los
chuletones que se hace en la barbacoa del jardín los fines de semana. Conste que estas vacas son de Wisconsin, pero pocas cosas viajan más que
la carne o que la leche (la mala leche, sobre todo). El otro día, en la
pescadería, me vendieron un filete de pez espada procedente de Chile. Pero vamos a lo que íbamos que es a la higiene de carácter filosófico. Se siente uno culpable contemplando esta imagen. Todo muy limpio, sí,
pero qué hay de la profilaxis mental. ¿Puedes ver esto en el periódico y
no detenerte a meditar unos segundos? Si ha notado usted que los
lácteos le saben a presidio, aquí tiene la respuesta. Por cierto, no se
pierdan la expresión de perplejidad o de cabreo de la segunda vaca por
la derecha. Nos pregunta qué leches miramos.
Lo peor de envejecer es que por dentro sigues siendo el mismo, de manera
que cada vez hay un conflicto mayor con ese cuerpo que se derrumba.
HENOS AQUÍ de nuevo en Navidad. Ya sé que nuestra manera de dividir
el tiempo es una convención, pero eso no me evita sentir un creciente
agobio cada vez que nos damos de bruces con estas fechas. El tiempo es
la mayor riqueza de la que disponemos, un recurso que solemos dilapidar
sin darnos cuenta de lo escaso que es. Malgastamos el tiempo
cuando queremos que pase muy deprisa, cuando quemamos los días para
poder alcanzar cuanto antes una fecha (las vacaciones, el regreso del
ser amado, el final de un tratamiento médico); y directamente arrojamos
nuestra existencia por la borda cuando nos aburrimos. ¿Cómo puede uno
permitirse el aburrimiento? El solo hecho de vivir es un portento.
Pero lo más difícil de todo es digerir lo que el tiempo te hace. O
más bien lo que te deshace. Decía Oscar Wilde, que tiene frases célebres
para casi cualquier ocasión, que lo peor de envejecer es que no se envejece;
es decir, que por dentro sigues siendo el mismo, de manera que cada
vez hay un conflicto mayor con ese cuerpo irreconocible que se derrumba. Si en mi interior aún tengo 20 años, ¿por qué me mira ese estúpido
carcamal desde el espejo? Pero no es sólo la disociación entre mente y
carne: también es la larga cola de pasado que empiezas a arrastrar a tus
espaldas, como el polvo estelar de un viejo cometa. Un ejemplo: en los
Nuevos Ministerios de Madrid hay una sala de exposiciones en donde ahora
hay una muestra sobre los 40 años de la Constitución. Pues bien, pasé
por allí el otro día y de pronto me asaltó la pedrada de un recuerdo: en
ese mismo espacio vi de niña la exposición de los 25 años de paz, un
invento propagandístico del franquismo. El súbito brote de memoria me
dejó anonadada y enterrada bajo un alud de tiempo y de sucesos. Sí, Wilde tenía razón, envejecer conlleva un extrañamiento de ti
mismo. Estoy revisando antiguas entrevistas mías para reunirlas en un
libro, lo cual me está poniendo de los nervios, porque no hago más que
tropezarme con la joven que fui. Hablé con Tina Turner,
por ejemplo, y recuerdo lo maravillada que volví. La encontré guapísima
y escultural pese a lo vieja que era, y así se lo comenté con admirado
entusiasmo a mis amigos. Ahora, al leer el texto, compruebo que por
entonces Turner acababa de cumplir 50 años, y una gota de sudor helado
me baja por el cuello. Hoy aquella vieja casi me parece una pipiola.
La buena noticia es que sin duda es cierto que la sensibilidad con
respecto a la edad ha cambiado muchísimo en las últimas décadas. Yo
pensaba que el tópico de que los 50 de hoy son los 30 de antaño era una
exageración consoladora, pero la lectura de estas entrevistas parece
confirmarlo. Muchos de los personajes a los que abordé estaban en la
travesía de los 50 y se manifestaban sorprendentemente hundidos en la
senectud, como si la presión social los forzara a ser viejos. Por
ejemplo, un melancólico Yves Montand,
con 56, se lamentaba de los millones de neuronas que perdía cada día; y
Luis Miguel Dominguín, con 52, me recibía metido en la cama,
disfrazando de cinismo su depresión y hablando desde el más allá de la
vida, como si fuera un anciano.
Con todo, la entrevista más espeluznante es la que le hice al director de cine Marco Ferreri,
que era un hombre bamboleante y apático, un viejo sin paliativos. En un
momento de la charla me espetó: “Tú quieres escribir, quieres ser
feliz…; tú lo quieres todo”. “Claro”, contesté. “Eso es imposible. Los
tiempos son tan cortos…, ¿qué edad tienes?”, preguntó. Y la
conversación, horror vertiginoso, siguió así: “27”. “Y yo 50. A los 50
años no se cree en la felicidad; a los 27, sí (…). A los 50, por muy
bien que te vaya, sólo te quedan 20 años de vida”. Y, en efecto, Ferreri
falleció 19 años más tarde (a una edad a la que yo casi he llegado). Hoy pienso en aquel hombre que acababa de cumplir 50 pero que se había
dado por derrotado, y me recuerdo a mí misma con la arrogancia que la
inmortalidad de mis 27 años me confería, mientras siento silbar,
atronador, el huracán del tiempo en mis oídos. En fin. Disfrutemos el
hoy. Felices Fiestas.
Este deporte nunca ha estado en buenas ni sensatas manos, pero ahora han
clavado sobre él las garras varios individuos especialmente
incompetentes.
LO VENGO ADVIRTIENDO desde hace años, pero la actual es la temporada
en que los viejos aficionados nos hemos quitado definitivamente del
fútbol o más bien nos lo han quitado. Ese deporte nunca ha estado en
buenas ni sensatas manos, a nivel nacional ni internacional. Sin
embargo, ahora han clavado sobre él las garras tres individuos
especialmente avariciosos, incompetentes y presumidos, con un cuarto en
el horizonte del que luego diré algo. Del italiano Infantino ya me ocupé meses atrás,
cuando tomó la ridícula decisión de prohibir a las televisiones
insertar planos de público femenino atractivo, a fin de torpedear su
ruin objetivo de “tentar a los espectadores masculinos”; los cuales no
verían partidos, según él, de no ser por ese sucio señuelo. De paso
ofendió a la mayoría de la población mundial, pues no vio inconveniente
en los planos de mujeres feas ni en los de varones feos o guapos. Y en España contamos con dos individuos, Rubiales y Tebas, que por
lo visto se llevan a matar, pero que no obstante reman en la misma
dirección de desvirtuar y destruir el fútbol. El segundo, por ejemplo, está empeñado —a qué se deberá tanta tabarra— en que se juegue un encuentro de Liga en Miami,
lo cual no sólo es una mentecatez, sino que adulteraría la competición
al privar al equipo local del factor campo y del aliento de su hinchada.
También perjudicaría a los demás clubs visitantes, que disputarían sus
choques como eso, visitantes, a diferencia del Barça, que sería el
beneficiado en este caso. Si Tebas se saliese con la suya, no crean que
ahí pararía: supondría el acicate para que en próximas temporadas se
celebrasen partidos de Liga en lugares absurdos como Tokio, Taskent,
Qatar o Tegucigalpa. En este sentido, malo es el precedente que se
establecerá mañana (escribo el 8 de diciembre): me pregunto qué
necesidad tenía Madrid —una ciudad asediada por las manifestaciones, las
maratones, los triatlones, los días de la bici, las procesiones, las
ovejas y la armagedónica Carmena— de añadirse una invasión de feroces forofos porteños al albergar la
vuelta de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors. Confío
en que no haya incidentes graves y en que la capital no sea destruida
—aunque de eso ya se encargan los atilas del Ayuntamiento—, pero en todo
caso se ha sometido a Madrid a un sobreesfuerzo en seguridad y se ha
fastidiado a base de bien, durante días, a los ciudadanos. A ello han
contribuido no poco los medios, que han dado mucha más importancia a
esta Final foránea que a la jornada de Liga del fin de semana. Digo mal: la Liga hace tiempo que no se disputa en fin de semana. Hay
partidos los viernes y los lunes. Las televisiones han impuesto
horarios estrafalarios, como la una del mediodía. Pero lo que más delata
el propósito de acabar con el Campeonato es que entre Rubiales, Tebas e
Infantino han logrado que no haya forma de seguirlo. La continuidad de la Liga es un factor primordial de su interés, y ahora es un torneo deshilachado y discontinuo, al que parece que se le reservaran las sobras, las fechas de la basura. Las interrupciones debidas a los “ensayos” o amistosos de la
selección nacional siempre han constituido un engorro, algo que a los
aficionados verdaderos nos sentaba como un tiro. En vista de lo cual se
han multiplicado, con la invención de un trofeo engañabobos llamado Liga
de las Naciones, creo. Nadie ha sabido quiénes ni por qué compiten, y a
casi nadie le ha importado un comino. Nos han “tocado” Inglaterra y
Croacia como podían haber sido Portugal e Islandia. Por suerte no hemos
ido lejos, de lo contrario nos aguardarían más parones latosos, y ahora
viene el de Navidad como remate. Lo cierto es que, cada vez que
reaparece la Liga, en plan Guadiana, ya no nos acordamos de ella, de
quién la encabeza ni de quiénes están en descenso. Han conseguido que no
interese, que sea un galimatías, que nos dé igual quién la gane o la
lleve encarrilada. Se la ha devaluado a conciencia. Al parecer hay una razón semioculta, y aquí entra el cuarto
personaje, el defensa Piqué, al que inexplicablemente se hace caso. No
contento con haber certificado la defunción de la Copa Davis de tenis
—sí, de tenis—, pretende también, tengo entendido, arrumbar las Ligas nacionales —que son el alma y la columna
vertebral del fútbol— en favor de una Superliga europea reservada a los
clubs pijos y neopijos, que amparan dicho proyecto clasista. Como si no
viéramos ya demasiados Madrid-Bayern, Barça-Juventus y Manchester
City-PSG en la Copa de Europa, ahora se procurará que los partidos entre
esos equipos nos produzcan hastío. Porque además serían eternamente los
mismos, ya que no habría descensos ni ascensos. El resultado de
estrujar la gallina y querer un “acontecimiento” semanal es que nada es
ya un acontecimiento, sino todo reiteración y rutina. Si hay varios
Brasil-Argentina o Alemania-Italia cada temporada, se pierden la gracia y
la expectativa. Añadan a todo esto que los futbolistas se agotan y se
saturan. La mayoría no deben de saber qué están disputando cuando saltan
al césped. ¿Es la Copa del Rey o la Liga, la Copa de Europa o la
Eurocopa, las Naciones, el Mundial o un apestoso amistoso? Desde luego
los espectadores empezamos a no tener ni idea. Y lo que es peor, nos
empieza a traer sin cuidado.