Ese deporte nunca ha estado en buenas ni sensatas manos, a nivel nacional ni internacional.
Sin embargo, ahora han clavado sobre él las garras tres individuos especialmente avariciosos, incompetentes y presumidos, con un cuarto en el horizonte del que luego diré algo.
Del italiano Infantino ya me ocupé meses atrás, cuando tomó la ridícula decisión de prohibir a las televisiones insertar planos de público femenino atractivo, a fin de torpedear su ruin objetivo de “tentar a los espectadores masculinos”; los cuales no verían partidos, según él, de no ser por ese sucio señuelo.
De paso ofendió a la mayoría de la población mundial, pues no vio inconveniente en los planos de mujeres feas ni en los de varones feos o guapos.
Y en España contamos con dos individuos, Rubiales y Tebas, que por lo visto se llevan a matar, pero que no obstante reman en la misma dirección de desvirtuar y destruir el fútbol.
El segundo, por ejemplo, está empeñado —a qué se deberá tanta tabarra— en que se juegue un encuentro de Liga en Miami, lo cual no sólo es una mentecatez, sino que adulteraría la competición al privar al equipo local del factor campo y del aliento de su hinchada. También perjudicaría a los demás clubs visitantes, que disputarían sus choques como eso, visitantes, a diferencia del Barça, que sería el beneficiado en este caso.
Si Tebas se saliese con la suya, no crean que ahí pararía: supondría el acicate para que en próximas temporadas se celebrasen partidos de Liga en lugares absurdos como Tokio, Taskent, Qatar o Tegucigalpa.
En este sentido, malo es el precedente que se establecerá mañana (escribo el 8 de diciembre): me pregunto qué necesidad tenía Madrid —una ciudad asediada por las manifestaciones, las maratones, los triatlones, los días de la bici, las procesiones, las ovejas y la armagedónica Carmena—
de añadirse una invasión de feroces forofos porteños al albergar la vuelta de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors. Confío en que no haya incidentes graves y en que la capital no sea destruida —aunque de eso ya se encargan los atilas del Ayuntamiento—, pero en todo caso se ha sometido a Madrid a un sobreesfuerzo en seguridad y se ha fastidiado a base de bien, durante días, a los ciudadanos.
A ello han contribuido no poco los medios, que han dado mucha más importancia a esta Final foránea que a la jornada de Liga del fin de semana.
Digo mal: la Liga hace tiempo que no se disputa en fin de semana. Hay partidos los viernes y los lunes.
Las televisiones han impuesto horarios estrafalarios, como la una del mediodía.
Pero lo que más delata el propósito de acabar con el Campeonato es que entre Rubiales, Tebas e Infantino han logrado que no haya forma de seguirlo.
La continuidad de la Liga es un factor primordial de su interés, y ahora es un torneo deshilachado y discontinuo, al que parece que se le reservaran las sobras, las fechas de la basura.
Las interrupciones debidas a los “ensayos” o amistosos de la selección nacional siempre han constituido un engorro, algo que a los aficionados verdaderos nos sentaba como un tiro.
En vista de lo cual se han multiplicado, con la invención de un trofeo engañabobos llamado Liga de las Naciones, creo.
Nadie ha sabido quiénes ni por qué compiten, y a casi nadie le ha importado un comino.
Nos han “tocado” Inglaterra y Croacia como podían haber sido Portugal e Islandia.
Por suerte no hemos ido lejos, de lo contrario nos aguardarían más parones latosos, y ahora viene el de Navidad como remate.
Lo cierto es que, cada vez que reaparece la Liga, en plan Guadiana, ya no nos acordamos de ella, de quién la encabeza ni de quiénes están en descenso.
Han conseguido que no interese, que sea un galimatías, que nos dé igual quién la gane o la lleve encarrilada.
Se la ha devaluado a conciencia.
Al parecer hay una razón semioculta, y aquí entra el cuarto personaje, el defensa Piqué, al que inexplicablemente se hace caso. No contento con haber certificado la defunción de la Copa Davis de tenis —sí, de tenis—, pretende también, tengo entendido, arrumbar las Ligas nacionales —que son el alma y la columna vertebral del fútbol— en favor de una Superliga europea reservada a los clubs pijos y neopijos, que amparan dicho proyecto clasista.
Como si no viéramos ya demasiados Madrid-Bayern, Barça-Juventus y Manchester City-PSG en la Copa de Europa, ahora se procurará que los partidos entre esos equipos nos produzcan hastío. Porque además serían eternamente los mismos, ya que no habría descensos ni ascensos.
El resultado de estrujar la gallina y querer un “acontecimiento” semanal es que nada es ya un acontecimiento, sino todo reiteración y rutina.
Si hay varios Brasil-Argentina o Alemania-Italia cada temporada, se pierden la gracia y la expectativa.
Añadan a todo esto que los futbolistas se agotan y se saturan.
La mayoría no deben de saber qué están disputando cuando saltan al césped.
¿Es la Copa del Rey o la Liga, la Copa de Europa o la Eurocopa, las Naciones, el Mundial o un apestoso amistoso? Desde luego los espectadores empezamos a no tener ni idea.
Y lo que es peor, nos empieza a traer sin cuidado.
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