Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

26 nov 2018

Muere el maestro del cine italiano Bernardo Bertolucci a los 77 años

Oh!!! no es de esas noticias que no quieres leer nunca.

El director de 'El último tango en París' y 'Novecento' fallece en Roma.

 

Bernardo Bertolucci, en Venecia, el 28 de agosto de 2013. En vídeo, perfil de Bertolucci.
 Bernardo Bertolucci, última frontera de una generación de directores italianos capaces de transformar el cine universal, ha fallecido este lunes a los 77 años en su casa del romano Monteverde Vecchio.
 Autor de monumentos como El último tango en París, Novecento o El último emperador, que obtuvo nueve Oscar en 1988, entre otros, a la mejor dirección y al mejor guion, llevaba años en una silla de ruedas peleando contra una larga enfermedad.
 En las últimas dos décadas, tras el estreno de Asediada en 1998, apenas lanzó dos películas: Soñadores (2003), una particular visión del mayo del 68, y su último filme, Tú y yo, de 2012, basado en una breve novela de Niccolò Ammaniti.
Nacido en Parma en 1940, era hijo del poeta Attilio Bertolucci y la profesora Ninetta Giovanardi. 
Fue íntimo amigo de Pier Paolo Pasolini y defensor empedernido del Partido Comunista. 
En 2007 obtuvo el León de Oro a la carrera de La Mostra de Venecia y, en 2011, la Palma de Oro de Honor del festival de Cannes.
 A lo largo de su carrera, filmó una quincena de películas, entre producciones colosales y minúsculas, obras experimentales y más tradicionales, y dejó un sello inolvidable de autor en el cine italiano e internacional. 
Fue también guionista, productor, poeta y "polemista", como recuerdan los medios italianos. 

Bertolucci llamó la atención ganando todavía bien joven el Premio Viareggio por el libro de poemas In cerca del mistero. “Escribí poesía, pero decidí no continuar porque él era demasiado bueno y no podía ganarle”, recordaba el cineasta a propósito de su padre.
 De ahí, de la tradición literaria y musical, surgió también el gusto por los textos, la dramaturgia y el cine capaz de retratar una época. Pero Bertolucci siempre reconoció la descomunal influencia sobre su cine de Pasolini, a quien conoció porque su padre le había editado su Ragazzi di vita y se había mudado al mismo edificio.
 El cineasta lo explicaba así en una entrevista con James Franco en Il Corriere della Sera:
 “Un día, cuando tenía 21 años me lo encontré delante de la puerta y me dijo: ‘Eh, te gustan las películas, ¿verdad? Porque voy a rodar una y quiero que me hagas de asistente en la dirección. Se llamará Accattone’.
 Le dije que nunca había hecho de asistente, y él me respondió que tampoco había dirigido ninguna película”.
 De hecho, la primera cinta que firmó, La cosecha estéril, partió de una historia del propio Pasolini.
Así nació una carrera que le llevó a dirigir una quincena de filmes y que absorbió también el aroma de las innovaciones de la Nouvelle Vague francesa, que descubrió pegado tardes enteras en las butacas de Cinémathèque parisina en los años sesenta.
 Allí más tarde vio de cerca el mayo del 68 que vivió también intensamente en Italia y retrató, para algunos de forma un tanto frívola, en Soñadores. 
 No hubo estudios ni aprendizaje técnico. Al principio, como vio hacer a Pasolini, renunció a actores profesionales y flirteó con las corrientes experimentales.
Pero el pasaporte de Bertolucci al olimpo del cine lo expidió El último tango en París, su película más polémica, con denuncias de violación de Maria Schneider a Marlon Brando, que el director de fotografía, Vittorio Storaro, negó después.
 Estrenado en 1972, el filme se prohibió en España, y no pudo verse hasta el 16 de enero de 1978.
 En una entrevista en el diario EL PAÍS de 1985 el cineasta comentó la importancia de la personalidad de Marlon Brando en la película: 
"Sí, influyó mucho. Brando es un monstruo prehistórico del cine del pasado.
 En principio no lo iba a interpretar él. 
Los actores elegidos eran Jean-Louis Trintignant y Dominique Sanda, pero resultó que Trintignant era un tímido y no se atrevía a hacer las escenas de la casa abandonada y Dominique Sanda estaba preñada, así que tuve que renunciar a los dos".
La gran epopeya (314 minutos y orginalmente concebida en tres partes), producida por Alberto Grimaldi y surtida de grandes estrellas de Hollywood como Robert De Niro o un Donald Sutherland que ponía rostro a un fascismo con algunos tics no tan lejanos, tuvo influencia hasta en los mostradores de los registros de recién nacidos, donde toda una generación de padres de la progresía italiana inscribió a su vástagos con el nombre de Olmo: como el personaje con el que Gerard Depardieu dio vida al combatiente obrero y miltante marxista.
Novecento fue la afirmación definitiva de la transversalidad de Bertolucci, también a un lado y otro del Atlántico. 
Pero el reconocimiento en Hollywood llegó con El último emperador (1987), la trágica y novelesca historia de Pu Yi , el último representante de la dinastía manchú, quizá una de sus obras menos lucidas, pero la única que le ha valido a un director italiano el Oscar por la mejor dirección.

El último tango en París sirvió a Bertolucci el crédito para poder rodar Novecento, un monumento desde todos los puntos de vista. Una descomunal crónica de las primeras cinco décadas de la Italia del siglo XX, partiendo el 27 de enero de 1901 con la muerte de Giuseppe Verdi: justo el día que nacen los dos amigos que protagonizan el filme y que representarán por tanto tiempo después dos italias que, en cierto modo, todavía se cruzan hoy cada mañana en la calle.
 La del comunismo y el fascismo; la de la izquierda revolucionaria, y la burguesía democristiana mucho más tarde. 
La del cierre de puertos y soflamas en Twitter y la que hoy, lamentablemente, permanece silenciada.

Bertolucci, en la presentación en Londres de 'El último tango en París', el 14 de marzo de 1973. 
Bertolucci, en la presentación en Londres de 'El último tango en París', el 14 de marzo de 1973. Central Press/Hulton Archive/Getty Images
 

La gran epopeya (314 minutos y orginalmente concebida en tres partes), producida por Alberto Grimaldi y surtida de grandes estrellas de Hollywood como Robert De Niro o un Donald Sutherland que ponía rostro a un fascismo con algunos tics no tan lejanos, tuvo influencia hasta en los mostradores de los registros de recién nacidos, donde toda una generación de padres de la progresía italiana inscribió a su vástagos con el nombre de Olmo: como el personaje con el que Gerard Depardieu dio vida al combatiente obrero y miltante marxista.
Novecento fue la afirmación definitiva de la transversalidad de Bertolucci, también a un lado y otro del Atlántico. Pero el reconocimiento en Hollywood llegó con El último emperador (1987), la trágica y novelesca historia de Pu Yi , el último representante de la dinastía manchú, quizá una de sus obras menos lucidas, pero la única que le ha valido a un director italiano el Oscar por la mejor dirección.
Si era un Dios para los que amabamos el Cine, decir Bertolucci era decir OH DIOS!! lo recuerdo en todas y la última fue el ültimo Emperador. Salias como en una nube, algo increible hoy no hay ya películas de Culto pero las de Bertolucci lo eran. Descansa en Paz..

25 nov 2018

Kafka en palabras de Kafka................................ Josep Massot..

Galaxia Gutenberg publica 778 cartas del escritor checo, 145 inéditas, del año 1900 a 1914.

 Las epístolas retratan su vida sentimental y su visión del mundo: “Solo deberíamos leer libros que nos muerden”

kafka
Frank Kafka, en la Plaza de la Ciudad Vieja de Praga, hacia 1920. Getty Images
“Ya ves, soy un hombre ridículo; si me quieres un poco, será por compasión; mi aportación es el miedo”, escribe un joven Kafka a Hedwig Weiler, su romance del verano de 1907. 
Y, sin embargo, el aprendiz de escritor que creía que “estamos perdidos como niños en el bosque” y que era bueno que alguien trepara a la Luna para que sus movimientos, palabras y deseos no resultaran del todo cómicos y absurdos, siempre y cuando, eso sí, “no se oigan las risas de la Luna en los observatorios”, había desplegado ya a los 19 años, ante su amigo Oskar Pollak, la valerosa apuesta que iba a cambiar la literatura del siglo XX: 
“Es bueno”, escribió, “que la conciencia reciba amplias heridas, puesto que así se vuelve más sensible a cada mordedura. 
A mi juicio, solo deberíamos leer libros que nos muerden y nos pican. 
Si el libro que estamos leyendo no nos despierta de un puñetazo en la crisma, ¿para qué lo leemos? 
¿Para que nos haga felices, como tú escribes? Dios mío, también podríamos ser felices sin tener libros y, dado el caso, hasta podríamos escribir nosotros mismos los libros que nos hicieran felices.
 Sin embargo, necesitamos libros que surtan sobre nosotros el efecto de una desgracia muy dolorosa, como la muerte de alguien al que queríamos más que a nosotros, como un destierro en bosques alejados de todo ser humano, como un suicidio; un libro ha de ser un hacha para clavarla en el mar congelado que hay dentro de nosotros. Eso creo yo”.
Las citadas son palabras contenidas en el primer tomo de la edición crítica del epistolario completo de Kafka (Praga, 1883 - Kierling, 1924), reunido y anotado por Hans-Gerd Koch, en traducción de Adan Kovacsics, y que Jordi Llovet e Ignacio Echevarría publican en Galaxia Gutenberg. 
El volumen, de 1.257 páginas, cubre los años 1900-1914, como cierre de la obra íntegra del autor checo, a falta del segundo tomo, que incluirá ya el estallido de la Primera Guerra Mundial y la publicación, en 1915, de Die Verwandlungd, traducida aquí correctamente como La transformación y no como la equívoca La metamorfosis. 
 Los editores españoles pretendían publicar la correspondencia completa sin dilaciones, pero la editorial alemana se resiste a culminar el tomo de los años finales. 
Fischer Verlag, tras quince años de búsqueda infructuosa, aún mantiene la esperanza de encontrar en algún recóndito archivo uno los grandes tesoros de Kafka que quedan aún por sacar a la luz: las cartas perdidas al último amor del escritor, Dora Diamant, que fueron requisadas por la Gestapo. 

Franz Kafka. Cartas 1900-1914 contiene 778 misivas, de las que 573 eran conocidas por el lector de lengua española (en trabajos anteriores a la edición crítica alemana), y 145 son inéditas. 
Entre las ya publicadas del citado período figuran las quinientas a la primera novia del autor, Felice Bauer, y las escritas a Grete Bloch (amiga de Felice) y a los editores Max Brod, Ernst Rowolth y Kurt Wolff.
 La escrupulosidad de los editores les ha llevado a incluir los detalles conocidos de 60 cartas perdidas, postales, telegramas, dedicatorias, tarjetas de presentación o las comunicaciones de carácter oficial, comercial o profesional (como las solicitudes o instancias dirigidas a instituciones tales como la Dirección de Policía o la misma compañía de seguros para la que trabajaba para solicitar permisos, ascensos o aumentos de sueldo). 
El libro se completa con un amplio aparato de anotaciones críticas, una exhaustiva cronología, las cartas recibidas que se han conservado y un quién es quién de todos los corresponsales o personas citadas.
El volumen aporta importantes novedades al lector español, que no se limitan al terreno filológico.
 La disposición de las cartas por cronología, y no por corresponsales, permite seguir el día a día de Kafka a la manera de una biografía epistolar, sin interferencias de intérpretes, y asistir a la evolución de su escritura, desde su relación ambivalente con Goethe (el canon literario) a su necesidad y amor por los demonios de la literatura a partir de su tormentosa relación con Felice Bauer, que le hace introducir su conexión con la vida, una escritura fluida y la perspectiva del otro, algo que está en la raíz de obras como El proceso o La condena.

También se pueden encontrar textos literarios, como la primera narración que ha llegado hasta nosotros (“La compleja historia del tímido larguirucho y del insincero de corazón”) y varios apólogos y cuentos breves, como el del hombre que no sabía reír ni bailar y que llevaba siempre una misteriosa caja cerrada que no enseñaba a nadie hasta que, a su muerte, se descubrió su contenido (“Dos dientes de leche”) o el del loco y el sabio que no sabía que era sabio:
 “No se puede tomar el sol a la sombra. 
No creo que yo sea culpable de tu felicidad. A lo sumo de la siguiente manera: un sabio cuya sabiduría se escondía ante él se topó con un loco y charló un ratito con él sobre asuntos en apariencia remotos.
 Una vez concluida la conversación, cuando el loco se disponía a regresar a casa —vivía en un palomar—, el otro se le arroja al cuello, lo besa y exclama:
 ‘Gracias, gracias, gracias’. ¿Por qué? Tan grande era la locura del loco que al sabio se le hizo evidente su propia sabiduría”. 

Las lecturas (autores alemanes, pero también Flaubert y biografías en las que busca cómo los grandes autores encontraron su lugar en el mundo); los anhelos literarios, su deseo de abandonar Praga, aprender castellano y marcharse a España, Sudamérica o Berlín; sus viajes y excursiones;
 el aislamiento con sus padres; la asfixia que siente por su trabajo en la empresa de seguros o en la fábrica de amianto que funda con su cuñado o la eterna duda que le paraliza:
 “Otras personas”, escribe a Hedwig, “solo se deciden en contadas ocasiones y disfrutan luego de su decisión en el largo intervalo hasta la siguiente. 
 Yo, en cambio, me decido sin cesar, tantas veces como un boxeador, con la diferencia de que luego no boxeo, claro”.
En una carta transmite a Pollak cómo el escritorio burgués de casa de sus padres en el que redacta se comporta como un animal censor: “Estaba sentado a mi hermoso escritorio.
 No lo conoces. Cómo ibas a conocerlo. Resulta que es un escritorio de convicciones profundamente burguesas cuyo cometido es educar. 
Tiene dos terroríficas puntas de madera allí donde pone las rodillas el escribiente.
 Y ahora presta atención. Cuando uno se sienta con tranquilidad y cautela y escribe algo profundamente burgués, se halla a gusto. Pero ay si se agita y el cuerpo le tiembla un poco, porque las puntas se le clavan indefectiblemente en las rodillas, y cómo duelen. Podría enseñarte los moratones”.
La vida de Kafka se puede seguir casi al minuto. Comenta películas con las camareras, trabaja en las tareas del campo durante sus vacaciones, va al teatro, escribe prolijos y detallados argumentarios a sus jefes para justificar sus peticiones de aumentos de sueldo, se queja de sus problemas de estómago y de su dieta…, pero sobre todo lee y escribe, y se autoanaliza con saña.
 Dice que ha leído pocos libros de Freud —“Es tan grande como vacuo”— y muchos de sus seguidores; confiesa que se derrumba ante las opacidades, que carece de total talento organizativo, que no es de esos hombres que llevan las cosas a cabo a cualquier precio o que “no estoy ya en este mundo, sino dando vueltas y vueltas en el vestíbulo del infierno”, pues “la conciencia de culpa no supone para mí una ayuda, una solución; no, solo tengo conciencia de culpa porque es la forma más bella de arrepentimiento”.
Sobre de una de las cartas que Frank Kafka envía a Robert Musil a la redacción de la revista 'Die Neue Rundschau'.
Sobre de una de las cartas que Frank Kafka envía a Robert Musil a la redacción de la revista 'Die Neue Rundschau'.
Kafka frecuenta prostitutas, algunas muy viejas, o filtrea con muchachas:
 “Una”, dice a Max Brod, “se llama Agathe; la otra, Hedwig. Agathe es muy fea y Hedwig también. H. es bajita y gorda, sus mejillas son coloradas sin límites ni interrupción, sus grandes dientes incisivos superiores no permiten que su boca se cierre ni que la mandíbula inferior sea pequeña; es muy miope, y no solo para provocar el bonito gesto con el que se pone los quevedos sobre la nariz; esta noche soñé con sus piernas gruesas y cortas; por tales vericuetos reconozco la belleza de una muchacha y me enamoro”. Aún así, le escribe: 
“Qué poco sirve el encuentro epistolar; es como si dos personas separadas por un lago chapotearan en las orillas.
 Por las muchas pendientes de las letras se ha deslizado la pluma y esto se ha acabado, hace frío y yo he de irme a mi cama vacía”.
En el prólogo, Jordi Llovet dedica especial atención a las relaciones sentimentales de Kafka (quien escribió “El coito, castigo de la dicha de estar juntos”), en especial con Felice Bauer.
 Se conocieron en Praga, en casa de los padres de su amigo Max Brod, el 13 de agosto de 1912. 
No se volvieron a ver hasta siete meses después. 
A partir del 20 de septiembre, Kafka le envió un diluvio de cartas, más para sí mismo que para seducirla, según Llovet, quien reconstruye la vida sexual de Kafka, enlazada con el dictado censor de su padre y su reflejo en las obras que escribió en la época y que tendría una clave esclarecedora en el fundamental cuento Ante la ley (de 1919).
 Kafka se somete a la tortura de no poder vivir ni con ella ni sin ella. y le pide en matrimonio como si pedirlo fuera “un acto criminal”. “Yo”, escribe en 1913 al padre de Felice, “he cegado a su hija con mi escritura”. 
Y le transmite un autorretrato desconsolador: “Sea como fuere, tenga usted en cuenta lo siguiente, que es lo esencial: todo mi ser se centra en la literatura, y hasta los 30 años he mantenido ese rumbo a rajatabla; si alguna vez lo abandono, dejaré de vivir.
 De ello deriva todo cuanto soy y cuanto soy y no soy.
 Soy taciturno, insociable, malhumorado, egoísta, hipocondríaco y realmente enfermizo.
 ¿Cómo ha de vivir su hija con un hombre así, que ha dejado toda distracción a fin de conservar las energías justas para dedicarse en exclusiva a la literatura?”. 

 

Marie-Chantal Miller, princesa sin trono, empresaria y reina en las redes

Casada con Pablo de Grecia, ha creado una firma de moda infantil y lleva una vida de aristócrata millonaria acorde al apellido de su marido y a la fortuna de su padre.

 

Marie-Chantal Miller, en una fiesta en Londres en junio de 2015.
Marie-Chantal Miller, en una fiesta en Londres en junio de 2015. GETTY

No hay semana sin ‘show’............................. Elvira Lindo

¿De dónde surgen esas formas y ese lenguaje en el oficio actual de la política que hasta ahora desconocíamos?.

Gabriel Rufián en el Congreso el pasado 21 de noviembre.
Gabriel Rufián en el Congreso el pasado 21 de noviembre. REUTERS
Cualquiera de nosotros conoce a personas con inquietudes políticas. Hombres y mujeres a los que reconocemos capacidad de convicción, de liderazgo, capaces de articular un buen discurso, de apaciguar los ánimos en un equipo, seres que despiertan respeto y respetan, que negocian sin humillar al que lleva las de perder, sagaces, peleadores, convincentes.
 Cuando nos encontramos con alguien que posee este poderoso atractivo, pensamos, ¿y por qué no hay personas así en la política? Esta semana hemos tenido una vez más la respuesta.
La vida laboral de los ciudadanos que viven fuera de los focos obliga a una negociación continua. 
Cuántas veces no se ha de controlar el impulso de soltar algo desagradable, en cuántas ocasiones la buena educación vence al exabrupto, cuánto hemos reprimido (me incluyo) la parte desabrida de nuestro carácter para que nuestros hijos tuvieran un buen ejemplo en casa o nos hemos callado ante un chulo por no liarla; de qué manera la armonía familiar se mantiene gracias a que hacemos oídos sordos al ya célebre cuñado.
 Y esa actitud no nos hace menos auténticos, menos apasionados o valientes, porque echamos mano de recursos como la seducción para salirnos con la nuestra.
 Quien más educado está, quien más inteligente es, más capacidad muestra para convencer o vencer sin necesidad de herir.
 Como antídoto a lo que hemos visto esta semana en el Congreso de los Diputados yo propongo observar lo que ocurre en la calle, en el trabajo, en nuestro hogar:
 ¿podemos permitirnos el lujo de insultar a la mínima sin que eso tenga unas consecuencias lamentables? ¿Cuántas veces en la vida ha pronunciado usted una mala palabra para desacreditar al adversario? 
Fascista, golpista, indecente, indigno
. Jamás he utilizado estos términos en un cara a cara o en una discusión por más encendida que esta fuera. 
Si alguien las hubiera usado contra mí no concebiría la posibilidad de una reconciliación.
 ¿De dónde surgen entonces esas formas y ese lenguaje en el oficio actual de la política que hasta ahora desconocíamos? ¿Están calcadas de Twitter, de los shows televisivos?
 ¿Para qué público actúan los que convierten el oficio público en una de esas payasadas de lucha libre que tanto inspiran a Donald Trump?
 Deben saber quienes se dedican a la política que no todos los votantes estamos enzarzados a diario en peleas virtuales, y si alguna vez nos hemos revolcado en ellas (porque momentos de debilidad los tiene cualquiera) estamos empezando a evitarlas al ser conscientes de lo intoxicadoras y estériles que son. Sacan de nosotros el monstruo que tenemos encerrado en la vida real bajo siete llaves.
 Pero cada vez más distinguimos entre el acaloramiento natural de un debate y los números que se montan solo para sacudir el fango de esas redes que manipulan nuestra rabia y nuestro criterio.
Tan acostumbrados están algunos a reinar en lo virtual que ya no saben comportarse presencialmente. 
No podemos permitir que esa vulgaridad se nos contagie.
 Insisto, no son en absoluto un espejo de lo que sucede en la vida real, de la misma forma que no lo es Twitter.
 Son muchos los ciudadanos que cada día se enfrentan al mundo con espíritu de negociación, negocian, contienen sus más oscuras emociones, se censuran la burla o el desprecio.
 Precisamente porque no somos santos, concebimos la educación como una estrategia para la convivencia.
 Y hay grandes estrategas.
 Con qué dignidad ocuparían un asiento en el Congreso, pero ¿qué persona brillante y educada se expondría a semejante jauría? Nadie en su sano juicio.