Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
25 nov 2018
Kafka en palabras de Kafka................................ Josep Massot..
Galaxia
Gutenberg publica 778 cartas del escritor checo, 145 inéditas, del año
1900 a 1914.
Las epístolas retratan su vida sentimental y su visión del
mundo: “Solo deberíamos leer libros que nos muerden”
Frank Kafka, en la Plaza de la Ciudad Vieja de Praga, hacia 1920.Getty Images
“Ya ves, soy un hombre ridículo; si me quieres un poco, será por compasión; mi aportación es el miedo”, escribe un joven Kafka
a Hedwig Weiler, su romance del verano de 1907. Y, sin embargo, el
aprendiz de escritor que creía que “estamos perdidos como niños en el
bosque” y que era bueno que alguien trepara a la Luna para que sus
movimientos, palabras y deseos no resultaran del todo cómicos y
absurdos, siempre y cuando, eso sí, “no se oigan las risas de la Luna en
los observatorios”, había desplegado ya a los 19 años, ante su amigo
Oskar Pollak, la valerosa apuesta que iba a cambiar la literatura del
siglo XX: “Es bueno”, escribió, “que la conciencia reciba amplias
heridas, puesto que así se vuelve más sensible a cada mordedura. A mi
juicio, solo deberíamos leer libros que nos muerden y nos pican. Si el
libro que estamos leyendo no nos despierta de un puñetazo en la crisma,
¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices, como tú escribes? Dios
mío, también podríamos ser felices sin tener libros y, dado el caso,
hasta podríamos escribir nosotros mismos los libros que nos hicieran
felices. Sin embargo, necesitamos libros que surtan sobre nosotros el
efecto de una desgracia muy dolorosa, como la muerte de alguien al que
queríamos más que a nosotros, como un destierro en bosques alejados de
todo ser humano, como un suicidio; un libro ha de ser un hacha para
clavarla en el mar congelado que hay dentro de nosotros. Eso creo yo”. Las citadas son palabras contenidas en el primer tomo de la edición
crítica del epistolario completo de Kafka (Praga, 1883 - Kierling,
1924), reunido y anotado por Hans-Gerd Koch, en traducción de Adan
Kovacsics, y que Jordi Llovet e Ignacio Echevarría publican en Galaxia
Gutenberg. El volumen, de 1.257 páginas, cubre los años 1900-1914, como
cierre de la obra íntegra del autor checo, a falta del segundo tomo, que
incluirá ya el estallido de la Primera Guerra Mundial y la publicación,
en 1915, de Die Verwandlungd, traducida aquí correctamente como La transformación y no como la equívoca La metamorfosis. Los editores españoles pretendían publicar la correspondencia completa
sin dilaciones, pero la editorial alemana se resiste a culminar el tomo
de los años finales. Fischer Verlag, tras quince años de búsqueda
infructuosa, aún mantiene la esperanza de encontrar en algún recóndito
archivo uno los grandes tesoros de Kafka que quedan aún por sacar a la
luz: las cartas perdidas al último amor del escritor, Dora Diamant, que
fueron requisadas por la Gestapo.
Franz Kafka. Cartas 1900-1914 contiene 778 misivas, de las que
573 eran conocidas por el lector de lengua española (en trabajos
anteriores a la edición crítica alemana), y 145 son inéditas. Entre las
ya publicadas del citado período figuran las quinientas a la primera
novia del autor, Felice Bauer, y las escritas a Grete Bloch (amiga de
Felice) y a los editores Max Brod, Ernst Rowolth y Kurt Wolff. La
escrupulosidad de los editores les ha llevado a incluir los detalles
conocidos de 60 cartas perdidas, postales, telegramas, dedicatorias,
tarjetas de presentación o las comunicaciones de carácter oficial,
comercial o profesional (como las solicitudes o instancias dirigidas a
instituciones tales como la Dirección de Policía o la misma compañía de
seguros para la que trabajaba para solicitar permisos, ascensos o
aumentos de sueldo). El libro se completa con un amplio aparato de
anotaciones críticas, una exhaustiva cronología, las cartas recibidas
que se han conservado y un quién es quién de todos los corresponsales o
personas citadas. El volumen aporta importantes novedades al lector español, que no se
limitan al terreno filológico. La disposición de las cartas por
cronología, y no por corresponsales, permite seguir el día a día de
Kafka a la manera de una biografía epistolar, sin interferencias de
intérpretes, y asistir a la evolución de su escritura, desde su relación
ambivalente con Goethe
(el canon literario) a su necesidad y amor por los demonios de la
literatura a partir de su tormentosa relación con Felice Bauer, que le
hace introducir su conexión con la vida, una escritura fluida y la
perspectiva del otro, algo que está en la raíz de obras como El proceso o La condena.
También se pueden encontrar textos literarios, como la primera
narración que ha llegado hasta nosotros (“La compleja historia del
tímido larguirucho y del insincero de corazón”) y varios apólogos y
cuentos breves, como el del hombre que no sabía reír ni bailar y que
llevaba siempre una misteriosa caja cerrada que no enseñaba a nadie hasta que, a su muerte, se descubrió su
contenido (“Dos dientes de leche”) o el del loco y el sabio que no sabía
que era sabio: “No se puede tomar el sol a la sombra. No creo que yo
sea culpable de tu felicidad. A lo sumo de la siguiente manera: un sabio
cuya sabiduría se escondía ante él se topó con un loco y charló un
ratito con él sobre asuntos en apariencia remotos. Una vez concluida la
conversación, cuando el loco se disponía a regresar a casa —vivía en un
palomar—, el otro se le arroja al cuello, lo besa y exclama: ‘Gracias,
gracias, gracias’. ¿Por qué? Tan grande era la locura del loco que al
sabio se le hizo evidente su propia sabiduría”.
Las lecturas (autores alemanes, pero también Flaubert
y biografías en las que busca cómo los grandes autores encontraron su
lugar en el mundo); los anhelos literarios, su deseo de abandonar Praga,
aprender castellano y marcharse a España, Sudamérica o Berlín; sus
viajes y excursiones; el aislamiento con sus padres; la asfixia que
siente por su trabajo en la empresa de seguros o en la fábrica de
amianto que funda con su cuñado o la eterna duda que le paraliza: “Otras
personas”, escribe a Hedwig, “solo se deciden en contadas ocasiones y
disfrutan luego de su decisión en el largo intervalo hasta la siguiente. Yo, en cambio, me decido sin cesar, tantas veces como un boxeador, con
la diferencia de que luego no boxeo, claro”. En una carta transmite a Pollak cómo el escritorio burgués de casa de
sus padres en el que redacta se comporta como un animal censor: “Estaba
sentado a mi hermoso escritorio. No lo conoces. Cómo ibas a conocerlo.
Resulta que es un escritorio de convicciones profundamente burguesas
cuyo cometido es educar. Tiene dos terroríficas puntas de madera allí
donde pone las rodillas el escribiente. Y ahora presta atención. Cuando
uno se sienta con tranquilidad y cautela y escribe algo profundamente
burgués, se halla a gusto. Pero ay si se agita y el cuerpo le tiembla un
poco, porque las puntas se le clavan indefectiblemente en las rodillas,
y cómo duelen. Podría enseñarte los moratones”. La vida de Kafka se puede seguir casi al minuto. Comenta películas con
las camareras, trabaja en las tareas del campo durante sus vacaciones,
va al teatro, escribe prolijos y detallados argumentarios a sus jefes
para justificar sus peticiones de aumentos de sueldo, se queja de sus
problemas de estómago y de su dieta…, pero sobre todo lee y escribe, y
se autoanaliza con saña. Dice que ha leído pocos libros de Freud
—“Es tan grande como vacuo”— y muchos de sus seguidores; confiesa que
se derrumba ante las opacidades, que carece de total talento
organizativo, que no es de esos hombres que llevan las cosas a cabo a
cualquier precio o que “no estoy ya en este mundo, sino dando vueltas y
vueltas en el vestíbulo del infierno”, pues “la conciencia de culpa no
supone para mí una ayuda, una solución; no, solo tengo conciencia de
culpa porque es la forma más bella de arrepentimiento”.
Sobre de una de las cartas que Frank Kafka envía a Robert Musil a la redacción de la revista 'Die Neue Rundschau'.
Kafka frecuenta prostitutas, algunas muy viejas, o filtrea con
muchachas: “Una”, dice a Max Brod, “se llama Agathe; la otra, Hedwig.
Agathe es muy fea y Hedwig también. H. es bajita y gorda, sus mejillas
son coloradas sin límites ni interrupción, sus grandes dientes incisivos
superiores no permiten que su boca se cierre ni que la mandíbula
inferior sea pequeña; es muy miope, y no solo para provocar el bonito
gesto con el que se pone los quevedos sobre la nariz; esta noche soñé
con sus piernas gruesas y cortas; por tales vericuetos reconozco la
belleza de una muchacha y me enamoro”. Aún así, le escribe: “Qué poco
sirve el encuentro epistolar; es como si dos personas separadas por un
lago chapotearan en las orillas. Por las muchas pendientes de las letras
se ha deslizado la pluma y esto se ha acabado, hace frío y yo he de
irme a mi cama vacía”. En el prólogo, Jordi Llovet dedica especial atención a las relaciones
sentimentales de Kafka (quien escribió “El coito, castigo de la dicha de
estar juntos”), en especial con Felice Bauer. Se conocieron en Praga,
en casa de los padres de su amigo Max Brod, el 13 de agosto de 1912. No
se volvieron a ver hasta siete meses después. A partir del 20 de
septiembre, Kafka le envió un diluvio de cartas, más para sí mismo que
para seducirla, según Llovet, quien reconstruye la vida sexual de Kafka,
enlazada con el dictado censor de su padre y su reflejo en las obras
que escribió en la época y que tendría una clave esclarecedora en el
fundamental cuento Ante la ley (de 1919). Kafka se somete a la
tortura de no poder vivir ni con ella ni sin ella. y le pide en
matrimonio como si pedirlo fuera “un acto criminal”. “Yo”, escribe en
1913 al padre de Felice, “he cegado a su hija con mi escritura”. Y le
transmite un autorretrato desconsolador: “Sea como fuere, tenga usted en
cuenta lo siguiente, que es lo esencial: todo mi ser se centra en la
literatura, y hasta los 30 años he mantenido ese rumbo a rajatabla; si
alguna vez lo abandono, dejaré de vivir. De ello deriva todo cuanto soy y
cuanto soy y no soy. Soy taciturno, insociable, malhumorado, egoísta,
hipocondríaco y realmente enfermizo. ¿Cómo ha de vivir su hija con un
hombre así, que ha dejado toda distracción a fin de conservar las
energías justas para dedicarse en exclusiva a la literatura?”.
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