Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

25 nov 2018

El ritmo primordial............................................Rosa Montero.

La música puede manipularnos, pero también tiene el maravilloso efecto de hacernos más grandes y mejores: nos rescata de nuestra individualidad.

LOS GRIEGOS CONSIDERABAN que la música era la expresión artística de las matemáticas; según Pitágoras, el Sol, la Luna y los demás planetas giraban en torno a la Tierra de manera armoniosa, y la distancia entre los cuerpos celestes se correspondía con los intervalos musicales: era la grandiosa música de las esferas.
 En la Edad Media, la música era una de las artes del quadrivium, junto con la aritmética, la geometría y la astronomía; es decir, formaba parte de las ciencias. 
Y todavía en el siglo XVI, un compositor llamado Zarlino dijo: “La música se ocupa de los números sonoros”.
 De manera que hasta ayer mismo este arte era considerado un elemento esencial del universo, un conocimiento riguroso y prioritario para la vida.
 Pero después, una sociedad cada vez más centrada en lo utilitario y lo tecnológico, que no en lo científico, ha ido desterrando la música (y todas las artes, en general) a un lugar más prescindible, más ornamental, más sucedáneo, hasta llegar a crear esa aberración llamada “música ambiental”,
una contaminación sonora que se te mete por los oídos en ascensores, salas de espera o tiendas, y que supuestamente, según diversas investigaciones, sirve para provocar determinadas respuestas psicológicas: para hacerte comprar y consumir más, pongamos, o para tranquilizarte en momentos de tensión como en el dentista, aunque un amigo, el escritor Miguel-Anxo Murado, suele decir que, cada vez que escucha esas cancioncillas alegres y tontamente ligeras que suenan en los despegues y aterrizajes de los aviones, por ejemplo, se le ponen los pelos de punta, porque son el indicativo de un peligro cierto. 
Para mí la música es algo esencial, lo mismo que la lectura. No sé si podría vivir sin ambas cosas.
 Sin embargo, hay individuos que, para mi absoluto pasmo e incredulidad, detestan este arte.
 El más famoso es el gran escritor Vladímir Nabokov, uno de mis maestros literarios. 
En su hermoso libro autobiográfico Habla, memoria declara: “La música, siento decirlo, me afecta sólo como una sucesión arbitraria de sonidos más o menos irritantes”.  

Continúa despotricando durante varias frases más con su proverbial pedantería, dando a entender que es la humanidad entera la que se equivoca al empecinarse en disfrutar de ese molesto ruido. Pobre Nabokov: quizá su carácter antipático viniera de allí, de esa carencia brutal, de esa minusvalía. Cómo no amar la música, si nuestra existencia entera está ligada al ritmo primordial de las pulsaciones de la sangre.

Ya digo, a mí me gusta tanto que, cuando escucho música, soy incapaz de hacer otras cosas (salvo caminar o conducir), porque me concentro demasiado en ella.
 Desde luego, no puedo escribir. La novelista Clara Sánchez me dijo que ella antes solía trabajar oyendo sus discos preferidos. “Pero dejé de hacerlo porque me di cuenta de que creía estar escribiendo páginas emocionantes y maravillosas que, cuando las releía al día siguiente sin la banda sonora, me parecían malísimas”. Qué genial y atinado comentario: la música es como una droga, nos arrebata e hipnotiza.
Nos conduce, para bien y para mal, a un estado paralelo de la realidad: es la música militar que enardece y arrastra a la muerte a generaciones de jóvenes con una sonrisa en los labios; es la música romántica que te hace creer que estás enamorado, de lo cual se pueden derivar graves consecuencias; o es la música melancólica que te impulsa a meterte debajo de la cama y a ponerte a llorar durante tres días. 
Sí, la música puede manipularnos, pero también tiene el maravilloso efecto de hacernos más grandes y mejores de lo que somos.
 Tenía razón Pitágoras: esos sonidos sublimes nos unen con el universo y nos rescatan de nuestra pobre individualidad. 
Cuántas veces me he sentido a punto de descubrir el secreto de la vida mientras escuchaba un pasaje especialmente emotivo.
 Y muchas escenas de mis novelas vienen de nudos luminosos que se me ocurrieron estando en un concierto.
 La música es algo tan esencialmente humano, en fin, que posee todos los ingredientes de lo que somos: la belleza, la violencia, la serenidad, la alegría, el dolor, el sentimiento. 
Nuestro último momento estará acompañado por el redoble final del corazón.
 

Silbar y tararear.................................................Javier Marías

No solemos acordarnos de que a lo largo de la historia la humanidad sólo oía música cuando alguien se la tocaba, o cuando ella la reproducía con sus voces.




EL PASADO 8 DE MAYO, en víspera de un viaje a Italia, las luces empezaron a parpadear; al poco estallaron bombillas en habitaciones diversas, en serie y con estrépito, estuvieran o no encendidas; vi que de un aparato salía humo, y me apresuré a desenchufarlo todo, televisión, DVD, equipo de música, el viejo vídeo, y a bajar los diferenciales.
 Por fortuna no me había ido ya a Italia y además estaba en casa.
 Al parecer se había producido una subida de tensión que afectó a todo mi edificio y a otro cercano, culpa de la compañía eléctrica y no de los usuarios. 
Luego, cada cual fue descubriendo sus desperfectos y sus ruinas. A una agencia de viajes se le habían fundido todos los ordenadores. Yo comprobé que se me había quedado muerta la máquina de escribir, y mis lectores saben lo que hoy me cuesta encontrarlas (por suerte conservaba una de repuesto).
 También el fax-contestador, que aún me era útil y resulta insustituible.
 El calentador del agua, el cargador del móvil, unos teléfonos, el mencionado vídeo, el equipo de música entero. 
A mi regreso, la compañía me anunció que se encargaría de reparar lo reparable y me abonaría lo estropeado sin remedio. 
Me visitó un técnico muy amable, que se llevó al taller cuanto preveía que podría arreglarse. 
De lo que no, compré sustitutos, los que me fue posible. El hombre fue viniendo y volviendo.
 Algunas cosas las creía reparadas, pero seguían sin funcionar.
 Lo que más tardé en recuperar fue el equipo de música, unos cuatro meses.
 
 
 
Y durante ese tiempo me di cuenta de que, así como puedo estar sin escribir, y sin leer, y sin ver televisión (más me cuesta no ver películas), me es imposible no oír música.
 Bueno, posible me es, claro, pero lo paso mal y la echo de menos más que ninguna otra cosa.
 Nada más levantarme, y mientras me despejo, pongo un CD que me ayude a retornar a la vigilia.
 Y siempre suena música mientras hago tareas compatibles con ella: no escribir ni leer libros, pero sí leer prensa, contestar y mirar correspondencia, ordenar y limpiar. 
Me ayuda a apaciguarme cuando me indigno, me alegra cuando me decae el ánimo, y a veces me ofrece modelos rítmicos que anhelaría reproducir cuando escribo.
 Durante esos cuatro meses en que no pude oírla, y precisamente por no poder, me venían unas ganas locas de oírlo todo, desde Bach, Beethoven y Schubert hasta Presley, Burnette y Checker. Desde Monteverdi y Bartók y Pergolesi hasta Waits y Lila Downs y Nina Simome y Knopfler y mi ídolo Dylan, cuyo Premio Nobel celebré merced a un amigo londinense, poeta y librero, que me escribió en su día con alivio:
 “Es un poco raro, pero al menos no lo ha ganado Atwood. De haber sido así, un colega mío y yo teníamos previsto arrojarnos al Támesis desde el puente de Hammer­smith, considerando que no valía la pena seguir viviendo en un mundo en el que esa autora fuera Nobel”.
 Así que Dylan salvó de la muerte a alguien a quien mucho aprecio, algo más en favor suyo.
 Pero, por no poder poner música, se me antojaban en aluvión las mayores rarezas, que pocas veces escucho: un CD con veintisiete versiones de “High Noon”, la canción de Solo ante el peligro, incluidas una pomposa en alemán y dos ratoneras en danés. 
Uno con otras tantas de “La Paloma”; los calipsos que cantó con mucha gracia el actor Robert Mitchum; la narración, en la extraordinaria voz de su director Charles Laughton, de La noche del cazador, junto con fragmentos de su banda sonora.
 Canciones sicilianas nostálgico-siniestras, música irlandesa en la admirable voz de Tommy Makem. 
El breve “Carillon des morts” de Corrette. El CD de Telemann que de hecho oía cuando tuvo lugar la avería, interpretado por mi sobrino Alejandro Marías (violonchelo) y mi hermano Álvaro (flauta), entre otros… No han sido los únicos músicos de mi familia.
 Mi tío Odón Alonso fue director de orquesta
 Mi tío Enrique Franco fue crítico en la radio y en EL PAÍS hasta su muerte.
 La música, supongo, ha estado presente en mi vida desde siempre, quizá por eso la echo tanto en falta. Al cabo de unas semanas de abstinencia, me di cuenta de que silbaba y tarareaba mucho más de lo que suelo: si está uno privado de melodías, las reproduce como puede. 
Y entonces caí en que esas dos actividades, silbar y tararear, eran frecuentísimas en mi infancia y adolescencia, mientras que ahora están casi desaparecidas. 

Uno oía silbar a los hombres por la calle (todos se conocían la propia “Solo ante el peligro”, por ejemplo, y “El puente sobre el río Kwai”, entre otras muchas), y canturrear a las mujeres mientras se arreglaban o atendían sus quehaceres.
 Tal vez por eso los españoles sabían entonar y no desafinaban en exceso, a diferencia de lo que hoy ocurre. 
No había música por doquier (a menudo indeseada y atronadora, como la que invade las calles desde las tiendas), y no se creía, como creen los famosos concursantes, que cantar bien consiste en vocear a pleno pulmón y con espantosas “rúbricas”. 
No solemos acordarnos de que a lo largo de la historia la humanidad sólo oía música cuando alguien —rara vez— se la tocaba, o cuando ella la reproducía con sus voces y sus silbidos. Hasta que uno la pierde, no repara en nuestra inmensa suerte de haber nacido en esta época, en la que uno elige qué y cuándo, y milagrosamente lo oye. 
 

24 nov 2018

Las dos únicas decisiones alimentarias que de verdad revierten el envejecimiento de la piel


  • alimentos piel 
    Comer para parecer más joven. Es el eje de la llamada nutricosmética, con todos los complementos vitamínicos y proteicos, alimentos enriquecidos, zumos y batidos.
     Una tendencia imparable que irrumpió en el mercado en 2008, y que para 2024 se prevé que facture 7.400 millones de dólares (unos 6.400 millones de euros) en el mundo.
     En este contexto se generan ondas expansivas en torno a ciertos alimentos: esa hortaliza asiática ligada a un hashtag en Instagram con miles de likes se vuelve omnipresente poco tiempo después en todos los supermercados.
    Dicen que el inventor de todo esto fue el poeta Lord Byron, quien, esclavo de la estética y obsesionado con la juventud, la ropa y la delgadez, presumía de seguir un estricto régimen basado en té sin azúcar, unas pocas patatas mojadas en vinagre, agua mineral mezclada con vino y cigarrillos.
     Byron hacía proselitismo de su modo de alimentarse y puso tan de moda estas pautas en la sociedad victoriana que las eminencias médicas se vieron obligadas a hacer pública su disconformidad.
    No muy diferente de lo que sucede hoy con Gwyneth Paltrow.
    alimentos pielVeganismo: un exceso de carne envejece, pero restringirla altera la piel y deteriora el cabello 
    El dermatólogo Ricardo Ruiz, de la Clínica Dermatológica Internacional, en Madrid, afirma: "Los veganos corren el riesgo de tener déficit de vitamina B12, esencial en la formación de glóbulos rojos [y cuya falta se manifiesta con hiperpigmentación, vitíligo, estomatitis angular y pérdida de pelo, según el Colegio de Médicos de Familia de Canadá]". El dermatólogo Leandro Martínez añade: "A falta de estudios concretos, lo que vemos en consulta es que las personas con una dieta variada envejecen mejor que las que son estrictamente vegetarianas o veganas. Otra cosa es que consumir en exceso carne roja, fiambres o embutidos provoque una inflamación [y sus consecuentes arrugas]".
    De hecho, Ariel Ostad, dermatólogo y miembro de la American Board of Dermatology, en su análisis sobre la huella de los alimentos en la piel, tacha la carne roja de acelerador del envejecimiento por la generación de radicales libres que merman la producción de colágeno, proteína que aporta elasticidad y firmeza al cutis. En cuanto a los embutidos, Ostad señala su alto contenido en aceite hidrogenado y sal como responsables de la inflamación (ambos ingredientes también pueden estar en productos veganos).
    Lo que sí resulta ventajoso de la dieta vegetariana es el consumo abundante de frutas y verduras. Natalia Hernández, del Grupo de Especialización en Nutrición clínica de la Academia Española de Nutrición y Dietética, lo achaca, entre otras cosas, a la hidratación, "resultante de un equilibrio hídrico entre la llegada de agua al estrato córneo desde las capas más profundas y el poder que tiene la piel para retenerla. Y todo esto depende, en primer lugar, de la alimentación".
    • alimentos piel
      1Comer para parecer más joven. Es el eje de la llamada nutricosmética, con todos los complementos vitamínicos y proteicos, alimentos enriquecidos, zumos y batidos. Una tendencia imparable que irrumpió en el mercado en 2008, y que para 2024 se prevé que facture 7.400 millones de dólares (unos 6.400 millones de euros) en el mundo. En este contexto se generan ondas expansivas en torno a ciertos alimentos: esa hortaliza asiática ligada a un hashtag en Instagram con miles de likes se vuelve omnipresente poco tiempo después en todos los supermercados. Dicen que el inventor de todo esto fue el poeta Lord Byron, quien, esclavo de la estética y obsesionado con la juventud, la ropa y la delgadez, presumía de seguir un estricto régimen basado en té sin azúcar, unas pocas patatas mojadas en vinagre, agua mineral mezclada con vino y cigarrillos. Byron hacía proselitismo de su modo de alimentarse y puso tan de moda estas pautas en la sociedad victoriana que las eminencias médicas se vieron obligadas a hacer pública su disconformidad. No muy diferente de lo que sucede hoy con Gwyneth Paltrow.
      Damos por bueno el aforismo de que "somos lo que comemos", asumiendo que todo lo que ingerimos se plasma en nuestra membrana más superficial. Pero, como tantas veces, cuando se habla de nutrición hay mucho ruido y poco filtro. Leandro Martínez, director de la Unidad de Dermatología del Hospital Regional de Málaga y miembro de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV), cuenta que unas malas pautas alimentarias "pueden estar detrás de enfermedades dermatológicas como la dermatitis atópica, la psoriasis o el acné". No solo es cuestión de prevención, quitarse los procesados y volver a la comida real puede borrar los signos del paso del tiempo. Te contamos cómo. Ah, y que el cacao puro en cantidades moderadas no estimula la aparición de granos. Aclarada la duda universal.
    • alimentos piel
      2Veganismo: un exceso de carne envejece, pero restringirla altera la piel y deteriora el cabello 
      El dermatólogo Ricardo Ruiz, de la Clínica Dermatológica Internacional, en Madrid, afirma: "Los veganos corren el riesgo de tener déficit de vitamina B12, esencial en la formación de glóbulos rojos [y cuya falta se manifiesta con hiperpigmentación, vitíligo, estomatitis angular y pérdida de pelo, según el Colegio de Médicos de Familia de Canadá]". El dermatólogo Leandro Martínez añade: "A falta de estudios concretos, lo que vemos en consulta es que las personas con una dieta variada envejecen mejor que las que son estrictamente vegetarianas o veganas. Otra cosa es que consumir en exceso carne roja, fiambres o embutidos provoque una inflamación [y sus consecuentes arrugas]".
      De hecho, Ariel Ostad, dermatólogo y miembro de la American Board of Dermatology, en su análisis sobre la huella de los alimentos en la piel, tacha la carne roja de acelerador del envejecimiento por la generación de radicales libres que merman la producción de colágeno, proteína que aporta elasticidad y firmeza al cutis. En cuanto a los embutidos, Ostad señala su alto contenido en aceite hidrogenado y sal como responsables de la inflamación (ambos ingredientes también pueden estar en productos veganos).
      Lo que sí resulta ventajoso de la dieta vegetariana es el consumo abundante de frutas y verduras. Natalia Hernández, del Grupo de Especialización en Nutrición clínica de la Academia Española de Nutrición y Dietética, lo achaca, entre otras cosas, a la hidratación, "resultante de un equilibrio hídrico entre la llegada de agua al estrato córneo desde las capas más profundas y el poder que tiene la piel para retenerla. Y todo esto depende, en primer lugar, de la alimentación".
    • alimentos piel
      3Dieta paleo: un riesgo para la cicatrización tras la cirugía Esto es: comer en función de la hipótesis sobre cómo se alimentaron Miguelón en Atapuerca o quienes pintaron las cuevas de Altamira. Los 2,5 millones de años que duró el Paleolítico, periodo anterior al desarrollo de la agricultura, dictan la norma de eliminar todas las legumbres y cereales, además de algunas frutas como mangos y papayas, piña o cualquier variedad deshidratada. Ricardo Ruiz rechaza que esta dieta pueda tener beneficios para la salud en general y la piel en particular. Por su parte, la dietista-nutricionista Teresa Ureta, del Grupo de Especialización en Nutrición Clínica de la Academia Española de Nutrición y Dietética, comenta: "No hay suficiente investigación para recomendarla por encima de la dieta mediterránea".
      Existen diversas interpretaciones de la dieta paleo, y sus vertientes más restrictivas pueden llegar a tener los mismos efectos que las bajas en carbohidratos. La Asociación Australiana de Médicos de Familia ha detectado déficit de vitamina D en sus practicantes, lo que puede originar problemas cutáneos que impiden la correcta cicatrización después de una cirugía, según un estudio de la Universidad de Michigan.
    • alimentos piel

     'Low fat' o todo bajo en grasas: una buena forma de combatir el acné, siempre que no lo compense con toneladas de azúcar 
    ¿Contribuye la fritanga a una cara con granos? La dermatóloga Paloma Cornejo, de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV), aclara: "Se ha asociado el acné y la seborrea a las dietas hipercalóricas, tanto a las ricas en hidratos de carbono con alto índice glicémico, como a los ácidos grasos. 
    Y sí, algunos pacientes de acné o seborrea, cuando siguen dietas pobres en grasa restringiendo los lácteos, mejoran. Mas no es por evitar la lactosa [a veces se la culpa de los granos], sino por no tomar los ácidos grasos de la leche".

     

El impuesto psicológico de la tecnología................. Bruno Martín ...

Los expertos asocian el auge de los ‘smartphones’ con más casos de ansiedad, sobre todo en jóvenes.

Una joven chatea mientras carga el móvil.
Una joven chatea mientras carga el móvil. Unsplash
Vivimos en la década de los fidget spinners, de los libros de colorear para adultos y de los vídeos virales de susurros relajantes. También vivimos en la década de la gig economy, de la falta de sueño por las pantallas y del año en que el 10 % de la población mundial se enganchó a Instagram.
 Son solo ejemplos, pero no casualidades: los primeros son síntomas y los segundos, posibles causas de la epidemia de ansiedad asociada a la revolución digital.
 En este momento, los trastornos emocionales derivados del estrés, como la ansiedad y la depresión, son los problemas de salud mental más prevalentes del mundo. 
Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), juntos afectan al 14,6 % de la población adulta española, y los grandes estudios demográficos señalan que hasta un tercio de las personas en todo el mundo sufren algún tipo de ansiedad a lo largo de su vida. 
El periodista británico Johann Hari, autor de un libro sobre el aumento reciente de estos trastornos, señala que no son cambios aleatorios en la bioquímica cerebral, sino reacciones a la desconexión social. 
Menos seguridad financiera, menos fe, menos trabajos vocacionales o menos tiempo con los amigos son todo pérdidas que han pasado factura
.“Por un lado cada vez tenemos más estrés y por otro lado no sabemos manejar ese estrés y las emociones que genera”, explica el psicólogo de la Universidad Complutense de Madrid Antonio Cano, que también es presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés. 
Cano señala que es difícil poner cifras concretas a la propagación de la ansiedad, ya que los estudios epidemiológicos no se suelen repetir con la misma metodología o en la misma población, pero asegura que los datos existentes confirman un aumento desde hace varios años.
 Según él, las reglas de la sociedad han cambiado, de manera que ahora se generan más demandas y mayor incertidumbre: 
“Ya no se tiene un trabajo para toda la vida.
 Estudiar una carrera ya no sirve para ascender automáticamente de clase social como ocurría en los años 60”, dice.
 En una familia exigente, Luminița empezó a identificar síntomas de ansiedad, que ella asocia con expectativas académicas, a los 16 años: náuseas, dolor de pecho, taquicardia.
 El médico de cabecera le dijo que era demasiado joven para sentir dolor en el pecho. “Lo que te pasa es que eres muy nerviosa”, recuerda oír aquel día en la consulta. Ahora, a punto de cumplir 20 años, está en tratamiento por la ansiedad y depresión que le diagnosticaron hace dos, cuando su condición era ya incontestable. A toro pasado, Luminița cree que vivió con ansiedad desde mucho antes de ir al médico.
 “No se toman en serio las enfermedades mentales”, denuncia. “Muchísima gente puede tener depresión o ansiedad sin saberlo; yo estaba todo el día en alerta, pero solo lo identifiqué cuando influía en mi estado físico”.

“Las redes sociales fomentan la neurosis”

Muchos expertos ponen la lupa en las nuevas tecnologías.
 La especialista en cambios generacionales Jean Twenge advierte que los adolescentes, concretamente, están sufriendo de forma más acusada los trastornos emocionales derivados del estrés, y no cree que sea casualidad que esta es la primera generación que ha crecido con un móvil entre las manos. 
Su hipótesis está edificada sobre una simple correlación —aparecen los smartphones, empeora la salud mental de los jóvenes—, pero muchos expertos la consideran más que convincente.
 Cano también comparte esta visión, y aporta datos y anécdotas que parecen sustentarla: “Los trastornos de ansiedad en el 50 % de los casos ya están establecidos a la edad de 14 años.
 A veces viene una persona a la clínica con fobia social o agorafobia pero tiene 120 000 seguidores en Instagram”, cuenta.
Uno de los argumentos principales de Twenge, profesora de psicología en la Universidad de San Diego (EE UU), es que los jóvenes se sienten bien o mal con relación a su percepción de cómo les va a los demás. 
El problema es que las redes sociales suelen ofrecer una ventana a los momentos más atractivos de las vidas ajenas. “Yo sé que la gente solo comparte lo positivo, pero a veces no puedo evitar pensar cuando veo stories de Instagram por qué a otros les va tan bien y yo estoy en la mierda”, reconoce Luminița. Quizá por eso, un estudio científico publicado este mes demostró
 que limitar el tiempo en Facebook, Instagram y Snapchat reducía la soledad y la depresión en 143 estudiantes de grado de la Universidad de Pensilvania (EE UU).
El psicólogo clínico e investigador Scott Stanley, que estudia relaciones románticas desde la Universidad de Denver (EE UU), opina que además las redes sociales exacerban la ambigüedad y la incertidumbre en las interacciones personales, algo que la ciencia también relaciona con el deterioro de la salud mental. “Los animales, y yo creo que esto debe de ser cierto para los humanos, se vienen abajo cuando no pueden distinguir lo que significan los estímulos que reciben y la importancia que tienen”, cuenta a Materia el investigador.